lunes, 22 de abril de 2013

¡Danos otra copa, Justino!

Cercana anda mi sombra a tener que arrastrar sesenta y cuatro primaveras y hora es de tomar
esta decisión. Muchas son las presiones sociales que me llevan a ello.
La Dirección General de Tráfico y el Ministerio de Sanidad tienen su influencia: Siendo, como fui, fumador compulsivo, la prohibición de fumar en lugares públicos ha influido, y de qué manera, en mi resolución. Tanto, o más, que los seiscientos euros y la retirada de carné que me habría costado el conducir con una tasa de alcoholemia superior a la permitida.
Por otro lado, mis buenos amigos se han empeñado en conseguir que deje de beber. Aún recuerdo como uno de ellos, apoyado en mis hombros, con lágrimas en los ojos me aconsejó que dejara la bebida. Y esgrimió muchas razones y todas convincentes. Que beber no me traería sino perjuicios y problemas. Que con mi actitud dañaba a mi familia. Que estaba malgastando el dinero. Y algunas más que no pude entender porque mientras abría la puerta de su casa y ayudado por su esposa lo desnudaba para meterlo en la cama, se puso a vomitar.
Mi familia tampoco ha estado de acuerdo nunca con la relación que mantengo con la bebida. Incontables son las madrugadas en las que he mantenido discusiones subiditas de tono con mi mujer. Aunque siendo sincero, no recuerdo casi ninguna. Pero me fío de ella, que no para de recordármelo. Y aún me fío más de sus malas caras, de las que sí guardo ingrata memoria.
Una sola de estas razones bastaría para convencer a cualquiera. Todas juntas se hacen indiscutibles.
Pero hay más. Hay algo más. Algo inexplicable. Algo que nace en mi interior y me obliga a dejar de beber. Es algo que siento. Algo que no puedo ver ni tocar. Es algo orgánico.  Es mi hígado. Mi parénquima hepático se ha vuelto fibroso. Ayer, la doctora argentina que lleva mi caso, tres horas invirtió en comunicarme que padezco de principio de cirrosis.
Pese a ser un hombre lógico fascinado por lo absurdo, equilibrado en un extremo de la insensatez, comedido hasta rozar la imprudencia y paciente a la vez de intolerante, no encuentro razón alguna para mi enfermedad, por lo que he decidido aceptarla y explicarla matemáticamente.
Si a los sesenta y cuatro que voy a cumplir le resto dieciséis que corresponden a mi infancia, niñez y adolescencia, me quedan cuarenta y ocho, de los que otros treinta y dos he invertido en dormir. De los diez y seis restantes, al menos seis he dedicado a la higiene y la alimentación y siete al trabajo, lo que hace un total de trece, que restados a los dieciocho, dan cinco como resultado. Puedo asegurar así, que borracho he pasado el diez por ciento de mi vida.
Por todo ello, mi decisión es tajante, irrevocable, rotunda, inexorable, categórica, inapelable, resuelta y definitiva. Y por supuesto atemporal. Y como todo en la vida, sujeta a eventualidades.
Como sé de las dificultades que presenta el abandonar un vicio, al modo de Dios (aunque en lugar de tablas, utilizo fotocopias) he elaborado un decálogo de obligado cumplimiento. Diez mandamientos que conseguirán que deje de beber. Ayer, mientras tomaba una copa, confeccioné este listado de normas, con sus correspondientes aclaraciones para una mejor comprensión de las mismas.

Decálogo para borrachos casi arrepentidos:
Primero. Amarás estar sobrio sobre todas las cosas. Al estar este mandamiento basado en el amor y conociendo que este suele ser caprichoso e irracional, se me antoja que serán muchas las ocasiones en las que se deberá hacer lo contrario a lo que dicta la norma.
Segundo. No tomarás bebida alcohólica en vano. Estarán exentos de cumplir este mandamiento, todos aquellos que anden con problemas, o tengan algo que celebrar, pues no será en vano el tomarse una copa.
Tercero. Evitarás las fiestas. Claro está que dada la idiosincrasia de los españoles e italianos, todos los de estas nacionalidades quedan liberados de este tercero.
Cuarto. Honrarás las propiedades del agua. Demostrado está empíricamente que este líquido
elemento es fundamento de todos los licores y en ellos se halla como principal o secundario, por lo que resulta imposible respetar el agua sin hacer lo mismo con el vino, la cerveza, etc…..
Quinto. No beberás. El mandamiento más amplio del decálogo. Solamente será de aplicación para aquellos seres que no necesiten ingerir líquidos para subsistir. Los humanos quedan exentos de este mandamiento por la amplitud de la norma.
Sexto. No ingerirás líquidos impuros. No podrá beberse por tanto, ni vino, ni cerveza, ni algún licor que no haya pasado antes los imprescindibles controles de calidad. Excepción hecha de los vinos de pitarra y el orujo casero. Y la cerveza elaborada por personas de confianza.
Séptimo. No robarás. Mandamiento de aplicación exclusiva a los avispados que reparten el vino, y a cada arroba, por hacerle la cata, la merman en un cuartillo.
Octavo. No levantarás falsos testimonios. Es fácil decir que el vino está bautizado, la cerveza no está buena, o el cubata es de garrafón, después de habérselo tomado por librarse de pagarlo. Este octavo lo prohíbe tajantemente. Hemos de confiar en la buena fe de los hosteleros.
Noveno. No consentirás pensamientos o deseos de beber. Tras largas horas de estudio, he concluido que este mandamiento es anticonstitucional. El libre pensamiento es un derecho inherente al ser humano y la legislación vigente así lo refleja. Concluyo pues, que el. mandamiento queda sujeto a modificación y por tanto se suspende temporalmente su recomendación o mandato.
Décimo. No codiciarás las copas ajenas. Puede ser este el mandamiento de más fácil
cumplimiento. No desearás lo del vecino si lo tienes tú. Por tanto, si alguien bebe en tu presencia debes acompañarle. De este modo no desearás su copa.

Estos diez mandamientos se resumen en dos: Amarás el vino y la cerveza sobre todas las cosas. Y los Cuba libres como a ti mismo. He leído y releído muchas veces estos mandamientos y he llegado a una conclusión: Tranquilo esperaré a lo que Dios y mi cirrosis dispongan, y mientras tanto:

“DANOS OTRA COPA, JUSTINO”

















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