domingo, 23 de febrero de 2014

Buscando a Cervantes


He leído que algún organismo está en la duda de gastarse 100.000 euros en la búsqueda de los huesos de Miguel de Cervantes que, mira por donde, fueron a parar, otro mas, a una fosa común, después de morir pobre y abandonado. Los únicos datos de que se dispondría para localizar, de entre el montón de  restos  de indigentes, los del que reconocemos, a boca llena, como nuestro mejor escritor de todos los tiempos, son los desperfectos en su mano izquierda, que le quedó inútil y algunos otros quebrantos  que le infligieron prestando heroico servicio a España en “la mayor ocasión que vieron los siglos”, la batalla de Lepanto.

Lo de buscar, a estas alturas, los huesos de Cervantes me parece un fetichismo absurdo; pero si, al final, hay alguien que esté dispuesto a gastar ese dinero en excavar para encontrarlos, quizá pudiéramos seguir profundizando, por colecta popular y ver si, de una vez por todas, encontramos la vergüenza nacional y hace que nos fuerce a respetar y ayudar al talento en todas sus manifestaciones. Y no hablo de la sopa boba, sino de la asimilación, por toda la sociedad, del culto a la excelencia.

No hay forma, ya, de reparar la deuda que España tiene con Cervantes. Hasta se ha producido la usurpación de su fama por la del loco irresponsable y súper valorado personaje de su más importante creación: Don Quijote.

Su vida, vergonzantemente ocultada, salvo ese lance heroico es, quizá, el ejemplo mas sangrante de cómo se las gasta esta mas que madre madrastra con sus hijos mas talentosos. Esta tiene dos partes muy distintas, la primera de estudioso, viajero y soldado con su intervención en la batalla de Lepanto y posterior cautiverio durante el cual siguió comportándose heroicamente, asumiendo en solitario la responsabilidad de los tres intentos de fuga que promovió y poniéndose, siempre, el ultimo en la fila del rescate.

La segunda, después de algunos fallidos intentos de participar en la vida política, al servicio de algún noble, de pura miseria, ejerciendo algunos oficios, que le obligaron a continuos desplazamientos, como el de recaudador de contribuciones, en el que se le fue la mano y acabó con sus huesos en la cárcel y otros de pura supervivencia, incluso de proxeneta. No puede uno imaginar como en una vida tan ajetreada, abigarrada y tan llena de necesidades como falta del sosiego necesario para la actividad intelectual, este genio pudo escribir las maravillas que conocemos. ¡Que milagro, amigos!   

No se le recompensó ni agradeció, en vida, su comportamiento heroico, no se le reconoció su prodigioso talento y vosotros, empingorotados Duque de Bejar y Conde de Lemos, a los que sacó del olvido haciéndolos inmortales al dedicarles sendas partes del Quijote, permitisteis, mientras os afanabais en la acumulación insaciable de poder y riquezas, que viviese en la miseria económica y moral y que sus huesos fuesen a dar al pudridero común.  

Y nosotros. ¿Que intentamos reparar a estas alturas?. Ni siquiera existe sentimiento de culpa. Aunque El Quijote, su libro aparentemente más venerado, esté   presente en todos los hogares de España, se conoce poco y es muy mal interpretado. Que levante el dedo el que lo haya leído. Todos, hasta los más instruidos, se limitan a repetir como papagayos y usar  como  muletillas en su discurso, la media docena de anécdotas, aventuras y tópicos que van pasando de unos a otros.

Además, aunque en la historia del talento hay ejemplos mil, es difícil encontrar a alguien que haya producido tales maravillas viviendo la vida tan penosa que vivió y recibiera tan poco a cambio.

Amigos, en estos momentos, en los que se va abriendo paso la idea de que en España hay muchas cosas que debemos cambiar, la primera  seria el cultivo cuidadoso y reverencial del talento para que no haya, nunca mas, que sufrir el sonrojo de ir a buscar a otro de nuestros mejores a la fosa común.

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