viernes, 28 de febrero de 2014

Juanelo Turriano


Juanelo Turriano, el Da Vinci que fichó por España y que la historia ha olvidado.


Leonardo Da Vinci es a menudo señalado como el perfecto ejemplo del sabio del Renacimiento. Su talento abarcaba desde la pintura hasta la ingeniería, y su ansia de saber le llevó a seguir estudiando y ampliando sus conocimientos durante toda su vida. Su fama ha sobrevivido a los siglos y muchos de sus desarrollos aún se admiran hoy como obras de ingeniería sobresalientes. Los documentos en los que recogió sus ideas han sido claves para que la historia reconociese su labor.

Juanelo Turriano pudo perfectamente haber sido otro Leonardo Da Vinci que España podría reclamar como propio. De origen italiano como el sabio de Florencia, Turriano comenzó muy pronto a trabajar para la Corona española, primero desde Milán para el rey Carlos V y luego desde Toledo para Felipe II. Además de maestro relojero fue ingeniero, inventor, matemático, astrónomo, arquitecto…

Su obra más conocida fue el Artificio de Juanelo, una obra de ingeniería sin precedentes que abasteció a la ciudad de Toledo de agua durante décadas sin tener que acarrearla desde el río de forma manual.

Mencionado por los escritores del Siglo de Oro

Su fama fue enorme en su época. “Fue muy reconocido, todos los grandes escritores del Siglo de Oro, entre ellos Cervantes, Quévedo, Góngora y Lope de Vega, citan su Artificio en sus obras casi de forma casual, como algo que es conocido por todo el mundo”, cuenta Bernardo Revuelta, director de la Fundación Juanelo Turriano, la organización sin ánimo de lucro que trabaja para dar a conocer la obra de este inventor.

Porque al contrario que entonces, hoy en día su obra y su figura no son muy conocidas. Juanelo no era amigo de dibujar planos o escribir tratados, como sí lo fue Da Vinci. Su genialidad no quedó plasmada en documentos, por lo que su fama no le sobrevivió muchos años. Solamente Toledo, la ciudad donde vivió y que se benefició de la mayor de sus obras, guarda un recuerdo para este inventor, y allí algunas anécdotas de su vida han persistido, moldeándose hasta convertirse en leyenda.

Juanelo nació entre 1500 y 1511 (la fecha no está clara) cerca de Cremona, en Italia. No llegó a tener una educación formal y nunca dominó el latín, la lengua del conocimiento en su época. Pero tampoco encaja en la figura del campesino autodidacta. “Se dice que si su familia eran pastores… No creo que eso fuese verdad, se cree que su padre poseía dos molinos, y allí pudo empezar a aprender algo de mecánica”, comenta Revuelta.

Cuando creció, Juanelo entró como aprendiz en un taller de relojería, donde aprendió el oficio. “Hay que tener en cuenta que un reloj era la tecnología más puntera y vanguardista del momento: se basaban en algo tan complejo como el movimiento del universo. Había que saber matemáticas, astronomía, mecánica… Era el equivalente a saber construir un ordenador hoy en día”.

Carlos V le nombró Relojero Real

Se convirtió en maestro relojero y su habilidad le hizo famoso. En 1529 el rey Carlos V le contrata y le nombra Relojero Real. Para él construyó dos relojes astronómicos. Uno de ellos, el Cristalino, se considera el reloj más preciso de la época, y además de la hora, marcaba la posición de los planetas, el sol y la luna a cada minuto.

Algunas fuentes apuntan a que participó como arquitecto en la construcción del palacio de Yuste que Carlos V encargó hacia el final de su vida, aunque Revuelta apunta a que su papel fue muy pequeño, "si acaso alguna reforma menor". Otra de las leyendas en torno a su figura está relacionada con la muerte del rey: algunas fuentes aseguran que uno de los estanques diseñados por Turriano generó una acumulación de aguas estancadas en la que proliferaron los mosquitos. Uno de ellos picó al monarca, que enfermó de paludismo y murió semanas después.

Ya durante el reinado de Felipe II obtuvo el título de Matemático Mayor. Bajo petición del Papa, recibió el encargo del monarca de presentar una propuesta para reformar el calendario. El informe que escribió con sus ideas es uno de los pocos documentos de Juanelo que se conservan, y que los estudiosos han analizado al detalle. “Finalmente su propuesta no fue la elegida por el Papa, pero que el rey se la encargase a él es una prueba de la consideración que se le tenía. Era uno de los sabios indiscutibles de su época”.

