De duros y porfiados guardan fama los inviernos en Extremadura y a fe que suaves se me hacen esos adjetivos, que desde Noviembre la tramontana que baja de Gredos, se te mete en los huesos y te congela el alma. Y más si pasas la noche al raso, que conozco yo a uno que lo hizo y el día de Santiago a las cinco de la tarde, a la sombra de una higuera que me lo contaba, comenzó a tiritar y se salió al sol porque se helaba de frío. Y debía andar el mercurio en los cuarenta y tantos, y seguía tiritando.
Tres semanas le quedaban a Diciembre y dos días hacía que había donado yo la casa. Que como católico que soy, por que no se quedaran sin techo los de los bancos, amablemente les cedí mi vivienda. Que son muy buena gente y no se merecen el pasar penurias. Que tan indulgentes y bondadosos aparecen que aunque aún les debo dinero, me han asegurado que en dos meses no presentaran denuncia.
Sin techo, sin familia y sin trabajo, por no pasar la vergüenza del desahuciado salí sin rumbo de mi ciudad y bueno me pareció este pueblo para pasearlo, que pensaba yo que andando le disimularía a mi estómago el apetito. Y no era así, que a cada zancada me rugían las tripas y me recordaban que estaban en ayuno. Doce veces recorrí la principal, que dos pastelerías había en ella y con los olores que salían por la puerta aliviaba el hambre.
Se acercaba la noche y acordándome del friolero busqué refugio, que no quería yo que me pasara lo que a él. Rebusqué en mi cartera por si quedara para una pensión, pero huérfana de patrimonio se hallaba esta y tan sólo guardaba el carnet de identidad y un décimo de lotería de Navidad acabado en cuatro, que le había ganado al mús a uno que de mano se jugó un órdago con treintaiuna, y tres sietes y la sota de oros tenía yo de postre. Y como en los bolsillos no llevaba si no telarañas, a la parroquia de la patrona me llevaron mis pasos. Entré decidido en el templo buscando al sacerdote y lo hallé entretenido en colocar los cirios tras el altar. Se giró el cura cuando escuchó ruido y lo pensé cerbatana, que de enjundia nerviosa y nervuda se me hacía el clérigo, y sacos de huesos había visto yo con más carne que la que presumía. Y en los andares, me recordaba a los juncos que en las vegas de los ríos se cimbrean mecidos por el aire, y en algunos pasos se me hacía que estaba a punto de troncharse. Buen maestro de paseíllos perdió la tauromaquia.
A él me dirigí y debió ser la vergüenza la que me quebró la voz, que un siglo se me hizo lo que tardé en saludarle y tanto fue, que el sacerdote me creyó tartaja, y por sacarle del error, de carrerilla le recité mis desgracias y le rogué por el altísimo que asilo me proporcionara para la noche. No sólo me dio cobijo el santo varón si no que además de techo me ofreció empleo, que poco hacía que con Cristo se había marchado el sacristán y desde entonces andaba el cura sin ayudante. No dudé un instante en aceptar la oferta y quise besar las manos de aquel que me las tendía, pero no era el cura partidario de besuqueos y agradecimientos, por lo que se dio la vuelta e hizo que le siguiera hasta el curato donde colgó la sotana y se vistió de gris, y como era la hora de cenar nos fuimos los dos a su residencia, donde consolé mis tripas con una sopa y un huevo frito y reposé mis huesos en un catre que desde ese día lo apañaba para mí..
Cuatro días faltaban a la Nochebuena y cinco llevaba yo ocupándome de las cosas de la parroquia, y aunque alguna faena había que me negaba el triunfo, no tenía disgusto el cura con mis quehaceres. Y más contento era yo con el capellán, que nunca conocí persona igual.
Agrio era el carácter del sacerdote y malhumorado se madrugaba muchas mañanas, que raro era el amanecido que no caía sobre mi algún chaparrón, y a veces hasta llegó a amenazarme con medirme las costillas con una vara que decía que guardaba en la capellanía. Pero ya me conocía yo su genio y de sobra sabía que si había vara, era de caramelo, y por mucho que quería el aparentar duro, de puro chocolate era su corazón. Y era discreto, que su izquierda ignoraba muchas veces lo que hacía su derecha y así, casi nadie conocía que todos los días visitaba las casas de los más pobres y a su disposición ponía trabajo y hacienda. No había jornada en que no le hiciera bien a alguno, que más de una noche guardó ayuno porque otro cenara. Y pagaba en la farmacia las medicinas de los enfermos. Y bañaba a los impedidos. Y al que iba con harapos le ofrecía su ropa, y tantas veces lo hacía que sólo dos sotanas, un pantalón, una camisa y un abrigo del año del hambre colgaban de sus perchas. Y se peleaba con los empresarios porque no despidieran a nadie. Y no cerraba la puerta de su casa, para que tuvieran techo los que como yo, alguna vez hubieran de dormir al raso. Muchos en el cielo son bienaventurados sin llegar a los méritos de este gran hombre.
Especialmente nervioso amaneció aquel día el sacerdote, que veintiuno del mes doce señalaba el calendario, y a la cercana Navidad achacaba yo sus desbarrados. Y no era así, que otros asuntos le martirizaban el caletre y por resolverlos y tenerle, si perdía la compostura, me pidió que le acompañara a sus negocios. Al lado de una plaza que de rojo parecía teñida, se alzaba la sucursal de una de las entidades bancarias más pujantes de nuestro país y sus puertas abrimos y penetramos en ella. Dimos los buenos días a los empleados y audiencia solicitó el clérigo con el director y fue en el despacho del eminente burócrata, donde cuenta me di de que jamás conocería hombre como aquel cura. Y sentí envidia, que sabía que por mucho empeño que pusiera en ello, ni a cien leguas de la bondad del sacerdote me acercaría.
Amable y mentirosa fue la cordialidad con la que nos recibió el banquero y no tardó mucho en trocarla por mueca de desagrado, que pronto le pidió el cura que parara el desahucio de una familia de cinco, que por falta de trabajo tres meses hacía que no cumplían con la hipoteca. Y le habló el cura de la enfermedad que padecían la madre y la pequeña, de los desvelos del padre por encontrar empleo, de las veces que comían sopa y tortilla y se saltaban merienda y cenaban tortilla y sopa. Y le contó que restos de suela llevaban los dos niños en los agujeros de los zapatos. Y que no tenían luz, y sólo la caridad de alguno hacía que malvivieran otro día. Y no convenció al banquero, que donde el cura ponía humanidad, de dineros le hablaba el otro. Donde el cura ponía caridad, de intereses se le llenaba la boca al usurero. Ponía el cura comprensión y paciencia y apelaba el maldito a los negocios. Y si hablaba el cura de la justicia divina, a la terrenal se agarraba el desalmado. Quiso ponerse el buen hombre de fiador de los pobres y le pidió el otro que le nombrara su patrimonio, y sólo pudo el párroco poner su nombre. No consintió el capitalista en buscar solución al caso y nos avanzó que al mediodía la injusticia en la calle dejaría a los morosos. Y por mofarse del suplicante le animó a que implorara a su jefe por un milagro. Que tiempo milagrero consideraba el malvado que era la Navidad. Y le contestó el cura que la fe mueve montañas y que razón tenía el avaro en que muchos milagros se daban en Navidad. Y Dios era todopoderoso y justo y muchas veces aliviaba las penas de los más necesitados. Vil fue la sonrisa del financiero, que gracia le hacía que algunos aún confiaran en lo divino. Comprendió entonces el cura lo inútil de sus ruegos a un ser tan miserable y salió el sacerdote maldiciendo y salí yo detrás intentando que se calmara. Y no lo conseguí, que hasta el ayuntamiento siguió jurando el cura en latín y en arameo.
Buscamos allí al alcalde y le expuso el cura el caso y no nos dio solución, que decía el funcionario que muchos eran los que acudían en busca de ayuda y no había en las arcas para todos, que de mármol se había forrado la plaza y en breve había de hacer frente a la factura. Baldías fueron de nuevo las súplicas del cura y abandonó el consistorio hundido y desesperado. Vi como las lágrimas afloraban en sus ojos, mientras andábamos ligeros por llegar y ayudar a la familia a recoger los cuatro trastos que tenían y llevarlos a la casa del sacerdote, que decía este que apretándonos un poco, lo que para uno estaba hecho (y éramos dos), valdría igual para siete. Y si no podía ser, en un banco de la iglesia pondría él su dormitorio.
Muchos llantos nos recibieron en la casa, y entre lágrimas finalizamos el traslado y aunque poco fue lo que mudamos, hubo cosas que hubieron de quedarse en la calle que en la casa del cura no cabía más. A la iglesia acudimos después y habló con Dios el cura y tornó tranquilo. Mucho era lo que a Dios amaba y mucha su confianza en la bondad del Todopoderoso, que sabía el párroco que de los desamparados era el reino de los cielos, y mientras llegaban a este, en su casa tendrían posada.
Comimos lo que pudimos aquel día, que los pequeños inquilinos vacía dejaron la despensa, y no cenamos, que decía el cura que estábamos en tiempo de sacrificios y era gula el comer dos veces. Y hasta yo le hubiera dado la razón si al menos una vez hubiera satisfecho el hambre. Pasamos la noche cura y sacristán en los bancos de la iglesia y en mi cama tres pequeños durmieron a pierna encogida y en el catre del cura descansó el matrimonio.
Y llegó el veintidós y amaneció claro. Gustaba yo, en algunas ocasiones, mientras realizaba solícito las tareas, de poner la radio para amenizarme la mañana. Y día era este de escucharla, que desde bien temprano marchó el cura a atender a los desfavorecidos, y yo que arrastraba sueño, que el banco se me hizo piedra y no pude pegar ojo, conecté el aparato para despabilarme. Corrí el dial de lado a lado y no encontré otra cosa que no fuera el sorteo de lotería de Navidad, y aunque no era yo aficionado al juego picó mi curiosidad el saber el número agraciado, que igual que el cura y yo, mucho madrugó el gordo esa mañana y no pasó de la primera tablilla el que saliera el premio. Recordé que un número guardaba en mi
cartera y era un dos mil cuatrocientos cuarenta y cuatro y cerca anduve de quedarme en la mitad, que un nueve mil ochocientos ochenta y ocho anunciaron como agraciado. Apenas maldije mi suerte, que sabía que otros andaban más necesitados que yo. Recogí las barreduras diarias, saqué brillo a la patena, bruñí el copón y coloqué el manotergio. Y en esto estaba cuando anunciaron el segundo. Y fue el siete el agraciado. Y uno tras otro fueron cantando los premios, y menos en cuatro, en todos los demás acabaron el tercero, los cuartos y los quintos. Y no me extrañó, que de mucho andaba la buena suerte esquiva con mi persona.
Apagué la radio y me acerqué a San Andrés, que de la humedad se desprendía escayola del techo y de blanco le teñía la sesera. Fui a adecentar al santo y miré al suelo y me extrañó de ver en este mi cartera, que creía yo de haberla dejado en el curato. La recogí y la guardé en mi bolsillo trasero y dejé aviado al bienaventurado. Vi los bancos desordenados y al bajar los escalones del altar de nuevo vi en el suelo mi cartera, y yo, que por ser mamífero carezco de agallas, empecé a asustarme que no se me hacía de este mundo lo que me estaba pasando. Volví a recogerla y la llevé al curato y debajo de las sagradas escrituras le busqué acomodo. Salí escamado de la sacristía y tres pasos no había dado, cuando en el suelo y abierta encontré mi billetera. Sufrí por un momento de pánico y cagueta, me flojearon las piernas y tuve ahogo y síntomas de tabardillo, que duda no tenía de que era cosa de espíritus lo que en la iglesia sucedía, y ya veía yo romerías espectrales en todos los rincones Asustado la recogí del suelo y cuando quise guardarla, me pareció que alguien me tiraba de la mano y me obligaba a abrirla. No sé si fui yo o fue fantasma, pero en mi mano diestra apareció el décimo que guardaba tras el carnet y en vez de acabado en cuatro, en ocho terminaba y otros dos ochos le precedían, y antes un nueve y el primero era un cero. Negaba mi cabeza lo que veían mis ojos, que si no era alucinación, seguro estaba de tener el gordo, y si los demonios no andaban enredando, la mano de Dios había de ser la responsable, que era Navidad y ya nos dijo uno que tiempo de milagros se consideraba.
Llegó el cura cabizbajo, que muchos eran los necesitados y pocos los recursos que tenía, y por consolarle me acerqué a él, le conté lo que ocurría y le enseñé el décimo. Muchas veces lo miró el sacerdote, y aunque no era besucón, de abrazos y besos cubrió mi cara. Y daba gracias a Dios. Y bailaba. Y en voz alta pensó en recuperar la casa de sus inquilinos. Y en comprarle la silla de ruedas a Don Manuel, que llevaba dos meses encerrado en casa por carecer de ella. Y en tapar las goteras de los vecinos. Y en ayudar a Fulgencio a pagar la furgoneta. Y en el vestido de novia de Cristina que o mucho cambiaba, o se casaba en vaqueros y embarazada. Y gritaba un comedor para los pobres. Y en donar parte al asilo. Y en los inmigrantes por comprarles mantas. Y juguetes a los niños. Y en cursos para parados. Y menos en él, en todos los demás pensó invertir el dinero, y tanto era, que ni siete veces el premio le hubiera alcanzado.
Después de la alegría reflexionó, y cuenta se dio de que el décimo era mío y algo decepcionado me pidió que al menos una pequeña parte donara a la parroquia. Sentía yo admiración por ese hombre y le prometí el total si me dejaba ayudarle, que sólo de ver lo feliz que era el cura haciendo el bien, en el cielo me sentía yo. Que mucho hacía que perdí la fe en los hombres y aquel sacerdote me devolvía todos los días la esperanza.
Como pólvora corrió la noticia de mi premio, tanto fue así que a no mucho tardar se presentó en la iglesia el infame banquero que entre disculpas, a nuestra disposición ponía su entidad y su persona para guardarnos los cuartos. Y vino luego el alcalde, y nos habló al cura y a mí de las necesidades del ayuntamiento, que muchos años tenía y ya era hora de adecentarlo. Y pensé yo que muy ruin ha de ser un hombre que cuando se siente poderoso no duda en humillar al débil y al poco, es capaz de arrodillarse ante él si le rebosan de cuartos las faltriqueras.
Tardó más el cura en cobrar el premio que en repartirlo y sólo guardo para él un abrigo que se compró en las rebajas. Y bien sabía yo que no le dudaría dos inviernos, que cuando alguno se le acercara con frío, un tris tardaría el cura en regalarle el abrigo y volverse a casa en mangas de camisa.
Y esto que os he contado sucedió en Navidad, y fue milagro, que muchos prodigios se dan en esas fechas. Que siempre nace alguno y eso es milagro. Y otro encuentra trabajo, y también lo es. Y estos se arreglan con sus padres. Y aquellos perdonan a sus amigos. Y todos tienen algo que celebrar y agradecer. Y soy yo quien más agradecimiento debe, que fue la providencia quien me llevó al cura y logró este, sin decirme una palabra, que lo que hasta entonces era desesperación se convirtiera en esperanza. Mi tristeza en alegría. Mi odio en bondad. Y mis miedos en valentía. Y desde aquel día rebosa mi alma de felicidad y me siento a gusto.
Y sigo jugando un décimo por Navidad y a medias sabe el cura que lo llevamos, que si acaso la suerte volviera a favorecerme, yo disfrutaría viendo como el cura aire le diera a los dineros y siguiéramos pobres los dos.
Doctor arquitecto y escritor, autor de numerosos títulos técnicos y catálogos, así como de proyectos de edificación y ensayos. Ensayista de artículos de índole técnica y cultural en varias revistas, colaborador de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Escritor de historia, antropología, anécdotas de vida profesional y novelas históricas. Más de veinticinco libros publicados hasta el momento tanto en papel como en formato digital.
sábado, 30 de marzo de 2013
miércoles, 27 de marzo de 2013
Tirar la casa por la ventana
En el siglo XIX se impuso la costumbre de que a aquel que le tocaba la lotería, tiraba los enseres de su casa por la ventana… Literalmente los muebles se iban a la calle.
Tonto de capirote
Frase aplicada a la persona muy necia o incapaz. Según Unamuno, en un articulo publicado en 1923, decía que tonto de capirote "es el que con un capirote o bonete puntiagudo, hace de tonto en las fiestas. Es un tonto de alquiler y casi oficial"
Vete a hacer puñetas.
