Gonzalo Fernández de Córdoba y Aguilar (Montilla, Casa de Aguilar, 1453 – Loja, Granada, 1515) fue un noble, político y militar castellano, duque de Sant'Angelo, Terranova, Andría, Montalto y Sessa, llamado por su excelencia en la guerra el Gran Capitán. Capitán castellano al servicio de los reyes Católicos. Miembro de la nobleza andaluza (perteneciente a la Casa de Aguilar), hijo segundo del noble caballero Pedro Fernández de Aguilar, V señor de Aguilar de la Frontera y de Priego de Córdoba, que murió muy mozo, y de Elvira de Herrera y Enríquez, hija de Pedro Núñez de Herrera, señor de Pedraza y de Blanca Enríquez de Mendoza, quien fue hija de Alonso Enríquez, almirante de Castilla (hijo de Fadrique Alfonso de Castilla) y de Juana de Mendoza «la Ri-cahembra». Gonzalo y su hermano mayor Alfonso Fernández de Córdoba se criaron en Córdoba al cuidado del prudente y discreto caballero Pedro de Cárcamo.
Siendo niño fue incorporado al servicio del príncipe Alfonso, hermano de la luego reina Isabel I de Castilla como paje y, a la muerte de éste, pasó al séquito de la princesa Isabel. La hermana de ambos cordobeses, conocida con el nombre de Leonor de Arellano y Fernández de Córdoba, casaría con Martín Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles. Fiel a la causa isabelina, inició la carrera militar que le correspondía a un segundón de la nobleza en la Guerra de Sucesión Castellana. En la batalla de Albuera, en 1479, contra los portugueses ya aparece su nombre distinguido entre los más notables guerreros en las filas del maestre de la Orden de Santiago, Alonso de Cárdenas. En este tiempo fue designado Voz y Voto Mayor del Cabildo de Córdoba y contrajo matrimonio con su prima Isabel de Montemayor, que moriría pronto al dar por primera vez a luz. Como regalo de boda su hermano le había regalado la alcaldía de Santaella. Allí cayó prisionero de su primo y enemigo Luis Fernández de Córdoba y Montemayor, conde de Cabra, que lo tuvo encerrado en el castillo de Cabra hasta su liberación en 1476 cuando fue liberado por la intercesión de los Reyes Católicos.
Pero fue la larga Guerra de Granada, donde sobresalió como soldado en el asalto de Antequera y en el sitio de Tájara (plaza que también se conoce como castillo de Tajarja o torre de Tájara, situada en el actual pago de las Torres de Huétor-Tájar, Granada ), donde demostró dotes de mando, así como ingenio práctico al idear una máquina de asedio hecha con las puertas de las casas para proteger el avance de las tropas.Pero las acciones que más lo distinguieron fueron las conquistas de Íllora, Montefrío, donde mandó el cuerpo de asalto y fue el primero que subió a la muralla a la vista del enemigo y Loja donde hizo prisionero al monarca nazarí Boabdil que se entregó tras pedir piedad para los vencidos y moradores. Acompañado de Gonzalo Fernández de Córdoba, a quien terminaría considerando su amigo, se presentó ante el rey Fernando y se arrojó a sus pies. En 1486 fue nombrado Alcalde de Íllora con la misión de fomentar las disensiones entre Boadbil, que era apoyado por los Abencerrajes y el Zagal.
En estos años contrajo segundas nupcias con María Manrique de Lara y Espinosa, Dama de la Reina Isabel, del linaje de los duques de Nájera con quien tuvo dos hijas. Su carrera estuvo a punto de cortarse en una escaramuza nocturna delante de Granada que tuvo lugar antes de la conclusión de la guerra; porque habiendo caído de su caballo en medio de la refriega hubiese perecido de no ser por un leal servidor de la familia que montándole en su caballo entregó su vida por la de su señor. Espía y negociador, se hizo cargo de las últimas negociaciones con el monarca nazarí Boabdil para la rendi-ción de la ciudad a principios de 1492. En recompensa por sus destacados servicios, recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Órgiva, provincia de Granada, y determinadas rentas sobre la producción de la seda granadina, lo cual contri-buyó a engrandecer su fortuna.
