Doctor arquitecto y escritor, autor de numerosos títulos técnicos y catálogos, así como de proyectos de edificación y ensayos. Ensayista de artículos de índole técnica y cultural en varias revistas, colaborador de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Escritor de historia, antropología, anécdotas de vida profesional y novelas históricas. Más de veinticinco libros publicados hasta el momento tanto en papel como en formato digital.
miércoles, 5 de marzo de 2014
La próxima crisis
Perdonadme este estrafalario ejercicio de reflexionar sobre la próxima crisis cuando falta tanto para salir de la actual, pero me asalta la sospecha de que la estamos cerrando tan en falso, que ya se puede intuir por donde vendrá la siguiente.
El enfrentamiento capitalismo-comunismo fue el acontecimiento mas trascendente durante buena parte del siglo XX y se desarrolló en dos frentes, el militar, materializado en la guerra fría, que nos puso al borde del suicidio de la raza humana, por estupidez o por error y el ideológico-político-social, que planteó una feroz rivalidad respecto a la mejor fórmula para la convivencia de los ciudadanos.
Esquemáticamente, la base de las dos filosofías sociales era la siguiente: El capitalismo propugnaba que el individuo era el motor del sistema, el que con su creatividad y su osadía hacia progresar, materialmente, a la sociedad, al luchar por su propia mejoría.
El comunismo defendía que ese papel correspondía, no al individuo, sino al poder. Este era el responsable de marcar la dirección de la sociedad, promover los cambios y mudar al ser humano de egoísta en solidario lo que produciría un incontenible aumento de la riqueza y el trabajo que el poder se encargaría de repartir según las necesidades y posibilidades de cada uno.
Esta utópica filosofía social tuvo muchos voceros y seguidores en el mundo democrático-capitalista, decantándose en numerosos partidos comunistas, socialistas y socialdemócratas, lo que durante algún tiempo hizo pensar que la guerra fría, que la URSS no podía ganar militarmente, la ganaría ideológicamente. Aunque la caída del muro hizo ver que la aplicación practica de sus bienintencionadas ideas producía resultados catastróficos, lo “progre”, ignorándolo, siguió bullendo en occidente, decantándose por la preeminencia del poder-providencia sobre el individuo, aunque los resultados sigan demostrado, una y otra vez, que en el lado capitalista se promueve la riqueza y en el otro se reparte la miseria.
La disputa política en occidente teñida, cada vez más, de populismo, ha hecho que todos los partidos rivalicen en la oferta de “derechos del pueblo”, tan onerosos que cada vez son más difíciles de mantener. Los tímidos intentos por embridar este gasto, poniendo límites o intentando su racionalización, evitando los abusos, se agostan ante las amenazas de las encuestas.
El imprudente seguidísimo ha llegado al punto de que el poder se ha hecho responsable de la creación o reparto del trabajo, como si esto estuviera en sus manos. El acoso electoral tiende a dar satisfacción a las obligaciones que se han ido creando con los ciudadanos, huyendo, a toda costa, de la recesión y produciendo un crecimiento, aunque sea artificial, a base de aumentar el gasto recurriendo temerariamente al endeudamiento o a la maquinilla de fabricar dinero. Ir pasando el problema a las próximas generaciones. Este es el sistema empleado, sin medida, por EE.UU. y ahora vemos a Japón, cansado de su estancamiento, recurrir a él. Pronto veremos hacer lo mismo a la Unión Europea. Las voces más responsables ya lo denuncian.
Sin embargo, el dinero que los estados fabrican o deben, va a parar, en gran parte, a los Mercados en detrimento de su empleo en la economía productiva para facilitar la creación de trabajo, la investigación, la educación y las dotaciones sociales. Nunca, como ahora, se ve la gran debilidad y la imposibilidad de control de los gobiernos democráticos sobre los Mercados dedicados a una especulación feroz que los asemeja mas a un Casino que a instituciones de ahorro e inversión. La incontrolable movilidad de los capitales produce tales”corrimientos de carga” que puede llevar a países a la ruina o al borde de ella.
Los gobiernos son incapaces de coordinarse para lograr un control regulatorio de los Mercados, impidiendo sus efectos negativos.
A estos dos problemas, sin visos de solución en un futuro inmediato, hay que añadir el colosal fenómeno de la globalización, que ha movilizado a miles de millones de personas en busca de su propio bienestar y cuyos gobiernos, libres, todavía, de las trabas y obligaciones de Occidente, están produciendo una salvaje carrera de competitividad en la que los países occidentales, sobre todo Europa, suicidamente, son remisos a participar.
Sus gobiernos, políticos, sindicatos y ciudadanos dedican, increíblemente, sus energías y talentos, como vemos todos los días en los medios de comunicación, a rascarse las pupas con problemas que no lo son (El sexo de los ángeles), sin atender a estos tres problemazos, que pueden hundir a la civilización occidental, mientras un alienígena, que observe desapasionadamente nuestra estupidez, puede descojonarse de risa.
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