INDICE
01. Introducción............................................................................. 4
02. Los Bellegarde en la historia........................................... 35
03. El libro de Oro de la Nobleza Italiana....................... 48
04. El Beato Pio IX,
Papa Mastai Ferretti.......................... 71
05. Árbol genealógico de los Bellegarde.......................... 110
06. Parentesco con Su Majestad Víctor Emanuel II de Saboya-Carignano, rey de
Italia.......................................................................................................... 122
07. Descendencia de Su Majestad el rey Augusto III de Polonia 125
08. El conde y mariscal de campo Heinrich Joseph Johannes de
Bellegarde 127
09. Hoja militar del conde Augusto de Bellegarde de Saint-Lary 160
10. El conde Federico de Bellegarde de Saint-Lary... 165
10.01 Prólogo.................................................................................. 166
10.02 Capítulo............................................................................... 170
10.03 Capítulo............................................................................... 233
10.04 Capítulo............................................................................... 267
10.05 Capítulo............................................................................... 283
10.06 Capítulo............................................................................... 325
10.07 Capítulo............................................................................... 345
10.08 Capítulo............................................................................... 405
10.09 Capítulo............................................................................... 461
10.10 Apéndice.............................................................................. 510
11. Bibliografía esencial......................................................... 512
12. Lista de nombres................................................................... 516
1. Introducción
Mi hermano, el conde Roger Roberto de Bellegarde de
Saint-Lary (nacido en Milán el dos de junio del 1965, casado y con descendencia
como veremos más adelante) me ha encargado
este año 2012, que escriba este libro sobre su noble y antigua familia originaria
de la Saboya[1]
tanto para él , como para sus hermosos hijos gemelos, Gabriela y Alejandro, su hermosa
mujer Herminia y para los demás miembros de dicho linaje.
[2]
Para mí supone una satisfacción que me haya consultado, tal
vez por el éxito cosechado en mi primer libro de relatos biográficos que le
dediqué sobre los ilustres apellidos Borja, Téllez-Girón, Marescotti y Ruspoli,
denominado Retratos y publicado por
la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía en mayo del 2011. No voy
a seguir hablando de mi primer libro publicado, porque pienso que el autor que
habla solo de sus propios libros acaba siendo peor de la madre que solo habla
de sus hi
jos. Y soy
consciente de que no se es escritor por haber elegido decir ciertas cosas, sino
por la forma que se digan, así que mi función será la de dar testimonio, como fiel
cronista y como si fuera un acta notarial, de la historia de la noble
descendencia Bellegarde de Saint-Lary, de origen de Saboya. Los Bellegarde,
abreviando el patronímico, fueron barones, condes, marqueses y duques en
Francia y condes en Italia. Tantos países diferentes a los que habría que
añadir España y Estados Unidos de Norteamérica, entre otros. Pero la diáspora
de la familia nunca fue un motivo de que cayera en el olvido, porque allá donde
estuvo o está siempre ha destacado. [3]
Tal vez cabe aquí un razonamiento sobre los
distintos pueblos protagonistas de este libro, para conocerlos mejor y
contrastar con la opinión del autor, cuyos ancestros compartidos al 50% con mi
hermanos Roger, son italianos, españoles, norteamericanos, franceses,
austriacos, húngaros, alemanes, escoceses, británicos, etc. Los Bellegarde
tuvieron que lidiar con varios de ellos y con resultados no siempre buenos, vamos con altibajos. En especial el siglo XIX que fue condicionado
por la Revolución francesa, los Bonaparte, las alianzas contra el emperador,
las guerras de independencia de Italia, para llegar a la ansiada unificación de
Italia. En este escenario los jóvenes de buena raza, recién salidos de sus colegios militares, al final elegían
entre las varias opciones disponibles y según la tradición de la familia. Sin
embargo esto provocó a los Bellegarde y a otras familias nobles de Saboya que
en ocasiones hubiera batallas en las que se enfrentaron hasta unos hermanos.
Humberto Eco en su última novela “El cementerio de
Praga” crea a un personaje piamontés, un falso y falsificador capitán inmerso
plenamente en las contradicciones de aquel siglo en el que le tocó vivir y que
ajustó a sus extravagancias y precisamente sus opiniones son las que reproduzco
en parte a continuación, porque son muy adecuadas a la realidad de entonces. Y
aunque sean evidentemente causticas, subjetivas y posiblemente injuriosas, a la
vez son divertidas y desenfadadas. Lo cual aclaro para que nadie se sienta por
aludido, especialmente los Bellegarde y este autor.
Gobineau [4]escribió sobre la
desigualdad de las razas y afirma que si alguien habla mal de otro pueblo, es
porqué considera superior el propio.
Sin tener prejuicios, los franceses opinan por
ejemplo que los italianos son perezosos, estafadores, rencorosos, celosos,
orgullosos más allá de todo límite, tanto que piensan que quien no sea francés
es un salvaje incapaz de aceptar reproches. Claro que para inducir un francés a
reconocer una tara en su raza es suficiente hablar mal de otro pueblo, como si
dijéramos: “Nosotros los polacos tenemos este o aquel defecto” y, como no quieren
ser segundos de nadie, ni siquiera en lo malo, reaccionaría al instante con un
“Oh, no, aquí en Francia somos peores” y dale a hablar mal de los franceses,
hasta que se dan cuenta que han caído en tu trampa. Los franceses no aman a sus
semejantes, ni siquiera cuando les sale a cuenta. Nadie es más maleducado que
un tabernero francés que tiene todas las trazas de odiar a sus clientes, lo
cual quizás sea verdadero, y de desear no tenerlos, lo cual es falso porque el
francés es codicioso hasta la médula. Ils
grognent toujours. Vamos tu pregúntales algo y te contestarán:
sais pas, moi y sacan los labios
hasta fuera como si pedorrearan.
Los
franceses son diabólicos, matan por aburrimiento. Es el único pueblo que ha
mantenido ocupados a sus ciudadanos durante varios años en eso de cortarse la
cabeza unos a otros, y suerte que Napoleón consiguió canalizar su rabia hacia
las otras razas, movilizándolos para destruir Europa.
Están
orgullosos de tener un Estado que dicen poderoso, pero se pasan el tiempo
intentando que caiga: nadie como el francés tiene tanta habilidad para hacer
barricadas por cualquier motivo y cada dos por tres, a menudo sin saber ni siquiera
por qué, dejándose arrastrar por la calle por la peor chusma. El francés no
sabe bien qué quiere, lo único que sabe a la perfección es que no quiere lo que
tiene. Y para decirlo no sabe sino cantar canciones.
Creen
que todo el mundo habla francés. Muchos académicos llegan a sospechar que
Calígula, Cleopatra o Julio Cesar o los sabios como Pascal, Newton o Galileo
escribieron sus cartas en francés, cuando hasta los niños saben que hasta los
ilustrados de aquellos siglos se escribían en latín. Pero los doctos franceses no tenían ni idea
de que otros pueblos hablaran de forma distinta que el francés. Quizás la
ignorancia es el efecto de su avaricia, el vicio nacional que los franceses toman
por virtud y llaman parsimonia. Sólo en aquel país se pudo idear toda una
comedia alrededor de un avaro[5]…por
no hablar de Félix Grandet.[6]
La avaricia la ves en sus casas polvorientas, con esas tapicerías que nunca se
renuevan, con esos cachivaches que remontan a sus antepasados, con esas
escaleras de caracol de madera tambaleante para aprovechar el poco espacio…
Los
piamonteses y los de Saboya son como la caricatura de un galo, pero de ideas
más estrechas. A los piamonteses cualquier novedad los paraliza; lo inesperado
les aterra; para que llegaran hasta las Dos Sicilias, aunque entre los garibaldinos
hubo muy pocos piamonteses, fueron necesarios dos ligures: un exaltado como
Garibaldi y un gafe como Mazzini. Solo ese vanidoso de Dumas amó esos pueblos
sureños, quizás porque le adulaban más
que los franceses que, con todas sus lisonjas, no dejaron de considerarle un
mulato. Gustó a napolitanos y a sicilianos, mestizos ellos también, por
historia de generaciones nacidos de cruces de levantinos desleales, de árabes
sudorientos y ostrogodos degenerados, que tomaron lo peor de sus híbridos
antepasados: de los sarracenos, la indolencia; de los suabos[7],
la ferocidad; de los griegos, la infructuosidad y el gusto de perderse en
charlas con tal de dividir un pelo en cuatro.
El
italiano es de poco fiar, vil, traidor, se encuentra más a gusto con el puñal
que con la espada, mejor con el veneno que con el fármaco, artero en los
tratos, coherente solo en cambiar de pendón según sople el viento. Para muestra
no hay más que ver lo que hicieron los generales borbónicos, nada más aparecer
los aventureros de Garibaldi y los generales piamonteses[8]. Claro, es que los italianos se han modelado
sobre los curas, el único gobierno auténtico que han tenido desde que los
bárbaros sodomizaran a aquel pervertido del último emperador romano[9]
porque el cristianismo había debilitado el orgullo de la raza antigua.
Y
para completar el cuadro de las posibilidades que se abrían a los Bellegarde en
cuanto en el medio de varios pueblos distintos tengo que hablar de los alemanes[10].
Un
alemán produce de promedio el doble de heces que un francés. Hiperactividad de
la función intestinal en menoscabo de la cerebral, que demuestra su
inferioridad fisiológica. En los tiempos de las invasiones bárbaras, las hordas
germanas sembraban a su recorrido de irrazonables amasijos de materia fecal.
Por otra parte, también en los siglos pasados, un viajero francés entendía al
punto si ya había cruzado la frontera alsaciana por el tamaño anormal de los
excrementos abandonados en los bordes de las carreteras. Como si esto no
bastara, es típica del alemán la bromhidrosis, es decir, el olor nauseabundo
del sudor. Y está probado que la orina
de un alemán contiene el veinte por ciento de ázoe, mientras las demás razas
solo en quince.
El
alemán vive en un estado de perpetuo embarazo intestinal debido al exceso de
cerveza y a esas salchichas de cerdo que se atiborra. Una noche durante uno de
mis viajes a Múnich, en esa especie de catedrales desacralizadas llenas de huno
como un puerto inglés y apestosas de manteca
y tocino, los pude ver incluso a pares, ella y él, con sus manos agaradas a
esas jarras de cerveza que, por si solas, saciarían la sed de un rebaño de
paquidermos, nariz con nariz en un bestial diálogo amoroso, como dos perros que
se olisquean, con sus carcajadas fragorosas y desgarbadas, su turbia hilaridad
gutural, translúcidos por la grasa perenne que les pringa rostros y
miembros, como el aceite en la piel de
los atletas del circo antiguo.
Se
llenan la boca de su Geist, que
quiere decir espíritu, pero es el espíritu de la cerveza que los entontece
desde jóvenes, y explica por qué, más allá del Rhin, jamás se ha producido nada
interesante en arte, salvo algunos cuadros con unas jetas repugnantes, y poemas
de un aburrimiento total. Por no hablar de su música: no me refiero a ese
Wagner ruidoso y funerario que hoy pasma también a los franceses, sino de lo
poco que he oído de las composiciones de tal Bach, totalmente desprovistas de
armonía, frías como una noche de invierno. Y las sinfonías de ese Beethoven:
una bacanal de chabacanería.
El
abuso de la cerveza los vuelve incapaces de
tener la menor idea de su vulgaridad, pero lo superlativo de esa
vulgaridad es que no se avergüenzan de ser alemanes. Se han tomado en serio a
un joven glotón y lujuriosos como Lutero (¿puede casarse uno con una monja?),
solo porque ha echado a perder la Biblia al traducirla a su lengua. ¿Quién dijo que los
teutones habían abusado de los dos grandes narcóticos europeos, el cristianismo
y el alcohol?
Se
consideran profundos porque su lengua es vaga, no tiene la claridad de la
francesa o de la italiana, y no dice exactamente lo que debería, de suerte que
ningún alemán sabe nunca que quiere decir, y va y toma esa incertidumbre por
profundidad. Con los alemanes es como con las mujeres, nunca se llega al fondo.
Desgraciadamente, esta lengua inexpresiva con unos verbos que, al leer, tienes
que buscarlos ansiosamente con los ojos,
porque nunca están donde deberían estar, pues bien esa lengua me empeñé en
aprenderla comprando sistema audiovisuales llegué finalmente a odiarla por no poder dominarla, pero comprendí que no
hay que sorprenderse con lo que les gustaba a los austriacos.
Capítulo
a parte los jesuitas y los judíos. Los jesuitas, ¿como los conocí? En el
colegio y tengo el recuerdo de miradas huidizas, dentaduras podridas, alientos
pesados, manos sudadas cuando te dan la mano. Qué asco. Ociosos, pertenecen a
las clases peligrosas, como los ladrones y los vagabundos. Uno se hace cura o
fraile solo para vivir en el ocio, y el ocio lo tienen garantizados por número.