En 1494 fallece el rey Fernando I de Nápoles, hijo de Alfonso V de Aragón, y es proclamado rey su hijo Alfonso II de Nápoles. Carlos VIII de Francia decide que, para reconquistar los Santos Lugares (objetivo principal de muchos reyes coetáneos), debía conquistar los territorios de Italia. Para cubrirse las espaldas, firmó con el rey Fernando un tratado secreto, que, en las cláusulas difundidas, era una alianza contra los turcos, pero, en secreto, fue una alianza de amistad. Es decir, España no se interpondría a Francia en sus guerras salvo contra el Papa, lo mismo que haría Francia. Pero cuando Fernando descubrió las intenciones de Carlos VIII, actuó hábilmente, considerando a Nápoles un territorio infeudado al Papa, y por lo tanto, de su incumbencia. Fernando II de Aragón inicia una ofensiva diplomá-tica para ayudar a su pariente, consiguiendo la aprobación del Papa de Roma y de Florencia y la neutralidad de Venecia.
En 1495 se convoca a los puertos del Cantábrico y de Galicia para que aporten naves que debían concentrarse en Cartagena y Alicante, y ponerse a las órdenes de Galcerán de Requesens i Gian Galeazzo de Soler, conde de Trivento y general de las galeras de Sicilia. Se reúnen sesenta naves y veinte leños, y embarcan 6000 soldados de a pie y 700 jinetes. Gonzalo Fernández de Córdoba se pone al frente de la expedición. Salen a la mar con mal tiempo, y el convoy se divide en dos. El grupo de vanguardia, el de Requesens, llega a Sicilia, donde espera en Mesina la llegada de los transportes con las tropas, que llegan el 24 de mayo. Pasa la flota a Calabria, ocupando Regio de Calabria y los pueblos circundantes. El rey de Nápoles, Alfonso, es derrotado en Seminara. Mientras Fernández de Córdoba maniobra con gran habilidad y tiene varios éxitos, entre los que se incluyen la larga marcha a Atella que le permitió llegar oportunamente a combatir, Requesens se presenta con sus galeras frente a la ciudad de Nápoles. El duque de Montpensier, lugarteniente de Carlos VIII, decide salir de las murallas de la ciudad para evitar el desembarco, y el pueblo de Nápoles, al ver salir a las tropas francesas, se subleva, teniendo que refugiarse los pocos franceses que quedaban en los castillos Nuevo y del Huevo. Aparece una flota francesa con 2.000 hombres de refuerzo, pero decide no enfrentarse a Requesens y desembarca a su gente en Liorna. Montpensier se ve obligado a retirarse hacia Salerno, y Nápoles cae en poder de los españoles. Fallece el rey Fernando I II de Nápoles (1496) y le sucede su tío Don Fadrique.
Quedan en manos francesas Gaeta y Tarento. Requesens organiza dos escuadras, una con cuatro carracas y cinco naos que bloquea Gaeta, y otra con cuatro naos, una carabela y dos galeras para guardar la costa e interceptar socorros a los franceses. Esta última apresó una nave genovesa con 300 soldados y cargamento de harina. Los venecianos cooperaban vigilando los puertos de Génova y Provenza. En las filas francesas se declara la peste, de la que fallece Montpensier con muchos de sus soldados. Gaeta se ve obligada a capitular, pudiendo llevarse los franceses todas sus pertenencias. Embarcan hacia Francia, pero un furioso temporal hunde sus naves. Una vez asegurado el reino de Nápoles para Don Fadrique, reúne a sus tropas con intención de disolverlas, pero el Papa le pide que le ayude. Un tal Rogelio Guerra, corsario vizcaíno, se había apoderado de Ostia y su castillo bajo bandera francesa, cerrando el Tíber y sometiendo a contribución a Roma. Durante cinco días las baterías españolas martillearon las fortificaciones hasta abrir brechas en las murallas. Ostia fue tomado al asalto y Guerra y sus secuaces se entregaron como prisioneros sin ofrecer resistencia. Pocos días después el Gran Capitán era aclamado en Roma. Al recibir al general español, Alejandro VI se atrevió a acusar a los Reyes Católicos de hallarse mal dispuestos con él; pero Gonzalo replicó enumerando los grandes servicios que a la causa de la Iglesia habían prestado los reyes y tachó al Pontífice de ingrato y le aconsejó en tono brusco que reformara su vida y costumbres pues las que llevaba causaban gran escándalo en la cristiandad. A pesar de esta reprimenda Alejandro VI concede a Fernández de Córdoba la Rosa de Oro.
