sábado, 23 de marzo de 2013

Don Mariano Téllez-Girón, XII Duque de Osuna, Embajador en Rusia (19/7/1814- 2/6/1882),


En el espléndido palacio madrileño de las Vistillas nacieron los dos hijos varones de los décimos Duques de Osuna[1]: Don Pedro de Alcántara y Don Mariano, que por fallecimiento prematuro de los padres, muy niños aún, quedaron bajo la tutela de su abuela D. ª María Josefa Alonso Pimentel y Téllez Girón, Condesa Duquesa de Benavente, mujer sorprendente y original, rival de la Duquesa Cayetana de Alba, protectora de Iriarte, de Don Ramón de la Cruz y del torero Pedro Romero, y fundadora de la famosa “Alameda de Osuna” y de su quinta “Mi Capricho”, que ornamentó Goya, el cual se vengó de las intemperancias de su dueña, pintándole en uno de sus aguafuertes. Tenía esta engreída dama aficionada al lujo, a las joyas ostentosas y a los perifollos, extravagantes genialidades y veleidades extrañas y fue ella la que inculcó a sus nietos esas excentricidades e ideas desconcertantes sobre la imperiosa necesidad de derrochar a manos llenas rentas y bienes de fortuna -con tal de quedar bien y hacer honor al brillo y esplendor de la prosapia- que luego heredaron sus nietos y en particular nuestro archifamoso y original protagonista que centuplicó con las rentas los fabulosos despilfarros. De esta señora se cuenta que al tiempo de sentar en su mesa a un Embajador extranjero en cuya casa había la víspera escaseado el champagne en la comida, ordenó que los caballos de su coche fueran abrevados con el rubio y espumoso vino. También se atribuye a ella la conocida anécdota de haber encendido un billete de mil reales para alumbrar el suelo a una persona que buscaba una moneda que había rodado de la mesa de juego. Así fueron los lances que a fuerza de repetidos, forjaron la mente y formaron la conciencia de aquel niño nacido en las Vistillas el 19 de julio de 1814, que creció a la sombra de su abuela, gran señora estrafalaria, que le imbuyó a un tiempo hábitos absurdos y aficiones refinadas.
Fue entonces el segundogénito, Don Mariano, de figura menos seductora que su hermano, de inteligencia menos cultivada, de menos brillante y persuasivo ingenio y de más escasa sensibilidad y cultura, designado por la muerte precoz de Don Pedro de Alcántara para ostentar sobre sus hombros el peso de una casa ilustre, pródiga en egregios apellidos, títulos de nobleza (hasta 54), grandezas y pergaminos.
Menos dotado física e intelectualmente que su hermano mayor y después de una infancia un poco triste pasada junto a su estrambótica abuela y unos preceptores rutinarios que mostraban más interés por enseñar a Don Pedro que a él, nuestro héroe abrazó la carrera de las armas, ingresando como cadete supernumerario en el Cuerpo de Reales Guardias de Corps de Su Majestad el 27 de febrero de 1833, cuando contaba la edad de diecinueve años, siendo uno de los primeros actos de su servicio el dar escolta a la carroza fúnebre que trasladaba de Madrid a El Escorial los restos de Fernando VII.
