La
procedencia de este dicho, que se utiliza para manifestar el respaldo total a
alguien o algo, se remonta a la época en la que se practicaba el llamado juicio
de Dios. También conocida como Ordalia, esta era una institución
jurídica que dictaminaba, atendiendo supuestos mandatos divinos, a
inocencia o culpabilidad de una persona o cosa, acusadas de quebrantar las
normas establecidas o cometer un pecado. Esta costumbre pagana se ejecutaba de
formas muy diversas. No obstante, casi todas consistían en pruebas de fuego
(sujetar hierros candentes, introducir las manos en la lumbre) si la persona
salía de la prueba con pocas quemaduras, significaba que Dios la consideraba
inocente y por tanto, no tenia que recibir ningún castigo
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