Después de tres años de campaña, en 1498 regresan a España las tropas españolas, dejando el reino de Nápoles en manos de Don Fadrique. En esta campaña Gonzalo Fernández de Córdoba gana su sobrenombre de El Gran Capitán y el título de duque de Sant’Angelo. Fernando II de Aragón y Luis XII de Francia firman en 1500 un tratado reservado (el Tratado de Chambord-Granada) repartiéndose el reino de Nápoles, adjudicando al francés las provincias de Labor y los Abruzos, con los títulos de rey de Nápoles y de Jerusalén y el español el resto, con el título de duque de Apulia y de Calabria. Coincide el acuerdo reservado con una petición de ayuda de Venecia, cuya plaza de Modón, en el Peloponeso (Grecia), está siendo atacada por los turcos. Por parte española se prepara en Málaga una armada de 60 velas que transporta 8000 hombres de infantería y caballería, que manda Gonzalo Fernández de Córdoba como capitán general de mar y tierra. Llegan las naves a Mesina, después de una penosa travesía, pues llegó a escasear el agua, muriendo algunos hombres y muchos caballos. En Mesina se unen a la expedición unos 2000 soldados españoles que se habían quedado en Italia en la expedición anterior, y varias naves vizcaínas, entre las que es de suponer que estaba la de Pedro Navarro. El 27 de septiembre se hacen a la mar, llegando el 2 de octubre a tiempo para socorrer Candía. Se une a la expedición la flota veneciana y dos carracas francesas con 800 hombres. Acuerdan tomar Cefalonia, comenzando el asedio a la isla el 8 de noviembre y terminando el 24 de diciembre con la conquista de la fortaleza de San Jorge. Vuelven a Sicilia con muchas penalidades y algunos motines debido a la escasez. En 1501 el Papa hace público el acuerdo secreto entre Francia y España, y los franceses ocupan su parte con 20.000 hombres, encontrando resistencia sólo en Capua. El rey de España ordena al Gran Capitán ocupar su parte, pero en Tarento encuentra resistencia a su avance. La plaza está bien fortificada y defendida, por lo que se establece el sitio terrestre y el bloqueo naval, apresando Juan de Lezcano una nave con artillería y municiones para la plaza. Ante la imposibilidad de hacerlo por mar, debido a las fuertes defensas, se pasan por tierra 20 carabelas a la bahía interior de Tarento, y se ataca a la plaza por donde no tenía defensas.