Durante un par de años el Marqués de Terranova –como por entonces se le conocía a Mariano Téllez- desempeñó sus servicios en Palacio, tanto en Madrid como en El Pardo, La Granja y Riofrío, ocupando sus horas de ocio en jugar con sus compañeros al ecarté y al monte; haciendo una corte respetuosa a las damas de la Reina[2] y acosando por las galerías o dando citas en las nocturnas sombras a las camaristas y azafatas. Los días de revista militar en el Salón del Prado, lucía Terranova su brillante uniforme donde el oro de charreteras y galones refulgía sobre el azul y el rojo de la casaca. Y un rato después de la parada, a caballo o a pie, la mano se posaba en el tricornio o el morrión para rendir pleitesía a las bellezas de la época. Cansado nuestro héroe de aquella vida demasiado blanda que sólo interrumpían las grescas algo frecuentes de la dorada juventud que integraba la Partida del Trueno, decidió gustar las emociones de la guerra civil que asolaba las provincias vascongadas y pidió un puesto en un escuadrón del Ejército del Norte a las órdenes del general Restán, donde recibió su bautismo de fuego. Preciso es consignar aquí que durante toda la campaña, nuestro protagonista demostró ser un oficial bravísimo, acreditando en diversas acciones -entre ellas las de Zubui y Villarrealcomo- como ayudante del General en Jefe Don Luís Fernández de Córdova, su bizarría y heroísmo, que le valieron varias cruces de San Fernando -que ostentó siempre con orgullo- y varios ascensos por méritos de guerra que le permitieron llegar joven a los más altos grados de la milicia.
En los cuerpos de Ejército de Oráa y Espartero, en Bilbao, en Luchana, en Zornoza, en Durango, Elorrio, San Sebastián, Irún, Hernani, Urnieta, Oyarzun, Lecumberri, Andoain y Santa Cruz de Arezo, volvió a distinguirse por su extraordinario arrojo, recibiendo nuevas laureadas, que lució junto a la roja venera de la Orden de Calatrava, cuyo hábito tomó en aquellos días, por demás azarosos, en que las tropas carlistas al mando del general Cabrera llegaron sin encontrar resistencia hasta las puertas de Madrid, acampando junto a las tapias del Retiro. La indecisión de Cabrera y el denuedo de nuestro héroe que reunió un pequeño destacamento en el Prado, iniciando el ataque a uno de los flancos carlistas en Vallecas, salvaron la situación, obligando a las tropas de Don Carlos a replegarse cuando tenían ya en sus manos la suerte de la Villa y Corte. Cuatro cruces de San Fernando y el grado de Comandante de Caballería de la Guardia Real fueron la honrosa recompensa a sus magníficos hechos de armas, que bastan para enaltecer una vida y dignificar y casi inmortalizarla perpetuando su gloria en la historia. Conviene tener esto presente cuando se trate de contrarrestar las censuras que por otros motivos y flaquezas se le dirijan harto injustamente.
El 16 de enero de 1838 es designado para formar parte de la Misión Extraordinaria que en nombre de la Reina de España ha de asistir en Londres a las fiestas de la Coronación de la Reina Victoria de Inglaterra. Y es allí donde Mariano Terranova muerde la fruta de la afectación un poco deslumbrado por la gente elegante que en Picadilly, Regent Street y en Hyde Park imponen las tiránicas normas de la moda. Es la hora de Brummel y del Conde d'Orsay en Inglaterra y de Barvey d'Aureville en París, que como todos los figurines de todos los tiempos prefieren pasar por cretinos y mentecatos antes que dejar de ser elegantes. Desde entonces adquirirá Osuna ese aire de abandono en el vestir y en el hablar, que algunos consideran requisito importantísimo para triunfar en sociedad, y que si resulta artificioso y afectado en un prócer con 14 grandezas y 54 títulos nobiliarios, más cuatro Cruces de San Fernando, suele ser grotesco y divertido en los rastacueros de pretensiones que tantas veces nos toca soportar en este mundo.
De regreso de Londres el Duque de Osuna se cubre ante la Reina y jura la llave de Gentilhombre de Su Majestad con ejercicio y servidumbre, ascendiendo a Coronel de Caballería. Corre el año 1841 y apenas si nuestro héroe ha cumplido los veintisiete años. Tiene relaciones con Ángela Camarasa, su prima, pero flirtea con otras y ello le vale la ruptura con su novia. Ángela se casará con el Duque de Tamames y nuestro héroe se consolará con fugaces aventuras parisinas y con frecuentes visitas, a su regreso a Madrid, a la quinta que en Carabanchel posee D. ª María Manuela Kirkpatrick, Condesa de Montijo –madre de la futura Emperatriz Eugenia, a la sazón muy niña- y cuyos encantos físicos y espirituales atraen a Don Mariano con el mismo fascinador sortilegio que cautivaban a Sthendal y a Próspero Marimée. Más tarde, y al pasar los años, el galanteo derivará hacia Eugenia, enamorada del Duque de Alba y que ingerirá un veneno al saber la preferencia de éste por su hermana Paca. Mantendrá, sin embargo, una buena amistad con la futura Emperatriz de Francia, cuyo matrimonio con Napoleón III suscribirá como testigo por parte de la novia en unión de Donoso Cortés, Embajador de España, del Marqués de Bedmar, del General Álvarez de Toledo y del Conde de Galve, hermano de Alba.
