Escudo Ruspoli |
El desayuno de los Ruspoli en Viena |
El paseo de los Ruspoli en el castillo de Vignanello |
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Alessandro
Ruspoli. 2º príncipe de Cerveteri, 2º marqués de Riano, 7º conde de Vignanello,
Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto, Caballero del Toisón de Oro
(Austria) (1708-1779) hijo del anterior y hermano de Bartolomé, Cardinal de la S.I.R.,
Gran Prior de Roma de la Soberana Militar Orden de Malta, se casó con Prudencia
Marescotti Ruspoli.
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Francesco
Ruspoli. Hijo del anterior y 3º príncipe de Cerveteri, 3º marqués de Riano, 8º
conde de Vignanello, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto, príncipe
del S.R.I[3].,
Caballero del Toisón de Oro , Chambelán del Emperador y embajador de Austria (1751-1839).
Gran Maestre del Sacro Hospicio Apostólico. Se casó en segundas nupcias, después
de haber quedado viudo y sin hijos de su primera mujer, doña María Isabel hija
del príncipe Giustiniani con la condesa Leopoldina Kevenhüller-Metsch y Liechtenstein
con la que tuvo siete hijos. Doña Leopoldina fue hija del príncipe Segismundo
Khevenhüller, embajador plenipotenciario
imperial en Italia del Sacro Romano Imperio y de la princesa Amalia de
Liechtenstein.
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Otros
hijos: ver ramas (1) y (2).
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Alessandro
Ruspoli. Hijo primogénito del anterior y 4º príncipe de Cerveteri 4º marqués de
Riano, 9º conde de Vignanello, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto,
príncipe del S.R.I., (1785-1842). Gran Maestre del Sacro Hospicio Apostólico. Se
caso con doña Mariana, hija del conde húngaro Juan Nepomuceno Esterhazy de Galantha.
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Giovanni
Nepomuceno Ruspoli. Hijo del anterior y 5º príncipe de Cerveteri 5º marqués de
Riano, 10º conde de Vignanello, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto,
príncipe del S.R.I., (1807-1876). Gran Maestre del Sacro Hospicio Apostólico.
Se casó con doña Bárbara de los príncipes Massimo.
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Francesco
Ruspoli. Hijo del anterior y 6º príncipe de Cerveteri 6º marqués de Riano, 11º
conde de Vignanello, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto, príncipe
del S.R.I., (1839-1907). Gran Maestre del Sacro Hospicio Apostólico. Se casó
con Egle de los Condes Franchesi.
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Alessandro
Ruspoli. Hijo del anterior 7º príncipe de Cerveteri 7º marqués de Riano, 12º
conde de Vignanello, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto, príncipe
del S.R.I., (1869-1952). Gran Maestre del Sacro Hospicio Apostólico. Se casó
con Marianita de los Duques Lante Montefeltro della Rovere.
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Francesco
Ruspoli. Hijo del anterior 8º príncipe de Cerveteri, 8º marqués de Riano, 13º
conde de Vignanello, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto, príncipe
del S.R.I., (1899-1989). Se caso con Claudia de los condes Matarazzo, con la
que tuvo dos hijos Alessandro, primogénito, 9º príncipe de Cerveteri, etc. con
descendencia, su hijo Francesco es el actual 10º príncipe de Cerveteri, etc. y
Sforza. Hijas de Sforza son Claudia, Giada (actuales dueñas del Castillo de
Vignanello) y Giacinta.
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(1)
Camillo Ruspoli (1788-1864). Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto,
príncipe del S.R.I., Grande de España por matrimonio. Se casó con Carlota de Godoy y de Borbón, duquesa de Sueca y
de la Alcudia, condesa de Chinchón. Aquí empieza la primera rama española.
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(1)
Adolfo Ruspoli y de Godoy (1822-1898). Hijo del anterior, Grande de España,
duque de Sueca, de la Alcudia y conde de Chinchón, príncipe del S.R.I. Se casó
con Rosalia Álvarez de Toledo y Silva.
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(1)
Carlos Luís Ruspoli y Álvarez de Toledo (1858-1930). Hijo del anterior, Grande
de España, duque de Sueca, de la Alcudia y conde de Chinchón, príncipe del
S.R.I. Se casó en primeras nupcias con Maria del Carmen Caro y Caro y después con Josefa Pardo y Manuel de Villena.
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(1)
Camillo Carlos Adolfo Ruspoli y Caro (1904-1984). Hijo del anterior, Grande de
España, duque de Sueca, de la Alcudia y conde de Chinchón, príncipe del S.R.I.
Se casó con doña Belén Morenés y Arteaga, condesa de Bañares y tuvo tres hijos:
Carlos, Luís y Enrique.
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(1)
Carlos Ruspoli y Morenés (N. en San Sebastián 1932- …). Grande de España, duque
de Sueca, de la Alcudia y conde de Chinchón, príncipe del S.R.I., Caballero de
Honor y Devoción de la Soberana Orden de Malta. Sin descendencia.
·
(1)
Luís Ruspoli y Morenés (N. en Madrid 1933- …). Marqués de Boadilla del Monte,
Caballero de Honor y Devoción de la Soberana Orden de Malta, con descendencia. Se
casó en primer matrimonio con María del Carmen Sanchiz y Nuñes Robles, marquesa
del Vasto; en segundo con Melinda
d’Eliassy y Mallet, fallecida.
·
Mónica
Ruspoli y Sanchíz (N. en 1961) casada con el diplomático Alonso Dezcallar y
Mazarredo. Con descendencia.
·
Luís
Ruspoli y Sanchíz (N. en 1963). Barón de Mascalbó, se casó con Maria Álvarez de las Asturias-Bohorques y Rumeu de Armas.
§
Carlos
Ruspoli y Álvarez de las Asturias-Bohorquez (N. en 1993).
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Belén
Ruspoli y Sanchíz (N. en 1964) casada con el conde Cesare Passi. Con
descendencia.
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Santiago
Ruspoli y Sanchíz (1961-1996)
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(1)
Enrique Ruspoli y Morenés[4]
(N. en Madrid 2/2/1935- …). Conde de Bañares, Caballero de la Orden Piana y
Gentilhombre de Su Santidad, Caballero de Honor y Devoción de la Soberana Orden
de Malta, Maestrante de Granada. Sin descendencia.
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(2)
Bartolomé Ruspoli (1800-1872). Aquí empieza la rama de los príncipes de Poggio
Suasa. Se casó con doña Carolina Ratti. Fue capitán del ejército pontificio y
luego coronel de ejército piamontés, en el que participo en las guerras del
resurgimiento italiano. Paralítico de cintura por abajo por la explosión de una
granada, siguió participando a las batallas en silla de ruedas empujada por su
asistente.
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(2)
Emanuele Ruspoli (1838-1899). Hijo del anterior y 1º príncipe de Poggio Suasa, Patricio
Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto, príncipe del S.R.I. Se casó tres veces y
tuvo nueve hijos. Su extraordinaria vida no se puede resumir y merece un
capítulo aparte, ya que alcanzó los más altos honores por méritos propios. Se
casó con la princesa rumana Caterina Vogorides-Konaki, con la que tuvo cinco
hijos, luego con doña Laura Caracciolo de los príncipes de Trella, con la que
tuvo un hijo. De su tercer matrimonio con doña Josephine Mary Curtis, empieza
la rama de los duques de Morignano.
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(2)
Mario Ruspoli (1867-1955). 2º príncipe de Poggio Suasa, Patricio Romano, Noble
de Viterbo y de Orvieto, príncipe del S.R.I., se casó con Pauline Marie Palma
de Talleyrand Périgord, hija del duque de Talleyrand Périgord, con
descendencia.
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(2)
Marcantonio Ruspoli (1926-2003). 3º príncipe de Poggio Suasa, Patricio Romano,
Noble de Viterbo y de Orvieto, príncipe del S.R.I. se casó primero con Helena Pessoa
de Mello y luego con Gleide Chagas Portela con la que tuvo seis hijos.
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(2)
Constantino Ruspoli (1971-…) 4º príncipe de Poggio Suasa, hijo del anterior.
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(2)
Francesco Ruspoli (1891-1970). 1º duque de Morignano, de los príncipes de
Poggio Suasa y Cerveteri, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto,
príncipe del S.R.I., casado con Giuseppina Pia de los condes Savorgnan de
Brazzá.
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(2)
Galeazzo Ruspoli (1922-2003). 2º duque de Morignano, de los príncipes de Poggio
Suasa y Cerveteri, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto, príncipe del
S.R.I. Casado con doña María Elisa Soler de los marqueses de Rabell en primer
matrimonio y posteriormente con Giovanna Nannni de los barones de Casabianca.
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(2)
Carlo Emanuele Ruspoli (1949 -...). 3º duque de Morignano, de los príncipes de
Poggio Suasa y Cerveteri, Patricio Romano, Noble de Viterbo y de Orvieto,
príncipe del S.R.I., suele llevar en España los títulos de su mujer. Es doctor
arquitecto por la Universidad de Roma y el autor de este artículo. Se casó en
1975 con Doña María de Gracia de Solís-Beaumont y Téllez-Girón, Grande de
España, duquesa de Plasencia y marquesa de Fromista. Fue padrino de su boda Su
Majestad el Rey Humberto II de Italia. La boda se celebró en el Palacio de los
condes de La Puebla de Montalbán[5]
y la Iglesia parroquial “Nuestra Señora de la Paz” contigua al mismo.
Los duques de Morignano y de Plasencia en su residencia |
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Ambos
tienen una hija: Doña María de Gracia Giacinta Ruspoli y de Solís-Beaumont (N.
en Madrid, 16/6/1977 -…), marquesa del Villar de Grajanejo, de los príncipes de
Poggio Suasa y Cerveteri, de los duques de Morignano y noble de Viterbo. Licenciada en
Administración y Dirección de Empresas. Universidad San Pablo CEU; Diploma de
Estudios Avanzados de Tercer Ciclo. Universidad San Pablo CEU; Programa
Superior en Responsabilidad Corporativa. Instituto de Empresa; Master en RSC y
Sostenibilidad. UNED; Programa de Desarrollo de Directivos. EOI; Executive MBA.
Instituto de Empresa (en realización).Se
casó el 28 de noviembre de 2009 con Don Javier González de Gregorio y Molina[6].
Alegoría de los Ruspoli con la Santa Sede |
Las noblezas española e italiana tienen históricamente muchos puntos de contacto, algunos poco conocidos. Reflexionar sobre el presente o el futuro de las noblezas española e italiana no deja de ser, en muy gran medida, un contrasentido; o mejor dicho un imposible, toda vez que en puridad estos colectivos ya prácticamente no existen, al menos como fenómeno social o como hecho general de civilización. Sin embargo creo que hoy la nobleza tiene que estar al servicio de la sociedad y que su acción debe centrarse sobre todo en las actividades humanitarias y culturales, así como para la conservación de los valores morales tradicionales.
En seguida me
di cuenta que las investigaciones sobre los personajes de la familia de mi
mujer iban a ser muy interesantes, puesto que descubrí diversos contactos entre las familias
retratadas, empezando por San Francisco de Borja, que se denomina afectuosamente
en la familia de mi mujer como el abuelo Santo Duque, y los Marescotti de
Bolonia, con motivo de un encuentro hacia 1570 en el Real Colegio Mayor de San
Clemente de los Españoles en Bolonia, fundado en 1365 por voluntad del cardenal
Gil Álvarez de Albornoz. Este encuentro, en el marco del viaje de San Francisco
de Borja con el cardenal nepote, fue para impulsar unos nuevos estatutos más
ambiciosos que lo vigentes hasta entonces, para hospedar más de la treintena de
españoles y cristianos. Los Marescotti, entonces condes de Bagnocavallo, regían
en aquella época la ciudad. Luego hay un cardenal Galeazzo Marescotti, que
renunció a ser proclamado Papa, nuncio apostólico en Madrid en el siglo
siguiente, hay múltiples contactos del tercer duque de Osuna con miembros de la
familia Marescotti-Ruspoli-Caracciolo; hay una boda en el siglo XVII del
príncipe de Venosa, pariente de mi familia, con una nieta de Lucrecia Borgia,
otra de Camillo Ruspoli con Carlota Godoy y Borbón en el XIX; el matrimonio de
S.A.R. el Infante don Jaime de Borbón con Emanuela Dampierre Ruspoli, para llegar finalmente a mi matrimonio en
1975 con una ilustre descendiente de los Téllez-Girón, Borja y Pimentel, entre
otros linajes con conexiones con Italia, como los Álvarez de Toledo.
“Victoria y sus siete
hermanos” es el relato de la hermana de mi abuelo Frank, revisado y ampliado.
Extraído de Retratos, páginas de 530 a 571.
El matrimonio[7] de mis padres fue arreglado por la tía
Bessie. Tante Bessie fue quince años
mayor que su hermana Josephine, es decir de mi madre. Esta tía fue muy
autoritaria y agresiva, nos tenía controlados a todos los de la familia,
incluyendo a mamá. Fue, en fin, la abeja reina. Casada con el Duque de
Talleyrand Périgord, vivió en su palacio de Paris. Siempre fueron muy
orgullosos de ser descendientes del histórico personaje de la época
napoleónica, pero a mí un obispo con hábitos colgados nunca me gustó. No niego
su grandeza histórica, pero cuando se ha elegido a Dios no se puede cambiar de
idea para transformarse en un revolucionario.
Ahora explico quienes eran los siete
hermanos. Cinco eran hijos de Mario y Palma, lo cual quiere decir que en
realidad eran mis sobrinos, los otros dos eran mis hermanos verdaderos. Todos
nacimos juntos, o mejor dicho, en parejas. Constantino, de Mario y Francisco,
apodado Frank[8], de Emanuele en 1891. Marescotti, de
Mario y Victoria, yo misma, de Emanuele en 1892. Edmundo, de Mario y Eugenio,
de Emanuele, en 1894. Luego las parejas se pararon porque mamá y papá no
tuvieron más hijos, mientras que en los diez años siguientes, Mario y Palma
tuvieron otros dos, es decir Emanuele, denominado Bino y Carlo Mauricio,
conocido como Picci. Mario y Palma vivían con nosotros en Roma, en la vía de
San Nicolás de Tolentino[9], por lo que más que era natural que se
estrechara aún más el vínculo de parentesco entre nosotros y sus hijos. ¡Qué
guapos eran aquellos muchachos, como me querían y me protegían, siendo la única
niña entre siete varones!
Para nosotros lo importante era estar
unidos, bajo el mismo techo. Y parecíamos
realmente hermanos, pues éramos de la misma edad y llevábamos el mismo
apellido: una tribu divertida y ruidosa, vivida a caballo de la Belle époque y la gran guerra del
1914-1918. Y crecíamos internacionales, aún sintiéndonos en nuestros corazones
profundamente italianos[10].
La abeja reina, que velaba por todos,
pretendía organizar mi vida. ¿Pero porque? Yo vivía con mamá, en el piso de mi
madre y me peleaba a menudo con la tía: ella me acusaba justamente de ser
impertinente, pero en realidad pienso que prefería a los varones y que mi error
era el haber nacido mujer. Con el pasar del tiempo pienso en ello sonriéndome,
pero oigo todavía el estribillo de Tante
Bessie y aquella frase tan odiosa: ¡Estad siempre a la altura de vuestra
posición social! En su palacio recibía suntuosamente a medio París, forasteros
de muchos países, además de la mejor sociedad francesa.
Me acuerdo de los nombres de algunos de
los visitantes, había americanos, alemanes, austriacos, rusos, pero sobretodo
ingleses. Mrs. Leslie, reverenciada por todos por ser la amante del rey
Eduardo. Los famosos Sackville-West, ellos también involucrados con la corona
de Inglaterra y aún más en juegos
inmorales (había que escuchar atentamente, porque ciertos asuntos los oía en
voz baja). Peerpoint Morgan, que me impresionaba por su nariz tan grande como
las siete colinas de Roma. Mientras, el escritor Sean Leslie era un hombre
extravagante y decididamente insoportable, cuando se divertía en asustarnos a todos.
Un medio loco pero con mucho encanto, odiaba las recepciones, cuando en aquella
época las fiestas eran consideradas como un deber social ineludible. Casado con
una señora elegante de la sociedad londinense, tuvo que interrumpir uno de sus
viajes, para asistir a una recepción de su mujer. Llegó tarde y se presentó en
el salón con un traje para viaje y afeitado en un solo lado de la cara: la otra
mitad con una barba muy peluda, sin afeitar durante varias semanas. ¡Era su
manera de rebelarse! También los Leslie eran una tribu relacionada con los
Sackville-West, por el lado americano.
Una de ellos fue la madre de Winston
Churchill. Cuando íbamos a Londres, vivíamos en casa de los señores Mott, ellos
también conectados con la tribu. El hijo de los Mott era un borrachín, pero
después se convirtió en un buen escritor y físicamente se parecía a su primo
Winston Churchill. Este último, de mi misma edad, fue un joven poco prometedor,
pero su madre decía que era muy ambicioso y afirmaba que de mayor hubiera
querido llegar a ser primer ministro, pero que si lo hubiese logrado ¡pobre
Inglaterra! A menudo volví a pensar en esta profecía… Durante un week-end en el
Surrey, la dueña de la casa, como es costumbre en Inglaterra, organizaba juegos
para los jóvenes. Uno de estos era una carrera de burros en la que gané a un
Winston Churchill furibundo, porque no soportaba perder. Cuando lo pienso, aún
me divierto. Me parece que asistió también la famosa Virginia Wolf, que no
conocí personalmente, pero no me importa, ¡porque era tan inmoral! Muchos años
después me acuerdo que en Florencia una tal marquesa Tripcovich, que presumía
ser hija del rey Eduardo. ¿Lo fue de verdad? Me parece que las fechas no
coinciden.
Pero este espíritu relamido estaba
entonces de moda y, por otra parte, el duque de Windsor hacía el amor con todas
las mujeres que se le ponían a tiro, para vengarse del despotismo de la reina
Victoria. Asistí en Londres desde una ventana cerca de Westminster Abbey al
cortejo para la ceremonia de coronación del rey Eduardo VII, un fantástico conjunto
de coches de caballos, importantes personajes y militares con uniforme de gala.
Me acuerdo de la salida del rey de la catedral con la corona puesta en la
cabeza y de todos los Pares, con sus capas envueltas gloriosamente en sus
brazos, que bajo muchos paraguas corrían hacia los coches de caballos para
evitar la lluvia. Grandeur et misère,
richesse et pauvreté[11], imágenes verdaderas de vida.
Por una vez el famoso orden de la tía de
obedecer y callar, fue asumido por nosotros. La tribu Ruspoli se unió a sus
nuevos amigos cantando a plena voz, también de noche, yendo a la playa,
haciendo compotas de fruta, con una completa familiaridad. Noirmoutiers era la
isla de la felicidad, porque para nosotros jóvenes representaba la más completa
libertad. No obstante fuéramos educados en colegios y países distintos, volvíamos
a encontrar con orgullo nuestro abolengo y un crecido sentido de patriotismo.
Raro, este último, que se desarrollaba agresivamente en medio de la alegría de
una libertad conocida en suelo extranjero, en aquella isla que presume de unas
ruinas de una abadía destruida por los Vikingos acaudillados por un Marescotti,
¡nuestro antepasado! Me enteré entonces
por una institutriz sueca que había descubierto la noticia entre documentos
conservados en una biblioteca de su país. Y yo, una muchacha entonces de
catorce años, rodeada de mis adorados “hermanos”, jugaba y reía por la libertad
conquistada, tal vez bajo los ojos de un antepasado resplandeciente. ¡A lo mejor fue por obra de su fantasma que
se reunió en la isla, nueve siglos después, una manada de sus descendientes! En
Noirmoutiers se encontraban también otros amigos franceses y entre todos
formábamos un grupo de una veintena de muchachos. En la isla no había
distracciones, ni cine ni teatro, una sola pequeña tienda donde vendían sucre d’orge, y un infame pequeño hotel
sin agua corriente y sin luz eléctrica. Pero la luz de las velas era suficiente
para nuestra alegría. Nadar, correr con los pies descalzos por la playa, entre
los pinos, echarse boca abajo en cualquier sitio para discutir y filosofear
desconociendo nuestra ignorancia, ricos de exuberancia y curiosidad, y dictando
leyes al mundo. Así nos formamos con una personalidad común que nunca nos
abandonó y que, en cierta medida, veo reflejada en mis hijos. De acuerdo con
nustra opinión, teníamos siempre la razón sobre todo. Éramos unos seres
pequeños que nos creíamos los reyes del pensamiento. Y a nuestra manera, éramos
unos revolucionarios. Para nosotros de la tribu Ruspoli, Noirmoutiers fue un
paraíso. Podía desahogar mi rabia, aquel sentido de rebeldía hacia los míos, y
contra los usos y costumbres de la época: la incomprensión hacia los jóvenes,
la inconsciente y excesiva severidad, mientras luego los mayores llevaban una
vida frívola y superficial.
Pero la educación era aquella. Cuando tuve
diez y seis años tenía que callarme, dar gracias a Dios porque me obligaban a
llevar un incómodo sombrerito, tuve que iniciar a hacerme conocer por la buena
sociedad, bailar con guantes y decir siempre: “Si mamá”. Me habrían llevado con
ellos de viaje a los grandes hoteles y habría tenido el honor de escuchar
callada los chismorreos de los mayores, gente importante, hasta reyes. Pero yo
no me acostumbré, así que me rebelé con uno de mis arrebatos de rabia, aquellos
que más tarde hicieron que mi marido dijera de mi: “Habló el peligro nacional”.
“Estoy mejor en el colegio, donde hay más juventud y más justicia”, decía una
de mis jóvenes amigas y yo estaba plenamente de acuerdo con ella. Mi madre,
atónita, asistía sin respirar a esta
guerra declarada, pero yo no estaba enfadad con ella, estaba enfadada con la
tía quien decidía siempre todo por todos. Me arrepentía de haber contestado mal
a mamá, porque no era una manera de vengarme de ella, si acaso de la tía a la
que no amaba.
Me sorprende constatar que los amigos
franceses de Noirmoutiers, menos deportistas que nosotros pero más
intelectuales, hayan destacado tan poco en la vida posterior. Mis “hermanos”
hicieron mucho más, alcanzaron grandes satisfacciones en sus vidas, y murieron
también como héroes. La instrucción de entonces estaba toda basada en la
memoria y no en el pensamiento, a pesar de todo estos intelectualoides decidían
con soberbia el futuro de la humanidad. ¡Palabras vacías! Hablaron tanto, pero
luego no supieron actuar mientras maduraba la gran guerra del 1914-1918. Porque
la sociedad de entonces vivía de los sueños y no de las realidades. Nosotros
Ruspoli, al contrario, no pensábamos en el futuro del mundo, y gozábamos el
presente entre la natación y el barco de vela. Me acuerdo de una tormenta con
olas inmensas y yo y Bino sobre un frágil barquito, él agarrado en silencio a
la barra del timón y yo atada en el árbol, ocupada de vaciar el casco del agua
que arriesgaba de hundirnos a pique. Yo murmuraba: ¡Adonde acabaremos!” Y él:
“¡En América!” Ni siquiera tuvimos el tiempo de asustarnos. ¡Estos eran los
entrañables recuerdos de cuando estuvimos todos unidos y lejos de Tante Bessie en aquel paraíso de Noirmoutiers!
Pero regresando al periodo anterior a la
gran guerra, también entonces no era oro todo lo que lucía, incluso si nadie
parecía sospechar la realidad, ni de la falta de honestidad de cierto
capitalismo, cuando los grandes financieros eran considerados como unos genios
y todos se ponían a sus pies. Y luego, bajo la cortesía anidaban la envidia, la
maledicencia y los celos se escondían
bajo un falso sentido de amistad. Me pregunto si cambió de verdad nuestro
mundo. Lo que se es que la guerra llamaba a la puerta y que la degradación de
hoy nace de la alegría despreocupada del ayer. Por otra parte la vida
presentaba sus problemas causados por los deberes creados por las
circunstancias y la mentalidad de aquella época. Por ejemplo, teníamos que
hacer unos sacrificios notables para estar siempre apropiadamente vestidas o
para hacernos convidar en las casas que importantes. Soñando con la gloria
mundana para sus hijos, nuestros padres nos hacían subir por la escala social,
para decirlo con la jerga de hoy, a base de cosméticos… Lo superfluo era más
deseado que lo necesario y la educación de los jóvenes llevaba dentro
justamente esta huella. Los americanos,
entre los que se
encontraba mi madre, destacaban por una postura de arribismo con respecto a la
aristocracia europea que consideraba a si misma como si ya hubiera alcanzado el
progreso. Era así que luego llegaban los
matrimonios por interés, por la mentalidad del negocio. Los jóvenes
protestaban, porque criticaban y bromeaban sobre aquel estado de la sociedad,
pero luego se adecuaban, empujados por el placer. Haciendo así demolían y no
construían. También mis hermanos verdaderos y los otros hicieron así: tal vez
los otros comprendieron antes el sentido de la vida, porque Frank y Eugenio
fueron criados en aquel avispero de las vanidades que era entonces el colegio
de Eton[18]. Además Tante Bessie no daba tregua: pues era de una generación formada así
de mundana, que solo contaban el nombre y la posición económica. A mí como
mujer se me atribuía una importancia secundaria: presa del ambiente yo era más
amoldable por naturaleza. Para mi no hubo colegios y la instrucción fue
circunstancial: mi deber era el de casarme bien. La familia y la institutriz
apoyaban el mismo principio: “una mujer no necesitaba estudios, solo necesitaba
estar atractiva en un salón”. Esta frase pronunciada por mamá me humilló
muchísimo y me acuerdo de haberme retirado llorando a mi habitación. Sentía que
valía más que esto y me juré que en el futuro nunca hubiera vuelto a pisar los
salones. ¡Me equivoqué, sin embargo, porque pasé en ellos una vida! Y ahora ya
no lo lamento, porque se puede afirmar igualmente las propias ideas y la propia
personalidad siempre y en todo lugar. Además conocí a mucha gente interesante,
crecí en un ambiente internacional, aunque me haya considerado siempre
profundamente italiana.
Pero mis siete muchachos se rebelaban
contra las bodas propuestas por Tante Bessie.
Yo también me exasperé por esta desagradable injerencia, pero al final me rendí
como por otra parte hacían todas las muchachas de aquella época.
Luego, detrás del tenue velo del lujo,
de la vida social y de la superficialidad pulsaban notas no tan positivas.
Cargas por encima de las posibilidades para muchos, luchas financieras para
sobrevivir y luego las envidias, los celos y las maledicencias de costumbre. La
alegría y el lujo eran más apariencia que sustancia.
Entre todos mis muchachos, mi hermano
Frank[20] fue el más encarnizado galán y tuvo un
éxito extraordinario con las mujeres, a las que otorgaba sonrisas y ramos de
flores. Tante Bessie quería casarle
con una condesita Polignac, hasta al punto que ya lo había anunciado en su
entorno, pero Frank se encontraba en Roma donde se había enamorado de una
condesita Brazzà[21], con quien se caso sin hacer caso de
los deseos de la tía. La Brazzà fue una hábil amazona, ganando trofeos en los
concursos hípicos de toda Europa y fue más amiga de los perros y de los
caballos que de las personas[22].
