lunes, 20 de mayo de 2013

La estatua de sal


         Cuando, algunas veces, caigo, temeroso, en la tentación de reflexionar sobre esa  resbalosa entelequia que llamamos “el tiempo”, llego a  tan laberínticas elucubraciones que, al final, tomo la misma drástica decisión que siempre que me encuentro superado por mis pensamientos, me voy a sacar al perro. Amigos, es un tema demasiado peliagudo para mi.

         Hemos dado en dividir el tiempo en pasado, presente y futuro, pero, para empezar, encuentro que el presente, aunque se nos incita a vivir solamente en él, evitando la zozobra de imaginar el futuro y la inoperante nostalgia de recordar el pasado, prácticamente no existe, siendo, solo, ese filo de navaja que separa el pasado del futuro.

A duras penas podemos mantenernos en él cuando acometemos acciones transcendentales pues nuestro pensamiento no encuentra, allí, acomodo y bascula, inmediatamente, hacia el pasado o hacia el futuro. De tal manera que puede decirse que estamos, siempre, en el pasado o en el futuro, pasado que empezamos, rápidamente, a deformar o futuro en el que nos dedicamos a hacer inconsistentes elucubraciones.

Por su tendencia, las personas se dividen en dos grupos, los que están mas en el pasado y se encandilan en sus recuerdos bien para regodearse en los más favorables y placenteros o para flagelarse escarbando en sus traumas y remordimientos y los que están mas en el futuro bien engolfándose en sueños realizables o no o en fatalismos de catástrofes venideras.

 Cuando pienso sobre esto aplicado a los españoles llego a la sorprendente conclusión de que, como individuos, elegimos, para el pasado y para el futuro, las dos posiciones más agradables  y como  colectivo nacional las más negativas. Tenemos una gran opinión de nosotros mismos, estamos satisfechos con nuestra biografía y soñamos con llegar a tener lo que creemos merecer, en cambio como pueblo somos muy negativos con el pasado de nuestra nación, aunque lo desconocemos y muy pesimistas respeto al futuro por culpa, no nuestra, sino  de los demás.

 Somos más proclives a enfrascarnos en el pasado, que tendemos a embellecer, que en hacer previsiones y planes que nos pongan a cubierto de los males que el no hacerlo acarrea, lo que hace que entre nuestros paisanos haya muchas estatuas de sal. Estatua de sal. Otra vez vengo a tropezar con un pasaje de la Biblia como parábola de situaciones presentes. Recordad como Yahvé, después de regatear con Abraham, sin que este pudiera señalar a solo diez hombres justos, lo que libraría a las ciudades de su justiciera decisión, condenó a algunas a ser aniquiladas y solo salvó a Lot y su familia con la mínima condición, como la manzana del paraíso, también desobedecida, de no volver la vista atrás (al pasado) en su escapada.  La mujer de Lot fue convertida en estatua de sal como castigo a esa desobediencia. Las ciudades fueron aniquiladas, según el pasaje de la Biblia que ha quedado en el recuerdo colectivo, por sus desviaciones sexuales que enojaban a Yahvé, pero no me resisto a transmitiros el pasaje del profeta Ezequiel en el que nos comunica otras inquietantes motivaciones que, según él, le llevaron a su justiciera decisión. Dice el profeta Ezequiel: “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no tendió la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominación de mi ley”.

Ya vemos que entonces, como ahora, se distraía al personal con asuntos de bragueta y otras frivolidades para esconder los de corrupción lo que haría muy similares aquellas sociedades a las actuales y permitió a Ezequiel describir tan atinadamente, con miles de años de antelación,  nuestra sociedad actual.

¿Podremos, esta vez, encontrar a diez justos para evitar la cólera de Yahvé?. Me reconcilio con los profetas.

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