Brigadier ya y Senador del Reino, se inicia su carrera diplomática presidiendo la misión que "en nombre de la Reina” ha de asistir a las exequias del gran Wellington, que ha sobrevivido cerca de cuarenta años a su triunfo memorable en Waterlóo.
De regreso, es elegido Vicepresidente del Senado y académico de la Historia, la cual quiere premiar en Osuna el mecenazgo espléndido que ejerce; y consagrar el dicho de que la Historia es él, puesto que su biblioteca guarda antiquísimos códices miniados, y sus viejos pergaminos atestiguan que todos los ilustres linajes españoles se enlazan con el suyo a través de las gestas del pasado. Varias comedias manuscritas de Lope de Vega, Calderón y Tirso figuran entre los 35.000 volúmenes de su soberbio archivo, instalado en los bajos de un caserón de Leganitos, abierto generosamente a la pública consulta.
Por aquellos días es su brazo el que detiene el puñal regicida del cura Merino cuando por segunda vez iba a ser hundido en el pecho de Isabel II. Osuna en calidad de Grande, figura en el cortejo que se dirige a oír misa, en día de Capilla pública y es el primero en sujetar al asesino.
En el año 1856, las relaciones diplomáticas entre España y Rusia -que habían estado largo tiempo interrumpidas a causa de la actitud del Gobierno Imperial de Nicolás I durante nuestra guerra civil- se reanudan con ocasión del advenimiento al Trono del Zar Alejandro II[3], que se apresura a enviar a nuestra Reina dos cartas anunciándoselo y de las que es portador su ayudante Conde de Beckendorff.
En justa correspondencia, nuestro Gobierno nombra Ministro en San Petersburgo a Don Javier Istúriz y designa al Duque de Osuna -ya promovido a Mariscal de Campo, o séase General de División- Enviado Extraordinario y Plenipotenciario para llevar la respuesta al Emperador moscovita. Osuna que tiene cuarenta y un años y que reside en París con la ostentación y el fausto en él proverbiales, renuncia a dietas y viáticos y hace sus preparativos de marcha, emprendiendo el viaje en unión de su séquito que está formado por el joven secretario de Embajada Don Juan Valera, su ayudante el Coronel Quiñones[4] y el Teniente Coronel Don Carlos Calderón.
He aquí el texto francés de las Cartas Credenciales[5] que se le enviaron y que leyó ante el Emperador en la ceremonia de su presentación:

“Désirant donner un plus grand éclat à la Mission que notre Envoyé Extraordinaire et Ministre Plénipotentiaire Son Excellence Don Mariano Téllez-Girón (aquí todos sus apellidos y sus 54 títulos nobiliarios) remplit aussi dignement a la Cour de Votre Majesté Impériale, Nous l'avons nommé Notre Ambassadeur Extraordinaire et Plénipotentiaire auprès d'Elle. Nous espérons que Votre Majesté Impériale voudra bien ajouter toujours entière foi et créance a tout ce que le Duc d'Osuna portera a sa connaissance en notre nom Royal, et nous ne doutons point que le rapports heureusement existantes entre Nos Couronnes et Nos Etats, tout en devenant de plus en plus amicaux, se raffermiront chaque jour d'avantage. Les qualités du Duc d'Osuna sont bien connues de Votre Majesté Impériale: c'est pourquoi en les jugeant les plus a propos pour attendre un but si a souhaiter, Nous engageons Votre Majesté de continuer à lui accorder un favorable accueil. Dans cette confiance, Nous aimons a renouveler a Votre Majesté Impériale, les assurances de notre haute estime et de Notre amitié sincère, tout en priant Dieu qu'il ait votre Majesté en sa sainte et digne garde.

