El Gran
Capitán, el terror de los franceses en la batalla que cambió la Historia de
España.
Hace más de 500 Años
«Los que mandan ejército un día como hoy no deben ocultar el
rostro», arengó Gonzalo Fernández de Córdoba a sus hombres ante la decisiva lid
de Ceriñola
Don Gonzalo Fernández de Córdoba, “El
Gran Capitán”
Gonzalo Fernández de Córdoba, «Gran Capitán». El eco de
sus proezas aún retumban en los manuales de historia militar. En Europa y
allende los mares, donde los
«herederos» de sus Tercios fraguaron el Imperio de aquella joven España.
Cuando muchos nombran tan alegremente a Sun Tzu, Clausewitz, Napoleón, Patton o
Schawrzkopf, olvidan que fue este genio militar español quien cambiaría para
siempre el «arte de la guerra»: de
la pesadez medieval (caballería pesada) a la agilidad moderna (infantería).
Reconquista
de Granada, victoria sin igual
frente al francés en Nápoles, conquista de un nuevo Reino para
sus «Señores», virrey, precursor de una nueva estrategia militar fundamentada
en la infantería y visionario de un Ejército español cuyas reformas impulsaron
un cambio de mentalidad que posteriormente derivó en la creación de los
populares tercios españoles que acabarían dominando buena parte del mundo e invictos desde 1503 hasta el desastre
de Rocroi en 1643.
Sin embargo, y a pesar de sus proezas, este cordobés
nunca dejó de ser un oficial cercano a sus hombres, con sentido del honor para con el
contrario, estoico y, ante todo, súbdito leal hacia unos Reyes Católicos
que iniciaban en sus hombros la aventura de una nueva nación. Aunque no fueron
pocas las desavenencias acaecidas con sus «Señores», llegando a ser apartado de
la «res publica» y «res militaris» de la siempre
desagradecida España.
Como
bien explica Fernando Martínez Laínez, periodista y coautor del libro “El
Gran Capitán” (Ed. Edaf). Gonzalo
Fernández de Córdoba (1453-1515) se inició pronto en la carrera
militar, pues estaba destinado a dedicarse a guerrear al ser el segundo hijo de
una familia noble, cobrando su nombre más poder entre los militares. Pronto se
asoció su nombre a la
valentía. «Una de las primeras batallas en las que intervino
fue la de Albuera,
cuando combatió a las
huestes del rey de Portugal que habían invadido Extremadura».
«Hacia 1497, tras una breve estancia
en la Corte, los Reyes Católicos le nombran "adalid de la Frontera",
un grado que equivalía a capitán», explica Laínez.
La Reconquista de Granada
Pero
donde realmente comenzó a mostrar su ingenio militar fue durante la «Guerra de Granada», una campaña
militar que se sucedió a partir de 1482 y en la cual los
españoles pretendían expulsar a Boabdil del último estado musulmán en la
Península Ibérica. «La guerra se produjo por la firme decisión de los Reyes Católicos,
que querían acabar de una vez por todas con el enclave musulmán de Granada, el
único territorio que quedaba para completar la unidad cristiana peninsular».
Gonzalo
tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de «lanzas» (caballería
pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de la que su hermano era
señor. «Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y se libró a base de incursiones, asedios, golpes
de mano y escaramuzas persistentes, sin grandes batallas
campales», determina el escritor.
«El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra. «Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».
«El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra. «Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».
Su
papel más destacado lo tuvo al final de la contienda, ya que fue una de los
diplomáticos que negoció
la rendición del reino nazarí de Granada e incluso actuó como espía.
«Es totalmente cierto que llevó a cabo una hábil labor secreta, fomentó la
división de las facciones nazaríes de Granada, negoció con Boabdil
la rendición de la ciudad, y hasta acompañó al último monarca nazarí en su
último viaje por España cuando este pasó a refugiarse en África», sentencia Laínez.
Granada sería su principal manual de «lecciones aprendidas» para las guerras
venideras.
«Pronto,
su valerosa actitud y dotes de mando llamaron la atención de los Reyes Católicos,
que le recompensaron con la tenencia (jefatura militar) de Antequera, el
señorío de Órgiva y una encomienda», prosigue Laínez.
