sábado, 23 de marzo de 2013

BUDAPEST: UN DIA POR LOS CAMINOS DE RAÚL WALLENBERG



BUDAPEST: UN DIA POR LOS CAMINOS  DE RAÚL  WALLENBERG

“L
as ciudades invisibles” del escritor italiano Italo Calvino, son como lo expresa su autor, ciudades inventadas. Toda ciudad puede ser un invento tras la mirada del viajero. Los recorridos pueden multiplicarse infinitamente; la información previa que de ellas tenemos produce un sinfín de relaciones inconscientes, que serán luego los puntos de referencia que abordaremos a nuestra llegada.  Cada ciudad tiene infinitos circuitos. Cuando decidimos viajar a la capital de Hungría, nos propusimos visitar a manera de tributo, aquellos sitios en que pudiésemos recordar a Raúl Wallenberg.

R
aúl Gustav Wallenberg, un nombre que la historia contemporánea ha convertido en el paradigma del diplomático de uno los momentos más críticos del siglo XX: la Segunda Guerra Mundial. Este diplomático sueco había nacido en Estocolmo en agosto de 1912, en el seno de una familia protestante de banqueros. A través de los testimonios recuperados de aquellos que sobrevivieron gracias a su gestión, en una Budapest invadida por los nazis, que ejecutaban sistemáticamente los planes para eliminar a la población judía local, hoy conocemos mejor la figura de este hombre que apostó por la vida en un tiempo de muerte.

U
no de esos testimonios corresponde a Jack Fuchs, un sobreviviente del holocausto que vive actualmente en Argentina y que describe con estas palabras la actuación de Wallenberg: “En medio de tanta oscuridad, hubo una rendija de luz; gente que hizo lo posible para salvar aquello que era posible salvar. Eran personas que estaban dispuestas a vivir con honor. No a morir con honor. Hacia julio de 1944, (los nazis) ya habían deportado a más de cuatrocientos mil judíos. Fue entonces cuando surgió, salvadora, la figura de Raoul Wallenberg, diplomático sueco enviado a tierra magyar con el objetivo de salvar la mayor cantidad de vidas posibles.”

Los primeros pasos en busca de aquellos sitios que remiten a Raúl Wallenberg en Budapest, los buscamos en la Gran Sinagoga en el distrito VII de Pest. Esta sinagoga es la segunda más grande del mundo, después de la Nueva York, con una capacidad para 3.000 personas. Completada en 1859, con dos torres de 43 metros de altura que están coronadas con cúpulas gemelas en forma de cebolla, típicas de la arquitectura oriental y bizantina, estilo que también guarda su fachada. Contiguo a la Gran Sinagoga, en cuyo predio estuvo alguna vez la casa natal del periodista y escritor austriaco Theodor Herzl, se encuentra el museo judío; en él se conservan documentos del censo de judíos en Europa, de los que más de 660.000 residían en Hungría;  al  final de la Segunda Guerra solo sobrevivieron 160.000. A la salida, recorriendo el perímetro externo de la Sinagoga, nos encontramos con el monumento a Wallenberg, realizado en 1987 por Imre Varga.

Nuestra curiosidad por descubrir otros sitios evocadores de la figura de este gran hombre en la capital húngara había comenzado exitosamente. Al abandonar la magnífica Sinagoga, recorrimos las calles del tradicional barrio judío, cuyos portales dejan entrever los típicos patios con sus balconadas externas; en esos oscuros días este barrio fue cercado por las tropas invasoras. En las paredes de los edificios y al interior de los patios todavía pueden observarse impactos de proyectiles. Aún existen negocios que venden típicas comidas y artículos religiosos.

Nuestros datos para llevar a cabo el circuito de Wallenberg en Budapest, se basaban en información fragmentaria. No fue fácil encontrar la  calle Minerva, desde la Ciudadela, fortaleza construida por los austriacos en 1854 para prevenir una repetición de la revolución del 1848 en la colina Gellért, del lado de Buda. Una pareja de ancianos que paseaban del  brazo en esa fría y nublada mañana de diciembre fue otro de los emocionantes encuentros de este paseo dedicado al diplomático sueco. Una combinación de distintos idiomas fue el vehículo necesario para poder comunicarnos con dificultad. La primera mención que hicimos sobre Wallenberg, produjo en la simpática pareja una mirada de complicidad  y  el posterior silencio impregnado de emoción que fue quebrado con una sola frase: “Nosotros somos también judíos”. Comprendimos de inmediato  lo que significaba el nombre de Wallenberg  para el matrimonio. Apresurados en media lengua alemana e inglesa, nos explicaron que las calles de la ciudad habían cambiado de nombre desde la reciente proclamación de la IV República, pero que con un autobús 61 podríamos llegar a la que ellos pensaban era la Legación Sueca de entonces. Agradecimos su amabilidad y nos separamos sin renunciar a que nos despidieran con un Shalom, sintiendo una vez más que “toda vida verdadera es encuentro”, parafraseando las palabras del  filósofo israelí de origen austriaco Martín Buber.