Ecrit au Palais de Sant Ildefonse le 8 Aout 1860.
De Votre Majesté Impériale.
La Bonne Sœur.
Signé: Isabelle.”

La ceremonia de la presentación de credenciales es deslumbrante y la acogida que el Zar Alejandro II dispensa a nuestro Embajador es cordialísima. En el banquete de gala de 80 personas que en el Palacio Imperial le ofrece, le son presentados el Gran Duque Constantino, el Príncipe Alejandro Gortchakoff, Ministro de Negocios Extranjeros, la bellísima Princesa Dolgoruky esposa del Gran Chambelán -y por la que el propio Zar bebe los vientos- el Conde Orloff hijo del amante de la Emperatriz Catalina, el de Nesselrode, hijo del famoso Plenipotenciario en el. Congreso de Viena...
Se ha producido el mutuo embelesamiento; el flechazo recíproco. El Duque ha quedado prendado de la Corte de San Petersburgo, y la Corte de su rumbo y su persona. Ha nacido la una para el otro. Por eso la misión ordinaria que le sucede y personifica, el ex Presidente del Consejo Istúriz, contraste por su modestia con el oropel de nuestro Duque que ha causado grato e imborrable efecto. Lo que prueba que en ese arte sutil y complicado en que consiste la diplomacia, no es a menudo el talento, la cultura o el trabajo lo más aconsejable para obtener el éxito, siendo en cambio el brillo social, la opulencia o el donjuanismo, los que lo logran fácilmente. (Como le ocurrió a Metternich, que, al enamorar a Carolina Bonaparte, trabajaba por la grandeza del Imperio Austriaco.)
Se hace necesario ahora traer a colación un punto realmente interesante que conviene tener en cuenta para comprender la mentalidad de Osuna, que jamás ha aceptado ni aceptará sueldo alguno del Estado al que se honrará en servir desinteresadamente. Porque ésa ha sido su norma de conducta como militar, tanto en la paz como en la guerra, desde alférez a general de división, renunciando siempre a gajes y emolumentos que de ninguna manera consiente en percibir para que sus servicios a la Patria y a la Reina sean pura ofrenda y sacrificio –a menudo de su sangre y su vida- sin mezcla alguna de lucro pecuniario. Es una concepción de gran señor y patriota puro, difícil de comprender en estos tiempos.
Esta prodigalidad del Duque sin precedentes ni continuadores en la Historia -ni entre los soberanos ni los multimillonarios- no puede menos de causar impresión profunda en la imaginación inclinada por naturaleza a admirar todo lo que es insólito y asombroso.
No ya las comidas de gala (condimentadas a la española, para lo que cuenta con un ejército de cocineros de nuestro país, con menús exquisitos), los bailes y fiestas deslumbrantes, las recepciones principescas se suceden en la Legación de España –sede de la riqueza, el fausto y la elegancia-, sino que la esplendidez del Ministro español, colma a sus miles de invitados con los más soberbios y valiosísimos regalos: abanicos primorosos, joyas centelleantes, pieles finísimas y costosas. Y junto a ello las extravagancias que examinaremos más tarde; las expediciones especiales de frutas y flores, traídas de España para un sarao o un banquete; el rebaño de corderos regalado a un potentado, procedente de nuestro país, para demostrar su calidad; los ejemplares de osos cazados en Asturias para corresponder al obsequio de los polares que le donara el Zar... Todo ello, crea como no puede ser menos, una aureola de grandiosidad fantástica en torno a la figura de nuestro Embajador cuyo rancio abolengo y cuna ilustre abrillantan sus atuendos y condecoraciones rutilantes.