Primera
guerra de Italia
Sin embargo, parece que los
grandes honores que recibió no fueron suficientes para Gonzalo,
pues en 1495 se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles.
Su misión era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse
militarmente con la toma de algunos territorios. «La primera campaña italiana
se inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles
(Reame) con una gran ejército. Al poco tiempo se retiró, pero dejando la mayor
parte del Reame ocupado».
«Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada, Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a España como un héroe.
«Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada, Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a España como un héroe.
Segunda contienda en Nápoles
A
pesar de que se firmó un tratado con Francia para que cesaran las hostilidades,
la paz no duró demasiado.
El rey francés Luis XII había firmado un tratado con Fernando el Católico
para repartirse el reino napolitano. Los franceses ocupan la mitad norte y el
sur queda en poder de las tropas españolas que manda el Gran Capitán.
Pero
pronto se iniciaron las discrepancias
entre españoles y franceses por cuestiones fronterizas, lo que
provocó que en 1502 se reiniciara la guerra después de que los franceses trataran
de nuevo de tomar Reame. El «Gran
Capitán» no lo dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos
de España. Una de las primeras batallas de esta guerra fue la de Ceriñola (Cerignola),
en la que Gonzalo
tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir
victorioso.
La batalla que revolucionó la Historia
La batalla de Ceriñola sin duda cambió la historia, y es que, si hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería.
La batalla se desarrolló en un diminuto punto de la Apulia italiana situado en lo alto de una colina cubierta de viñedos y olivos. En ella, las tropas del «Gran Capitán» se defendieron de los atacantes franceses, tras verse obligados a retirarse en varios enfrentamientos.
De hecho, el «Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad innovadora y revolucionara. Y es que, para llegar a la ciudad de Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo nunca antes visto y que suponía una afrenta a su honor.
«El Gran Capitán obligó a los caballeros de su ejército a llevar infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso era algo que no se hacía nunca, pero mejoró la movilidad y la moral de la tropa y le permitió ganar tiempo. Fue una muestra más de su ingenio táctico», explica el experto.
Este acto hizo que los españoles ganaran tiempo y les permitió preparar las defensas de la ciudad, que consistieron en cavar un foso y una pared de tierra alrededor de Ceriñola, lo que les permitía aprovechar la situación elevada del enclave. Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra moderna.
Una reforma militar
Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su Comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas. «Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos 1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000 infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de 2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.
«En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, una fuerza que se revelaría decisiva», explica el escritor.
Recreación de la batalla de Ceriñola
(1503)
Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las defensas. «El Gran Capitán colocó en primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con detalle el despliegue de toda la tropa».
Todo
quedó preparado para un duro combate. Pero, antes siquiera de desenvainar una
espada, el «Gran
Capitán» volvió a demostrar su arrojo. Concretamente, Gonzalo se quitó el
casco en los momentos previos a la batalla y, cuando uno de sus capitanes le
preguntó la causa, él contestó: «Los
que mandan ejército en un día como hoy no debe ocultar el rostro».
Comienza la batalla
La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles que podía ver un enemigo de Francia era a los majestuosos jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos con una salva de fuego que hizo caer a un gran número de soldados.
«Cuando
se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron estragos en
la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el foso erizado de estacas y pinchos»,
explica el autor. Al no poder avanzar, los jinetes, desesperados, trataron al
galope de encontrar alguna fisura en las defensas del «Gran Capitán», pero
su intentó fue en vano y costó la vida a Luis
de Armagnac, alcanzado por varios disparos.
Tras
la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se dispuso a
avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además, justo antes
de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y acabaran con
ellos, el «Gran Capitán»
ordenó retirarse a estas tropas de disparo para evitar bajas.
Después
de esta estratagema, el «Gran
Capitán» cargó con todos sus infantes contra las diezmadas
tropas del fallecido Armagnac
que, ahora, no tenían objetivos contra los que luchar al
haberse retirado los arcabuceros españoles. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo dieron
buena cuenta de los restos del ejército francés.
Ni
siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus compañeros, pues
fueron arrollados por los jinetes españoles. «La batalla apenas duró una hora y fue una victoria
total. Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la
fortificación y elección del terreno para el buen resultado de
cualquier combate», destaca Laínez.