La usamos cuando queremos despedir a alguien con desconsideración. Las puñetas son las bocamangas (la parte mas cercana de la manga) realizadas con bordados y puntillas, que adornaban algunas togas. Estos adornos eran realizados a mano con hilo, formando un tejido calado con flores y figuras. Era una labor muy delicada que implicaba la inversión de mucha paciencia, tiempo y dinero
Vete al carajo
“CARAJO" se le llamaba a la pequeña canastilla que se encontraba en lo alto del palo mayor de las antiguas naves. Cuando un marinero cometía una falta se le mandaba al Carajo en señal de castigo. Por esta razón es por qué cuando queremos perder de vista a alguien usamos la expresión: “VETE AL CARAJO”
Verdades de perogrullo
¿Quién no ha hablado alguna vez de las verdades de Perogrullo? Pero... ¿sabemos realmente quién fue este personaje, si es que alguna vez existió? No puede afirmarse con certeza quién fue Perogrullo. Para algunos, fue un personaje quimérico; para otros, una persona de carne y hueso, asturiano para más datos. Sea como fuere, lo que no puede cuestionarse es el caudal de ingenio y gracejo encerrado en las célebres "verdades" que se atribuyen a este personaje, que a la mano cerrada le llamaba puño. Estas "verdades" formaron parte de coplas, muy cuidadosamente recopiladas y un autor tan afamado como Francisco de Quevedo y Villegas las intercaló en sus prosas. La incorporación en el uso coloquial de la expresión verdades de Perogrullo (en realidad, una deformación del nombre Pedrogrullo) se debe a la necesidad de expresar aquello que por evidente y consabido se hace ocioso anunciar.
Tomar las de villadiego
Si existe un dicho popular de origen español cuyo origen es controvertido, sin duda es este que nos ocupa ahora. Sobre lo que no se tiene ninguna duda es respecto de su antigüedad, ya que se lo menciona por primera vez en La Celestina, la célebre tragicomedia de Calisto y Melibea escrita en parte por Fernando de Rojas, donde se hace
referencia a las "calzas de Villadiego". Pero los estudiosos no se ponen de acuerdo acerca de su procedencia: para algunos, alude a un determinado tipo de calzones -calzas- que se confeccionaban por entonces en el pueblo burgalés de Villadiego; para otros, evoca la figura del aventurero que llevaba ese apellido, quien por alguna razón que se desconoce, se vio obligado a escapar precipitadamente de determinado lugar. Existen otras versiones no menos contradictorias, una de las cuales sostiene que se refiere a las alforjas que se fabricaban en la ciudad de Villadiego, aludiendo a que éstas son lo primero que se toma cuando se huye de un lugar, pero en realidad, se trataría de las calzas, que sí son lo primero que uno toma en su huida. Pero sea como fuere, el significado de la frase tomarse las de Villadiego tiene en todos los casos el mismo sentido: huir, salir en estampida por efecto de una contingencia súbita e imprevista.
Tener muchas ínfulas
En la Antigüedad, se llamaban "ínfulas" a unas tiras o vendas de las que pendían dos cintas llamadas "vittae" una a cada lado de la cabeza. Las "ínfulas" se usaban arrolladas en la cabeza a manera de diadema o corona, y solían lucirlas los príncipes y sacerdotes paganos, como señal distintiva de su dignidad. Con estas "ínfulas" se adornaban también los altares y -en algunas ocasiones- las víctimas que eran llevadas al sacrificio. Pero cuantas más eran las ínfulas y mejor la calidad de su confección, más importante era considerada la persona que las portaba, por lo que, era muy común escuchar hablar de víctima de muchas ínfulas. Con el tiempo, el dicho pasó a designar a todo aquel que actúa con habitual vanidad y orgullo desmedidos y, por lo general, despreciando al prójimo.
Tienes mas cuento que Calleja
Saturnino Calleja Fernández (Burgos
1853-Madrid 1915) era un editor, pedagogo y escritor español, eran conocidos
los giros que les daba a los cuentos populares, por ejemplo el soldadito de
plomo cobraba vida por devoción a la Virgen del Pilar, el Barón de Munchaunnsen paso a llamarse el Barón de la
Castaña etc..etc..a la
famosa coletilla Comieron perdices y fueron felices Calleja añadió; y a mi no
me dieron porque no quisieron. Se dice que alguien tiene mas cuento que
Calleja, cuando tiende a exagerar las cosas o inventárselas
Ser chivo expiatorio
Este
dicho proviene de una práctica ritual de los antiguos judíos, por la que el
Gran Sacerdote, purificado y vestido de blanco para la celebración del Día de
la Expiación ("purificación de las culpas por medio de un
sacrificio") elegía dos machos cabríos, echaba a suerte el sacrificio de
uno, en nombre del pueblo de Israel y ponía las manos sobre la cabeza del
animal elegido -llamado el Azazel- al
que se le imputaban todos los pecados y abominaciones del pueblo israelita.
Luego de esta ceremonia, el macho sobreviviente era devuelto al campo por un acólito y abandonado a su suerte, en el valle de Tofet, donde la gente lo perseguía entre gritos, insultos y pedradas.
Por extensión, la expresión ser el chivo expiatorio adquirió entre nosotros el valor de hacer caer una culpa colectiva sobre alguien en particular, aun cuando no siempre éste haya sido el responsable de tal falta.
Luego de esta ceremonia, el macho sobreviviente era devuelto al campo por un acólito y abandonado a su suerte, en el valle de Tofet, donde la gente lo perseguía entre gritos, insultos y pedradas.
Por extensión, la expresión ser el chivo expiatorio adquirió entre nosotros el valor de hacer caer una culpa colectiva sobre alguien en particular, aun cuando no siempre éste haya sido el responsable de tal falta.
Ser un cafre.
El
apelativo cafre se aplica a toda persona o situación que encarna lo opuesto a
la civilización y la cultura. En realidad, se llaman cafres a los habitantes de
Cafreria o
País de los Cafres, grupo de pueblos bantúes que habitaban la región oriental
de África del Sur, en El Cabo Natal. La cafreria es un
nombre de origen árabe con el que los geógrafos de los siglos XVII y XVIII
denominaban a la parte de África situada al sur del Ecuador poblada por
infieles, es decir, no musulmanes
Salvarse por los pelos
Antiguamente
muchos marineros no sabían nadar. Era costumbre que se dejaran el pelo largo
para que si caían a la mar los agarraran "por los pelos" para
salvarlos.
Quedarse sin blanca.
La
blanca era una moneda castellana de plata, que se acuñó por primera vez en tiempos de Pedro I (1334-1369).
Ponerse las botas
Se dice para manifestar lo excelente de un negocio o una comida. En la
antigüedad los pobres iban descalzos o calzados con alpargatas, mientras que
los ricos llevaban botas, entre otras razones para montar a caballo. De aquí
que el hecho de "ponerse las botas" se relacione con algo bueno y
provechoso.
Poner pies en polvorosa.
Utilizada para decir que alguien ha
escapado con precipitación. Según algunos, la frase proviene de la nube de
polvo que se formaba en los caminos antiguos cuando alguien pasaba por ellos
muy rápidamente. Otros, sin embargo, fundan el dicho en el modo de hablar de
los gitanos, en cuya jerga la palabra polvorosa significa calle.
Poner la mano en el fuego
La
procedencia de este dicho, que se utiliza para manifestar el respaldo total a
alguien o algo, se remonta a la época en la que se practicaba el llamado juicio
de Dios. También conocida como Ordalia, esta era una institución
jurídica que dictaminaba, atendiendo supuestos mandatos divinos, a
inocencia o culpabilidad de una persona o cosa, acusadas de quebrantar las
normas establecidas o cometer un pecado. Esta costumbre pagana se ejecutaba de
formas muy diversas. No obstante, casi todas consistían en pruebas de fuego
(sujetar hierros candentes, introducir las manos en la lumbre) si la persona
salía de la prueba con pocas quemaduras, significaba que Dios la consideraba
inocente y por tanto, no tenia que recibir ningún castigo
Poner en tela de juicio
En el
antiguo Derecho Procesal, poner en tela de juicio significaba que un caso
estaba pendiente de averiguaciones previas para formar un asunto o resolverlo.
En la expresión, la voz latina "tela" que significa empalizada, se
usa con el significado de palestra, lugar cerrado para celebrar en él debates o
discusiones. Dicho esto, la expresión "poner en tela de juicio",se dice
cuando tenemos dudas acerca de la certeza, legalidad o éxito de una cosa.
Pasar la noche en blanco
El
origen viene de cuando ciertas órdenes de caballería exigían al aspirante,
pasar una noche en vigilia velando armas, antes de ser nombrados caballeros.
Esa noche el caballero la pasaba vestido con una túnica de color blanco por lo
que se decía “pasar la noche en blanco”.