Y conste que Osuna, que posee los más variados y suntuosos uniformes -el diplomático, el de Gentilhombre, el de Maestrante, el de Caballero de Calatrava-, prefiere siempre a todos ellos el de General del Ejército Español, que ostenta en las grandes solemnidades luciendo sobre la áurea y re camada casaca de su alta jerarquía militar las bandas, cruces, placas y veneras de las numerosas órdenes que posee: el Toisón de Oro, la gran Cruz de Carlos III, las cuatro cruces de San Fernando, la gran Cruz de Alejandro Newsky en brillantes, el gran Cordón de San Andrés, las grandes Cruces del Águila blanca y el Águila negra de Prusia, el gran Cordón de la Legión de Honor de Francia, la gran Cruz de Isabel la Católica, Mérito Militar, la del Danebrog de Dinamarca y otras muchísimas más que constelan su pecho, refulgiendo al resplandor de las arañas en los salones aristocráticos o asomando bajo la blanca capa que rima con la nieve en los desfiles militares de Moscú o de San Petersburgo, en los que a 20 grados bajo cero acompaña al Zar a caballo junto a los mariscales, grandes Duques y jefes más preeminentes de su Estado Mayor.
Aún dura todavía en Europa la estrategia napoleónica y no se ha desvanecido el aspecto teatralmente marcial que la guerra reviste. El humo de las batallas envuelve como el de la gloria los penachos, entorchado s y galones de los combatientes que saben conservar su apostura heroica, enardecidos por el redoblar de los tambores y la bélica vibración de trompetas y clarines. El poder de las armas es casi inocuo comparado con el mortífero de nuestros días. Y el sentimentalismo romántico flamea en las banderas que se agitan al viento y brilla con la luz del sol en las bayonetas de los decorativos fusiles.
Son los días de la guerra de Crimea; de la de Italia entre Francia y Piamonte contra el Austria, con las victorias de Magenta y Solferino; de la Austro-prusiana, terminada rapidísimamente en Sadowa; de nuestra espectacular de África con Prim y O'Donnell, Castillejos y Wad-Ras..., en las que nuestros jinetes unas veces y otras los lanceros de Balaclava, los húsares, los cosacos, los ulanos, los dragones o los coraceros deciden con sus impetuosas e irresistibles cargas la suerte de los combates.
También la diplomacia es pugna teatral y brillante que no ha olvidado los dogmas del Congreso de Viena y que aún conserva muy vivo el recuerdo de Metternich y Talleyrand. Tanto que el primero aún existe; y un sobrino del segundo, el barón de Talleyrand Perigord es el Ministro de Francia en San Petersburgo y ha reemplazado al Duque de Morny, el dandy del segundo imperio que en Rusia casará con la bellísima Princesa Sofía Troubetzkoy, que luego pasará a segundas nupcias con nuestro Duque de Sexto, Marqués de Alcañices. Hermano Morny, como ya sabéis todos, de Napoleón III, por ser hijo adulterino de Hortensia Beauharnais y el Conde de Flahaut, hijo a su vez ilegítimo del Príncipe de Talleyrand; a él se atribuirá la frase cínica: «Mi abuelo era Obispo, mi madre Reina y mi hermano Emperador. Y encuentro todo esto natural.» Una hortensia en su ojal y otra a modo de blasón en la portezuela de su coche con la inscripción: Tace sed memento, serán la expresión constante de su impúdico alarde.
En este mundo espectacular y refulgente en el que tanto se pagaban las gentes de la pompa externa: alcurnias, uniformes, títulos, bandas y preeminencias, era lógico que nuestro Don Mariano hiciera un papel relevante y alcanzase en la Corte del Zar de todas las Rusias una situación de privilegio. Tanto, que el año 60, a instancias del propio Emperador Alejandro, es nombrado, por Real Decreto de 4 de agosto, Embajador de Su Majestad cerca de Su Imperial Persona; designación que le produce a ésta honda satisfacción.