Así, en 1502, Tarento se rinde al Gran Capitán, con lo que españoles y franceses han ocu-pado cada uno su parte del reino de Nápoles. Desde el principio se produjeron roces entre españoles y franceses por el reparto de Nápoles, que desembocaron en la reapertura de las hostilidades. La superioridad numérica francesa obligó a Gonzalo Fernández de Córdoba a utilizar su genio como estratega, concentrándose en la defensa de plazas fuertes a la espera de refuerzos. A finales de 1502 los españoles se atrincheran en Barletta, en la costa adriáti-ca. El Gran Capitán rehúsa la batalla campal, pese al descontento de sus soldados, pero organiza una defensa activa (hostiga al enemigo y ataca sus líneas de comunicación). Durante el asedio francés a Barletta tiene lugar el torneo caballeresco conocido como Desafío de Barletta. Cuando llegan refuerzos y comprueba que los franceses han cometido el error de dispersarse da la orden de abandonar Barletta y pasa a la ofensiva, toma la ciudad de Ruvo di Benisichi y logrando la victoria en la batalla de Ceriñola, en la que aplasta las tropas del Generalísimo francés, Luis de Armagnac, duque de Nemours y en pocos minutos 3000 cadáveres sui-zos y franceses quedan tendidos en el campo de batalla. Esta victoria coincide con la del ejército español que se encuentra al mando de Fernando de Andrade, contra las tropas francesas de Bérault Stuart d'Aubigny en la batalla de Seminara. La guerra no estaba aún terminada y poco después Gonzalo Fernández de Cór-doba tomó la fortaleza de Castel Nuovo y Castel dell'Ovo. El resto de tropas francesas marcha a Gaeta en espera del envío de re-fuerzos. Luis XII envía otro gran ejército al mando del mariscal Louis II de la Trémoille (30.000 soldados, incluidos 10.000 jinetes y numerosa artillería). El Gran Capitán no pudo tomar Gaeta y montó una línea defensiva en el río Garellano, apoyándose en los castillos de Montecassino y Roca Seca, para cerrar el paso francés hacía la capital napolitana. La Tremouille cae enfermo y le sustituye Francisco II Gonzaga, duque de Mantua, al que sustituirá más tarde Ludovico II, marqués de Saluzzo. La noche del 27 de diciembre de 1503 el ejército español cruza el Garellano sobre un puente de barcas y sorprende al día siguiente al ejército francés que huye en desbandada. Los franceses dejaron en el campo de batalla varios millares de hombres, se calcula que tres o cuatro, con todos sus bagajes, las banderas y la artillería. Las bajas españolas no se conocen pero también debieron ser elevadas. Al día siguiente el Gran Capitán estaba ya dispuesto para asaltar las alturas de Monte Orlando, que dominaba la plaza de Gaeta, pero antes de que la artillería disparara se presentó un mensajero del marqués de Saluzzo proponiendo la capitulación. Esta capitulación fue sorprendente porque el ejército francés contaba con numerosas tropas aún, la plaza estaba provista de artillería, contaba con víveres para diez días y la flota francesa estaba fondeada en la bahía para abastecerlos y mantener las comunicaciones con el exterior. Sin embargo, las tropas francesas se encontraban totalmente desmoralizadas. Tras la batalla de Garellano y la toma de Gaeta los franceses abandonaron Nápoles.
Terminada la guerra, Fernández de Córdoba gobernó como virrey en Nápoles durante cuatro años, con toda la autoridad de un soberano. Fue ins-trumento del envío a España como prisionero en 1504 de César Borgia, hijo del Papa español Alejandro VI (Rodrigo Borgia) para su custodia en Chinchilla. Pero al escapar éste en 1506 a Navarra y pasar de haber sido Obispo de Pamplona en su infancia gracias a su padre, a ser ahora Condestable de Navarra por su cuñado el rey consorte Juan III de Albret, marido de la reina titular de Na-varra Catalina I, quienes luchaban por evitar la absorción de su pequeño reino por una coalición navarro-castellano - aragonesa, César Borgia perdería la vida en la Batalla de Viana en marzo de 1507. Los beamonteses navarros verían más de un 80% del terri-torio del reino incorporado a los dominios de Fernando II de Aragón y de su nueva y joven esposa Germana de Foix en 1512 tal como propugnaban y en el interreino 1516-1520 a los de su nieto. Un importante miembro del Consejo Real de Juan III de Albret, colega de César Borgia, fue precisamente el padre del luego famo-so Jesuita San Francisco Javier, enviado por el Fundador de la Orden San Ignacio de Loyola a India y Japón para evangelizar por los privilegios papales concedidos a los portugueses e implantados en la Cancillería para Asuntos de Oriente en Lisboa del Rey Juan III de Portugal "El Piadoso". A la muerte de Isabel la Católica, el rey Fernando se hizo eco de ciertos rumores que acusaban a Fernández de Córdoba de apropiación de fondos de guerra durante el conflicto italiano, lo que unido a los temores de que se hiciese independiente gracias a la gran fama y notoriedad adquiridas, acabó con su destitución del mando, y aunque no está de-mostrado que le pidiese cuentas, Gonzalo, para justificar que lo que se decía de él no era cierto, presentó unas cuentas (que se conservan en el Archivo General de Simancas) con tal detalle, que han quedado como ejemplo de meticulosidad en la lengua popular. Si es cierto, en cambio, que no cumplió los ofrecimientos que le había hecho, pese a sus deseos de volver a Italia. Gonzalo entonces, se retiró a Loja (Granada), donde murió en 1515.