Tuvieron un hijo[23] y muchos perros y caballos. Pero Frank,
aunque quedó atado a su mujer durante toda su vida, continuó a tener éxito con
las mujeres. Frank dedicó también mucho tiempo al deporte, sobre todo como
directivo. Fue un trabajo no retribuido, por lo que lo desempeñó extraordinariamente
bien. Presidente durante un cuarto de siglo del Club de Golf de Acqua Santa en
Roma[24], durante más de veinte años presidente
de la Asociación Italiana de Golf, miembro del Comité Olímpico Italiano y de
varias asambleas internacionales, desarrolló estas tareas incansable y con gran
capacidad. Estoy segura que no hubiera destacado tanto si hubiera ganado un
sueldo.
Un día vino a verme un desconocido que
me preguntó si era pariente del teniente Francisco Ruspoli. Le dije que era su
hermana. Y el me contesto: «Le debo la vida. Durante la batalla del Piave fui
gravemente herido y dejado solo en el campo.
Mientras poco a poco sentía que me estaba muriendo, de repente llegó él,
el teniente. Silbaba el aire de disparos mortales, pero él, tranquilo e
indiferente ante el peligro, me cargó sobre sus espaldas y tuvo la fuerza de
llevarme hasta el hospital de campo. ¡Entonces me dejó para volver a la primera
línea de fuego e intentar salvar a otros compañeros!»
Frank, comandante de una compañía de
bombardas, morteros ligeros de trinchera, delgados como estufas, que de vez en
cuando explotaban matando a los mismos artilleros. El bombardero Ruspoli, un
héroe modesto.
Durante veinte años sus fiestas hicieron
época, hasta que estalló la segunda guerra mundial. Eugenio quiso entonces
regresar al ejército para participar a la conquista de la Abisinia, pero no fue
aceptado en la guerra del 1940, porque entonces, como capitán era demasiado
mayor. Así que siguió viviendo con Dora en su hermosa residencia del Gianicolo
durante todos los años de la guerra. En el invierno de 1944, después que Roma
fura ocupada por las tropas aliadas, se sufrieron restricciones de cada tipo y
sobre todo faltaba la energía eléctrica. Fue entonces cuando Dora en la
oscuridad, fiándose de su conocimiento de los lugares, mientras recorría un
pasillo, cayó en un hueco que había quedado desafortunadamente abierto por el
acceso a un sótano y murió. Eugenio no se recuperó nunca de esta grave pérdida.
Transcurría las tardes en el Círculo del Ajedrez[27]del cual era su presidente, buscando la
compañía de algún socio hasta la hora del cierre. De su vida, los amigos sabían
muy poco o casi nada. Hasta ignoraron que en gran secreto se había rehecho su vida,
casándose una segunda vez: pero era un hombre apagado, sin ya ningún estímulo
ni ambición[28].
Bino a Noirmoutiers fue mi compañero de
juegos preferido, más joven que yo, me perseguía y me imitaba en todo y no se
divertía si no estaba conmigo. Con el pasar de los años non hemos vuelto a ver
raramente, pero cada vez que nos veíamos me hablaba de Noirmoutiers. « ¿Te
acuerdas cuando me llevaste a nadar hasta la punta del malecón? ¡Me dijiste,
muy bien Bino, y yo estuve tan orgulloso!» Y también: « ¿Te acuerdas cuando una
tormenta que rasgó y arrancó la mitad de las velas? Yo estaba de timonel y tú
con un cubo tratabas de vaciar el barco de agua y me preguntaste: ¿Adonde
llegaremos? Y yo te contesté ¡a América!» También Bino, como Frank y Eugenio,
se casó sin seguir los consejos de Tante
Bessie. Pero un día enfermó de diabetes y yo fui en seguida a visitarle. Yo
estaba muy preocupada[30], pero él no parecía dar mucha
importancia a la dolencia. Me dijo que el mal había sido causado por un trauma.
Yo no comprendía y él me explicó:
[31]Picci era demasiado joven para
participar en la primera guerra mundial, pero fue piloto de cazas en 1940. Era
extraordinariamente guapo y todas las mujeres enloquecían por él. Tenía un charme[32] excepcional y era igualmente popular
entre los hombres, que le consideraban un amigo simpático, alegre y siempre
disponible. Antes de la guerra había sido un destacado piloto de lancha motora
y participó, ganando a menudo, en varias competiciones internacionales. Se casó
en Venecia con una Volpi di Misurata, pero su matrimonio no duró mucho. Por
otra parte a Picci le faltaba un poco de aquel espíritu sedentario que debe de
tener necesariamente un buen marido, mientras que prevalecía su espíritu de aventura.
En los dos primeros años de la guerra fue piloto de caza, con un record de
catorce aéreos enemigos abatidos.
Pero antes de concluir
los recuerdos de mis espléndidos hermanos, quisiera hablar un poco de mí:
internacional, vagabunda, pero con raíces romanas.
También mi matrimonio
con el duque de Dampierre[35] fue, como no, favorecido por la indefectible injerencia
de Tante Bessie. [36]
Pero después de muchos
años, regresé a vivir a Roma. Y toda mi vida parece estar centrada en esta
palabra: ¡Roma! Tal vez menos romana que los Orsini, los Mássimo o los Colonna;
mi gente se enlazó por matrimonio con estas familias, pero por su raza y por su
sangre se ha convertido en más romana que ellas. El apego casi morboso que
tengo con esta ciudad se
nota en mis instintivas
e incontroladas reacciones a las críticas, desgraciadamente a menudo justificadas,
pero que me exasperan. Pero Roma es Roma y yo ¡os requiero, oh contestadores,
oh detractores! Mía es la gran cúpula, mío es el Coliseo, mío es el
Campidoglio, mía es la plaza Navona, míos son también los modernos barrios
periféricos que lamento, que lloro, pero que acepto porque forman parte de la
ciudad. [37]
Y Roma es también el
tráfico y el desorden que los Estados Pontificios, la monarquía, el fascismo y
la república nunca pudieron dominar. Porque Roma no obedece a ninguno y como
prueba es la absoluta indiferencia con la que ha acogido miríadas de soberanos.
Cuando por primera vez
en la historia recibió la visita de un presidente de los Estados Unidos,
Kennedy se asombró al ver las calles desiertas a su llegada. Le explicaron que
todos estaban en la plaza de San Pedro esperando la fumata blanca. El
individualismo romano ha contagiado toda Italia. Es el descuido y la
generosidad, la tosquedad que esconden el mayor corazón del mundo.
No es casual que Roma es
la presidenta de la caridad, pedid a un romano y siempre os dará. Consciente de
su universalidad, se dice que es más católica que cristiana, como si fuera
posible ser católicos sin ser cristianos… Una religiosa inglesa me dijo una
vez: « ¡Nunca perdemos el alma de un romano en el lecho de muerte, porque llama
siempre al sacerdote!» Roma capital del mundo cristiano enseñó a todos a leer y
escribir, y si el mundo comprendió después de tener un alma, ¡se lo debe a
Roma! Mi padre sufrió de la misma enfermedad. Mi única rival decía mi madre fue
la ciudad de Roma. Él amaba como yo el travertino y el adoquinado, rehusaba de
mirar a las coladas colgando de las ventanas (que mi madre le enseñaba con
travesura), amaba también las fealdades pero negando su evidencia, aunque
después encontrase la manera de corregirlas, pues era el alcalde de Roma.
Hasta le ofrecieron el
trono de Guatemala, pero rehusó diciendo que era “demasiado lejos de vía del
Babbuino...” “Gracias a Dios” dijo mi madre “porque hubieras tenido que casarte
con una india…” Pienso con dolor a los hermosos pinos de villa Borghese dañados
hace algunos años por una imponente y rarísima nevada, que empiezan a recuperarse.
Me acuerdo cuando de pequeña atravesaba la plaza Barberini, donde los queridos
pilluelos harapientos y sucios me ofrecían flores: “ A Vitto’ le voi ‘ste
violette?”[38]Son fantasmas del pasado que recuerdo y
añoro porque mi amor por Roma es eterno, como la ciudad.
Acerca de la historia de
mi familia tengo pocos conocimientos. Mi padre murió cuando yo era aún pequeña
y mi madre, que había enviudado después de solo nueve años de matrimonio, no
tuvo tiempo para aprender. Mi bisabuelo, viudo de una Giustiniani y sin hijos,
se casó a continuación con una Khevenhüller austriaca de diez y seis años y
tuvo una piara de hijos. Esta bisabuela fue definida por Stendhal como “una
vieja alemana que fuma puros” y añade con malicia que el príncipe cerraba con
llave el piano cuando la princesa recibía a su amigo Liszt, porque aprovechaba
para sentarse al piano y para maltratarlo durante horas. Mientras los príncipes
Colonna y Orsini eran asistentes al solio pontificio, lo cual quería decir que
quedaban clavados a los lados del papa durante las ceremonias, mi bisabuelo
tenía el cargo aún más prestigioso de Gran Maestre del Sacro Hospicio Apostólico,
es decir era el jefe del ceremonial de la Santa Sede.
Fue indiscutiblemente
fiel al papa, no obstante tuviera entre sus antepasados varios capitanes de
ventura gibelinos, y tuvo entre sus descendientes dos grandes patriotas que
ofrecieron su contribución a la unidad de Italia y a reforzar su prestigio: mi
abuelo Bartolomé y mi padre Emanuele. Aprender de mi madre acerca de sus
proezas fue una empresa imposible. Quien conoce a los americano-parisinos sabe
que son una raza diferente. Asimilan fácilmente el aire de Faubourg Saint
Honoré, quedando sin embargo puritanos y conservando la vanidad anglosajona,
así como la admiración de su clase de banqueros. Se enfrentan al mundo
atrincherándose detrás de un confortante sentido de superioridad.
