Cuando, algunas veces, caigo, temeroso,
en la tentación de reflexionar sobre esa
resbalosa entelequia que llamamos “el tiempo”, llego a tan laberínticas elucubraciones que, al final,
tomo la misma drástica decisión que siempre que me encuentro superado por mis
pensamientos, me voy a sacar al perro. Amigos, es un tema demasiado peliagudo
para mi.
Hemos dado en dividir el tiempo en
pasado, presente y futuro, pero, para empezar, encuentro que el presente,
aunque se nos incita a vivir solamente en él, evitando la zozobra de imaginar
el futuro y la inoperante nostalgia de recordar el pasado, prácticamente no
existe, siendo, solo, ese filo de navaja que separa el pasado del futuro.
A duras penas podemos mantenernos en él cuando
acometemos acciones transcendentales pues nuestro pensamiento no encuentra,
allí, acomodo y bascula, inmediatamente, hacia el pasado o hacia el futuro. De tal manera que puede decirse que estamos, siempre,
en el pasado o en el futuro, pasado que empezamos, rápidamente, a deformar o
futuro en el que nos dedicamos a hacer inconsistentes elucubraciones.
Por su tendencia, las personas se dividen en dos
grupos, los que están mas en el pasado y se encandilan en sus recuerdos bien
para regodearse en los más favorables y placenteros o para flagelarse
escarbando en sus traumas y remordimientos y los que están mas en el futuro
bien engolfándose en sueños realizables o no o en fatalismos de catástrofes
venideras.
Cuando pienso
sobre esto aplicado a los españoles llego a la sorprendente conclusión de que,
como individuos, elegimos, para el pasado y para el futuro, las dos posiciones más
agradables y como colectivo nacional las más negativas. Tenemos
una gran opinión de nosotros mismos, estamos satisfechos con nuestra biografía
y soñamos con llegar a tener lo que creemos merecer, en cambio como pueblo
somos muy negativos con el pasado de nuestra nación, aunque lo desconocemos y
muy pesimistas respeto al futuro por culpa, no nuestra, sino de los demás.
Somos más
proclives a enfrascarnos en el pasado, que tendemos a embellecer, que en hacer
previsiones y planes que nos pongan a cubierto de los males que el no hacerlo
acarrea, lo que hace que entre nuestros paisanos haya muchas estatuas de sal. Estatua de sal. Otra vez vengo a tropezar con un
pasaje de la Biblia como parábola de situaciones presentes. Recordad como
Yahvé, después de regatear con Abraham, sin que este pudiera señalar a solo
diez hombres justos, lo que libraría a las ciudades de su justiciera decisión,
condenó a algunas a ser aniquiladas y solo salvó a Lot y su familia con la mínima condición, como la manzana del paraíso, también desobedecida, de no
volver la vista atrás (al pasado) en su escapada. La mujer de Lot fue convertida en estatua de
sal como castigo a esa desobediencia. Las ciudades fueron aniquiladas, según el pasaje de la
Biblia que ha quedado en el recuerdo colectivo, por sus desviaciones sexuales
que enojaban a Yahvé, pero no me resisto a transmitiros el pasaje del profeta
Ezequiel en el que nos comunica otras inquietantes motivaciones que, según él,
le llevaron a su justiciera decisión. Dice el profeta Ezequiel: “He aquí que esta fue la
maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de
ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no tendió la mano al afligido y al
mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominación de mi ley”.
Ya vemos que entonces, como ahora, se distraía al
personal con asuntos de bragueta y otras frivolidades para esconder los de
corrupción lo que haría muy similares aquellas sociedades a las actuales y
permitió a Ezequiel describir tan atinadamente, con miles de años de antelación,
nuestra sociedad actual.
¿Podremos, esta
vez, encontrar a diez justos para evitar la cólera de Yahvé?. Me reconcilio con
los profetas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario