EL BOSCO
El jardín de las delicias |
El triunfo de la muerte |
La mesa de los Pecados Capitales |
El Bosco no fechó ninguno de sus cuadros y son relativamente pocos los que llevan una firma que pueda considerarse no apócrifa. Lo que se conoce de su vida y de su familia procede de las escasas referencias que aparecen en los archivos municipales de 's-Hertogenbosch y, en especial, en los libros de cuentas de la cofradía de Nuestra Señora, de la que fue miembro jurado. De su actividad artística tan solo se documentan algunos trabajos menores no conservados y el encargo de un Juicio Final que en 1504 le hizo Felipe el Hermoso. Ninguna obra se le puede atribuir con absoluta seguridad y las características de su singular estilo se han podido fijar únicamente a partir de un reducido número de obras mencionadas en las fuentes escritas, posteriores todas ellas a la muerte del pintor y, en algún caso, de dudosa fiabilidad, al no distinguirse desde muy pronto las obras del Bosco de las de sus imitadores. El Bosco adquirió aún en vida fama como inventor de figuras maravillosas y de imágenes llenas de fantasía y no tardaron en salirle seguidores y falsificadores que harían de sus temas e imaginaciones un verdadero género artístico, difundido también a través de estampas —muchas de ellas firmadas por Hieronymus Cock— y tapices bordados en Bruselas.
Felipe II, entre los primeros y más insignes coleccionistas de sus obras, pudo reunir un importante número de ellas en el Monasterio de El Escorial. En su entorno surgieron también los primeros críticos e intérpretes de la obra del Bosco. El jerónimo fray José de Sigüenza, historiador de la fundación escurialense, resumió las razones de esa preferencia en su singularidad como pintor, pues, explicaba: la diferencia que a mi parecer hay de las pinturas de este hombre a las de los otros, es que los demás procuraron pintar al hombre cual parece por de fuera; este solo se atrevió a pintarle cual es dentro.
Pero, además, buenas lecturas de los papiros antiguos, estudios e investigaciones científicas y… sobre todo, el ejercicio de la pintura en el adorno de los libros que, imparablemente, transmitían a la posteridad. Verdaderas maravillas que todavía no están suficientemente reconocidas, valoradas y popularizadas.
Tenía el propósito de ver la exposición de El Bosco, uno de los santos de mi devoción, pero he tenido ocasión de ver, en pantalla gigante, un reportaje impresionante, sobre sus cuadros y su vida, que me hace dudar ante la alternativa de verlos entre el bosque de cogotes de la exposición.
Que deseable sería poder ver más películas sobre obras maestras de artistas. Encuentro algún defecto como es que los comentarios en otros idiomas no estén doblados lo que obliga a mirar los letreros de la traducción sacando la mirada del cuadro. También la habitual pedantería de los “expertos” que se desviven buscando y explicándonos lo “que quiso decir”, lo literario.
Menos mal que allí estaba Barceló para decirnos que a él no le interesa la interpretación (el mensaje), sino lo visual, lo pictórico. Los “expertos” pretenden, siempre, hacer literatura de una obra de arte, buscan anécdotas, mensajes y símbolos, mientras que para Barceló, los artistas buscan lo visual, la creatividad, la poesía. De ahí que el Arte Conceptual, que los “expertos” aplauden, apoyan y venden es, como su nombre indica, un 90% conceptual y un 10% Arte. Pero amigos, el Arte es otra cosa.
Se tiene a El Bosco como un pintor misterioso y enigmático porque se conoce poco de su biografía, pero es probable que no la tenga. Simplemente, creo yo, fue un pintor, hijo y nieto de pintores, ensimismado y ocupado, rutinariamente, en su labor. También se le tiene como a un pintor aislado, sin influencias precedentes, pero yo no lo veo así. Yo lo veo inmerso en una época en que muchos artistas vertían su imaginación y creatividad en la representación de seres fantásticos en convivencia con los humanos, como podemos contemplar en las alucinantes gárgolas y las fantásticas tallas, en la piedra y en la madera, de las catedrales góticas.
Y volviendo al principio, a las milagrosas fábricas de Arte y sabiduría que eran los conventos medievales, podemos considerar a El Bosco influido, también, por las maravillosas ilustraciones que inundan los libros en que los monjes nos transmitían la sabiduría antigua.
No cabe duda de que el tiempo, en aquellos recintos, debía tener otra dimensión pues aquellos maravillosos e incógnitos artistas no se limitaron a copiar y traducir los antiguos escritos que custodiaban, sino que inventaron nuevas caligrafías cuyas letras eran, ya, verdaderos hallazgos pictóricos y hacían de cada página, adornada de miniaturas de gran minuciosidad e inventiva, una obra maestra.
Vemos, en ellas, infinidad de pinturas, ejecutadas con atractivas tintas, dando vida a motivos, desde la más exigente figuración a la más delirante abstracción, pasando por el surrealismo más imaginativo.
Nunca conoceremos los nombres de estos artistas a los que debemos tanto, pero sus obras, tan ignoradas, son comparables a las de los grandes maestros que se expresaron en lienzos, paredes y maderas.
El Bosco fue, sencillamente, uno más de ellos, que escapó saltando, artísticamente, la tapia del convento.
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