Nosotros, no obstante
hubiéramos viajado y vivido entre extranjeros, nacimos y quedamos
sorprendentemente romanos. Mi madre, por lo tanto no sabía, pero era muy buena
y un poco desorientada. Me acuerdo que no se quejó nunca, ni nunca se alegró, tomó
simplemente la vida con filosofía. Yo lo único que sé es que mi abuelo
contribuyo a la construcción de Italia y que fuera de los Estados de la Iglesia
fue considerado como un gran patriota. De joven fue guardia noble, como también
lo fue mi padre a continuación, pero los
dos incubaban un espíritu rebelde, tal vez por la sangre de ciertos antepasados
Marescotti…
En fin, mi abuelo
Bartolomé eligió a Italia y se puso en contra del Vaticano. Pienso en la
angustia de sus padres, dado el alto cargo ostentado en la Sede Apostólica, y
en la intransigencia de la princesa que llevaba un título del Sacro Romano
Imperio. Pero esta elección de libertad comprometió también a mi padre que
profesó ideas liberales y democráticas y tuvo que esconderse. Indiferente en su
papel como guardia noble de Su Santidad, tuvo que huir de Roma disfrazado con
una librea de la Embajada de Francia[39]
Para mí aquella fuga es
para una novela. ¿Cómo es que acabó en Rumania? No pudo ser casual. Le imagino
a caballo a escondidas atravesando los Estados de la Iglesia, dirigiéndose
hacia el extranjero. Francia y Suiza estaban cerca, ¿Por qué pues se fue a Rumania?
No obstante se que allí los ortodoxos acogieron a brazos abiertos al príncipe
romano huido del Vaticano. ¿Cómo vivió allí, con qué medios? Pero él, atractivo
y atrevido, llegó a ser como dicen los franceses “le coqueluche des dames”[40], se encontró con la princesa
greco-rumana Vogoridès, que se enamoró de él y dejó sin vacilar a sus hijas y a
su marido para tomar el vuelo con su nuevo amor. ¿Partieron o huyeron de
Bucares? ¿O tal vez se marcharon tranquilamente porque nadie les perseguía? No
lo sé pero me divierte imaginar la pareja en la grupa de un caballo anglo-árabe
atravesando media Europa, ella agarrada de su cintura, como se ven en los
libros de la escuela a José y Anita Garibaldi.
Mi padre alcanzó al
general y príncipe Eugenio de Carignano y bajo su autoridad luchó en las
guerras de independencia. Pero la princesa Vogoridès, que le seguía en los
campamientos vestida de asistente, podría haber sido más prudente en concebir
hijos, que fueron cinco en cinco años. Y dormía bajo la tienda. Para mí fue una
loca. Menos mal que todos estos hijos fueron legitimados ante la oportuna y
prematura muerte del cónyuge rumano. Cuando mi padre entró en Roma en el
fatídico veinte de septiembre de 1870, pasando por la brecha de Porta Pía, la
Vogoridès ya había muerto, después de haber quemado su vida en pocos años de
amor y, me permito de añadir, de insoportables incomodidades, de forma
irresponsable.
En resumen, para mí la
Vogoridès es un misterio. Mi padre no hablaba nunca de ella y en lo que
concierne a mis medios hermanos Mario, Catarina y Margarita eran tan pequeños
que no se acordaban de ella. Y mi padre siempre miraba hacia delante,
recorriendo su extraordinaria carrera política de diputado, alcalde y por fin
senador. Fue un hombre tan íntegro que no parece siquiera una jactancia el
haber oído decir que nunca hubo un alcalde tan honesto. Tampoco considero
presunción lo que dijo la reina Margarita a mi madre: «Fue nuestro verdadero
amigo, el único que le dijera al rey la verdad.» La integridad es el valor de
los grandes caracteres. Un día fue a verle un tal que quiso corromperle. Le
echó desdeñoso diciéndole: « ¡Vos podéis haceros comprar, yo no!» Y mi madre recordaba horrorizada el episodio,
porque le dio al tipo una patada en el trasero y le empujó por las escaleras,
pudiendo haberle matado. Que tuviera en el Campidoglio una mano de hierro fue
un hecho muy conocido. Autoritario y
contundente, hizo temblar a todos. Fue temido y amado porque fue un hombre
justo y porque tuvo unas cualidades extraordinarias de administrador y
realizador. Transformó en solo doce años una grande aldea provincial en una moderna
capital, digna de figurar entre las grandes ciudades europeas. Tengo un vago
recuerdo de los funerales de mi padre, una procesión lenta el ejército que le
presentaba las armas, el coche funerario, los criados de librea, las coronas de
flores, los grandes caballos bayos enjaezados para el luto. Todo el gobierno
estuvo presente, así como el consejo comunal, junto con una marea de amigos y
representantes de muchas asociaciones benéficas y asistenciales creadas por él.
Entonces fui demasiado joven para entender, ahora soy demasiado vieja para
recordar.
He dejado para el final
el recuerdo de mis hermanos Costantino y Marescotti, porque su sacrificio
heroico merece un discurso aparte.
Después de haber luchado
en la primera guerra mundial, Marescotti decidió quedar en el ejército
eligiendo la carrera militar. Hermoso con su uniforme de oficial de caballería
del regimiento Lancieri di Montebello, tuvo él también éxito con las damas.
Pero había una que desde su joven edad, decidió que Marescotti iba a ser su
hombre. Me imagino que al principio no
tomara en consideración a Virginia Patrizi, porque era mucho más joven que él.
Pero tal vez la devoción que ella le demostró fue lo que picó su orgullo. El
hecho es que él, aún sin sentirse realmente comprometido, le hizo una promesa
curiosa. En 1927 el gobierno italiano organizó una expedición hacia África
oriental, confiando en el capitán Marescotti Ruspoli la tarea de retraer a su
patria los despojos mortales de Eugenio Ruspoli[41], su tío, que había fallecido como
consecuencia de un accidente de caza durante su segundo viaje de exploración de
la Abisinia meridional. La expedición Marescotti tuvo varias vicisitudes, pero
después de un año alcanzó su objetivo. El sobrino encontró cerca del sultán de
Amara Burgi los huesos de su tío y los devolvió a su país. Había estado ausente
de Roma durante más de un año y había prometido a Virginia que, en caso que
hubiese decidido casarse con ella, se la habría anunciado presentándose
perfectamente afeitado en el funeral de Estado que se celebró en la Iglesia de
Ara Coeli en Roma. Virginia y sus hermanas miraban ansiosamente desde un balcón
el paso de la procesión fúnebre, cuando vieron la cara de Marescotti toda
recubierta de una gran barba típica de un verdadero explorador africano. ¡Puedo
imaginar su desilusión! Pero a continuación Marescotti se afeitó su barba,
conservando sus característicos bigotes negros y unos años más tarde decidió
casarse con Virginia[42]. Fue una unión perfecta, agraciada por
el nacimiento de dos hijos, pero interrumpida por la guerra del 1940.
Marescotti dejó entonces el arma de caballería y pidió el traslado al nuevo
cuerpo de paracaidistas, siendo agregado a la División Folgore en un campo de
entrenamiento de Pisa. No obstante sufriera vértigo, cerraba los ojos y hacía
los lanzamientos de prueba.
Constantino dio siempre
la impresión de solidez, fue taciturno y huraño; en los ocasionales amores
parecía más material, mientras que en los serios aparecía difidente y tímido.
Por lo que se arriesgaba, como se suele decir, de perder el tranvía. Es cierto
que aquel eterno pensar y dudar hacía del idealista un héroe pequeño. Durante
la guerra del 1914-18 regresó del frente con una media mejilla congelada y,
curiosamente, esto le favorecía a su manera de ser abatido. Su misteriosa
personalidad en cierto modo se enriquecía. Disimulaba su necesidad de afecto,
pero se que era más fuerte en él deseo de una palabra nunca pronunciada como
“Bien tesoro, relájate”.
Cuando era joven fui la
única, la pequeña Victoria, en estarle cerca. Más tarde dos mujeres le amaron
es resto de su vida, pero él casi sin ser rozado, al ser cumplidor con los
deseos paternos. Sin embargo no fue para
nada estúpido, pues se graduó en la universidad en ingeniería y habría podido
ganarse la vida y dejar la familia para alcanzar su independencia. Pero no, la
ingeniería no estaba a la moda, era la banca la que primaba y Tante Bessie impuso sus ideas. Y
Constantino, como siempre, obedeció. Le veo todavía en la ventanilla del banco
en Paris; con su mechón rebelde parecía un oso enjaulado, fue totalmente incapaz
de aguantar aquel trabajo. Así que la tía decidió encontrarle una mujer rica,
¡pero que horrorosa eran las seleccionadas! Como es natural no funcionó, pero
quedó en él el respeto filial, la aceptación digna: “¡Cállate, habla tu tía. Tu
padre así lo hubiera querido!”
Al final se casó con
Elisabeth d’Assche[43]y se estableció en Bruselas, donde,
aunque no fuera feliz, respetó el compromiso matrimonial y nunca pensó en
cambiar de vida. Le costó, pues fue para él un sacrificio, pero se quedó con la
familia. En 1940, con el comienzo de la guerra, la Patria tuvo ventaja sobre la
familia. No obstante fuera cincuentón, este valiente se enroló voluntariamente
y pidió de reunirse con su hermano Marescotti en la Folgore. Sería poco
generoso afirmar que lo hizo para evadirse de una vida decepcionante. Pues no,
Constantino fue entre mis hermanos él que más fuerte sintió el sentido del
deber y el amor hacia su patria.
