Bajo el nombre de J. Boor, el Generalísimo Francisco Franco publicó en 1952 un interesante libro acerca de la masonería.
Estos son sus dos primeros capítulos.
PRÓLOGO
NACE este libro como una necesidad viva, pues son muchos los españoles que, dentro y fuera del país, anhelan conocer la verdad y alcance de una de las cuestiones más apasionantes, pero a la propia vez, peor conocidas, de nuestro tiempo: la de la masonería. Se hace indispensable el recoger en un texto hechos probados y registrados en los anales españoles que, omitidos por la mayoría de los historiadores liberales, destacan la magnitud del cáncer que corroe a nuestra sociedad. Uno de los medios preferidos por la masonería para alcanzar sus fines es el secreto. No se le podía favorecer el juego. Era preciso desenmascararla, sacar a la luz y satisfacer la legítima curiosidad de tantos en ello interesados. Movidos por esta necesidad es por lo que agrupamos bajo el título de este libro una serie de artículos publicados en el diario Arriba desde 1946 hasta la fecha. Teniendo, pues, el lazo de unión de la materia común a que se refieren y existiendo entre ellos un encadenamiento lógico, ofrecen al mismo tiempo la particularidad de su independencia. Queremos decir que estaban escritos para ser entendidos individualmente, porque así lo requerían las circunstancias en que se publicaban. El conjunto de lectores de la Prensa es una masa fluida para la cual si cada artículo hiciera referencia al anterior el texto del mismo perdería sentido. Era preciso, por ello, insistir en los puntos generales, a riesgo de repetirse. Esa nota es la que observará el que leyere, pues hemos preferido recoger completos los textos de los susodichos artículos, no sólo porque, en último término, parece aconsejable dejar bien sentados los principios básicos de nuestra argumentación, sino, además, porque de esa forma el que precise en un momento dado información sobre cualquiera de los temas indicados en el índice no se verá obligado a la rebusca fatigosa de datos complementarios entre el resto de las páginas.
Pero, además, surge este libro como una defensa de la Patria. Como decimos en sus principios: “no hubiéramos descubierto estas intimidades.., si la vesania y la pasión de que contra nuestra Patria dan muestras no nos obligase en nuestro puesto de vanguardia a no abandonar una sola de las armas que Dios nos ha puesto en nuestras manos”, Y ninguna más eficaz que desentrañar y hacer públicas las actividades de esa secreta institución, con sus fines conocidos (odio a Roma y a España) y sus hechos inconfesables.
Nos hallamos ante uno de los secretos menos investigados de la Edad Moderna; ante uno de sus más repugnantes misterios. Llevados de las apariencias, no son pocos quienes con harta inocencia admiten que la masonería ni tiene la importancia que se le quiere achacar, ni sus fines son tan innobIes, ni sus procedimientos tan criminales. Y exponen como principal argumento el hecho de que en Inglaterra la mayoría de la gente de más alta calidad social pertenece a la masonería.
He aquí, pues, el campo que es necesario deslindar. No atacamos a la masonería inglesa, y poco nos preocuparía si se encerrase en los límites naturales de sus dominios, porque lo que nos interesa no son tanto sus características como su afán de extenderse desbordando sus fronteras. La masonería es un producto inglés, al modo como el comunismo lo es ruso; un producto que ha logrado nacionalizarse en otros paises, como en Norteamérica, y especialmente en Francia, a la manera que el comunismo lo ha hecho en Yugoslavia. Pero de la misma forma que el comunismo, en Francia o en Italia, no respira más que conforme a lo que le indican sus amos desde Moscú, de análoga forma la masonería española cumplía aquellas consignas que partían de Londres o de Paris. Que la masonería fué la activa socavadora de nuestro imperio nadie puede negarlo. Ella fué quien logró la expulsión de los jesuitas, uno de los hechos que causaron más daño a nuestra América. Ella, quien llevó la guerra a nuestras colonias y quien convirtió a nuestro siglo XIX en un rosario sin fin de revoluciones y de contiendas civiles. Para Inglaterra fué el medio de activar la desmembración de un imperio que le hacia sombra; para Francia, el mejor sistema de eliminar su frontera sur y una rival. A ninguna de las dos naciones le convino jamás una España fuerte, y jugaron “al alimón” para lograrlo. Si ello puede parecer a algunos natural y humano, más lógico, natural y humano es que los españoles procuremos zafarnos de tan “generosos” amigos, eliminando la peste que nos envían, aunque venga encubierta por la amistad; que nunca nos han sido más dañinas las maniobras francoinglesas que cuando presentaban por delante la sonrisa de lo amistoso. La política internacional no suele tener entrañas; en ella, amistades y sentimentalismos no cuentan. Jamás un país suele llevar su celo por otro más allá de sus propios intereses. Eso es la moneda corriente, y debemos sujetarnos a ella, Y porque el derecho de protegerse es bueno para todas las naciones es por lo que en defensa de su independencia y de sus legítimos intereses, trata España de precaverse de la masonería. Desde que Felipe Wharton, uno de los hombres más pervertidos de su siglo, fundó la primera logia de España hasta nuestros días, la masonería puso su mano en todas las desgracias patrias. Ella fué quien provocó la caída de Ensenada. Ella, quien
eliminó a los jesuitas, quien forjó a los afrancesados, quien minó nuestro Imperio, quien atizó nuestras guerras civiles y quien procuró que la impiedad se extendiera. Ya en nuestro siglo, la masonería fué quien derribó a Maura y quien se afanó siempre por atarnos de pies y manos ante el enemigo, la que apuñaló a la Monarquía y, finalmente, quien se debate rabiosa ante nuestro gesto actual de viril independencia. ¿Cómo se nos puede negar el derecho de defendernos de ella? ¿Es que puede alguien escandalizarse porque España la haya puesto fuera de la ley? Los masones en España significan esto: la traición a la patria y la amenaza de la religión; abyectas figuras que, por medrar, son capaces de vender sus hermanos al enemigo.
Todo esto es lo que se demuestra en estas páginas. El que quiera conocer cuánta maldad, qué perversos planes, qué odiosos medios utiliza la masonería, que lea estas páginas. Quien quiera encontrar las pruebas de por qué España acusa a la masonería y la expulsa de su seno, que compulse este libro.
Que después de leído, si lo hace atentamente, no puede quitarnos la razón.
MASONERIA Y COMUNISMO
14 de diciembre de 1946.
TODO el secreto de las campañas desencadenadas contra España descansa en estas dos palabras: “masonería y comunismo”. Antagónicas entre sí, pues ambas luchan por el dominio universal, la segunda le va ganando la partida a la primera, como en la Organización de las Naciones Unidas se viene demostrando.
El hecho no puede ser más natural. Así como la masonería mueve las minorías políticas sectarias, el comunismo, más ambicioso, se apoya en una política de masas explotando hábilmente los anhelos de justicia social; mientras la primera carece de masas y tiene que vivir en la clandestinidad, que es su arma, el segundo dispone de la “quinta columna”, con núcleos en los distintos países. La pasión personal de determinados masones hizo olvidar la conveniencia de la secta para enrolarse al carro de Moscú.
Todo el conjunto de las deliberaciones de la O. N. U., la propuesta inopinada de Trygve Lie, grado 33 de la masonería, que no le priva, a su vez, de estar al servicio de Moscú; la burda maniobra de Spaak, grado 33 también de la masonería belga; el compadrazo de Giral, grado 33 de la española; la actuación de Padilla el mejicano, grado 33 de la de su país; la conducta de algunos delegados que, contra las órdenes de sus Go- biernos, se ausentan o no votan, son señales inequívocas de que por encima de la voluntad de los pueblos, de la conveniencia de las naciones y de su propio prestigio, existe un poder internacional secreto mucho más terrible que todos los fascismos habidos y por haber, pues se mueve en la clandestinidad, maniobra y hace y deshace a capricho de los que pomposamente se titulan representantes de la democracia.
No hubiéramos descubierto estas intimidades, pues no somos amigos de inmiscuirnos en las vidas ajenas —allá ellos con sus conciencias—, si la vesania y pasión de que contra nuestra Patria dan muestras no nos obligase en nuestro puesto de vanguardia a no abandonar una sola de las armas que Dios ha puesto en nuestras manos.
El Alzamiento español contra todas las vergüenzas que la República encarnaba, para salvar una Patria en trance de desmembración, fomentada a través de la masonería por quienes aspiraban a aprovecharse de los “Azerbaijanes” en Cataluña y en Vasconia, tuvo que extirpar de nuestro suelo dos males:
el de la masonería, que había sido el arma con que se había destruido el Imperio español y fomentado durante siglo y medio sus revoluciones y revueltas, y el comunismo internacional, que en las últimas décadas venía minando y destruyendo toda la economía y el progreso de la Nación española, y que había llegado al momento, por nadie discutido, de implantar por la fuerza el terrorismo del comunismo soviético.
Toda la protección que los rojos españoles encuentran en los medios internacionales tiene una misma explicación y un mismo origen: o son los masones los que los apadrinan y apoyan, o son las Embajadas soviéticas y sus agentes quienes los mandan y los financian.
Masonería y comunismo, enemigos a muerte y en franca lucha, se unen, sin embargo, en esta ocasión a través de los Giral y de los Trygve Lie, creyéndose cada uno capaz de ganar la partida a su contrario, con el desprecio más absoluto al pueblo español y a sus derechos, olvidando que España con su sangre y con sus armas se ha redimido hace diez años del cáncer que la corroía y que los españoles saben lo que se juegan en todos esos cambios y aventuras que los masones del extranjero les ofrecen. Puede en otras naciones no católicas adoptar la masonería formas patrióticas y aun prestarles servicios en otro orden; pero lo que nadie puede discutir, masones o no masones, es que la masonería para España haya constituido el medio con que el extranjero destruyó el Imperio español, y a caballo de la cual se dieron todas las batallas de orden político revolucionario en nuestra Patria. La quema de las iglesias y conventos de mayo de 1931, la expulsión de la Compañía de Jesús, así como anteriormente la de las Ordenes religiosas y la incautación de sus bienes en el pasado siglo por el masón Mendizábal; los asesinatos de Melquiades Alvarez, de Salazar Alonso, de Abad Conde, de López Ochoa, de tantos y tantos republicanos asesinados bajo el dominio rojo en Madrid, fueron obra criminal y meditada de la masonería. ¿Qué de extraño tiene, en los que en aquella ocasión y tantas de la Historia armaron la mano del asesino para eliminar a sus compañeros arrepentidos, que hoy esgriman todos sus artificios, toda su maldad y todas sus fuerzas contra quien en España encarna el espíritu antimasónico y le asegura la tranquilidad y el orden? –
Si el ataque de Moscú y de sus Quisling, los representantes de los pobres pueblos sojuzgados e invadidos, tiene una explicación de orden comunista, la conducta de otros delegados tiene esta fácil e incontrovertible demostración.
Han marchado a la cabeza en el ataque dos representantes, aparte de los del lado soviético: el belga y el francés. Valiéndose el primero de su experiencia parlamentaria y masónica introdujo, contra la propia voluntad y sin votación, palabras injuriosas que satisfacían a su odio y que representaban en sí una de las infamias mayores que se hayan cometido en la Asamblea, esto es: que el representante de una nación que tiene una mayoría católica en su Parlamento, nación que se distingue por su cordura y su espíritu ecuánime, considerada como uno de los pueblos más civilizados y progresivos de Europa, es traicionada por su representante, que llevado de sus fobias personales y de su espíritu masónico, sorprende a la Asamblea desprestigiando a su país y echándole encima un baldón de ignominia. No es una sorpresa para los españoles la conducta del señor Spaak; hace tiempo se especulaba en círculos financieros de Madrid con el ataque; el pueblo belga podría hacer en este sentido importantes investigaciones; para nosotros nos basta señalar su calidad de masón y su obediencia al sectarismo y al odio masónico contra nuestro Caudillo y contra nuestro Régimen. Es la “reprisse” de aquella otra acción masónica que erigió en una plaza de Bruselas un monumento al anarquista español Francisco Ferrer Guardia, masón grado 33, fusilado por anarquista en Barcelona en la semana sangrienta del año 1909.
Por cuanto a los franceses se refiere y a ese desdichado M. Jouhaux, uno de los organizadores principales de las brigadas internacionales en nuestra guerra de Liberación, no podíamos esperar otra cosa; el espíritu antiespañol y de mala vecindad de la masonería francesa hace muchos años qué lo padecemos, ha sido un medio de que se valió la nación francesa para suprimir una frontera. Mas, no contenta con ello, aún aspiraba a más, y en el camino de su “chauvinismo” y de sus ambiciones llegó durante nuestra guerra de Liberación a repartir por el sur de Francia aquella célebre cuartilla con un mapa de nuestra región pirenaica, lindante con su frontera, en el que en el río Aragón se unían al norte de Huesca dos zonas, la de Catalunya, al Este, y la de Vasconia, al Oeste; España, interpuesta por éstas, aparecía rotulada al Sur. Letreros elocuentes destacaban sobre el dibujo, en azul: “Una España fuerte es la mosca en la nuca de Francia”; y se excitaba en la hoja a ayudar a los rojos españoles.
La masonería francesa, a través de lo que ella llama “garante de amistad de los valles de España”, una especie de comisario político de la masonería que en los últimos tiempos desempeñaba un sectario francés llamado Feliciano Court, era la inspiradora de todas estas agresiones contra nuestra Patria. Pero no ha quedado ahí; la ambición ha sido tanta que no podemos callarla: Una voz autorizada, que no ha tenido la menor réplica, ha asegurado que en los momentos en que la pobre nación polaca sufría los rigores de la invasión germana y había que hacer efectivos los compromisos internacionales por parte de la nación francesa, su Gobierno de Frente Popular, que había firmado en España el Acuerdo Jordana-Berard, exigía de Inglaterra antes de cumplir su compromiso de ir a la guerra por Polonia que en el caso de entrar España en la guerra, como ellos temían, se le asegurase el poderse cobrar de la nación española con las Baleares y la costa norte de Marruecos el precio a su intervención.
He ahí al descubierto quién maquina contra quien. De esto existen pruebas en el Ministerio de Asuntos Exteriores británico, y esto explica la conducta de los representantes franceses, cualquiera que sea su procedencia política, en las reuniones internacionales.
Mas los españoles no nos engañamos y sabemos aprender de nuestros enemigos. Ellos nos señalan dónde radica nuestra fortaleza y lo que se persigue con los ataques. La respuesta la ha dado el pueblo español el día 9 de noviembre: “Con Franco hasta la muerte”.
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