Josechu fue un ángel en vida así que pienso que Dios le ha recogido para llevarlo consigo y tenerle a su lado. Pero nos ha dejado huérfanos de su presencia, de sus consejos, de su cariño y de su amistad. No estoy en condición de escribir una nota necrológica porque Josechu fue siempre tan discreto. Sin embargo a lo largo de los cuarenta años que ha durado nuestra relación pude conocer a fondo su gran vocación que ha sido una guía espiritual para muchas personas y para mí. De origen vasco, Josechu perteneció a una familia de terratenientes productores de un excelente vino tinto - siempre decía que era vino de verdad, sin aditivos - y en sus años de juventud tuvo una novia con la que no pudo casarse por su tardía vocación. Años después fue el sacerdote que ofició la boda de su antigua novia, lo cual demuestra el cariño que le rodeaba. Durante muchos años, Josechu fue el rector del Colegio San Gabriel en Alcalá de Henares hasta que un infarto de miocardio le obligó a reducir su trabajo. El superior general de su Orden le quiso siempre con él en los capítulos generales que se celebraban en Roma, en la casa principal de la Orden, frente al Coliseo. Cuando tenía un poco de tiempo libre, Josechu se levantaba muy temprano para coger el primer tren a Florencia, una ciudad que le encantaba. - Si alguna vez me buscáis en Italia - decía - estaré en Florencia -. Nunca dejó de aprender, pese a sus distintas licenciaturas en teología, literatura, filología, pedagogía, antropología, lengua inglesa Josechu no dejaba de apuntarse a masters y cursos todos los años de su vida. Leía y comprendía el arameo y el hebreo que le sirvieron para estudiar en el Centro de Estudios Bíblicos de Jerusalén los textos antiguos de la Biblia. Fue mi director espiritual y gracias a la formación que me impartió pude tomar mi voto de Obediencia en la Orden de Malta. Luego ofició la ceremonia de la boda de mi hija y cada vez que había una inquietud de cualquier tipo allí estaba Josechu para ayudar. Solía cenar en nuestra casa de vez en cuando y su presencia siempre fue gratificante. Solía utilizar ejemplos, como las parábolas de Jesús, para aconsejarnos. Nunca olvidaré sus citas de Cervantes, de la Farisea de Mauriac, pero sobre todo de la Biblia donde - afirmaba Josechu - se encontraba una respuesta para todas las preguntas. Cuando empezó mi vocación literaria, Josechu fue el corrector de los primeros textos que salieron de mi pluma. Me llamaba su amigo italiano y así me conocían tanto en la comunidad religiosa de San Gabriel, como en la de Santa Gema en Madrid.
Doctor arquitecto y escritor, autor de numerosos títulos técnicos y catálogos, así como de proyectos de edificación y ensayos. Ensayista de artículos de índole técnica y cultural en varias revistas, colaborador de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Escritor de historia, antropología, anécdotas de vida profesional y novelas históricas. Más de veinticinco libros publicados hasta el momento tanto en papel como en formato digital.
martes, 3 de marzo de 2015
José Luis Tubilla, sacerdote pasionista
Josechu fue un ángel en vida así que pienso que Dios le ha recogido para llevarlo consigo y tenerle a su lado. Pero nos ha dejado huérfanos de su presencia, de sus consejos, de su cariño y de su amistad. No estoy en condición de escribir una nota necrológica porque Josechu fue siempre tan discreto. Sin embargo a lo largo de los cuarenta años que ha durado nuestra relación pude conocer a fondo su gran vocación que ha sido una guía espiritual para muchas personas y para mí. De origen vasco, Josechu perteneció a una familia de terratenientes productores de un excelente vino tinto - siempre decía que era vino de verdad, sin aditivos - y en sus años de juventud tuvo una novia con la que no pudo casarse por su tardía vocación. Años después fue el sacerdote que ofició la boda de su antigua novia, lo cual demuestra el cariño que le rodeaba. Durante muchos años, Josechu fue el rector del Colegio San Gabriel en Alcalá de Henares hasta que un infarto de miocardio le obligó a reducir su trabajo. El superior general de su Orden le quiso siempre con él en los capítulos generales que se celebraban en Roma, en la casa principal de la Orden, frente al Coliseo. Cuando tenía un poco de tiempo libre, Josechu se levantaba muy temprano para coger el primer tren a Florencia, una ciudad que le encantaba. - Si alguna vez me buscáis en Italia - decía - estaré en Florencia -. Nunca dejó de aprender, pese a sus distintas licenciaturas en teología, literatura, filología, pedagogía, antropología, lengua inglesa Josechu no dejaba de apuntarse a masters y cursos todos los años de su vida. Leía y comprendía el arameo y el hebreo que le sirvieron para estudiar en el Centro de Estudios Bíblicos de Jerusalén los textos antiguos de la Biblia. Fue mi director espiritual y gracias a la formación que me impartió pude tomar mi voto de Obediencia en la Orden de Malta. Luego ofició la ceremonia de la boda de mi hija y cada vez que había una inquietud de cualquier tipo allí estaba Josechu para ayudar. Solía cenar en nuestra casa de vez en cuando y su presencia siempre fue gratificante. Solía utilizar ejemplos, como las parábolas de Jesús, para aconsejarnos. Nunca olvidaré sus citas de Cervantes, de la Farisea de Mauriac, pero sobre todo de la Biblia donde - afirmaba Josechu - se encontraba una respuesta para todas las preguntas. Cuando empezó mi vocación literaria, Josechu fue el corrector de los primeros textos que salieron de mi pluma. Me llamaba su amigo italiano y así me conocían tanto en la comunidad religiosa de San Gabriel, como en la de Santa Gema en Madrid.
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He recibido con dolor la noticia. Fue mi profesor durante varios años en el colegio San Gabriel, y aunque hace años que no le veía, siempre me acordaba de él. Recuerdo con cariño, sus citas, sus consejos y su energía siempre positiva. Fue un ejemplo para todos nosotros. Sin duda una persona que deja huella en los que le conocieron. Descanse en paz.
ResponderEliminarQuerido Salvador, la hermana Maribel y toda su familia agradecerán en grado sumo esta muestra de cariño por tu parte y la conservarán junto con los recuerdos de Josechu. Estoy seguro que nos protegerá desde el Cielo.
ResponderEliminarFui alumno del Colegio San Gabriel de los años 70 del siglo pasado ... Han pasado muchos años y, siempre, con otros hermanos del colegio, lo he tenido en mi memoria. Fue mi profesor (con mayúsculas) de Literatura y Filosofía varios años, un hombre que, como pocos, me dejó huella en una adolescencia que buscaba referencias. El corazón se me ha quedado embargado de emoción. Que descanse en paz.
ResponderEliminarHoy, en uno de esos días en los que intento recobrar mi juventud, de repente recordé al padre José Luis. Fui alumno suyo, estudiando 6º de Bachillerato, en el curso 72-73.
ResponderEliminarRecuerdo su extrema naturalidad y bondad, qué decir de su inteligencia y sabiduría. Casualmente, buscando a través de internet, me apareció su imagen; me alegré, pero al "pinchar " en su fotografía, me encontré con lo que no me esperaba.
Me casé, tuve 5 hijos, y a todos ellos siempre les puse como ejemplo de profesor, interesado por sus alumnos ( sus hijos ).
Lo siento, pero según voy escribiendo, además de no salirme las palabras que mejor pudieran definir a este gran hombre, se me saltan las lágrimas.
Su recuerdo ha sido, es y será imborrable, y desde la inmensa emoción que me embarga, lamento, después de muchísimos años, no haber tenido la oportunidad, de verle nuevamente.
Allá donde te encuentres, siempre contigo tu alumno, Julio César Vadillo.
El Padre José Luis Tubilla fue mi profesor de Lengua y Literatura en 1973-75. Era un hombre joven, moderno, que hablaba de Freud, del Lazarillo, de educación sexual, de sus anécdotas en la universidad de una forma clara y sincera, como si fuéramos sus amigos. Un hombre grande e impresionante, fiel a su sotana que desprendía saber, rigor, fidelidad y amor por lo que hacía. Recuerdo verle hacer ejercicio en el gimnasio después de las clases por la tarde. Una persona digna de recordar, su presencia y su ciencia llenaban nuestro vacío de adolescentes. Recuerdo su sonrisa ancha, su dentadura perfecta, su rostro luminoso de sabio y de hombre bondadoso. Hasta siempre José Luis Tubilla.
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