Si hubiera, digamos, uno por cada mil almas, los curas tendrían tantos
quehaceres que no podrían estar tumbados a la bartola mientras se echan capones
entre pecho y espalda. Y entre los curas más indignos, el gobierno elige a los
más estúpidos y los nombra obispos. Empiezan a revolotear a tu alrededor nada
más nacer cuando te bautizan, te los vuelves a encontrar en el colegio, si tus
padres han sido tan beatos para encomendarte a ellos; luego viene la primera
comunión, la catequesis, la confirmación; y ahí está el cura el día de tu boda para
decirte lo que tienes que hacer en la alcoba, y el día siguiente en confesión
para preguntarte cuántas veces los has hecho y poderse excitar detrás de la
celosía. Te hablan con horror del sexo y repiten que su reino no es de este
mundo, pero ponen las manos encima de todo lo que puedan mangonear. Los
comunistas han difundido la idea de que la religión es el opio del pueblo. Es
verdad, porque sirve para frenar las tentaciones de los fieles, y si no
existiera la religión, habría el doble de gente en barricadas, por eso los días
de la Comuna había poca y se la pudieron cargar sin tardanza. Claro que tras
haber oído hablar a un medico austriaco de las ventajas de la droga colombiana,
yo diría que la religión también es la cocaína de los pueblos, porque la religión
empujó y empuja a la guerras, a las matanzas de fieles e infieles, y esto vale
para cristianos, musulmanes y otros idólatras; y si los negros de África antes
se limitaban a meterse con ellos, los misioneros los han convertidos y los han
transformado en tropa colonial, de lo más adecuada para morir en primera línea,
y para violar las mujeres blancas cuando entran en una ciudad. Los hombres
nunca hacen el mal de forma tan completa y entusiasta como cuando lo hacen por
convencimiento religioso.
Y
finalmente los judíos. No tengo nada en contra de ellos, pero son el pueblo
ateo por excelencia. Parten del concepto que el bien debe realizarse aquí, y no
más allá de la tumba. Por lo cual, obran solo para la conquista de este mundo.
Los judíos son vanidosos como un español, ignorantes como un croata, ávidos
como un levantino, ingratos como un maltés, insolentes como un gitano, sucios
como un inglés, untuosos como un calmuco[11],
imperiosos como un prusiano y maldicientes como un artesano. Los judíos son
adúlteros por celo irrefrenable: dependen de la circuncisión que los vuelve más
eréctiles, con esa desproporción entre el enanismo de su complexión y la dimensión
cavernosa de esta excrecencia casi mutilada que tienen. Como me enseñaron de
pequeño los jesuitas que era el pueblo maldito, los he soñado durante años por
la noche. He conocido a pocos de ellos, excepto a la putilla de Lynn en
Formentor, cuando era un mozalbete, con la que nos intercambiábamos en la cabina de la playa una gustosa
información anatómica, aderezada por las incursiones de su hermano que comparaba
lo suyo con lo mío. Lo echábamos en seguida, al muy sinvergüenza que ya parecía
un mirón vicioso.
De
los masones me hablaban de pequeño y junto con los judíos, le cortaron la cabeza al rey. Y generaron a los
carbonarios, masones un poco más estúpidos porque se dejaron fusilar, excepto
mi bisabuelo Emanuele Ruspoli que huyó a
tiempo disfrazado de lacayo del embajador de Francia, por haberse equivocado en
la fabricación de una bomba, o se convirtieron en socialistas, comunistas y
comuneros. Todos al paredón. Bien hecho, Thiers[12].
Y para que mi hermano se lleve otro buen susto al
leer estas divagaciones, le diré que yo aún me considero un historiador
aficionado, pero mis muchas investigaciones y los intercambios con varios historiadores
me han permitido recabar la información necesaria para mi primer libro de
historia y de este. En ocasiones pienso que el premio de quienes escribimos
duerme, tímido y virginal, en el confuso corazón del lector más lejano, pues el
escritor es un hombre sorprendido. El amor es motivo de sorpresa y el humor un
pararrayos vital.
Toda mi experiencia en este campo empezó con la
publicación de unas biografías, recortadas, en la revista “La moda en España”,
que muy amablemente creó una sección cultural para incluir mis escritos.
Algunos lectores celebraron mis artículos y así empezó a nacer la idea de
Retratos. Al principio pensé utilizar principalmente los datos del libro que mi
padre Galeazzo escribió y me dedicó, “I Ruspoli” ISBN 88-8440-043-0 de Gremese
Editore, el retrato de una noble familia escocesa que, en el curso de los
siglos, se convirtió en romana. Pero en seguida me pareció limitar demasiado el
campo de las historias de personajes ilustres, por regla general, poco
conocidos en España. Así que desde una idea inicial de traducir aquel libro al
idioma castellano, introduciendo algunas ampliaciones referidas a la rama
española de los Ruspoli, quise divertirme investigando las vidas de unos y
otros personajes que siempre me llamaron la atención, tanto de mi familia como
de otras relacionadas por vínculos de parentesco, me refiero en particular al
linaje de mi mujer, así como de algunos temas históricos que pudieran ser de
interés general.