Orgulloso por su
espléndido cuerpo de atleta, desahogaba su exuberancia con ejercicios físicos
para mantenerse en forma. Los hacía con conciencia y regularidad, sin interrumpir
nunca una práctica que después de tres días ninguno de nosotros la hubiera aguantado.
Estaba siempre tan en forma que cuando se presentó con su edad de cincuenta
entre tantos jóvenes de veinte años en
la División de Paracaidistas, le encontraron en un perfecto equilibrio
sicofísico y le enrolaron enseguida. Un día que se presentó en mi casa el fontanero,
me preguntó si era pariente de Constantino y Marescotti, pues había sido el
entrenador de los dos hermanos en Pisa. Me tomaban el pelo dijo pero eran
disciplinados. «Demasiado alto» se quejaba Marescotti, mirando desde la cuarta
planta de la torre de los lanzamientos. «Informaré» contestaba yo riendo.
Entonces él empezaba a reír locamente y se lanzaba.
Mientras Constantino, el
callado, se presentaba al lanzamiento imposible y él, al que apodaron
afectuosamente el “viejecito”, se lanzaba como si nada fuera. « ¿Pero se da cuenta,
princesa, que los otros capitanes de la Folgore tenían por lo menos veinte años
menos? Era un fenómeno.» El fontanero y entrenador de los paracaidistas formó
parte de su brigada en el frente de El Alamein y sobrevivió porque habiendo
sido herido fue trasladado del frente al hospital de campo. De acuerdo con su
testimonio, mis dos hermanos bromearon hasta el final, entre bombas, y
mantuvieron alta la moral de la tropa con palabras y ejemplo «Sígueme que soy
tu capitán.» «Sigue a tu coronel.» Y la batalla arreciaba y los soldados iban
al ataque, admirando a sus superiores, con la sonrisa en los labios. «Las otras
brigadas nos envidiaban» concluyó «porque nunca hubo entre nosotros síntomas de
desaliento, sino una constante jactancia.»
Marescotti tenía otra
experiencia, como oficial de carrera, y adquirió aquella típica educación un
poco rígida, diría leñosa. Su mirada era azul y limpia. Infundía respeto y devoción.
Se leía en sus ojos el coraje, ni podía ser de otra manera de uno que como
Frank había dejado el caballo durante el primer conflicto mundial para entra en
el peligrosísimo cuerpo de Bombarderos de Sussegana. No me acuerdo si fueron
para él o para Frank estos versos compuestos por sus compañeros de arma para
celebrar una breve licencia: “El bombardero Ruspoli corrió la maratón, en solo
cuatro días regresó a Roma.” Los bombarderos emplazaban sus morteros en las
trincheras de primera línea y veían la muerte de cerca. Marescotti había
recibido ya cuatro medallas al valor militar, de las que una era de plata,
durante la primera guerra mundial. Al final de la segunda guerra mundial, entre
todos mis hermanos, ¿consiguieron el increíble número de 18 medallas al valor!
Pero volvamos al 1942.
Al finalizar el curso de entrenamiento, la Folgore partió en misión de guerra,
con los paracaidistas embarcados en el Savoia
Marchetti, listos para el primer lanzamiento. Corrió la voz que tendrían la
tarea de conquistar la isla de Malta, pero las instrucciones serían dadas solo
durante el vuelo. La conquista de Malta hubiera sido esencial para quitar a los
ingleses el puerto más importante, desde donde partían las acciones que hundían
nuestros buques cisterna. En efecto, no conseguíamos hacer llegar a Libia el
carburante que necesitaba Rommel para su avance. Este general alemán, hasta que
fue victorioso, fue denominado “el zorro del desierto”. En efecto había alejado
a los ingleses de Sirte y no había podido conquistar Alejandría de Egipto,
porque había quedado sin gasolina a solos cuarenta kilómetros de distancia. Los
paracaidistas, encerrados dentro de gruesos aviones de transporte, todavía no
recibían las instrucciones de lanzamiento. Era de noche y estaban volando sobre
el mar cuando al amanecer vieron la costa de Libia. Aterrizaron en Cirenáica y
recibieron la orden de dejar los paracaídas y fueron transportados hacia el
frente de El Alamein. No sabían que la situación era tan crítica que el comando
había decidido sacrificar estas tropas seleccionadas y entrenadas para una
guerra de trinchera. En aquella inhóspita depresión, los hombres tuvieron que
excavar refugios en la arena incandescente. Marescotti tenía una tienda de
comando, así llamada porque el agujero estaba recubierto de un telón que a cada
explosión de granada caía en la cabeza de los ocupantes y del emplazamiento de
la radio.
La batalla de El Alamein
inició al final del verano del 1942: los italianos eran pocos y mal armados,
porque sus fusiles y sus metralletas poco podían contra los 400 tanques de guerra
enemigos. La desproporción de la artillería era igualmente asombrosa: 800
cañones ingleses contra pocas decenas de cañones italianos de menor calibre.
Las tropas italianas contaban con seis mil
hombres, contra los cien mil del mariscal Montgomery. Alguien dijo
después que los ingleses tenían un martillo de acero de una tonelada para
aplastar una nuez. No obstante, los italianos resistieron durante semanas y
semanas, permitiendo replegarse al resto del ejército, sin contrariedades,
hacia Tobruch. Los primeros ataques de los tanques ingleses fueron rechazados.
Los italianos habían sembrado el llano de agujeros bastante [44]grandes y capaces de esconder un hombre.
Cuando el tanque pasaba sobre el agujero, el soldado saltaba fuera y pegaba
bajo el tanque una mina. Así decenas de tanques fueron puestos fuera de uso,
pero con muchas bajas entre los nuestros. En octubre fue el ataque final,
cuando los nuestros estaban careciendo de municiones y estaban debilitados por
la escasez y la discontinuidad de los alimentos y el agua. La primera brigada
que fue atacada por un alud de tanques armados fue la denominada Ruspoli. Marescotti, herido, se había
hecho medicar para volver a primera línea. « ¡De vosotros espero» dijo a los
suyos «que cada cual haga su deber hasta el final!» y así fue. Contraatacaron,
yendo hacia la muerte y ninguno sobrevivió. Constantino fue informado de la
muerte de su hermano, pero no se descompuso. Agotada hasta la última munición,
guió los supervivientes de su compañía al ataque con sus bayonetas. En lugar de
rendirse, buscaron la muerte. Su último grito fue: «Nunca un italiano se
arrastrará ante un inglés.» Y a los ingleses que estaban muy cerca gritó: «We
will never surrender[45]!».
La epopeya de mis
queridos Constantino y Marescotti demuestra hasta qué punto fueron elevados en
ellos sus sentimientos de patriotismo y obediencia militar. Sabían antes de
partir que no habrían regresado. Queda demostrado por la maravillosa carta que
Marescotti, antes de partir para el frente, confió en un amigo para que a su
vez la entregara a Virginia, en caso de que no hubiera vuelto.
Medalla de Oro al Valor Militar
Teniente Coronel Carlo Marescotti Ruspoli.
Comandante de la agrupación de paracaidistas, dos
veces herido por atravesar campos minados y, no obstante fuera atormentado por
una enfermedad, quedaba en el frente con sus valientes. Atacado por
preponderantes fuerzas enemigas acorazadas, presente donde mayormente enfurecía la lucha, quieto e impasible ante
el bombardeo de la artillería, fue el alma de la resistencia y de fúlgido
ejemplo para sus dependientes. Herido de muerte, cerraba heroicamente una
existencia de valiente soldado y de muy orgulloso comandante todo dedicado a la
grandeza de la Patria.
África Septentrional,
Verano 1942; Paso del Camello (Depresión de El Kattara), 4 de noviembre de
1942.
Medalla de Oro al Valor Militare
Capitán Constantino Ruspoli
África
Septentrional; Deir El
Munassib (El Alamein), 26-27 de octubre de 1942.
[51]Nací al final del 1949, del primer
matrimonio de mis padres Galeazzo Ruspoli y María Elisa Soler. Casi cuatro años
después nació mi hermano Lorenzo que murió a los siete años de edad por una
terrible y devastadora enfermedad. A su muerte el matrimonio de mis padres
había fracasado y ambos o se habían ya vuelto a casar, como mi padre o estaban
a punto de dar este paso, como mi madre.
Los años sesenta en Roma fueron años de
grandes eventos. Empezaron con la Olimpiada que fue precedida por grandes obras
públicas y mejoras en la ciudad. La vía Olímpica permitió cruzar la ciudad en
media hora, una distancia que antes se tardaba más del doble del tiempo. Ese
mismo año Federico Fellini estrenó tal vez su obra más conocida: La dolce
vita. A esa vida nocturna romana quería referirme, porque fueron años muy
llenos de fiestas, bailes, disfraces y eventos en general, en las mejores casas
y palacios de Roma. Los Colonna, los Ruspoli, los Orsini, los Torlonia, los
Miani, los Gallarati-Scotti, etc. competían con la burguesía rica e influyente,
cada cual con ser más espléndido. Tuve la suerte de vivir intensamente esa
época.