Para ti la perra gorda
En
1870 se acuño en España una moneda de 10 céntimos en la que en uno de sus lados
había un león sosteniendo el escudo de España, pero era tan raquítico el animal
que la gente lo llamo popularmente "perra“ (estaba tambien la de
5 centimos llamada "perra chica"). Esta frase se utiliza cuando harto
de discutir con alguien y vista su cabezoneria,se le da
la razón aun sin querer dársela o sin tenerla
Pagar el pato
La
frase fue utilizada por los cristianos viejos para burlarse de los judíos
españoles.
La fe
de éstos se mantenía a través del Pacto que era el vocablo utilizado para
referirse al “concierto de Dios”.
Comoquiera
que eran perseguidos por su fe y que estaban obligados a pagar unos impuestos
especiales por el hecho de ser judíos, se construyó la frase con sentido
irónico y burlesco. Se les decía: Aquí pagaréis el pato al jugar con el sonido
y la escritura de ambos vocablos.
OK
Durante la Guerra de Secesión, en los Estados Unidos, cuando regresaban las tropas a sus cuarteles sin tener ninguna baja, en una
gran pizarra se escribía OK (cero killed en inglés).
De ahí proviene la expresión "OK" que actualmente se usa para decir que "todo está bien"...
De ahí proviene la expresión "OK" que actualmente se usa para decir que "todo está bien"...
No hay tu tía
Tiene
su origen en un ungüento medicinal que en épocas pasadas se aplicaba como
remedio para todos los males y que se llamaba atutía o tuthía,
vocablos que derivan del árabe altutiyà. El dicho “no hay tu tía”, que es una modificación de no hay atutía,
se empleaba para indicar que una enfermedad no tenía remedio ni aplicando el
virtuoso preparado.
Ni chicha ni limoná
Equivale a decir no vale para nada. Además, esta expresión se usa en el sentido de no ser una cosa ni otra. La chicha, según el diccionario, es la voz que desde antiguo se emplea en el lenguaje infantil para designar la carne comestible. Pero chicha también es una bebida alcohólica que resulta de la fermentación del maíz en agua azucarada. De este licor, muy común en los países de Centroamérica y Sudamérica, nace el dicho "ni chicha ni limoná", es decir, que no hay o no quedan ni bebidas alcohólicas ni refrescantes
Meterse en camisa de once varas
La frase tuvo su origen en el ritual de adopción de un niño, en la Edad Media. El padre adoptante debía meter al niño adoptado dentro de una manga muy holgada de una camisa de gran tamaño tejida al efecto, sacando al pequeño por la cabeza o cuello de la prenda. Una vez recuperado el niño, el padre le daba un fuerte beso en la frente como prueba de su paternidad aceptada. La vara(835,9 mm) era una barra de madera o metal que servía para medir cualquier cosa y la alusión a las once varas es para exagerar la dimensión de la camisa que, si bien era grande, no podía medir tanto como once varas (serian mas de nueve metros). La expresión se aplica para advertir sobre la inconveniencia de complicarse innecesariamente la vida.
Mandar a la porra
Antiguamente, en el ámbito militar, el soldado que ejecutaba el tambor mayor del regimiento llevaba un largo bastón, con el puño de plata y mucha historia detrás, al que se llamaba "porra". Por lo general, este bastón era clavado en un lugar alejado del campamento y señalaba el lugar al que debía acudir el soldado que era castigado con arresto: "Vaya usted a la porra", le gritaba el oficial y el soldado, efectivamente, se dirigía a ese lugar y permanecía allí durante el tiempo que se mantenía el castigo. Posteriormente, fue cambiada la forma de castigo, pero la expresión mandar a la porra quedó en el uso del lenguaje del pueblo con un matiz netamente despectivo.
Más feo que Picio
Francisco Picio nacido en Alhendín (Granada),fue condenado a muerte por razones desconocidas y ya en la capilla recibió el indulto. Tal fue su reacción que se le cayó el pelo, las cejas y le salieron tumores por toda la cara, causando una visión espantosa. Cuenta la leyenda que el párroco que fue a darle la extrema unción, ató el crucifijo a la punta de un palo para no acercarse a ese rostro tan espantoso
Más chulo que un ocho
Se trata de una expresión muy castiza. Antiguamente en Madrid cuando aún había tranvías, era el tranvía número 8 el que llevaba a los chulapos y chulapas a la verbena.
Las paredes oyen
Cuentan los cronistas que la reina Catalina de Médicis , esposa de Enrique II, rey de Francia, era muy desconfiada y perseguidora implacable de sus posibles rivales. Para poder escuchar mejor a las personas de las que más sospechaba, mandó practicar una red de taladros, hábilmente disimulados entre las molduras, en las paredes y techos del Palacio Real. Este sistema de espionaje dio origen a la frase “las paredes oyen”
Las cosas claras y el chocolate espeso
Cuando desde América, el monje español fray Aguilar envió las primeras muestras de la planta de cacao a sus colegas de congregación del Monasterio de Piedra, para que la dieran a conocer, al principio no gusto, a causa de su sabor amargo, por lo que fue utilizado con fines medicinales exclusivamente. Posteriormente cuando a unas monjas del convento de Guajaca se les ocurrió agregarle azúcar al preparado de cacao, ese nuevo producto causo furor, primero en España y luego en toda Europa. En esos tiempos mientras la Iglesia se debatía sobre si esa bebida rompía o no el ayuno pascual, el pueblo discutía cual era la mejor forma de tomarlo: espeso o claro. Los ganadores fueron finalmente los que se inclinaron por el chocolate cargado, por lo que la expresión las cosas claras y el chocolate espeso se popularizo en el sentido de llamar las cosas por su nombre.
La ocasión la pintan calva
Los romanos personificaban a la diosa Ocasión como una mujer hermosa y con alas, como símbolo de la fugacidad con que pasan ante el hombre las buenas ocasiones u oportunidades. Parada en puntas de pie sobre una rueda y con un cuchillo en la mano, la diosa Ocasión tenía una cabeza adornada por delante con abundante cabellera, mientras que por detrás, era totalmente calva. De manera que, al decir "tomar la ocasión por los pelos", se entendía que debía esperársela de frente, cuando ella venía hacia uno, donde se tendría la oportunidad de tomarla, ya que una vez que había pasado -y al no tener pelos por detrás- sería imposible agarrarla. Con el tiempo, la expresión perdió algo de su sentido original y comenzó a ser utilizada para dar a entender que una cosa se logra más por suerte que por capacidad. Respecto de la variante "(a) la ocasión la pintan calva", alude a la posibilidad inminente de alcanzar un logro y que por ninguna causa puede desperdiciarse la oportunidad
El entierro
El Entierro
No era el Malainas muy dado a las procesiones, que cuando recordaba la primera en la que fue protagonista, se le cerraba el estómago y las manos se le iban a la cabeza, que aún guardaba chichones de aquel desfile. Costumbre era en San Abundio el que cuando uno fenecía, por darle sepultura y aunque el muerto recorría en coche fúnebre el kilómetro que separaba la parroquia del cementerio, los dolientes y el acompañamiento, encabezados por el cura y el sacristán, recorrían la distancia a pie escoltando al fallecido, y rezando oraciones por su eterno descanso. Y sucedió que una tarde que andábamos de entierro se acercó al cura uno que decía entender del clima y que por las “cabañuelas” sabía que hoy era día de tormenta. Miró el cura al cielo, por comprobar el augurio, y lo vio tan despejado que de tonto tachó al que le prevenía. Siguió el tonto en sus trece y avisó al cura de que en menos de dos horas, mucha era el agua que habría de caer del cielo y rayos y truenos y pedrisco. Volvió el sacerdote a mirar arriba y comprobó el firmamento claro y despejado y con viento fresco mandó al meteorólogo, que decía el cura que pocas veces vio el cielo tan soleado. Comenzó el funeral y hubo retraso, que no había acuerdo en la colocación del ataúd. Unos decían que el finado había de colocarse dando la espalda al altar, mirando así a los asistentes al sepelio. Y de tal guisa posicionaron al difunto. Otros decían que falta de respeto era al altísimo el darle la espalda y por colocarlo mirando al Señor, vuelta le dieron al muerto. Y habló uno que de joven tuvo un amigo seminarista e indicó que no era esta la forma correcta de situarlo. Y le dieron otra vuelta. Fue la viuda del cadáver la que no estuvo de acuerdo con la postura. Y volvieron a girarlo. Y protestó el huérfano de padre. Y rotaron el ataúd. Y habló otro y lo giraron, y otro después e hicieron lo mismo y tantas vueltas le dieron, que más que muerto pareció un “Tío vivo”. Acabó la ceremonia y salimos de la iglesia, y con todo preparado iniciamos la procesión y comenzó a nublarse. Despacio marchaba la comitiva y se levantó viento y se oyeron truenos. Y levantó la vista el cura y lo vio oscuro y al conductor del coche fúnebre le pidió que acelerara. Y así lo hizo el mandado, pero al poco hubo de frenar la marcha que la viuda era coja y no le daban los andares para seguir al marido. Cerca se veían los relámpagos y los rayos, y no sabía el sacerdote si volverse o continuar, que una fina lluvia comenzaba a calarle. Y seguimos camino al campo santo y arreció la tormenta y a jarros pareció que nos tiraban el agua y un descontrolado ventarrón, se empeñaba en hacer volar al cura que de la sotana hacía por levantarlo. Cien metros faltaban al cementerio y se solidificó el agua y un pequeño granizo comenzó a caer. Y habló el Malainas con el conductor y metió éste tercera y lo mismo le dio al cura que la viuda se quedara atrás, y que a gritos pidiera que la esperaran, que los hielos que venían del cielo a huevos de codorniz venían a parecerse. Viendo lo que caía buscaron todos refugio bajo unas marquesinas que en el camino se hallaban, menos el cura y yo que obligados nos sentíamos a acompañar al difunto, y aunque arremangándose la sotana corrió tanto el cura que adelantó a la limusina, de resultas de nuestro celo profesional los dos acabamos descalabrados. Que nunca vi yo tan brutal granizada, que por acomodar el ataúd en la sepultura, al estar esta abierta, con palas hubo de vaciarla de hielos. Y pensé yo que incluso en el último viaje conviene aligerar, que esta vida golpea muchas veces y hasta que sobre tu cabeza no tienes dos metros de tierra no consigues descansar en paz...
Irse de picos pardos
El origen de esta expresión viene de la Edad Media, cuando a las prostitutas se les obligaba a llevar en las vestiduras un trozo de tela en forma de pico y de color marrón o pardo, de ahí que se diga "irse de picos pardos".
Estar a dos velas
Se usa para referirse a carecer de dinero y de recursos en general. Son muchas las explicaciones que se le dan a esta frase. Se oye decir que es un símil marinero que como "A todo trapo" o "A palo seco" ha calado en nuestro lenguaje, significando en este caso que la embarcación navega tan solo con dos velas y no utiliza la totalidad de sus recursos. Pero no parece convincente. También se dice que procede del gesto que se hace para demostrar que no se tiene dinero y que consiste en meter las manos en los bolsillos y estirar de los forros hacia fuera volviéndolos del revés. Por la forma triangular que representan y por el color blanco se les compararía con las velas de una embarcación. Es mas posible que aluda al juego y al hecho de que antiguamente en las timbas de naipes, el que hacia de banca tenia una vela a cada lado para poder contar el dinero. En tal caso dejarle a dos velas, significaría dejarle sin dinero, en bancarrota. También se relaciona con los mocos de los niños, niños solos y abandonados que por no tener, no tienen ni quien les limpie los mocos .A este claro ejemplo, suele ir acompañado del gesto de pasar los dedos índice y corazón por la nariz de arriba a abajo, uno por cada lado de la nariz
Hay gato encerrado
Se dice cuando queremos afirmar que hay una causa o razón oculta. Era habitual durante el Siglo de Oro español la utilización de bolsas para guardar el dinero hechas con piel de gato y se les llego a llamar popularmente con tal nombre. Siendo "gatos" que encerraban riquezas desconocidas.
Esto es Jauja
Se dice para resumir la sensación de sacar provecho o satisfacción sin fin de una situación. Jauja es una ciudad peruana cuya fama se debe a sus excelentes minas que en época de los conquistadores proporciono a estos una vida ociosa y regalada.
Es la caraba
Se usa para dar a entender que algo o alguien es muy divertido, bromista, juerguista... El origen de esta frase está en una anécdota sucedida durante el transcurso de una feria. En una de las casetas se anunciaba algo extraordinario "La Caraba". El que siempre estaba dispuesto a asombrarse, lógicamente entraba y cuál no sería su sorpresa cuando el "fenómeno" que encontraba era una burra muy vieja y flaca. El dueño de la caseta decía que no existía ningún engaño ya que la burra era "La Caraba", es decir "la que araba y ya no ara".
El año de la Polka
La Polka es una danza popular aparecida en Bohemia hacia 1830. Se puso de moda en los salones europeos y fiestas de sociedad durante el primer tercio del siglo XIX. Por ello, al decir que algo es del año de la polca, queremos indicar que una cosa es vieja o esta pasada de moda.
Echar con cajas destempladas
Se refiere a cuando se despide a alguien con malos modos. Las "cajas" aludidas son las de los tambores. Era al son de los tambores destemplados que el reo avanzaba hacia el patíbulo y también al soldado que era expulsado con deshonor.
Dormirse en los laureles
Antiguamente, a los poetas, emperadores y generales victoriosos, se les coronaba con guirnaldas confeccionadas con hojas de laurel. Pero si después de haber conseguido el triunfo y el reconocimiento general con la corona de laurel, la persona dejaba de trabajar y esforzarse se decía que se dormía en los laureles.
Despedirse a la francesa
Durante el siglo XVIII había entre las personas de la alta sociedad francesa una moda que consistía en retirarse de un lugar sin despedirse, sin siquiera saludar a los anfitriones. Llego a tal punto este hábito, que era considerado un rasgo de mala educación saludar a alguien cuando partía. Esta costumbre, en Francia dio origen al dicho sans adieu (sin adiós) que el lenguaje coloquial español acuño en la forma "despedirse a la francesa", pero en este caso como equivalente de reprobación del comportamiento de alguien que, sin despedida ni saludo alguno, se retira de una reunión
Dejarle en la estacada
La "estacada" era el campo de batalla construido con estacas donde se celebraban los desfiles solemnes, los torneos y demás competiciones entre caballeros. De ahí se llamó figuradamente "quedarse en la estacada" a ser vencido en una disputa o perder en una determinada empresa; y "dejar a alguien en la estacada" a abandonarle en un momento delicado o peligroso.
De Pascuas a Ramos
Cuando un suceso ocurre muy de vez en cuando, decimos que pasa "de Pascuas a Ramos". El dicho alude a la festividad de la Pascua de Resurrección, que tiene lugar una semana después del Domingo de Ramos. Por lo tanto, entre ambas festividades, existe un lapso de tiempo de un año menos una semana.
Dársela a uno con queso
En la edad media, los vinos de la Mancha disfrutaban ya de merecida fama y eran muchos los taberneros y bodegueros de toda España que acudían a tierras manchegas para comprar buen caldo. Pero cuando, por lo que fuera, el vino que querían vender no era muy bueno o estaba picado, los hábiles bodegueros manchegos, daban a probar el vino acompañado de un trozo de queso curado. El fuerte sabor del queso disimulaba el picor del vino.
Dar la lata
Son muchas las versiones que circulan respecto de la procedencia del dicho, aunque todo induce a creer que proviene -por imitación- de los antiguos dichos dar la tabarra o dar la murga, con los que se daba a entender el fastidio ocasionado por alguien que golpea instrumentos de percusión tales como zambombas, palos y cencerros, para festejar las segundas nupcias de una viuda o de un viudo. Posiblemente, al aparecer en el mercado la hoja de lata (luego, hojalata) como producto de uso común, los recipientes vacíos de ese material fueron incorporados al equipo sonoro de las "cencerradas". De manera que la expresión "dar la lata", o sea, percutir sobre ella, no hizo más que extender el concepto tradicional de "dar la murga". También se ha documentado que la frase podría provenir de la ciudad de Málaga, en cuya cárcel los presos solían comprar una lata de mosto condimentado con sobras de vino, licores y aguardientes que al ser bebidos, provocaban en los detenidos una intensa borrachera y, como consecuencia, un deseo incontenible de hablar. El uso popular, sin embargo, le ha adjudicado al dicho el significado de fastidio causado por cualquier inoportuna insistencia, aunque entre nosotros se lo aplica lisa y llanamente a quien posee la característica de hablar por demás.
martes, 26 de marzo de 2013
Dar un cuarto al pregonero
La figura del pregonero o portavoz ambulante de noticias existe desde hace mucho tiempo, incluso se lo registra en la época de los romanos. En España, se sabe que existían pregoneros por lo menos desde el siglo XV y además tenían la particularidad de estar divididos en tres clases: los oficiales, que estaban al servicio de la Administración; los heraldos, que marchaban delante de los nobles anunciando el paso de estos, y los voceadores mercantiles que, por encargo de cualquier vendedor, pregonaban los artículos y servicios más diversos. La tarifa usual de estos últimos era un cuarto, moneda de cobre que equivalía a cuatro maravedíes, es decir, alrededor de tres céntimas de peseta, de manera que dar un cuarto al pregonero significaba pagar los servicios de ese oficial público para que difundiese, en voz alta, cualquier tipo de noticia. Con el correr del tiempo, la frase adquiriría en España (ya que en el Río de la Plata y el resto de América del Sur es poco usual) un sentido totalmente opuesto, cual es el de reprobar la divulgación de algo que, por su particular naturaleza, debiera callarse.