Las noblezas: francesa, española e italiana tienen históricamente muchos
puntos de contacto, algunos poco conocidos. Reflexionar sobre
el presente o el futuro de las noblezas
española e italiana no
deja de ser, en muy gran medida, un contrasentido; o mejor dicho un imposible,
toda vez que en puridad estos colectivos ya prácticamente no existen, al menos
como fenómeno social o como hecho general de civilización. Sin embargo creo que
hoy la nobleza tiene que estar al servicio de la sociedad y que su acción debe
centrarse sobre todo en las actividades humanitarias y culturales, así como
para la conservación de los valores morales tradicionales.
¿Nobleza? ¿Aristocracia? ¿Élites? En toda sociedad
humana las ha habido, las hay y las habrá. La sociedad española e italiana en particular, y las sociedades occidentales en
general, las necesitan como clases directoras, de ello no hay duda. Pero es
obvio también que no pueden fundarse ya en la sangre, la estirpe o el linaje
-es decir, en el mero automatismo, por lo demás tan azaroso, del nacimiento y
la herencia-, sino sólo y exclusivamente en la valía y en el esfuerzo personal.
Y es que el origen del more nobilium
fue precisamente ese afán de superación personal, esa búsqueda constante de la
perfección a través de la práctica de la virtud. Grecia nos enseñó a buscar la
belleza, la bondad y la sabiduría; Roma nos dio el concepto de libertas, basada siempre en las leyes;
la Cristiandad, el del respeto e incluso el amor al prójimo; la Caballería
medieval, un estricto código del honor... Por eso me parece que resulta bien
comprobado que en la Francia, España e Italia post-modernas y globalizadas, a
la llamada Nobleza francesa, española o italiana -compuesta sólo de meros poseedores de Títulos y de meros descendientes de nobles- solamente
le queda continuar vegetando y mirándose en el ombligo de una vanidad que
siempre será ridícula -y además tan innecesaria a la sociedad actual-; o bien
plantearse el recurso de aceptar con resignación y con dignidad su extinción
definitiva como estamento o grupo social, dedicándose sus asociaciones
colegiales, como mucho, a una mera labor cultural de conservación de una a
veces estimable memoria histórica, pero evitando por cierto los tintes
pseudo-historicistas y el malhadado orgullo de clase -o de casta, mejor dicho-.
El cambio del viejo concepto de Nobleza
al único hoy admisible -el de Familias
Históricas- parece insoslayable, aunque a ello se resistan los
descendientes de hidalgos de aldea que hoy pueblan y gobiernan -y
prostituyen- las corporaciones nobiliarias, que obviamente saldrían perjudicados
en el cambio, ya que sus modestos linajes jamás han hecho ni siquiera una
pequeña parte de la Historia de España y de Italia.
¿Aristocracia? ¿Élites? Las hay en la Francia, la
España y la Italia de hoy, por supuesto; pero los actuales descendientes de la franco-hispano-itálica
Nobleza, la que existió y rigió los destinos de ambos países durante la Edad
Media y la Edad Moderna, ya no son ni una cosa ni la otra porque no buscan ni
practican apenas la virtud, ni tampoco tienen el amparo legal porque apenas
existen ni para el Estado ni para el Derecho. Y para colmo carecen de poder
económico. Y ya sabemos que la nobleza sin ley, sin virtud y sin patrimonio, no
puede ser ya nada más que una insustancial y molesta vanidad.
Demasiadas divagaciones, vamos a entrar en el tema
que nos ocupa.
La denominación Bellegarde se refiere, a parte de su
origen de Saboya, asimismo a una población de Francia, en la región de Centro,
departamento de Loiret, en el distrito de Montargis. Es la cabecera y mayor
población del cantón de su nombre. Su población en el censo de 2004 era de 1676
habitantes. Está integrada en la Comunidad de Ayuntamientos de los
habitantes de Bellegarde-du-Loiret.
Su castillo figura en
la portada y a continuación. En el siglo XIV, entre 1355 y 1388, Nicolas Braque
hizo construir la mazmorra del castillo actual, en la plaza con cuatro torres
de Corbel. Las cimentaciones de la mazmorra parecen ir hacia el siglo XII, dan
fe de ello unos pilares cuyos capiteles a forma de pórtico características de
la marquesina de grandes dimensiones a nivel de la calle. El castillo del
Hospital alcanza su último aspecto bajo Enrique IV y Luis XIII, en el momento en
el que Claude Chastillon le dibuja y Dom Morin le describe. En el alto tribunal
o corte de honor (actual Court de Antin), se incluye el capitán de la torre, la
palestra dos galerías y olas de pabellón flanqueando la torre del homenaje que
fue remplazada por el duque de Antin con edificios construidos cien años más
tarde.
