EL VERANO ESTRESANTE DE LOS NUEVOS RICOS
No existe época del año que se comporte de forma más cruel y estresante para con un grupo social que el verano para con los nuevos ricos.
En cuanto se pone en marcha la fatídica operación bikini anunciando la llegada de los calores estivales, -que reducen drásticamente la posibilidad de echarse encima esa cantidad de ropa y accesorios de marca que uno puede ponerse e otras estaciones-, los nuevos ricos empiezan a ponerse muy nerviosos.
La globalización también ha globalizado a los de esta especie, que ya no se conforman con pavonearse localmente. Antes, los recién llegados al mundo del dinero, se quedaban en sus zonas. Por ejemplo si eran americanos iban al Caribe, si eran chilenos a Valparaiso, que eran griegos, pues a Mikonos. Pero ya no. Ahora todos se mueven por todas partes, y esto tiene sus consecuencias.
Llegan los nuevos ricos rusos, chinos, árabes y demás procedencias de allende los mares y Urales para poblar nuestras costas, consiguiendo dejar a los nuevos ricos españolitos a la altura del betún. ¡Hombre, esto no es justo! ¡Ya está bien de que esos millonetis extranjeros vengan aquí a hacer sombra!
Y claro, nuestros nuevos ricos, frente a competencia tan desleal, se agarran a las pocas cosas a las que pueden agarrarse. Todo nuevo rico nacional tiene que poseer o alquilar, por narices, un yate. De acuerdo, los árabes son capaces de venir con sus "trasatlánticos" y jorobar, pero los chinos y los rusos aún no lo hacen, y los nacionales aprovechan ese resquicio.
A bordo de un yate, al nuevo rico se le distingue perfectamente por ese dubitativo aplomo en sus movimientos, esa pose "casual" que adopta en el lugar más visible de cubierta y ese escoger fondeadero en las zonas más abarrotadas frente a los chiringuitos más de moda.
Además se ven en la obligación de otear el horizonte para comprobar que a su alrededor haya alguien que les reconozca. Y aquí caben dos posibilidades: saludar a otro -con un barco peor- haciendo grandes aspavientos, que podrían llegar a confundirse con llamadas desesperadas de auxilio; o por el contrario, enfrentar la cruda e hiriente realidad de que otro nuevo rico nacional, conocido de él, tiene un barco más grande o más moderno. ¡Qué vergüenza! ¡Qué apuro!
A nuestro personaje le acaban de arruinar el día complicándole los planes de ahí en adelante. Tendrá que pensar en fondear, en el futuro, lo suficientemente lejos del otro como para que no sea demasiado evidente la diferencia. Vete tú a hacer eso tal y como está el tráfico en los fondeaderos de moda.
¿Y si el conocido del barco mejor ha tomado el atraque inmediatamente seguido al de ellos?. Uffff!!!!
Personalmente el plan del barco me gusta para bañarme en mar abierto disfrutando de un entorno idílico en soledad, navegar viendo paisajes bonitos o ir a pescar con la esperanza de encontrarme con algunos delfines durante la travesía. Y , si acaso, trasladarme frente a alguna playa, siempre que el siguiente barco guarde una distancia mínima que respete un especio vital suficiente. Pero he observado que, nada de lo que a mí me puede resultar atractivo en el hecho de embarcarme, se ajusta a los planes de estas gentes de los que hoy se ocupa el escrito.
Porque esta obsesión de los nuevos ricos por tener todos yate o alquilarse uno, habrá salvado a muchas navieras, pero también ha venido a chingar muchos planes. Y a los que antes disfrutaban de una cierta privacidad frente a la costa, y se daban sus chapuzones tranquilamente desde su barco, les han convertido esa costa en un campo de concentración.
¡Hala! Allá van todos en un indiscriminado pelotón, que ya no distingue entre los "de siempre" y los "recién llegados", a fondear entre una nube de embarcaciones. Se juegan la vida intentando dar unas brazadas en medio del denso tráfico de motos acuáticas y zodiacs, que da un miedo espantoso porque los pilotan gentes muy inexpertas que, si te descuidas, te pasan por encima y te llevan un brazo con una hélice. Esos baños de antes, en aguas transparentes, se han visto reemplazados por baños de alto riesgo, cuya única virtud reside en que si te has quedado con hambre, puedes tragarte los restos de alguna paella que cualquier vecino "nuevo rico" ha tirado por la borda.
Ahora, que los que más penita me dan son los que se han comprado o alquilado los yates más absurdamente enormes y carísimos, y se ven forzados a pasar sus vacaciones dentro de ellos. Porque es sabido que cuando un nuevo rico hace un gasto considerable, necesita que se note continuamente.
Ahí los tienes cenando a bordo, a la vista de todos los transeúntes de los paseos de puertos deportivos.
Los ricos de toda la vida no pernoctan a bordo salvo que sean auténticos lobos de mar o estén haciendo algún viajecito náutico que les obligue a fondear al abrigo de alguna cala. ¿Cuándo se ha visto eso de dormir en un barco atracado permanentemente en el mismo sitio? Este punto me resulta particularmente incomprensible.
¿Podrían explicarme qué tiene de maravilloso dormir en un camarote que es más pequeño que la habitación de un hostal, con un techo tan bajo que te recuerda a cuando te tienen que hacer un TAC?¿Puede ser estupendo el hecho de "disfrutar" de un cuarto de baño diminuto cuya ducha es multiusos cual vaporeta? ¿Cuál es el tremendo atractivo de saborear algo cocinado en un hornillo de camping gas?¿Eh?
Nada, nada. No me convence. Por mi parte, mantengo que el plan es cualquier cosa menos elegante. De hecho solo puedo asemejarlo al veraneo a bordo de roulotte en algún camping.
Y con todo esto, dígame usted querido lector: ¿Podrán los nuevos ricos pensar alguna vez que el verano es maravilloso o que se descansa un montón?
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