Dar gato por liebre
Si hay algo que ha mantenido la tradición con el paso de los siglos, es, sin duda, la mala fama de las posadas, hosterías y fondas, respecto de la calidad de sus comidas. La literatura universal está llena de alusiones, muchas de ellas irónicas, acerca del valor de los alimentos ofrecidos en ellas.
Y era tanto el descrédito de estos lugares, que llegó a hacerse usual entre los comensales la práctica de un conjuro, previo a la degustación, en el que aquellos, parados frente a la carne recién asada, recitaban:
Si eres cabrito, mantente frito; si eres gato, salta al plato.
Por supuesto, este "exorcismo" nunca sirvió para demostrar la veracidad de la fama de la posada, pero dio origen a la expresión dar gato por liebre, que con el tiempo se incorporó al lenguaje popular como equivalente de engaño malicioso por el que se da alguna cosa de inferior calidad, bajo la apariencia de legitimidad.
Y era tanto el descrédito de estos lugares, que llegó a hacerse usual entre los comensales la práctica de un conjuro, previo a la degustación, en el que aquellos, parados frente a la carne recién asada, recitaban:
Si eres cabrito, mantente frito; si eres gato, salta al plato.
Por supuesto, este "exorcismo" nunca sirvió para demostrar la veracidad de la fama de la posada, pero dio origen a la expresión dar gato por liebre, que con el tiempo se incorporó al lenguaje popular como equivalente de engaño malicioso por el que se da alguna cosa de inferior calidad, bajo la apariencia de legitimidad.
Con la Iglesia hemos topado
Se trata de frase que se atribuye a Cervantes en el Quijote, pero que no aparece así en la novela cervantina. La frase se suele usar con un sentido de critica a la Iglesia. Sin embargo se ve que Don Quijote no se refiere a la iglesia como institución, si no a la iglesia del pueblo y no dice "hemos topado amigo Sancho" si no "hemos dado Sancho".De todos modos esta falsa cita se ha convertido en frase hecha en español. A veces se aplica a toda clase de cosas o instituciones que ejercen cierto poder del que no es fácil librarse.
Como Pedro por su casa
Se dice de la persona que se mueve con desenvoltura en un lugar que no le es propio. En ocasiones tiene un significado peyorativo, porque se trata de un intruso cuya actitud es impertinente, arrogante y excesiva. Algunos autores han tratado de identificar esta frase a Pedro I de Aragón (siglos XI y XII) aludiendo a un antiguo dicho: "Entrarse como Pedro por Huesca",aludiendo a la poca resistencia que tuvo este rey en la torna de esta ciudad.
Comer de gorra
Significa que se obtiene un beneficio gratis y a costa de otro. Los estudiantes vestían capa y gorra y eran dueños de un apetito voraz. Como carecían de recursos y sus familias vivían lejos de su lugar de estudio, debían ingeniárselas para no pasar hambre. Uno de sus trucos era colarse en fiestas y banquetes saludando con la gorra a todo el mundo.
Origen de la acción de brindar
La costumbre de chocar los vasos o copas cuando se bebe vino, proviene de las costumbres entre los romanos, quienes decían que al beber participaban del placer todos los sentidos excepto el oído; al chocar las copas o vasos del vino, el oído quedaba también incluido...
Atar los perros con longaniza
Este dicho nos remonta a los principios del siglo XIX, más precisamente al pueblo salmantino de Candelario, cercano a la ciudad de Béjar, famoso por la calidad de sus embutidos, en el que vivía un afamado elaborador de chorizos llamado Constantino Rico, alias el choricero, cuya figura sería inmortalizada por el artista Bayeu en un famoso tapiz que hoy se exhibe en el Palacio El Pardo. Este buen hombre tenía instalada la factoría en la que trabajaban varias obreras en los bajos de su propia casa y en una oportunidad, una de éstas, apremiada por las circunstancias, tuvo la peregrina idea de atar a un perrito faldero a la pata de un banco, usando a manera de soga, una ristra de longanizas. Al poco tiempo, entró un muchacho -hijo de otra operaria- a dar un recado a su madre y presenció con estupor la escena e inmediatamente se encargó de divulgar la noticia de que en casa del tío Rico se atan los perros con longaniza. La expresión, no hace falta decirlo, tuvo inmediata aceptación en el pueblo y desde entonces, se hizo sinónimo de exageración en la demostración de la opulencia y el derroche.
Arrimar el ascua a su sardina
Aprovecharse de circunstancias favorables o hacer un uso egoísta de determinada situación. Dicen algunos que antaño solían dar sardinas a los trabajadores de los cortijos, que ellos asaban en la candela, en la lumbre de los caseríos. Pero cuando uno cogía ascuas para arrimarlas a su sardina la candela se apagaba, con lo cual tuvieron que prohibir el uso de ese pescado y evitar altercados entre los trabajadores. No obstante, el refrán es muy corrido y no precisamente andaluz. Así pues, en el libro de José Gella e Iturriaga, el Refranero del mar, vienen dos variantes:"Cada uno lleva la brasa a su sardina" y "Cada uno, huelga llevar a la brasa a su sardina puesta a asar“ frase hecha que aparte de larga, difícil de pronunciar.
A río revuelto, ganancia de pescadores
Es proverbio que alude a los que medran aprovechando las revueltas y trastornos. la experiencia demuestra que los pescadores cogen mucho más pescado en el agua turbia que en la clara, tal vez porque cuando el agua está turbia los peces no ven los peligros que corren y caen más fácilmente en ellos. De aquí nació el otro modismo: "Pescar en agua turbia", como sinónimo de hacer su negocio y aprovecharse de un desorden que tal vez se ha promovido con dicho fin. Los griegos decían en el mismo sentido: "Enturbiar el agua del lado para pescar anguilas", modismo que Aristófanes aplica al mal ciudadano que provoca desórdenes a fin de enriquecerse a expensas del público.
A ojo de buen cubero
La frase hace referencia a las medidas de capacidad de las cubas destinadas a contener agua, vino, aceite u otro líquido. Las cubas eran fabricadas una a una por el cubero, y su capacidad variaba enormemente dependiendo de las diferentes normativas de medidas dictadas por los señores feudales.
A la vejez viruelas
La viruela o viruelas era una enfermedad vírica contagiosa que afectaba principalmente a niños y adolescentes y que una vez curada, dejaba cicatrices indelebles .Por tanto, no era una infección propia de personas de avanzada edad. Esta expresión es el titulo de una comedia de 1817.Se trata de una obra en prosa que narra las vicisitudes de dos viejos enamorados. Algunos creen que el dicho surgió a raíz del estreno de la comedia en 1824. La frase alude a quienes se enamoran tardíamente y a quienes realizan aventuras no usuales para su edad, siendo estas mas propias de la juventud.
Armarse la marimorena
Esta expresión significa armarse una gran riña o pendencia. Según parece, tuvo su origen en las quimeras que armó en el siglo XVI una tabernera de Madrid, conocida por el nombre de María Morena o Mari Morena.
A buenas horas mangas verdes
Se dice de todo lo que llega a destiempo, cuando ha pasado la oportunidad y resulta inútil su auxilio. Se debe el origen de esta frase a que en tiempos de los cuadrilleros de la Santa Hermandad, creados por los Reyes Católicos, como casi nunca llegaban a tiempo para capturar a los malhechores, los delitos quedaban impunes. Los cuadrilleros vestían un uniforme con mangas verdes y coleto.
domingo, 24 de marzo de 2013
Islamismo contra Cristianismo
Islamismo contra el mundo Cristiano
“Occidentalismo” es el título del reciente libro en el cual los profesores universitarios Ian Buruma y Avishai Margalit hacen una breve historia del pensamiento contra-occidental.
