jueves, 10 de octubre de 2013

Jerusalén

Jerusalén sitiada
En 1187, el líder de los mamelucos, Saladino tras la victoria de la batalla de los Cuernos de Hattin, logró, tres meses después, reconquistar Jerusalén tras unos combates encarnizados. Los caballeros de San Juan y los del Temple recibieron el honor de la rendición conservando sus bienes y sus armas. Una página gloriosa, pero triste, de la historia de la cristiandad. Mil años después los caballeros de San Juan, hoy denominados simplemente como de Malta, siguen con sus obras hospitalarias e humanitarias por todo el mundo. ¡Larguísima vida a la Orden!

Esta es la historia de la primera derrota y desastre de los cristianos que acabó con el Reino Latino de Jerusalén y fue el preludio de la toma de Jerusalén.

La Batalla de los Cuernos de Hattin fue un importante encuentro armado que tuvo lugar el 4 de julio del año 1187 en Palestina, al Oeste del mar de Galilea, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Qurun-hattun) entre el ejército cruzado, formado principalmente por contingentes Templarios y Hospitalarios a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo de Châtillon, contra las tropas del sultán de Egipto, Saladino.

El 1 de mayo de 1187, Saladino había despedazado, en la Batalla de Seforia, a las tropas de Gérard de Ridefort. Había seguido después su ruta para sitiar Tiberíades, a fin de atraer a las tropas cristianas y así enfrentarlas en un terreno que le fuera favorable. Echive, la esposa de Raimundo de Trípoli, parapetada en la ciudadela, llamó en su socorro al rey de Jerusalén, Guido de Lusignan, y a su esposo, quien se encontraba en Seforia. El mensajero no tuvo ninguna dificultad en franquear las líneas enemigas, porque Saladino no deseaba más que una cosa: que los francos estuvieran al corriente de lo que se preparaba.

Durante el consejo, reunido por orden del rey, Raimundo III de Trípoli se inclinó por dejar caer Tiberíades, a pesar de que su mujer estuviera en la ciudadela. Había adivinado perfectamente el juego de Saladino. El rey y los barones estuvieron de acuerdo con él. Esperarían que Saladino fuera hacia ellos. Pero Gerardo de Ridefort quería borrar el fracaso de Seforia y se aprovechó de la debilidad del rey para convencerlo de atacar. El día 3, al alba, el rey hizo levantar el campamento y, a pesar de la intervención de los barones, el ejército se dirigió hacia Tiberíades.

Sus fuerzas incluían inicialmente 2.000 caballeros montados, 4.000 turcoples (arqueros a caballo equipados a la turca) y 32.000 infantes pero a lo largo de toda la marcha fueron acosados por 6.500 jinetes ligeros sarracenos que les infligieron altas bajas en ataques sorpresas, escaramuzas y emboscadas, en especial los turcoples. A esto se les unieron las inclemencias ambientales y deserciones, debilitando aún más a la fuerza cristiana. Durante la marcha también se les unieron unidades de caballeros cruzados de diversas ordenes monásticas.

Inicio de las acciones. El calor era sofocante y la retaguardia se veía continuamente acosada por los arqueros montados de Saladino; los caballeros iban a pie, ya que sus caballos habían muerto. Guy de Lusignan se dio cuenta de su error y estuvo de acuerdo con Raimundo de Trípoli para dar un rodeo por el pueblo de Hattin, donde se encontraba un pozo de agua. Pero Saladino no se dejó embaucar por la maniobra y mandó a sus tropas para que les cortaran el camino. El rey decidió entonces establecer un campamento para pasar la noche en esta meseta. Agotadas las reservas de agua, los hombres optaron por dormir con todos sus atavíos, por miedo a verse sorprendidos en su sueño por los enemigos. A algunos cientos de metros percibían las risas y los cantos de los musulmanes, a quienes no faltaba nada. A la mañana siguiente el ejército reanudó su marcha: tenían que alcanzar el pozo de agua. Las tres columnas se desplegaron entre dos colinas volcánicas, los llamados Cuernos de Hattin. Los musulmanes les seguían acosando y los cuerpos de batalla se separaron. El rey tomó entonces una posición estratégica, al pie de los cuernos de Hattin. Pero las tropas de Saladino prendieron fuego a las hierbas secas, asfixiando a los francos con el humo.

La batalla. Saladino se tomó su tiempo. Prosiguió sus ataques de acoso y no parecía tener prisa por lanzarse al asalto final. Para el rey latino de Jerusalén, no había más que una salida para abrir la vía hacia Hattin: atravesar la barrera enemiga. Ordenó a Raimundo de Trípoli cargar con sus caballeros. Taqi al-Din, sobrino de Saladino, al mando de esa barrera, dividió entonces sus tropas para abrir el paso, pero lo cerró inmediatamente después. Las tropas cristianas no habían podido seguir y Raimundo de Trípoli se encontró solo. Al verse incapaces de ir en ayuda de su camarada, los cristianos se dirigieron a Tiro. Los infantes habían escalado la colina norte de los cuernos, pero se encontraron entre un precipicio y las tropas musulmanas. Muchos de ellos murieron arrojados al vacío y otros se rindieron. Mientras, la caballería de Saladino había cargado contra los cristianos, que se refugiaban en el cuerno sur. Saladino escogió ese momento para lanzar el asalto final. Los caballeros consiguieron esporádicamente arrollar las líneas musulmanas, pero se vieron rechazados. Saladino lanzó el último asalto para apoderarse de la tienda roja del rey, donde se encontró la Vera Cruz, una sagrada reliquia. La noche del 4 de julio todo había acabado. Guy de Lusignan fue hecho prisionero, al igual que Reinaldo de Châtillon, el peor enemigo de Saladino. En su propia tienda y tal y como Saladino había prometido, le cortó la cabeza a Reinaldo de Châtillon con sus propias manos; ejecución no habitual, pues prefería utilizar a los prisioneros como moneda de cambio. Esta excepción se justificó por las masacres y asaltos que había cometido Reinaldo contra la población y las caravanas, tanto de cristianos como de musulmanes, en una de las cuales se dice viajaba la hermana de Saladino, motivo por la cual Saladino había jurado matarlo con sus manos.


La primera novela de la saga

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