El Gran capitán fue un genio militar excepcionalmente dotado, que por primera vez manejó combinadamente la infantería, la caballería, y la artillería aprovechándose del apoyo naval. Supo mover hábil-mente a sus tropas y llevar al enemigo al terreno que había elegido como más favorable. Revolucionó la técnica militar mediante la reorganización de la infantería en coronelías (embrión de los futu-ros tercios). Idolatrado por sus soldados y admirado por todos, tuvo en su popularidad su mayor enemigo. La combinación de las operaciones de combate permitió a Gonzalo Fernández de Córdoba, en el transcurso de las guerras de Italia, introducir varias re-formas sucesivas en el ejército español, que desembocaron en el Tercio. La primera reorganización fue en 1503. Gonzalo creó la división con dos coronelías de 6000 infantes cada una, 800 hombres de armas, 800 caballos ligeros y 22 cañones. El general tenía en sus manos todos los medios para llevar el combate hasta la decisión. Gonzalo de Córdoba dio el predominio a la infantería, que es capaz de maniobrar en toda clase de terrenos. Dobló la proporción de arcabuceros, uno por cada cinco infantes, y armó con espadas cortas y lanzas arrojadizas a dos infantes de cada cinco, encargados de deslizarse entre las largas picas de los batallones de esguízaros suizos y lansquenetes y herir al adversario en el vientre. Dio a la caballería un papel más importante para enfrentarse a un enemigo «roto» (persecución u hostigamiento) que para «romperlo» quitándole el papel de reina de las batallas que había tenido hasta entonces. Sustituyó la guerra de choque medieval por la táctica de defensa-ataque dando preferencia a la infantería sobre todas las armas. Puso en práctica, además, un escalonamiento en profundidad, en tres líneas sucesivas, para tener una reserva y una posibilidad suplementaria de maniobra. Gonzalo Fernández de Córdoba facilitó el paso de la columna de viaje al orden de combate fraccionando los batallones en compañías, cada una de las cuales se colocaba a la altura y a la derecha de la que le precedía, con lo que se lograba fácilmente la formación de combate. Adiestró a sus hombres mediante una disciplina rigurosa y formó su moral despertando en ellos el orgullo de cuerpo, la dignidad personal, el sentido del honor nacional y el interés religioso. Hizo de la infantería española aquel ejército formidable del que decían los franceses después de haber luchado contra él, que «no habían combatido con hombres sino con diablos».
Aunque puede que no sea más que una leyenda, se cuenta que el rey Fernando el Católico pidió a don Gonzalo cuentas de en qué había gastado el dinero de su reino. Esto habría sido visto por éste como un insulto. De la respuesta hay varias versiones, la más común diría: Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del con-tinuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados. Cierta la anécdota o no, la expresión las cuentas del Gran Capitán han quedado como frase hecha para una relación poco pormenorizada, en la que los elementos que la integran parecen exagerados, o para una explicación pedida por algo a la que no se tiene derecho.
Doctor arquitecto y escritor, autor de numerosos títulos técnicos y catálogos, así como de proyectos de edificación y ensayos. Ensayista de artículos de índole técnica y cultural en varias revistas, colaborador de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Escritor de historia, antropología, anécdotas de vida profesional y novelas históricas. Más de veinticinco libros publicados hasta el momento tanto en papel como en formato digital.
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