En el mundo islámico, los autores subrayan y reseñan el pensamiento de tres pensadores, que han tenido y siguen teniendo una enorme influencia en el desarrollo de los grupos islámicos fundamentalistas. Los tres autores son el shiita iraní Sayyid Muhamud Talekani (1910-1979), el egipcio sunita Sayyid Qutb y el sunita pakistaní Abu-l-Ala Maududi. Talekani tuvo una muy relevante influencia en la conformación de la ideología de la revolución islámica en Irán. Rechazó tajantemente el secularismo modernizador de los gobiernos de Reza Shah Pahlevi y su hijo Mohammad Reza Pahlevi que, a la manera de Ataturk en Turquía, quisieron occidentalizar el país, a marchas forzadas, provocando la reacción inspirada por Talekani. Talekani ataca el materialismo y la idolatría del dinero y del placer en el mundo occidental. Qutb, activista de la Hermandad Musulmana egipcia, lleva la lucha contra Occidente a extremos de mayor violencia. Después de dos años en los Estados Unidos, Qutb regresó (1948) a Egipto viendo a Occidente como un enorme burdel, totalmente contaminado por la lujuria, la codicia y el egoísmo”animales”.
El mundo se salvará de la inmoralidad y de la desigualdad sólo si es gobernado por Dios y sus leyes. Qutb además fue ferozmente contra-judío. Creía firmemente en una conspiración judía para controlar el poder financiero mundial. El gran choque global se dará entre la cultura del Islam al servicio de Dios y la cultura de Occidente al servicio del materialismo y de las necesidades “bestiales”, como el sexo. Maududi quien fue muy activo entre los años ’20 y 40 del siglo pasado fue un abanderado de un Estado regido exclusivamente por la ley musulmana (.Sharia). La sociedad musulmana debía purificarse de toda influencia occidental. Maududi se opuso fuertemente al surgimiento del Estado indio secularizado promovido por Gandhi y Nehru. La democracia es algo perverso porque es la negación del gobierno de Dios. Afirmaba que el Corán sólo reconocía dos partidos: el Partido de Dios, donde militan los verdaderos musulmanes y el Partido de Satán, donde están todos los demás. Taleqani, Qutb y Maududi son los principales ideólogos del islamismo político fundamentalista, verdadero caldo de cultivo del terrorismo contra-occidental.
Hay que conocer al enemigo fundamentalista, para poder enfrentarlo eficazmente.
sábado, 23 de marzo de 2013
La cacería
LA CACERIA
Corría de octubre su quinto día y visita recibió el Malainas en la parroquia de unos que querían bautizar su cofradía de cazadores, y como muchos eran del barrio, gustaban de lucir en el nombre San Abundio. Que decían que teniendo nombre de santo guiaría este los cartuchos y las balas y en cada tiro cobrarían pieza.
No guardaba el Abundio fama de cazador y tampoco al cura se le conocía afición por la cinegética, pero de orgullo le llenaba el que otros quisieran llevar el santo como estandarte, por lo que aceptó encantado la petición y tan contento era, que hasta disculpó lo que cobraba por impartir sacramento.
Para el ocho quedaron a las siete, que a las nueve se abría la veda y después del bautizo había desayuno, y con la panza llena saldrían al monte los cofrades buscando presa. Y muchas eran las que podían cazar, que la veda se abría para conejos, perdices, liebres, palomas y codornices. Y para faisanes, cornejas, estorninos pintos y grajillas. Y tórtolas y urracas y zorzales.
Madrugamos el ocho el cura y yo y a la finca de uno nos llevó otro y llegando nosotros estábamos todos. Y dieron las siete y en breve ceremonia bendijo el cura a los presentes y bautizó la asociación. Y comenzó el desayuno. Y con migas y café con leche nos regalaron la tripa. Y por si alguno gustaba de algo más fuerte, torreznos y morcillas y chorizos se asaban en la lumbre. Y de postre mojicones mojados en orujo. Y coñac y anís y licores de bellota y de manzana. Y mucha era la fiesta y no eran las nueve. Y hasta dar en punto oímos las historias de muchos cazadores:
Decía uno, que fama tenía entre los suyos de apuntar al suelo y fallar el tiro, que tres domingos le costó el acabar con un conejo que tan listo era el animal que se le asomaba en los zarzales y le miraba y cuando oía el disparo variaba el sitio, y sin munición le dejó los dos festivos primeros. Y en el tercero cuando no quedaban postas, por ver si lo cazaba, le tiró la canana, la escopeta y el bocadillo. Y se asomó el conejo y lo vio desarmado y se confió, y avanzó el cazador a él con disimulo y al pasar por su lado lo cogió de las orejas y lo llevó a casa y allí lo tenía que le daba pena el matar a un ser tan inteligente.. Y nos narró otro que se quedó sin cartuchos y vio una liebre, y buscando en el morral encontró clavos y con ellos cargó el arma y disparó y en la pata de un olivo dejó a la liebre clavada de las orejas y viva. pero le dio pena, le quitó los clavos y la dejó ir. Y en agradecimiento venía los domingos el animal a buscarle y le guiaba al sitio donde más caza había. Y otro nos dijo que cobró un zorzal tan grande que aún andaba de líos con el Seprona. Que lo creían los guardias buitre, que en el peso de la pieza los siete kilos rozó la balanza. Y hubo uno que nos dijo que con las manos mató a un jabalí de siete arrobas. Y otro un corzo de una pedrada. Y uno que tres años llevaba jubilado del taxi, nos relató que un día estando a la espera en el puesto, cuando acababa la jornada sin cobrar pieza se le disparó la escopeta sola y atravesó a un ciervo que a más de mil metros se hallaba, y dio después la bala en una piedra y en el rebote mató un jabalí macho, y una hembra que estaba con él se murió del susto. Y cuando fue a por el venado y los dos cochinos, se llevó también los tres jabatos que criaba la pareja.
Y dieron las nueve y se echaron al monte los cazadores. Y el sacerdote, que se había ilusionado con las historias, salió con un doctor que decía ser experto en el arte de la cacería. Y salí yo con ellos. No faltaba mucho al mediodía, que más de tres horas llevábamos caminando, y en ese tiempo a cuatro liebres, dos palomas y tres conejos disparó el médico y erró los tiros, que no era afinado en puntería el matasanos. Aunque en excusas si era aventajado, que culpó al sol por los reflejos, al aire por soplar de costado y hasta al cura y a mi culpó de sus errores, que decía que la compañía le entretenía. Con la escopeta montada dimos la vuelta, y comentando en secreto íbamos el Malainas y yo de la mala puntería, y rumiábamos solución si le salía presa, cuando de unos jarales vimos a un conejo salir escopetado. Al hombro se puso el arma el buen doctor y viendo yo que fallaría el tiro a voces le anuncié la presa: “Ahí
va un enfermo doctor, es un enfermo”.
Y cayó el conejo cuando sonó el disparo. Y con él en el morral volvimos con los demás y comimos juntos. Y daban las siete cuando llegamos a San Abundio. Y en la parroquia regresamos los dos a nuestras obligaciones.Matrimonio fallido...
Celebrábamos boda aquel día en San Abundio y pese a no ser de copete, muchas flores adornaban la parroquia, y no era esto del agrado del cura que decía el sacerdote que sufría su pituitaria de alergia a las gramíneas, acantáceas, crucíferas, cactáceas, leguminosas, liliáceas, geraniáceas, borragináceas, rosáceas, papaveráceas, ranúnculos, escrofulariáceas y labiadas. Y aunque las que hoy engalanaban la iglesia eran de plástico y pintadas, aseguraba que tenía revuelta la amígdala del hipocampo.
Se acercaba el mediodía y preparados estábamos para el acontecimiento y en la puerta de la iglesia reuniéndose iban los invitados.
Llegó el novio y por sentirse elegante lucía chaqué y se le notaba alquilado, que le hacía aguas la levita, al pantalón tres dedos de menos le cortaron, le chirriaban los colores en el chaleco y del corbatón, trocada venía la seda por microfibra. Y a juego del novio alumbraba la madrina, que tan rimbombante era el vestido y tan florido el tocado que agachada, a la redonda del rey Arturo empenachada con centro de flores podía asemejarse.
Esperábamos los unos y los otros que apareciera la novia, luciendo radiante en calesa tirada por dos corceles. Larga se nos hacía la espera, que aunque se sabe del gusto de las novias por el retraso, mucho era ya el tiempo de demora. Y no fue por hacerse esperar que llegó tarde, que los caballos tuvieron la culpa. Al no ser pudientes los que pagaban ceremonia y convite, contrataron carruaje y caballerías pero del presupuesto se les salía el palafrenero, por lo que a un sobrino del padre de la novia se le encargó el ser criado y conducir el faetón.