Careciendo las relaciones diplomáticas españolas con Rusia de móviles concretos y específicos y no existiendo por lo tanto con el inmenso Imperio las normas de una política a desarrollar, de antemano prefijada, es natural que Osuna no desenvuelva un plan previsto, limitándose a dar cuenta al Ministerio de lo que ve y observa, sin olvidar que es militar y que el Ministro de la Guerra Ros de Olano le pide a menudo información secreta sobre «la misteriosa organización de ese ejército ruso, comparable al de Átila» para decirlo con palabras suyas. De todo ello da cumplida cuenta el Embajador, de cuanto guarda relación con asuntos militares (renovación de armamentos y material de campaña, táctica, progresos en el tiro y la artillería, construcción de arsenales, buques de guerra, bases navales, etc.), y de las fiestas, bailes y banquetes que da en la Embajada y en cuya descripción se muestra por lo general parco, contrastando la sobriedad de aquélla con la magnificencia inenarrable de su esplendor.
Sus excentricidades, sus locuras fabulosas y sus despilfarros disparatados que acusan una anormalidad mental, de sobra conocidos; son precisamente los que han dado la popularidad –por no decir la inmortalidad- al Duque de Osuna. No se podría hacer la semblanza del famoso Embajador, sin recordarlos siquiera sea muy someramente. Porque le gusta una corbata-plastrón de uno de sus invitados y éste le dice que la adquirió en París, envía allí un criado en un tren especial para que le compre una igual. En cierta ocasión en que ha aparecido en Siberia un zorro azul, cuya piel se dice que es un primor de finura, el Emperador costea una expedición de cazadores, los cuales después de ímprobos trabajos logran capturar un ejemplar, cuya cobertura convierte en una capita el Zar y se la regala a la Zarina. Poco después Osuna organiza otra partida de caza que tras infinitos gastos y trabajos cobran varias piezas cuya piel transforma nuestro Embajador en sendas pelerinas para sus cocheros y lacayos. Otro día en que hay recepción del Cuerpo Diplomático en el Salón del Trono, llega con retraso, cuando ya todos los Embajadores y Ministros ocupan sus asientos ante el Emperador. Para no perturbar la solemnidad, pues su acomodamiento es difícil, se despoja de su capote de uniforme, espléndidamente forrado de hermosas cibelinas costosísimas y cuajado de condecoraciones de oro y diamantes; y haciendo de él un rebullo, se sienta sobre el mismo en el suelo. Al acabar la ceremonia le dice al estupefacto ujier de Palacio que lo recoge para entregárselo: “Gracias. El Embajador de España no acostumbra a llevarse los asientos”.  Otra de sus locuras memorables: Después de un banquete de cien cubiertos en honor de los Emperadores y de lo más granado de la Corte -digno por su maravilloso boato de un cuento de hadas- manda tirar al Neva toda la vajilla de oro, para que nadie pueda comer donde los Zares lo han hecho. Previamente han venido de Niza, de España y hasta de América, expediciones especiales con flores y frutas que suponen sumas de dinero ingentes. Porque en una de sus licencias, durante uno de sus viajes por nuestra península, cuando llega inesperadamente a uno de sus castillos, se encuentra con que no hay comida preparada, ordena que en lo sucesivo en todas sus fincas y posesiones se servirá a la hora señalada el almuerzo y la cena con arreglo a un menú exquisito, haya o no haya gente, como si él hubiera de estar presente. Así el anecdotario puede prolongarse hasta el infinito con narraciones todavía más pintorescas e inverosímiles, que la imaginación popular se ha encargado, por supuesto, de abultar y exagerar transmitiéndolas de generación en generación y haciendo del Duque de Osuna un personaje casi mitológico.
En las minutas de los despachos del Duque depositadas en los archivos de la Embajada y ricamente encuadernadas en piel con cantos dorados, en una de ellas ponía de manifiesto su indignación porque uno de los agregados a la Embajada había ido a la ópera imperial a paraíso. Le había llamado a capítulo para reprenderle severamente y le había entregado unos billetes de banco para que en lo sucesivo fuese a una localidad decorosa, digna de un funcionario de la Embajada de España. Más tarde, había pedido a Madrid el relevo de éste, sin duda porque su falta de medios pecuniarios le creaba una situación insostenible.