Pero, como consecuencia de la separación y
luego anulación matrimonial de mis padres, fuimos a vivir con mi padre. Mi vida
con su segunda mujer Giovanna no fue fácil, pero nunca me faltó de nada. Puedo
decir sin duda que fui un joven privilegiado porque cursé mis estudios
primarios en casa, privadamente, lo cual me consintió adelantar un año y luego
fui admitido en el principal colegio de Jesuitas de Roma, llamado Massimiliano
Massimo. Posteriormente en la Universidad de Roma, donde obtuve mi licenciatura
de doctor arquitecto.
Poco antes del final de mis estudios
universitarios tuve que cumplir con mi obligación de servicio militar, [52]alcanzando en el cuartel de la Escuela
de las Tropas Mecanizadas y Acorazadas de Caserta el grado de Alférez en el 63º
curso de A.U.C.[53]
Fue justo en aquel momento que empecé a interesarme por la familia,
porque unos oficiales de la División Folgore vinieron a Caserta para seleccionar
entre los jóvenes del 63º AUC a los futuros oficiales para las brigadas de
asalto en Livorno. Y mi nombre fue pre-seleccionado por la fama de mis ilustres
tíos, Constantino y Marescotti, lo cual me llenó a la vez de orgullo y
curiosidad para conocer con más detalle su historia. Otra anécdota de ese
periodo fue la singular asistencia a mi jura de bandera de mi abuela materna
acompañada por el cardinal Casariego, lo cual fue motivo posterior de muchas
bromas entre mis camaradas… Cuando por fin obtuve mi grado de oficial, fui
asignado a un centro hípico militar cerca de Roma, una elección lógica teniendo
en cuenta la experiencia que me había transmitido mi abuela Mi, y que, al haber
sido uno de los primeros del curso, pude elegir mi destino, donde estuve
entrenando duramente para lograr la selección para participar en el equipo
italiano de completo de la XX Olimpiada de Múnich en el año 1972. Conseguí sin
embargo solo una plaza como reserva del equipo que ese año ganó la medalla de
oro en salto individual con un oficial del equipo. Sin embargo pude estar en
Múnich, acompañando al general Melotti y pasé unos momentos inolvidables. A mi
regreso me encontré que me habían nombrado comandante interino del hipódromo de
Tor di Quinto en Roma y que me ofrecían prorrogar otro año más mi estancia en
la arma de Caballería.
También tuve ofertas para dirigir técnicamente
un hipódromo privado y tengo que admitir que la tentación fue grande, hasta que
mi padre me obligó a poner los pies en el suelo y acabar mi carrera para, tal
vez, entrar a formar parte de su estudio de arquitectura.
Irónicamente, cuando terminé mi carrera
con unas notas superiores a las suyas, mi padre no quiso contratarme enseguida,
quiso esperar unos años para que me formara.
Pero mi vida posterior sería completamente distinta, ya que me establecí
en España y nunca volví a trabajar en mi ciudad natal, a pesar de una llamada
imperiosa pero tardía de mi padre para que tomara el relevo en el prestigioso
estudio, que finalmente se desmanteló después de más de veinticinco años de
actividad. Ya empezó a tener peso mi sangre española y sobre todo tuve la
suerte extraordinaria de conocer a mi mujer con la que llevo felizmente casado
desde 1975.
Por el lado
materno, explicaré brevemente que mi bisabuelo italiano Gualtiero Borghi, por
tradición familiar descendiente de la noble familia Borgia (n. 1866, Ferrara) y
mi abuelo español Ángel Soler de Villafranca del Panadés y Serra (n. 1899,
Barcelona) se establecieron en la República de El Salvador en Centro América
respectivamente entre finales de XIX y principios del XX siglo. Obtuvieron
éxito en sus negocios y como resultado de ello, mi madre María Elisa Soler de los
marqueses de Rabell, nacida en aquel país, y yo mismo mantenemos fuertes lazos
con Centro América. Esta vinculación se ha incrementado aún más con el dispensario
y ambulatorio “Enrique Soler” que hemos construido entre mi madre, su hermano
Francisco, también hermano de la Orden de San Juan, y yo mismo y donado a la
Asociación Salvadoreña de la Orden de Malta, en recuerdo de otro hermano
Enrique (tío, para mí) fallecido prematuramente. Este puesto público sanitario
fue inaugurado a principios de los noventa y ha atendido a millares de
personas, especialmente durante los recientes cataclismos como huracanes y
terremotos, se ha convertido en el principal protagonista de la actividad
hospitalaria de la Asociación de aquel país.
Y de mi abuelo Frank, su marido y otro
gran señor, me acuerdo que solía acompañarme de vuelta el día de la semana que
cenaba con ellos. El conducía su propio coche, normalmente muy pequeño, me
parece recordar que se trataba de una Bianchina. Una noche, en un cruce,
estuvimos a punto de chocar con otro vehículo. El conductor contrario bajó de
su coche y empezó a proferir una insultos graves y vulgares a mi abuelo, que se
mantuvo impertérrito durante todo el tiempo que duraron y al final, bajo la
ventanilla lateral del coche, se asomó y le dijo al otro tranquilamente una
sola palabra “maleducado”. Aprendí mucho ese día. ¡Las veces que al conducir me
acuerdo de él en los momentos de tensión!
[56] Se dedicó al golf durante casi toda su
vida, siendo presidente de la Federación Italiana y de dos Clubs en Roma. Pero
un día me dijo que había también montado a caballo y se defendía bien, pero con
una persona en la familia dedicada a esta disciplina me dijo ¡que lo consideraba
más que suficiente!
Mi padre Galeazzo fue un gran arquitecto
y urbanista. Nacido en la ciudad de Roma en 1922, fue Doctor Arquitecto y de
profesión urbanista; trabajó por más de cuarenta años en cuatro continentes,
participando en distintas misiones de
estudio y en numerosos proyectos y
planes de urbanismo, entre los que se destacan la redacción de un nuevo Plan
General de Urbanismo del Ayuntamiento de Roma a mediados de la década del
sesenta y en el Plan de Integración del Lungotevere, demostrando su permanente
vocación y dedicación al mejoramiento urbanístico y artístico de su ciudad
natal. Fue además Presidente de varias sociedades en Italia, entre las cuales
cabe destacar INSO, una empresa del Grupo E.N.I.[57] y AGERE, una acreditada Asociación
General Edilicia. Durante su vida fue un activo miembro de la Soberana
Orden de Malta, alcanzando el cargo de Comisario Magistral de la Asociación
Italiana.
Además es
importante destacar que realizó a su cargo el proyecto y construcción de un pequeño
edificio para educación primaria en honor y memoria de mi hermano Lorenzo,
muerto precozmente a la edad de 7 años, que donó a la Iglesia, por medio del
Padre Don Romano Carnevali, Párroco de la Iglesia de la Iglesia del siglo XII
dedicada a la Inmaculada Concepción en Pieve Rossa, en la provincia de
Reggio-Emilia (Italia). Don Romano falleció en 1983, pero la inauguración de la
escuela para niños después de muchas dificultades financieras y políticas, se
logró en 1962 con la presencia del obispo de Reggio-Emilia, y la abertura del
mismo colmó sus aspiraciones. En calidad de presidente de las obras parroquiales,
mi padre acometió diversas ampliaciones, donde colaboré también yo mismo con
ilusión y Pieve Rossa dispone de hoy un complejo de obras sociales
verdaderamente único en Italia. En una región dominada políticamente por la
izquierda, ese centro se abrió camino y hoy los líderes políticos consideran
que deben de enviar a sus hijos a estudiar en el centro, a pesar de ser de
propiedad de la Iglesia… Galeazzo,
durante su mandato como Comisario Magistral de la Asociación Italiana de la
Orden de Malta en 1.986, percibió la necesidad y se encargó completamente a su
cargo del proyecto de la ampliación del Hospital de San Juan Bautista de Roma,
proyecto en el que tuve el honor de participar[58].
Hijo de una de las familias nobles más
tradicionales de Roma, en el año 2001 ya retirado de su actividad profesional,
publicó con la ayuda de su mujer Gaea un libro testimonial: “Los Ruspoli, desde
Carlomagno hasta El Alamein”, que sirve como homenaje a esa tradición y linaje
que su familia supo conservar en Roma, una saga fascinante que abarca doce
siglos de historia, que obtuvo el elogio de la crítica y de los lectores. Animado
por su primer éxito, escribió una
segunda novela histórica
basada en el controvertido personaje del príncipe de Venosa. Sin embargo una
enfermedad fatal impidió que terminara de escribirla. Murió en París en febrero
del 2003. Tal vez como tributo a su recuerdo, o por el segundo vínculo matrimonial
del músico con los Borja, decidí incluir
a Carlo Gesualdo entre los extraordinarios personajes retratados en este libro.
[59]Mi madre, María Elisa ahora viuda, volvió
a casarse con un [60]gran señor, el conde Giovanni de
Bellegarde de Saint Lary, perteneciente a una noble familia francesa emigrada
al reino de Piamonte en el norte de Italia durante la Revolución francesa, pero
su vida transcurrió lejos en otras ciudades y en otros países, infelizmente
para mí, porque disfruté muy poco de su compañía. Su segundo matrimonio, a
diferencia del primero con mi padre, fue
muy feliz, pues duró más de cuarenta y tres años. Mi madre concibió otro hijo,
Roger, que es también mi ahijado y al que quiero mucho. Hoy Roger está casado,
tiene dos hijos gemelos y se ha convertido en un brillante ejecutivo de la gran
Banca americana. Nos veíamos en vacaciones, pero la vida da muchas vueltas y
nos volvimos a encontrar porque ella con su nueva familia se fue a vivir a
España y yo llegué a este gran país algunos años después, con una oferta de
trabajo temporal que se convirtió en definitivo para casarme con una mujer
extraordinaria que sigue siendo, después de tantos años, mi compañera y mi guía
al mismo tiempo.