Mientras tanto recordamos  un artículo aparecido en la revista “Where” de  diciembre en el que Halász Zoltan bajo el título “The Angels” escribía: “He descubierto recientemente un memorable grupo de pequeños ángeles en la colina Gellért. En la calle Minerva, en el vestíbulo de entrada de un viejo chalet, unos angelitos de color azul te miran desde el muro. La casa se llama “Wallenberg Villa” porque el diplomático sueco, Raoul Wallenberg, vivió en ella durante los tiempos terribles del Holocausto. Wallemberg  fue un ángel de salvación para los Judíos perseguidos durante el invierno de 1944/1945, cuando decenas de miles de personas fueron obligadas a vivir en el gueto, miles fueron asesinadas allí mismo o a  las orillas del Danubio. Desde su chalet en la colina, Wallemberg visitaba las casas protegidas en el distrito 13, que él organizó para salvar a tantos judíos perseguidos como pudiese.  Desde su residencia bajaba para discutir con el Alto Comando de la SS, con los lideres de La Cruz Gamada, y finalmente, después de la liberación de Budapest, con un comandante de la Armada Roja – a quien le ofreció su ayuda para salvar a los habitantes de Budapest de morir de hambre, de enfermedad, de la muerte. Fue detenido por los rusos y murió en una cárcel desconocida de la Unión Soviética.  Solo los ángeles del vestíbulo quedaron en su sitio, ilesos.”

Después de recorrer un breve trecho y perder de vista a nuestros ocasionales guías,  encontramos casualmente la Calle Minerva y la casa de Wallenberg; una sobria placa de mármol recuerda el lugar donde vivió el diplomático. La casa es un típico chalet de principios de siglo, con influencias secesionistas, característico del barrio de la colina Gellert.

Aquel mismo día por la noche fuimos a cenar a un restaurante de cocina de Transilvania del lado Pest, llamado Kárpátia, fundado en la segunda mitad del siglo XIX.  A la entrada del restaurante había prensa local destinada a hacer más breve la espera de este restaurante altamente concurrido. Un periódico húngaro, el único en idioma ingles, llamó nuestra atención; se trata  del  “Budapest Sun”,  de fecha 7 al 13 de diciembre de  2000. En su portada se reproducía una foto del monumento a  Wallemberg  que habíamos visitado en el patio de la Sinagoga, ilustrando  un articulo  en cuyo titulo aparecía “Wallenberg fue ejecutado por los Soviéticos”. El artículo reproduce las declaraciones de un funcionario ruso que manifiesta que el diplomático sueco había sido asesinado en la infame cárcel de la Lubyanca (sede central en Moscú de los servicios secretos KGB), de acuerdo con las declaraciones del Presidente del Comité Presidencial Ruso para la rehabilitación de las victimas de la opresión soviética, Alexander Yakovlev.

En Budapest la última vez que se vio a Wallenberg fue el 13 de enero de 1945. Él esperaba a las tropas liberadoras soviéticas junto a una gran bandera sueca que flameaba sobre la puerta de su Legación. Desde entonces su paradero resultó desconocido. Wallenberg integra la lista de otros diplomáticos que dedicaron su paso por la Budapest de los años 1944/45 a salvar vidas. Ángel Sanz Briz fue uno de ellos, el joven diplomático español que salvó a  cinco mil judíos y cuya historia está narrada por el periodista  Diego Carcedo en “Un español frente al Holocausto”. En esta obra el autor relata un encuentro entre los dos diplomáticos, cuando compartieron no sólo un mismo destino profesional sino una misma ética de la profesión. También no quisiéramos olvidar al italiano Perlasca, que haciéndose pasar por Cónsul de España, salvó él solo la vida de 5.200 judíos.

El recuerdo y la evocación de Raúl Wallenberg nos condujeron por Budapest en busca de aquellos sitios que de alguna manera testimonian el paso del diplomático héroe por esta ciudad cortada por el Danubio; su historia aún no se ha terminado de contar: en los días que finalizábamos de escribir  este modesto  tributo, la prensa de todos los rincones del mundo reproducía las revelaciones sobre el destino final de Raúl Wallenberg.  El caso aún no está cerrado; quizás haga falta el análisis de muchos testimonios y documentos más, para saber cuál fue la suerte que corrió el diplomático sueco tras su injustificada detención. Por el momento el recuerdo inolvidable de su generosidad y altruismo permanecen presentes en la memoria de muchas personas.


1 comentario:

  1. Hola Carlo, soy Diana Liniado, de la International Raoul Wallenberg Fondation, sede Argentina.
    Me ha encantado la nota y el paseo.
    Me gustaría saber cómo nace tu interés por este "angel"
    Un abrazo desde Buenos Aires

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