Su leyenda amorosa también es fértil en conquistas y aventuras, como conviene a un gran señor de su categoría que es Brummel, Creso y Mecenas a un tiempo, y, por tanto, no puede ser indiferente a la mujer ni invulnerable a las flechas de Cupido, aunque su elegancia y su afectación sirvan de coraza glacial e impenetrable para que aquéllas no se claven en su pecho. Ya hemos hablado de sus relaciones con Ángela Camarasa; de su admiración apasionada por la Condesa de Montijo, madre de Eugenia; de su flirteo con ésta, aunque no llegó a interesada a ella como Alba y Alcañices...Añadamos fugazmente que en San Petersburgo los bellísimos ojos negros cargados de melancolía de la Zarina María Alexandrowna, envuelta en pieles ideales, cargada de perlas y brillantes, le impresionan profundamente, aunque sus homenajes hacia ella no pasen de ser los adecuados en un caballero español galante y respetuoso. Viene luego una larga lista de grandes damas por las que tuvo especial predilección, sin que conste el grado de intensidad que la amistad con ellas alcanzara y cuya aclaración podría ser objeto de una investigación interesante: la Condesa Korsakoff; las Princesas Demidoff, Dolgoruky -amante del Emperador-, Souvaroff y Youssopoff... La hermosísima Elena Strattmann. Y por último, las aventuras picantes de entre bastidores con bailarinas, cantantes y actrices francesas, como mademoiselle Théric o Magdalena Brohan, de la Comédie française, de la que Don Juan Valera estuvo también enamoriscado y por la que perdieron los papeles el Conde Orloff y el italiano Marqués de Oldoini, padre de la encantadora y famosísima Condesa Castiglione, por la que igualmente, a su vez, había de perder los estribos Napoleón III. Una joven ingles Miss Clementina Villiers, hija de los Vizcondes de Villiers, había de ser uno de sus más impetuosos motivos de adoración, sin que las cosas acabaran de arreglarse por no decidirse la belleza británica a otorgarle su mano, con grande y apenada decepción de nuestro héroe, que con todo no era un Casanova; esto es: un Don Juan, sino un dandy (que no es lo mismo), cuya obsesión, según Valera, es hacer visitas. «Es incansable y no comprendo como no cae muerto de fatiga. No duerme ni reposa; se .viste o desnuda seis o siete veces al día y no hay fiesta en que no se halle ni persona a quien no visite, con lo cual y con su grande cortesanía y con toda la larga cáfila de sus títulos se tiene ganada: la voluntad de los rusos. Anoche volvió a casa a las tres y cuarto de la mañana y a las siete ya estaba levantado para acompañar al Emperador a cazar osos.»
Por fin, una bella Princesita de veinticuatro abriles, Leonor de Salm Salm, parienta suya, le atrae con sus juveniles encantos. Aunque ella no le quiere y él la lleva veintiocho años, porque cumplió los cincuenta y dos, se casan en Wiesbaden el 4 de abril de 1868. Esta unión enlaza dos familias ilustres, pero no los corazones de los contrayentes, para los que la diferencia de edad es un abismo que solamente el hielo y la indiferencia pueden llenar. Mariano Osuna que como su hermano lo tuvo todo: grandezas, títulos, honores, fortuna y privilegios, amoríos y aventuras, no podrá decir que poseyó el verdadero amor, ni que fue mimado por la felicidad que de él emana.
Derribada Isabel II y establecido el gobierno provisional del Duque de la Torre, se le admitió por el Ministro de Estado Álvarez Lorenzana, la dimisión del cargo de Embajador cerca de Su Majestad el Emperador de todas las Rusias, «que ha desempeñado con tanto celo, inteligencia y noble desinterés», según reza el Decreto.
Durante los años posteriores de la Restauración presidirá varias Embajadas extraordinarias en Viena y Berlín, esta última representando al Rey Alfonso XII en las bodas del futuro Emperador Guillermo con la Princesa Augusta de Sajonia. Ya está completamente arruinado y teniendo que hacer frente a un ejército de acreedores que han acudido a los Tribunales, defendidos por Don Francisco Silvela, pues no solamente ha dilapidado una inmensa fortuna, para entonces astronómica. Bravo Murillo es llamado en calidad de letrado y de asesor financiero para que vea el modo de poner un poco de orden en la maraña y un remedio a la bancarrota. Pero ha de desistir del empeño ante la decisión de Osuna de no reducir su tren fastuoso ni de cercenar gastos totalmente superfluos y suntuarios. Para huir del asedio y esquivar las demandas judiciales y los conflictos de todo orden que se suceden, se retira a sus posesiones de Beauring, donde el 2 de junio de 1882 fallece, después de haber recibido los Sacramentos.
Trasladado el cuerpo a España, la Duquesa Viuda encarga al escultor Frápoli que esculpe un sarcófago tan ostentoso y recargado que se necesitan seis yuntas de bueyes para arrastrarlo hasta la capilla del panteón ducal, en el que no cabe por la puerta, siendo preciso dejar los restos en el convento de la Concepción donde quedan insepultos. Entretanto, D.ª Leonor carece totalmente de fondos, porque el Banco de Castilla[6], que se hizo cargo del pasivo pensando resarcirse con las subastas de los residuos de la catástrofe, ha declarado la suspensión de pagos, siendo por tanto imposible abonar la factura al escultor que anuncia su propósito inaudito de embargar el féretro y desahuciar el cadáver. Este es el final lamentable de aquel gran señor cuya existencia deslumbrante causó el éxtasis y la admiración al mundo.
Y yo[7] me pregunto: ¿Qué fue en vida? ¿Un noble que tenía la obsesión de grandeza para la que sacrificó su colosal fortuna? ¿Un filósofo que prefirió arruinarse a dejar sus bienes a herederos interesados? ¡Quién sabe si de todo un poco! ¿Y cómo Embajador? ¿Qué concepto debe merecernos? A mi modo de ver muy respetable. Porque representó con plena dignidad y esplendor sin precedentes a su Patria en la Corte de los Zares, enalteciendo el nombre de España en todo momento y contribuyendo incluso con sus despilfarros y sus exorbitantes dispendios a su mayor prestigio y gloria, sin recibir de ella un solo céntimo. No es justo, pues, increparle con los epítetos de engreído, esperpento hueco, con que le saludan algunos historiadores y biógrafos. Porque sin olvidar sus errores y defectos, que los tuvo y grandes -como todos los humanos- al enjuiciarle como a un simple español y un militar, no olvidemos que la tierra vascongada fue regada con la sangre de sus muchas heridas. Y que en su pecho agujereado por las balas, fulgían cuatro cruces de San Fernando. Para ganarlas, jugando con la muerte enamorada de los valientes, hace falta algo más que ser un parásito, un vicioso o un dandy. Hace falta ser un héroe.[8]






[1] Escudo del Duque de Osuna.
[2] S. M la Reina Isabel II.
[3] S. M. I. el Zar Alejandro II
[4] Padre del ilustre Ex embajador en Paris Don José Quiñones de León.
[5] Fuente: Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores.
[6] Obligación del Duque de Osuna y del Infantado.
[7] El autor, Duque de Plasencia.
[8] Bibliografía: General Fernández de Córdova; Sr. Betancourt; Don Juan Valera, su secretario en Rusia; Don Antonio Marichalar, autor del libro “Riesgo y ventura del Duque de Osuna”; Don Federico Oliván.

2 comentarios:

  1. Un personaje realmente interesante y al que quizás se le debería dedicar un libro que trate su vida en profundidad. Por desgracia el duque Mariano ha pasado a la posteridad más como un derrochador que como el gran caballero y diplomático que fue.

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