Otro
escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica “El Gran
Capitán” (Ed. Edhasa), explica que «esencialmente demostró que en adelante
las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando para ello compañías formadas por soldados
distribuidos en tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros,
rodeleros —soldados con armadura muy ligera armados de espada y rodela, el
típico escudo circular de origen musulmán— y piqueros, generalmente
lansquenetes alemanes, enemigos acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que
solía emplear Francia. Se
adelantó cuatro siglos a Napoleón,huyendo de la guerra frontal
y utilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de infantería».
A
finales de 1.503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas en el río Garellano -que por
cierto da nombre a uno de los Regimientos
del Ejército con más solera y cuya sede se encuentra en Vizcaya- donde el «Gran Capitán» dio
cuenta de las huestes del marqués de Saluzzo. «El sur de Italia quedó durante
más de dos siglos en poder de España. El
Gran Capitán, triunfador
absoluto de estas guerras, desempeñó funciones de virrey en Nápoles,
donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias y maledicencias
cortesanas empezaron a actuar en su contra», señala Laínez.
Pero
parece que España no
podía soportar a los héroes, pues Gonzalo terminaría
siendo relevado de su puesto. El escritor Juan Granados sentencia: «Tal
era la popularidad de Gonzalo
de Córdoba entre sus hombres, que llegaron a desear proclamarle
rey de Nápoles. Algo que él nunca deseó, se hubiese conformado con ser
comendador de su querida orden de Santiago. Pero Fernando el Católico era suspicaz, desconfiaba de tanto
éxito, el mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le
había ofrecido el generalato de su ejército. Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era descuidado
en sus informes a su rey, tardaba en escribirle, pero nunca había pensado en
suplantarle».
El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un
registro de gastos para asegurarse
de que no había malgastado fondos reales. Fernando el Católico
le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en Nápoles, algo que
Fernández de Córdoba
consideró humillante. Como respuesta a lo que Gonzalo consideraba una gran ofensa
personal, el entonces virrey dirigió a la monarquía un memorial conocido como
las «Cuentas del Gran
Capitán».
Unas cuentas curiosas
Irónicamente las cuentas incluían en
el capítulo de gastos cantidades tales como: Doscientos mil setecientos treinta
y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a
Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en picos, palas y
azadones. Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas
del mal olor de los cadáveres enemigos, cincuenta mil ducados en aguardiente
para las tropas un día de combate, ciento setenta mil ducados en renovar
campanas destruidas por el uso de repicar cada día por las victorias
conseguidas... y lo mejor: «Cien
millones por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía cuentas al que le
ha regalado un reino».
Esto
no debió de sentar muy bien al monarca que, a sabiendas de lo que «Gran Capitán»
representaba prefirió evitar el enfrentamiento directo con él, pero no perdonó
la ofensa. «El monarca decidió alejar a Gonzalo
de Nápoles. A partir de entonces el Gran
Capitán tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria en sus
posesiones de España. Es el destino de casi todos los héroes, una vez que han
cumplido con su cometido en la guerra y llega la paz», finaliza Martínez
Laínez. Sin embargo, lo
que sí dejó este guerrero fue una reforma militar que duraría siglos.
La reforma militar
La herencia del «Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva. Entre otros elementos destacables se sitúan la formación de la tropa en compañías (que luego serían la unidad fundamental de los tercios) al mando de un capitán, y el experto manejo de las armas de fuego individuales del combatiente de a pie, señala Martínez Laínez.
Estatua del «Gran Capitán» en la
cordobesa plaza de las Tendillas
Por
otro lado, el Ejército cambió su mentalidad y comenzó a formar nuevos soldados
que, además de pelear, tuvieran la capacidad de entrenarse por sí solos, hacer
trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y ejercicios constantes.
«Este método es una herencia
de las antiguas legiones romanas y creó un soldado que poco
después hizo de los tercios una maquinaria invencible en toda Europa», destaca Laínez.
Además,
el «Gran Capitán»
creó también un nuevo tipo de unidad, la coronelía. Es el antecedente más inmediato de
los tercios.