Probablemente en el
siglo XV, la torre del homenaje habría primero servido como una cárcel. Fue
construida en ladrillo, según aparece en los grabados del francés Chastillon
(1564-1606). Es cierto, en cualquier caso, que se convirtió en una torre con
entramado de madera y fue transformada en una vivienda bajo Luis XV, por Gautier,
señor de Besigny, penúltimo Marqués de Bellegarde. El origen de su nombre es
incierto: antigua casa del capitán de guardias.
Bajo el reinado de
Enrique IV, la palestra de que las bases están sumidas en el foso y la parte
superior de la que fue remplazada en 1844, están conectadas con la torre del
homenaje por galerías sin puertas que siguen siendo la estructura en el lado
norte; el Pabellón de las olas se encuentra al oeste de la torre del homenaje y
contiene una rampa hermosa con una escalera de hierro forjado; la iglesia se
expandió hacia el sur, una capilla, que cubre la tumba señoriales. Se trata de
la obra de Jacques del Hospital (1578-1635), último Conde y primer Marqués de
Choisy-aux-Loges.
[1] Saboya es actualmente una región de
Francia. Aproximadamente comprende su tradicional territorio de los Alpes
occidentales de Aosta en Italia entre el lago de Ginebra en Suiza en el norte y
Mónaco y la costa mediterránea en el sur. La tierra histórica de Saboya emergió
como el territorio feudal de la casa de Saboya durante los siglos XI al XIV. El
territorio histórico es compartido entre las repúblicas modernas de Francia e
Italia. Instalado por Rodolfo III, rey de Borgoña, oficialmente en 1003, la
casa de Saboya se convirtió en la casa real más larga que ha sobrevivido en
Europa. Gobernó el condado de Saboya hasta 1416 y, a continuación, el Ducado de
Saboya entre 1416 y 1714. El territorio de Saboya fue anexado a Francia en 1792
durante la Primera República Francesa, antes de regresar al Reino de Piamonte-Cerdeña
en 1815. Saboya finalmente fue anexada a Francia, bajo el Segundo Imperio
francés en 1860, como parte de un acuerdo político negociado entre el emperador
francés Napoleón III y el rey Víctor Manuel II de Cerdeña que comenzó el
proceso de unificación de Italia. La dinastía de Víctor Manuel, de la casa de
Saboya, conservó las tierras italianas de Piamonte y Liguria y se convirtió en
la dinastía gobernante de Italia. El Ducado de Saboya fue un Estado integrante
del Sacro Imperio Romano Germánico situado en la parte septentrional de la
península Itálica, así como en zonas de la actual Francia, entre 1443 y 1714 y
gobernado por la Dinastía Saboya. Este Estado fue el sucesor del Condado de
Saboya y el predecesor del Reino de Piamonte-Cerdeña, a su vez embrión del
Reino de Italia. El Ducado de Saboya se extendía en una amplia zona entre las
actuales Francia e Italia. La capital, Chambéry, se halla en el actual
departamento francés de Saboya, de donde era originaria la familia. Así mismo
englobó las tierras de la actual Alta Saboya en Francia y las zonas italianas
del Valle de Aosta y del Piamonte, llegando a conseguir una salida al mar gracias
a la adquisición en 1388 del Condado de Niza. En el Piamonte los límites del
ducado estaban menos marcados, manteniendo continuas guerras con los Visconti y
los Anjou por el control del Marquesado del Montferrat y Saluzzo. En 1418
Amadeo VIII consigue la soberanía total sobre las ciudades de Turín y Pinerolo,
trasladando el centro de gravedad del propio ducado hacia la península Itálica
y fijando en 1562 la capital en la ciudad de Turín. El 19 de febrero de 1416 el
emperador Segismundo del Sacro Imperio Romano Germánico concede el título de
Ducado de Saboya al antiguo Condado de Saboya, teniendo así una autonomía política
sin precedentes en cualquier territorio del Sacro Imperio. A partir de aquellos
momentos los sucesores de Amadeo VIII de Saboya, titular de la Casa de Saboya,
utilizarán, además del título de conde, el título de Duque de Saboya. El 1536
fue ocupado por Francisco I de Francia, momento en el que se mantiene su
"independencia formal" pero en el cual se reordena su política
interna, concediéndole así un parlamento en la ciudad de Chambéry. En 1559 la
ocupación cesa y el parlamento se convierte en un senado. En 1601, después de
