BUDAPEST: UN DIA POR LOS CAMINOS DE RAÚL
WALLENBERG
“L
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as
ciudades invisibles” del escritor italiano Italo Calvino, son como lo expresa
su autor, ciudades inventadas. Toda ciudad puede ser un invento tras la mirada
del viajero. Los recorridos pueden multiplicarse infinitamente; la información
previa que de ellas tenemos produce un sinfín de relaciones inconscientes, que
serán luego los puntos de referencia que abordaremos a nuestra llegada. Cada ciudad tiene infinitos circuitos. Cuando
decidimos viajar a la capital de Hungría, nos propusimos visitar a manera de
tributo, aquellos sitios en que pudiésemos recordar a Raúl Wallenberg.
R
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aúl
Gustav Wallenberg, un nombre que la historia contemporánea ha convertido en el
paradigma del diplomático de uno los momentos más críticos del siglo XX: la Segunda Guerra
Mundial. Este diplomático sueco había nacido en Estocolmo en agosto de 1912, en
el seno de una familia protestante de banqueros. A través de los testimonios
recuperados de aquellos que sobrevivieron gracias a su gestión, en una Budapest
invadida por los nazis, que ejecutaban sistemáticamente los planes para
eliminar a la población judía local, hoy conocemos mejor la figura de este
hombre que apostó por la vida en un tiempo de muerte.
U
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no
de esos testimonios corresponde a Jack Fuchs, un sobreviviente del holocausto
que vive actualmente en Argentina y que describe con estas palabras la
actuación de Wallenberg: “En medio de tanta oscuridad, hubo una rendija de luz;
gente que hizo lo posible para salvar aquello que era posible salvar. Eran
personas que estaban dispuestas a vivir con honor. No a morir con honor. Hacia
julio de 1944, (los nazis) ya habían deportado a más de cuatrocientos mil
judíos. Fue entonces cuando surgió, salvadora, la figura de Raoul Wallenberg,
diplomático sueco enviado a tierra magyar con el objetivo de salvar la mayor
cantidad de vidas posibles.”
Los primeros pasos en busca de aquellos sitios que remiten a
Raúl Wallenberg en Budapest, los buscamos en la Gran Sinagoga en el
distrito VII de Pest. Esta sinagoga es la segunda más grande del mundo, después
de la Nueva York ,
con una capacidad para 3.000 personas. Completada en 1859, con dos torres de 43 metros de altura que
están coronadas con cúpulas gemelas en forma de cebolla, típicas de la
arquitectura oriental y bizantina, estilo que también guarda su fachada.
Contiguo a la Gran
Sinagoga , en cuyo predio estuvo alguna vez la casa natal del
periodista y escritor austriaco Theodor Herzl, se encuentra el museo judío; en
él se conservan documentos del censo de judíos en Europa, de los que más de
660.000 residían en Hungría; al final de la Segunda Guerra solo
sobrevivieron 160.000. A la salida, recorriendo el perímetro externo de la Sinagoga , nos encontramos
con el monumento a Wallenberg, realizado en 1987 por Imre Varga.
Nuestra curiosidad por descubrir otros sitios evocadores de
la figura de este gran hombre en la capital húngara había comenzado
exitosamente. Al abandonar la magnífica Sinagoga, recorrimos las calles del
tradicional barrio judío, cuyos portales dejan entrever los típicos patios con
sus balconadas externas; en esos oscuros días este barrio fue cercado por las
tropas invasoras. En las paredes de los edificios y al interior de los patios
todavía pueden observarse impactos de proyectiles. Aún existen negocios que
venden típicas comidas y artículos religiosos.
Nuestros datos para llevar a cabo el circuito de Wallenberg
en Budapest, se basaban en información fragmentaria. No fue fácil encontrar
la calle Minerva, desde la Ciudadela , fortaleza
construida por los austriacos en 1854 para prevenir una repetición de la
revolución del 1848 en la colina Gellért, del lado de Buda. Una pareja de
ancianos que paseaban del brazo en esa
fría y nublada mañana de diciembre fue otro de los emocionantes encuentros de
este paseo dedicado al diplomático sueco. Una combinación de distintos idiomas
fue el vehículo necesario para poder comunicarnos con dificultad. La primera
mención que hicimos sobre Wallenberg, produjo en la simpática pareja una mirada
de complicidad y el posterior silencio impregnado de emoción
que fue quebrado con una sola frase: “Nosotros somos también judíos”.
Comprendimos de inmediato lo que
significaba el nombre de Wallenberg para
el matrimonio. Apresurados en media lengua alemana e inglesa, nos explicaron
que las calles de la ciudad habían cambiado de nombre desde la reciente
proclamación de la IV
República , pero que con un autobús 61 podríamos llegar a la
que ellos pensaban era la
Legación Sueca de entonces. Agradecimos su amabilidad y nos
separamos sin renunciar a que nos despidieran con un Shalom, sintiendo una vez
más que “toda vida verdadera es encuentro”, parafraseando las palabras del filósofo israelí de origen austriaco Martín
Buber.