En cuanto a mi vida profesional,
colaboré durante años con la empresa de ingeniería Snamprogetti, perteneciente
al “holding” italiano E.N.I[61]., participado en la realización de importantes
proyectos para empresas privadas, públicas y Gobiernos de diversos países de
casi todos los continentes. A
continuación, y trabajé por S.I.V[62]., el mayor grupo vidriero italiano,
presente a nivel internacional en numerosos países europeos. Luego, tras un
breve paréntesis como Consultor, desde 1990 promoví una nueva etapa profesional
con una sociedad líder en el sector de los montajes y servicios de arquitectura
efímera para ferias y exposiciones. Fruto de las experiencias anteriores
nacieron en 1992 los proyectos Sfera Design y Sfera Management. Sfera Design. La
primera trabajó intensamente para El Corte Inglés que decidió adoptar su nombre
para una cadena de tiendas: Sfera…
Hoy sigo siendo administrador y
consejero de varias sociedades con actividades diversas. Pero al margen del
trabajo estoy muy orgulloso de haber alternado mi larga actividad profesional
con la diplomática para la Embajada de la Orden de Malta en España, empezada en
1981 y llevada a cabo de forma ininterrumpida durante veinte y tres años. Desde
aquella fecha inicial colaboré en muchos proyectos para enfermos, pobres y
discapacitados en España y en otros países.
Soy hermano en España de algunas Hermandades religiosas católicas
apostólicas romanas en Sevilla, Espejo (Córdoba) y La Puebla de Montalbán
(Toledo), en las que cabe destacar la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío y
de Nuestro Padre Jesús de la Redención de Sevilla. En los últimos 28 años he
participado de la estación de penitencia en la Catedral, pasando la Semana
Santa en esta ciudad. He destinado mis obras de caridad a varias congregaciones
de religiosos o religiosas en España, Italia y El Salvador, además de la Orden
de Malta y la organización no gubernamental de Nuevo Futuro.
Es muy difícil estar a la altura de
algunos de los antepasados cuyas vidas intenté retratar en estas páginas. Lo
sé, pero cada día, con renovados esfuerzos, intento mejorar. Sería interesante
que lograr la publicación de Retratos, porque los antepasados excluidos de este
breve artículo sobre la familia tienen un gran peso y mucha importancia y son
en muchos casos ejemplares.
En 2004 fui nombrado también Académico
Numerario de la Academia Melitense[64] de España, iniciando desde aquel
momento a escribir de forma más metódica. Todo empezó con la publicación de unas biografías,
recortadas, en la revista “La moda en España”, que muy amablemente creó una
sección cultural para incluir mis escritos. Algunos lectores celebraron mis
artículos y así empezó a nacer la idea de Retratos. Al principio pensé utilizar
principalmente los datos del libro que mi padre Galeazzo escribió con la
valiosa ayuda de su mujer Gaea y me dedicó, “I Ruspoli” ISBN 88-8440-043-0 de
Gremese Editore, el retrato de una noble familia escocesa que, en el curso de
los siglos, se convirtió en romana. Pero en seguida me pareció limitar
demasiado el campo de las historias de personajes ilustres, por regla general,
poco conocidos en España. Así que desde una idea inicial de traducir aquel
libro al idioma castellano, introduciendo algunas ampliaciones referidas a la
rama española de los Ruspoli, quise divertirme investigando las vidas de unos y
otros personajes que siempre me llamaron la atención, tanto de mi familia como
de otras relacionadas por vínculos de parentesco, me refiero en particular al
linaje de mi mujer, así como de algunos temas históricos que pudieran ser de
interés general.
Las notas de este artículo (números en azul entre paréntesis) no se publican.
Carlo Emanuele Ruspoli
Duca di Morignano (3ro), Príncipe del Sacro Romano Imperio, Duque de Plasencia (jure uxoris), Caballero de Honor y Devoción de la Soberana Orden de Malta, Caballero Gran Cruz de la Soberana Orden Militar Constantiniana de San Jorge, Caballero Gran Cruz Comendador de la Orden de San Gregorio Magno (4 de junio 2004) (Carlo Emanuele Ruspoli dei Principi di Poggio Suasa e Cerveteri) |
Padres
- Galeazzo Ruspoli, Duca di Morignano 1922-2003
- María Elisa Soler de Villafranca del Penedés y Borghi 1926-
Casamientos e hijos
- Casado el 11 de octubre 1975, La Puebla de Montalbán, Toledo, Castilla- La Mancha, España, con Maria de Gracia de Solís-Beaumont, Duquesa de Plasencia 1957-, con
- María de Grácia 1977-
Notas
- Don Carlo Emanuele Maria (Carlos Manuel María) Ruspoli y Soler, di Brazzà-Cergneu-Savorgnan y Borghi, dei Principi Ruspoli di Poggio Suasa e di Cerveteri (Rome, October 29, 1949 ) is the 3rd and last Duca di Morignano, Nobile di Viterbo e di Orvieto, Patrizio Romano, Prince of the Holy Roman Empire, and iure uxoris Duque de Plasencia. Firstborn son of Galeazzo Maria Alvise Emanuele Ruspoli, 2nd Duke of Morignano and first wife Doña María Elisa Soler y Borghi (San Salvador, June 25, 1926 ), of the Marqueses de Rabell. His great-great-great-great-uncle was Cardinal Bartolomeo Ruspoli. He is also a half-second cousin once removed of actor Bart Ruspoli.He is Doctor of Architecture of the University of Rome, writer and researcher.
He married at La Puebla de Montalbán, near Toledo, Toledo Province, October 11, 1975 Doña María de Gracia de Solís-Beaumont y Téllez-Girón, Lasso de la Vega y Duque de Estrada (Madrid, March 12, 1957 ), Grande de España, 19th Duquesa de Plasencia (February 22, 1974), 19th Marquesa de Frómista and 25th Marquesa del Villar de Grajanejo, of the Duques de Arcos, Duques (formerly Condes) de Benavente, Duques de Gandía (descendants of Saint Francis Borgia and Pope Alexander VI), Duques de Medina de Rioseco, Duques de Osuna, Marqueses de Berlanga, Marqueses de Frechilla, Marqueses de Jabalquinto, Marqueses de Toral, Condes de Alcaudete, Condes de Fuensalida, Condes de La Puebla de Montalbán, Condes de Oropesa, Condes de Peñaranda de Bracamonte and Condes de Pinto; also Spanish Red Cross nurse and restorer, by whom he had an only daughter:
Doña María de Gracia Giacinta Ruspoli y Solís-Beaumont, Soler y Téllez-Girón (Madrid, June 16, 1977 ), 26th Marquesa del Villar de Grajanejo (Order of December 1, 1995 by cedance of her mother and Letter of December 25, 1995), and Nobile di Viterbo. She married, November 28, 2009 Don Javier Isidro González de Gregorio y Molina, of the Condes de La Puebla de Valverde. She is MBA and her husband is Licenciate in Law.
From Wikipedia, the free encyclopedia.
Knight of Honour and Devotion in Obedience of the Sovereign Military Order of Malta.
Knight Grand Cross Pro Merito Melitensi of the Sovereign Military Order of Malta.
Sacro Militare Ordine Costantiniano di San Giorgio
Knight Grand Cross of Justice of the Sacred Military Constantinian Order of Saint George.
Knight of the Order of St. Gregory the Great.
Commander Grand Cross of the Pontifical Equestrian Order of Saint Gregory the Great.
Knight Officer's Cross of the Order of Isabella the Catholic.
Commander of the Order of Merit of the Italian Republic.
Knight Grand Cross of Justice of the Russian Grand Priory of the Sovereign Military Order of Saint John of Jerusalem.
Alessandro Ruspoli, Principe di Cerveteri 1708-1779 Prudenza Capizucchi+1786 Johann Sigismund, Fürst von Khevenhüller-Metsch 1732-1801 Maria Amalia, Prinzessin von und zu Liechtenstein 1737-1787 | | | |
| | Francesco Ruspoli, Principe di Cerveteri 1752-1829 Leopoldina, Gräfin von Khevenhüller-Metsch 1767-1845 | |
| Bartolomeo Ruspoli 1800-1872 Caroline Ratti+1881 | |
| Emmanuel Ruspoli, Principe di Poggio-Suasa 1838-1899 Joséphine Curtis1861 | |
| Francesco Ruspoli, Duca di Morignano 1891-1970 Giuseppa Pia di Brazza Savorgnan Ángel Soler Serra Elisa Borghi | | | |
| | Galeazzo Ruspoli, Duca di Morignano 1922-2003 María Elisa Soler de Villafranca del Penedés y Borghi 1926- | |
| Carlo Emanuele Ruspoli, Duca di Morignano 1949-
Muy interesante. Enhorabuena.
ResponderEliminarcomo te comente, una excelente labor, voy step by step con el libro Retratos extraordinario.
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