Tenía unos 6.000 hombres
y era capaz de combatir en cualquier terreno. Otra de sus
innovaciones fue armar con espadas cortas, rodelas y jabalinas a una parte de
los soldados. «La finalidad era que se introdujeran entre las formaciones
compactas enemigas, causando en ellas terribles destrozos», sentencia el
escritor.
Enseñanzas
que fueron adquiridas por el «Gran
Capitán» en la guerra de guerrillas que supuso la reconquista
de Granada, con unos Reyes Católicos que depositaron en los hombros
del «Gran Capitán»
sus primeros pasos militares de una
nueva nación en aquella vieja Europa llamada España
4 preguntas para el teniente general
Francisco Puentes Zamora, jefe del Mando de Adiestramiento y Doctrina del
Ejército:
Esteban Villarejo / Manuel p. Villatoro
Esteban Villarejo / Manuel p. Villatoro
- ¿Qué importancia histórica tiene la figura del «Gran
Capitán» para el Ejército español?
-
Representa a un soldado extraordinario, leal y valeroso, pero sobre todo un
excelente organizador. Fue el creador del ejército que escribió, desde el punto
de vista militar, las páginas más gloriosas de la historia de España. Dio una
importancia primordial a la formación moral, adiestrando a sus hombres en una
disciplina rigurosa mediante la cual cada uno cumplía con su tarea cualesquiera
que fueran las circunstancias, creando en ellos el orgullo de unidad o cuerpo.
Estableció un «Ethos o
código del soldado» que en muchos aspectos sigue vigente en la
actualidad, basado en la
dignidad personal, la austeridad, el estoicismo, el sentido del honor, el amor
a la patria y el fervor religioso. Hizo de la infantería
española una máquina formidable que dominó los campos de batalla de una larga
época.
En
otro orden de cosas mi Cuartel General en Granada ocupa el convento donde fue
velado el «Gran Capitán»
a su muerte y donde se celebró el funeral que duró nueve días. Estando situado
además frente a la última casa que ocupó en vida. De alguna manera nos sentimos
vinculados a su espacio físico, lo que nos hace intentar «estar a su altura» y
pensar que «asiste y ayuda» en nuestras actividades.
- ¿En qué consistió su innovación militar?
-
Propulsar una importantísima reforma en la organización del ejército. Basándose
en una finísima observación de la realidad de la guerra, supo aprender las
lecciones de la conquista de Granada, mejorando el empleo de las armas y
modificando las técnicas de combate. Dio predominio a la maniobra, que es la combinación
del fuego y el movimiento, y en este sentido aumentó la proporción de
arcabuceros, desplazando con soltura a su prodigiosa infantería en toda clase
de terrenos. Impulsó el despliegue en profundidad, manteniendo un escalón en
reserva para desplazarlo a donde pudiera hacer más falta en función de las
vicisitudes del combate. Los jefes tenían en sus manos todos los medios para
perseverar en su decisión o plan de combate. Ningún detalle importante escapaba
a su observación, aprendiendo y mejorando de forma continua; por ejemplo armó
con espadas cortas a la mitad de sus infantes, que en un momento dado se
arrastraban por entre los pies de sus compañeros y las largas picas del
enemigo, para herirles a corta distancia.
- ¿Qué cualidades debe poseer todo buen mando militar?
-
Como Jefe de la enseñanza militar, esas cualidades son las que pretendemos
inculcar en las Academias Militares. Como en cualquier profesión son
fundamentales los conocimientos técnicos propios y la capacidad de
actualizarlos de modo permanente. Pero además, los cuadros de mando deben ser una referencia continua de
las virtudes militares, que no son otra cosa que las virtudes
cardinales de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, en un
contexto muy particular y concreto. Los empleos más altos deben ejercitar su
liderazgo basándose en la iniciativa, la creatividad y la visión de conjunto;
los cuadros intermedios deben ser previsores, activos y resolutivos, tratando
de sacar lo mejor de las personas bajo su responsabilidad.
- ¿Por qué cree que los personajes como el «Gran Capitán»
suelen ser olvidados en esta España de hoy?
-
No creo que esté olvidado, o que lo esté más que otros. Ese olvido responde a
un general declive de las humanidades en la enseñanza y en la divulgación. Por
otra parte hay una corriente de historiadores que, por diversos motivos,
cuestionan y replantean aquel periodo imperial de nuestra Historia.
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