Mientras tanto recordamos
un artículo aparecido en la revista “Where” de diciembre en el que Halász Zoltan bajo el
título “The Angels” escribía: “He descubierto recientemente un memorable
grupo de pequeños ángeles en la colina Gellért. En la calle Minerva, en el
vestíbulo de entrada de un viejo chalet, unos angelitos de color azul te miran
desde el muro. La casa se llama “Wallenberg Villa” porque el diplomático sueco,
Raoul Wallenberg, vivió en ella durante los tiempos terribles del Holocausto.
Wallemberg fue un ángel de salvación
para los Judíos perseguidos durante el invierno de 1944/1945, cuando decenas de
miles de personas fueron obligadas a vivir en el gueto, miles fueron asesinadas
allí mismo o a las orillas del Danubio.
Desde su chalet en la colina, Wallemberg visitaba las casas protegidas en el
distrito 13, que él organizó para salvar a tantos judíos perseguidos como
pudiese. Desde su residencia bajaba para
discutir con el Alto Comando de la
SS , con los lideres de La Cruz Gamada , y finalmente, después de la liberación de Budapest, con un
comandante de la Armada
Roja – a quien le ofreció su ayuda para salvar a los
habitantes de Budapest de morir de hambre, de enfermedad, de la muerte. Fue
detenido por los rusos y murió en una cárcel desconocida de la Unión Soviética. Solo los ángeles del vestíbulo quedaron en su
sitio, ilesos.”
Después de recorrer un breve trecho y perder de vista a
nuestros ocasionales guías, encontramos
casualmente la Calle
Minerva y la casa de Wallenberg; una sobria placa de mármol
recuerda el lugar donde vivió el diplomático. La casa es un típico chalet de
principios de siglo, con influencias secesionistas, característico del barrio
de la colina Gellert.
Aquel mismo día por la noche fuimos a cenar a un restaurante
de cocina de Transilvania del lado Pest, llamado Kárpátia, fundado en la
segunda mitad del siglo XIX. A la
entrada del restaurante había prensa local destinada a hacer más breve la
espera de este restaurante altamente concurrido. Un periódico húngaro, el único
en idioma ingles, llamó nuestra atención; se trata del
“Budapest Sun”, de fecha 7 al 13
de diciembre de 2000. En su portada se
reproducía una foto del monumento a
Wallemberg que habíamos visitado
en el patio de la Sinagoga ,
ilustrando un articulo en cuyo titulo aparecía “Wallenberg fue
ejecutado por los Soviéticos”. El artículo reproduce las declaraciones de un
funcionario ruso que manifiesta que el diplomático sueco había sido asesinado
en la infame cárcel de la
Lubyanca (sede central en Moscú de los servicios secretos
KGB), de acuerdo con las declaraciones del Presidente del Comité Presidencial
Ruso para la rehabilitación de las victimas de la opresión soviética, Alexander
Yakovlev.
En Budapest la última vez que se vio a Wallenberg fue el 13
de enero de 1945. Él esperaba a las tropas liberadoras soviéticas junto a una
gran bandera sueca que flameaba sobre la puerta de su Legación. Desde entonces
su paradero resultó desconocido. Wallenberg integra la lista de otros
diplomáticos que dedicaron su paso por la Budapest de los años 1944/45 a salvar vidas.
Ángel Sanz Briz fue uno de ellos, el joven diplomático español que salvó a cinco mil judíos y cuya historia está narrada
por el periodista Diego Carcedo en “Un
español frente al Holocausto”. En esta obra el autor relata un encuentro entre
los dos diplomáticos, cuando compartieron no sólo un mismo destino profesional
sino una misma ética de la profesión. También no quisiéramos olvidar al
italiano Perlasca, que haciéndose pasar por Cónsul de España,
salvó él solo la vida de 5.200 judíos.
El recuerdo y la evocación de Raúl Wallenberg nos condujeron
por Budapest en busca de aquellos sitios que de alguna manera testimonian el
paso del diplomático héroe por esta ciudad cortada por el Danubio; su historia
aún no se ha terminado de contar: en los días que finalizábamos de
escribir este modesto tributo, la prensa de todos los rincones del
mundo reproducía las revelaciones sobre el destino final de Raúl
Wallenberg. El caso aún no está cerrado;
quizás haga falta el análisis de muchos testimonios y documentos más, para
saber cuál fue la suerte que corrió el diplomático sueco tras su injustificada
detención. Por el momento el recuerdo inolvidable de su generosidad y altruismo
permanecen presentes en la memoria de muchas personas.
Hola Carlo, soy Diana Liniado, de la International Raoul Wallenberg Fondation, sede Argentina.
ResponderEliminarMe ha encantado la nota y el paseo.
Me gustaría saber cómo nace tu interés por este "angel"
Un abrazo desde Buenos Aires