Diario de un escritor
A veces sufro de insomnio, y le agradezco al Todopoderoso
por ello. En todas esas noches en vela, no hay una en la que no experimente una
sensación de libertad.
Algunas noches soy el astuto y necesitado sacristán Carlos,
o me adentro en la piel del cura Josechu. Otras, me convierto en conquistador,
obispo, o incluso recuerdo aquella vez que el cónclave me eligió Papa. He sido
aventurero, médico, futbolista. Premio Nobel, estudiante y analfabeto. Poeta en
varios idiomas. Historiador. Cien veces casada, alguna viuda. He ganado carreras y combates.
He sido extraterrestre, chamán, demonio, ángel, e incluso San Pedro. Y nunca
olvidaré la noche en la que fui Dios, que Dios me perdone.
He sido pirata, vagabundo, buhonero, aguador, rapero, obrero
y hasta una minifalda. Militar, romano, escriba, samurái, herido, envenenado y
muerto. Quijote, Sancho, y Buscón. Parado, rico, esclavo, enfermo y milagroso.
Pájaro, dinosaurio, cordero y escopeta. Pero, entre todos estos personajes, el
que más me emociona es ser Profeso de la Orden de San Juan, haciendo justicia a
través de las edades: antigua, media, moderna y contemporánea.
Y como no tengo límites, he sido todo eso y más al mismo
tiempo. Aun así, siempre hay quien me pregunta por qué escribo. La respuesta es
simple: soy humano y deseo la libertad. La encuentro cuando, en la soledad de
la madrugada, frente al ordenador o ante un folio en blanco con una pluma en la
mano, surge la pregunta que me impulsa:
“¿Por qué no escribir?”
Mis obras se enmarcan en una estética barroca; me identifico
como un escritor de esta tradición. Existe un malentendido común, especialmente
entre aquellos menos familiarizados, que asocia el barroco únicamente con el
ornamento excesivo, las formas pomposas o la complejidad innecesaria. Esto no
podría estar más alejado de la verdad. El barroco es, en esencia, una manera de
comprender la vida y el mundo.
Mientras que la perspectiva clásica busca equilibrio e
idealización de lo humano, el barroco ofrece una mirada más amplia y realista.
Reconoce las imperfecciones, las miserias y las vilezas del ser humano. Sin
embargo, también destaca cómo de esas mismas fallas surge la grandeza, cómo
pueden ser redimidas. El barroco, por tanto, vive en tensión, pero en esa
tensión encuentra su poder.
Esta herencia literaria y artística, especialmente relevante
en las tradiciones hispánica e italiana, ha sido una constante. No obstante,
actualmente se enfrenta a intentos de silenciarla bajo una corriente que
podríamos llamar europeísta o cosmopolita. Se busca reemplazar esta riqueza
cultural con una suerte de "no-tradición", un modelo neutro donde las
literaturas pierden su identidad única, volviéndose indistinguibles, ya sea
hispano-italiana, finlandesa o laosiana. Rechazo esto. La literatura hispano-italiana
tiene un deber hacia su propia genealogía: mantener viva su llama y su esencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario