En un elegante palacete de Chamberí, cerca del paseo de la Castellana, tres hermanos propietarios se alternaban en la presidencia de la comunidad, habiendo alquilado varios apartamentos en el edificio, sin vender, o sea sin crear nuevos copropietarios. ¿Piensa Usted, estimado lector, que es la situación ideal? Para darle una pista le contaré un suceso divertido y, a la vez, revelador.
Los padres ya difuntos de estos hermanos habían dispuesto que su educación corriera en parte a cargo de una señorita alemana, que pudiera enseñarles su idioma y el inglés. Así que contrataron a una Fräulein que se quedó con ellos durante mucho tiempo. Cuando se marchó de regreso a su tierra fue para jubilarse y su despido fue un momento muy triste ya que se había convertido ya en un miembro más de la familia.
De repente, una llamada desde Baviera avisó a los tres hermanos que su niñera había fallecido y que en sus disposiciones testamentarias hacía referencia adonde quería que fueran esparcidas sus cenizas en España, una parte en el patio de la mansión de Madrid donde vivió tantos años educando a los tres hermanos y el resto en otra casa de los mismos propietarios en Marbella. Asimismo pedía que asistiesen los hermanos a su funeral para que, después de incinerar su cuerpo, les fueran entregadas sus cenizas.
Entonces se planteó el problema de acudir a Baviera para esta triste tarea y una de las hermanas, presidenta de turno, dijo que no podía ir porque se había caído y se había lesionado un tobillo donde se había producido un incómodo esguince. La dolencia y las muletas le serían de estorbo para un viaje tan cansado. El hermano no podía asistir porque tenía un compromiso ineludible y la hermana que quedaba no tuvo más remedio que acudir sola al lugar del funeral para recibir las cenizas de su Fräulein. Asistió entonces en representación de sus hermanos ausentes y la urna con las cenizas le fue entregada por los parientes de la fallecida.
Cuando regresó a Madrid, se llevó a cabo la primera parte de las últimas voluntades de la fallecida, mediante la dispersión de la mitad de las cenizas en el patio del palacete con la presencia de algunos empleados de la casa y de la otra hermana, presidenta de turno de la comunidad, que para la ocasión estrenaba unas sospechosas muletas. El hermano, nuevamente ausente por compromisos ineludibles, había prometido que haría lo posible para asistir pero al final no había encontrado un momento libre para estar presente. Así que las dos hermanas llevaron a cabo esta ingrata tarea en pocos minutos. Una de las dos hermanas, la de la torcedura de tobillo pronunció algunas palabras y una breve oración en presencia del portero que no había conocido la Fräulein pero que era un mandado.
Terminado el acto, ambas hermanas subieron por la escalera principal, la del esguince torpemente con la ayuda de las muletas y la otra con la urna medio vacía de cenizas. En aquel momento, le hermana que había acudido al funeral en Alemania dijo que pensaba haber cumplido sobradamente con su deber y que consideraba que la otra podría haberse encargado de la parte de Marbella ya que el hermano no podía por coincidir las fechas con un viaje de placer ineludible por haber ya abonado el anticipo del mismo y por lo tanto se quitaba nuevamente de en medio. Entonces la hermana presidenta dijo: Yo no puedo ir con esta luxación y estas muletas, pues el médico me lo prohíbe. Y la otra, harta de tanta comedia, le contestó: ¡Puta, no eres más que eso, una puta, que te has comprado las muletas para la ocasión porque aún cuelga la etiqueta de la tienda con la fecha de la compra!
Total que al final tuvo que ser siempre la misma hermana que cumpliera con las últimas voluntades de la Fräulein. Con el AVE se fue a Málaga, desde allí con un taxi se fue a Marbella, extendió las restantes cenizas y volvió con la urna vacía para luego intentar tirarla a la cabeza de la otra hermana cuando le preguntó con fingida preocupación, pero ya sin muletas y sin esguince, como le había ido…
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