Muchas de sus obras dejaron huella. Su amigo Juan Herrera le encargó el diseño de las campanas del Monasterio del Escorial, y era muy aficionado a construir pequeños autómatas, juguetes que encandilaban a todo el que los veía. Uno de ellos, el Hombre de Palo, dio nombre a una calle de Toledo. “Dicen que construyó un autómata, lo que hoy llamaríamos un robot, que recorría esa calle para llevarle comida a casa. Lo más seguro es que eso sea también solo una leyenda, sus muñecos eran más bien muñecos de juguete, pero no dejan de ser impresionantes para la época”, asegura Revuelta.

Un invento para llevar agua del Tajo al Alcázar de Toledo

Pero su obra más conocida es sin duda el llamado Artificio de Juanelo, una obra de ingeniería diseñada y construida para llevar agua desde el río Tajo hasta la ciudad de Toledo, situada a unos 100 metros de altura sobre el río. Con el acueducto de la época romana destruido, cada día centenares de personas y animales acarreaban agua hacia la ciudad.

Juanelo, con conocimientos de ingeniería hidráulica, recibió de las autoridades de la ciudad el encargo de construir un sistema que llevase agua hasta el Alcázar, el punto más alto de Toledo, con la condición de que recibiría la paga cuando estuviese en marcha y probase su utilidad, algo que ocurrió en 1569. Sin embargo, algunos documentos apuntan a que nunca recibió el dinero.

El Alcázar pertenecía al Rey, que se negó a compartir el agua con la ciudad. El monarca reusó pagar a Juanelo puesto que el encargo no era suyo. “Se sabe que Felipe II era mal pagador”, bromea Revuelta. Las autoridades de la ciudad, por su parte, alegaron que no se estaban beneficiando del invento, por lo que tampoco quisieron abonarle lo acordado.

Juanelo construyó un segundo Artificio que terminó en 1581 y que esta vez sí proveía de agua a la ciudad, pero tampoco esta vez se cumplieron las condiciones económicas. Algunas fuentes aseguran que Juanelo murió en la más absoluta miseria, años después, arruinado tras no haber recibido pago por su trabajo.

“Creemos que esto también es un poco exagerado. Tenemos cartas de Juanelo quejándose de que le pagaban tarde, y mal, y sabemos que su hija y su nieto recibieron una pensión… Es cierto que se le pagó muy poco, pero algo sí recibió”, asegura Revuelta.

Un mecanismo olvidado por la historia

Sus Artificios funcionaron durante décadas, aunque con el uso y debido al robo de las piezas se fueron deteriorando, hasta que se desmantelaron en 1640. Se calcula que durante los años de pleno rendimiento llegaron a transportar entre 16 y 17 metros cúbicos de agua al día (entre 16.000 y 17.000 litros).

Sin embargo, Juanelo nunca dibujó los planos ni describió su funcionamiento. A parte de algunos inventarios de la obra y dibujos de sus contemporáneos, no hay documentos que expliquen cómo realizaba esa tarea, aunque existen varias hipótesis.

Los historiadores sí están de acuerdo en que el artefacto utilizaba la energía motora del río para hacer girar el mecanismo, basado en una serie de cucharas o cazos, colocados de forma que unas iban echando agua en otras, utilizando contrapesos para ir subiendo a distintos niveles hasta llegar a lo alto de la ciudad.

Como parte de su tarea, la fundación que dirige Revuelta trabaja en una animación tridimensional (aún no publicada) que recree el funcionamiento de los Artificios. Llevan meses trabajando en ella, pero reconocen que es un trabajo de momento abierto. “Puede que en dos meses aparezca un nuevo documento que lo desmonte, pero de momento creemos que el que hemos recogido es el diseño más probable”. Cuando se publique, estará abierta a descargas para todo el que quiera consultarla.

Ante la falta de documentación, rescatar la memoria de este genio no es fácil. Solo han quedado un puñado de escritos de Juanelo, sobre todo contratos y otros documentos legales, así como su testamento. De personalidad fuerte, incluso hosca, no le sobraban los amigos con los que intercambiar correspondencia, ni que relatasen su vida.

“Fue amigo de Juan Herrera, que incluso tuvo un retrato suyo en su casa. Por lo demás, era todo un carácter. Incluso en su forma de trabajar: lo hacía a su ritmo, entregando los trabajos cuando creía que estaban terminados, y sin dejarse atosigar”. 

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