un conflicto de 13 años con Francia, Carlos Manuel I de Saboya dona los
territorios de Bresse, Bugey, Valromey y Gex a Enrique IV de Francia a cambio
del Marquesado de Saluzzo. En 1630 se produce una nueva ocupación francesa,
obligando a los duques de Saboya a ceder la fortaleza de Pinerolo a Francia
mediante la firma del Tratado de Cherasco de 1631. Rechazada una alianza con
Francia, el Ducado fue ocupado nuevamente entre 1690 y 1696, así como entre
1703 y 1713. Al finalizar la Guerra de Sucesión Española, y con la firma del
Tratado de Utrecht en 1713, el Ducado de Saboya recupera sus posesiones originales
y recibe el Reino de Sicilia, siendo nombrado Rey de Sicilia Víctor Amadeo II
de Saboya en el año 1713. En 1720, después de la Guerra de la Cuádruple
Alianza, el duque cede el Reino de Sicilia al Imperio austríaco a cambio del
Reino de Cerdeña, pasando a crear a partir de aquel momento el nuevo Reino de
Piamonte-Cerdeña. Entre 1792 y 1814 el Ducado fue ocupado por la Primera
República Francesa, y en 1860 como consecuencia del apoyo francés a la
unificación italiana, la región histórica de Saboya fue cedida al Segundo
Imperio Francés de Napoleón III, creando los actuales departamentos de Saboya y
la Alta Saboya.
[2] Roger y Herminia, condes de
Bellegarde, en el día de su boda en Ibiza.
[3] Gabriela y Alejandro, 2011.
[4] Joseph Arthur de Gobineau, más
conocido como Gobineau, y a veces referido como "El Conde de
Gobineau", (Ville-d'Avray, 14 de julio de 1816 – Turín, 13 de octubre de
1882), fue un diplomático y filósofo francés, cuya teoría racial, impregnada de
antisemitismo, llegó a ser empleada posteriormente como justificación
filosófica del racismo nazi.
[5] Jean-Baptiste Poquelin, llamado
Molière (París, 15 de enero de 1622 – ibídem, 17 de febrero de 1673), fue un dramaturgo
y actor francés y uno de los más grandes comediógrafos de la literatura
occidental. Considerado el padre de la Comédie Française, sigue siendo el autor
más interpretado. Despiadado con la pedantería de los falsos sabios, la mentira
de los médicos ignorantes, la pretenciosidad de los burgueses enriquecidos,
Molière exalta la juventud, a la que quiere liberar de restricciones absurdas.
Muy alejado de la devoción o del ascetismo, su papel de moralista termina en el
mismo lugar en el que él lo definió: «No sé si no es mejor trabajar en
rectificar y suavizar las pasiones humanas que pretender eliminarlas por
completo», y su principal objetivo fue el de «hacer reír a la gente honrada».
Puede decirse, por tanto, que hizo suya la divisa que aparecía sobre los teatritos
ambulantes italianos a partir de los años 1620 en Francia, con respecto a la
comedia: Castigat ridendo mores, «Corrige las costumbres riendo». El avaro,
compuesto en el 1668, es una de sus obras más conocidas y representadas.
[6] Eugenia Grandet (Eugénie Grandet) es
una novela de Honoré de Balzac publicada por primera vez en el semanario
L'Europe littéraire (Europa literaria) en septiembre de 1833, primer año de la
revista. El título de esta primera edición era Eugénie Grandet, histoire de
province. Se publicó ya en forma de libro en 1834, en la casa editorial de
Madame Charles-Béchet; más tarde, en 1839, en la editorial de Gervais
Charpentier, con una dedicatoria a la que había sido amante de Balzac: Maria du
Fresnay. En la edición Furne, de 1843, la novela formaba parte de la serie La
comedia humana, en el primer volumen de Scènes de la vie de province; y, dentro
de él, se situaba entre las novelas Ursule Mirouët y Pierrette. La novela
presenta la mentalidad de la época de la restauración. Fiódor Dostoyevski
tradujo la obra al ruso en 1843. Félix Grandet, tonelero retirado y otrora
alcalde de Saumur que ha prosperado valiéndose de un olfato para los negocios
acompañado de una enorme avaricia y aprovechándose de la inestabilidad de la
época que le ha tocado vivir en sus años de trabajo, además de haber recibido
herencia de madre, suegro y suegra en el mismo año, hace creer a su mujer, a su
hija Eugénie y a la sirviente Nanon que no son una familia de posición
desahogada, y viven todos en una casa cochambrosa cuya reforma evita él; mientras,
se dedica a acrecentar su fortuna.