No era muy ducho el sobrino en el encargo y tampoco los animales eran bien alimentados,
que la casa de alquiler no ofrecía garantías, por lo que sucedió que al pasar cerca del mercado, olieron los animales las verduras y hortalizas y acuciados que estaban por el hambre, enfilaron a las coles e igual les dieron los tirones que el sobrino daba de las riendas, las voces y los insultos de las verduleras, y los pescozones de los presentes, que hasta que no llenaron el buche, no
remprendieron la marcha.
Por buena o mala ventura para el novio por fin llegó la prometida y llegó desencajada que pareciera su rostro una obra de Miró. Mucho hubo de bregar la enamorada con los jacos y del esfuerzo los maquillajes se le habían descompuesto. Bajaron de la calesa novia y padrino y avanzaron por el pasillo central hasta el altar, mientras hacían los coros tres solteronas con voz de pito. Entregó el padrino a la novia y comenzó el Malainas la ceremonia.
Abrió la liturgia con el saludo y la oración colecta y pasó después a las lecturas y leyó primero el Génesis y luego a los Corintios y algo hubo de Mateo y de San Juan. Siguió la monición y el escrutinio y por buen camino iba la boda. Y llegó el consentimiento y fue en este que una solterona de las del coro, a voces se ofreció a quedarse con el novio si la novia lo rechazaba, que más de cincuenta había cumplido y entera se conservaba y lo mismo le daba uno que otro que lo que ella quería era estrenarse. Hubo risas y se mandó callar a la desesperada. Se confirmó el consentimiento y quiso el cura bendecir los anillos. Buscó el padrino en sus bolsillos y no los encontró, y mandó al novio que mirara en los suyos por si allí se hallaran.
Tampoco el novio dio cuenta de ellos. Ni la madrina, ni la novia, ni alguno de los invitados. Se buscó como repuesto a lo perdido los que llevaban puestos los padrinos y aunque con esfuerzo sacaron el de él y se lo dieron al novio. Se intentó quitar el de la rimbombante madrina, pero los dedos amorcillados hacían imposible la intentona. Unos dijeron que con aceite, y se le untó y no salió la alianza. Probaron con jabón que dijo otro y en el dedo permaneció el aro.
Propuso entonces uno, que carnicero era desde siempre, de cortar falange por extraerlo sin dificultad y sacó una navaja que venía al caso. Se creyó la madrina desmembrada y no aguantó el envite, que cuando hicieron que el otro guardara la navaja, descalabrada en el suelo se hallaba la prónuba. Y fue duro el golpe, que ni el florido tocado evitó una descalabradura que comenzaba a sangrar con tan buen tino, que las salpicaduras el níveo vestido de la novia vinieron a estampar. Lloraba la novia, mientras algunos acusaban al de la navaja del jaleo y otros lo defendían. Y tanto se calentaron los ánimos y tan encontradas estaban las posturas, que a palos acabaron los unos con los otros. De nada sirvió que el sacerdote implorará sensatez, o recordara que aquella era la casa de Dios, que los mamporros no cesaron hasta que la policía puso paz, y para entonces, no había lugar al matrimonio, que novio y novia también se enzarzaron en la pelea.
Así acabó un matrimonio que nunca empezó.
Mientras recogía yo la parroquia me di en pensar que muchas veces una nimiedad, algo tan pequeño como un anillo es capaz de mantener unidas a dos personas durante toda una vida. Y en otras ocasiones la misma bagatela enemigos crea para siempre.
Y así ocurre en la vida, donde a gestos sin importancia se les da tal trascendencia, por alguno que anda interesado en ello, que poco a poco se van emponzoñando los sentires de unos y otros. Y a tanto llegan, que hasta de guerras son responsables auténticas nimiedades.
Se acercaba el mediodía y preparados estábamos para el acontecimiento y en la puerta de la iglesia reuniéndose iban los invitados.
Llegó el novio y por sentirse elegante lucía chaqué y se le notaba alquilado, que le hacía aguas la levita, al pantalón tres dedos de menos le cortaron, le chirriaban los colores en el chaleco y del corbatón, trocada venía la seda por microfibra. Y a juego del novio alumbraba la madrina, que tan rimbombante era el vestido y tan florido el tocado que agachada, a la redonda del rey Arturo empenachada con centro de flores podía asemejarse.
Esperábamos los unos y los otros que apareciera la novia, luciendo radiante en calesa tirada por dos corceles. Larga se nos hacía la espera, que aunque se sabe del gusto de las novias por el retraso, mucho era ya el tiempo de demora. Y no fue por hacerse esperar que llegó tarde, que los caballos tuvieron la culpa. Al no ser pudientes los que pagaban ceremonia y convite, contrataron carruaje y caballerías pero del presupuesto se les salía el palafrenero, por lo que a un sobrino del padre de la novia se le encargó el ser criado y conducir el faetón.
No era muy ducho el sobrino en el encargo y tampoco los animales eran bien alimentados,
que la casa de alquiler no ofrecía garantías, por lo que sucedió que al pasar cerca del mercado, olieron los animales las verduras y hortalizas y acuciados que estaban por el hambre, enfilaron a las coles e igual les dieron los tirones que el sobrino daba de las riendas, las voces y los insultos de las verduleras, y los pescozones de los presentes, que hasta que no llenaron el buche, no
remprendieron la marcha.
Por buena o mala ventura para el novio por fin llegó la prometida y llegó desencajada que pareciera su rostro una obra de Miró. Mucho hubo de bregar la enamorada con los jacos y del esfuerzo los maquillajes se le habían descompuesto. Bajaron de la calesa novia y padrino y avanzaron por el pasillo central hasta el altar, mientras hacían los coros tres solteronas con voz de pito. Entregó el padrino a la novia y comenzó el Malainas la ceremonia.
Abrió la liturgia con el saludo y la oración colecta y pasó después a las lecturas y leyó primero el Génesis y luego a los Corintios y algo hubo de Mateo y de San Juan. Siguió la monición y el escrutinio y por buen camino iba la boda. Y llegó el consentimiento y fue en este que una solterona de las del coro, a voces se ofreció a quedarse con el novio si la novia lo rechazaba, que más de cincuenta había cumplido y entera se conservaba y lo mismo le daba uno que otro que lo que ella quería era estrenarse. Hubo risas y se mandó callar a la desesperada. Se confirmó el consentimiento y quiso el cura bendecir los anillos. Buscó el padrino en sus bolsillos y no los encontró, y mandó al novio que mirara en los suyos por si allí se hallaran.
Tampoco el novio dio cuenta de ellos. Ni la madrina, ni la novia, ni alguno de los invitados. Se buscó como repuesto a lo perdido los que llevaban puestos los padrinos y aunque con esfuerzo sacaron el de él y se lo dieron al novio. Se intentó quitar el de la rimbombante madrina, pero los dedos amorcillados hacían imposible la intentona. Unos dijeron que con aceite, y se le untó y no salió la alianza. Probaron con jabón que dijo otro y en el dedo permaneció el aro.
Propuso entonces uno, que carnicero era desde siempre, de cortar falange por extraerlo sin dificultad y sacó una navaja que venía al caso. Se creyó la madrina desmembrada y no aguantó el envite, que cuando hicieron que el otro guardara la navaja, descalabrada en el suelo se hallaba la prónuba. Y fue duro el golpe, que ni el florido tocado evitó una descalabradura que comenzaba a sangrar con tan buen tino, que las salpicaduras el níveo vestido de la novia vinieron a estampar. Lloraba la novia, mientras algunos acusaban al de la navaja del jaleo y otros lo defendían. Y tanto se calentaron los ánimos y tan encontradas estaban las posturas, que a palos acabaron los unos con los otros. De nada sirvió que el sacerdote implorará sensatez, o recordara que aquella era la casa de Dios, que los mamporros no cesaron hasta que la policía puso paz, y para entonces, no había lugar al matrimonio, que novio y novia también se enzarzaron en la pelea.
Así acabó un matrimonio que nunca empezó.
Mientras recogía yo la parroquia me di en pensar que muchas veces una nimiedad, algo tan pequeño como un anillo es capaz de mantener unidas a dos personas durante toda una vida. Y en otras ocasiones la misma bagatela enemigos crea para siempre.
Y así ocurre en la vida, donde a gestos sin importancia se les da tal trascendencia, por alguno que anda interesado en ello, que poco a poco se van emponzoñando los sentires de unos y otros. Y a tanto llegan, que hasta de guerras son responsables auténticas nimiedades.
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