Ya son las cuatro; la hora de mis fiebres, mi hora bruja.
El tiempo sin reloj.
Siempre a esta hora, me rondan los duendes del ingenio.
Me hurgan en los recuerdos.
Me invitan a la aventura.
El tiempo sin reloj.
Siempre a esta hora, me rondan los duendes del ingenio.
Me hurgan en los recuerdos.
Me invitan a la aventura.
Sólo a las cuatro.
Sólo a esta hora, Calíope se acuerda de visitarme.
Tal vez, salvo a las cuatro, en Tormes nunca hubo un Lazarillo.
O quizá fueran las cuatro cuando el Quijote se enamoró de Dulcinea.
No había Pablos, ni Maese Cabra, y el gran Quevedo los soñó a las cuatro.
Y Critilo y Andrenio, ¿ no pudo Gracián escribirlos a las cuatro?
Sí, estoy convencido de que ellos nacieron a las cuatro.
O quizá para los genios todas las horas del día, fueron las cuatro.
Las cuatro.
La hora bruja.
La hora de las fiebres.
El tiempo sin reloj.
No hay comentarios:
Publicar un comentario