[7] Suabos del Danubio es el término
genérico para referirse a los alemanes étnicos que vivieron en el antiguo Reino
de Hungría, especialmente en el valle del río Danubio.
[8] El 17 de marzo de 1961 Víctor Manuel
II asume el título de Rey de Italia por la gracia de Dios y voluntad de la
Nación. Fue reconocido por las potencias europeas a pesar de que violaba el
tratado de Zurich y el de Villafranca que le prohibían ser rey de toda Italia.
Desde entonces, dadas a las nuevas políticas piamontesas, el sur comenzó a
sufrir grandes cambios. En el momento de la unidad de Italia, los bancos más
importantes eran el Banco de las Dos Sicilias con 200 millones de liras de la
época y el Banco de Milán con 120 millones. Durante los primeros cinco años, se
produjo una lucha entre el Banco napolitano y la Banca Nacional (piamontesa).
Pero mientras que este último abría sucursales en todo Italia, al Banco de
Nápoles le era muy difícil abrir filiales en el norte porque necesitaba obtener
la autorización estatal. Antes de la unificación, el Reino de Cerdeña tenía una
enorme deuda pública, pero tras la anexión del sur el nuevo estado Italiano
declaró bienes nacionales al oro estatal depositado en las Dos Sicilias, 2/3 de
la total reserva áurea de Italia. A esto se le suma la nueva política fiscal unitaria,
que privilegiaba los intereses del norte que los del sur: Tras la unificación
surgieron nuevos impuestos, sobre la agricultura, la industria, la edificación,
el consumo que eran mayores en el sur que en el norte. El estado distribuía
desigualmente los subsidios a las provincias, por ejemplo en las obras
hidráulicas para la agricultura, la actividad más importante de la Italia de la
época, se encuentran los siguientes datos de subsidio por región: Lombardía:
92.165.574 ; Veneto: 174.066.407; Emilia-Romaña: 103.980.520; Sicilia: 1.333.296;
Campania: 465.553.
También
la industria sufrió un grave revés: muchas fábricas meridionales fueron
cerradas, en el 1961, en el sur estaba el 51% de las industrias italianas,
mientras que 1951, el porcentaje se redujo a 12,8%.Esto provocó desempleo en el
sur lo que empobreció aún más esta población. Después de la unificación
surgieron las causas de la actual pobreza del sur de Italia.
[9] El último emperador del Imperio
Romano de Occidente fue Rómulo Augusto, llamado en son de broma Augústulo. Fue
destronado por el germano Odoacro en 476, con lo que cae el devastado Imperio
Romano de Occidente.
[10] El término de alemanes incluye
también a los austriacos, los bohemios, los suabos, los húngaros, etc.
[11] Los calmucos son un pueblo mongol
parte de los oirates que habita en la República de Kalmukia (Rusia), China y Mongolia.
Su idioma es el calmuco. Los calmucos es el nombre dado a los pueblos mongoles
de Oeste, Oirats, que emigraron de Asia Central en el siglo XVII.Se trata de un
pueblo mongol que son conocidos con esta denominación desde el siglo XVII
cuando llegaron del Asia Central a la desembocadura del Volga en la cabecera
del Cáucaso. Los mogoles tuvieron su residencia en Karakorum (397); y aún
después de haber perdido la China, eran aún poderosos en la Tartaria. De ellos
salieron dos pueblos, los khakhas y los elutos o calmucos; los primeros se
sometieron más tarde a la China, y los otros a Rusia.
[12] Louis
Adolphe Thiers (Marsella, 15 de abril de 1797 - Saint-Germain-en-Laye, 3 de
septiembre de 1877). Historiador
y político francés. Fue repetidas veces primer ministro bajo el reinado de
Luis-Felipe de Francia. Después de la caída del Segundo Imperio, se convirtió
en presidente provisional de la Tercera República francesa, ordenando la supresión
de la Comuna de París en 1871. Desde 1871 hasta 1873 gobernó bajo el título de
presidente provisional. Después de un voto de no confianza en la Asamblea
Nacional, presentó su dimisión, oferta que fue aceptada (él había esperado otro
rechazo) y le obligaron a dejar su cargo. Fue substituido como Presidente
Provisional por Patrice MacMahon, duque de Magenta, quien se convirtió en
Presidente de la Tercera República, título que Thiers había codiciado, en 1875
cuando una serie de Leyes Orgánicas crean oficialmente la Tercera República
Francesa.
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