Lourdes Vega recibirá en mayo el premio de la Real Sociedad de Física Española
Lourdes Vega, la física que transforma el CO2 en millones de euros
La física Lourdes Vega (Villanueva del Fresno, Badajoz, 1965) ha roto tres mitos a lo largo de su carrera. El primero: la ciencia básica que se desarrolla en España no es rentable. El segundo: el dióxido de carbono es una sustancia inane. Y el tercero: las mujeres no destacan en ciencia y, si lo logran, por algo será.
La española recibirá en mayo el premio anual de la Real Sociedad Española de Física y la Fundación BBVA por haber encarnado en su trayectoria un modelo ejemplar a la hora de trasladar la ciencia básica al mercado mediante un proceso de transferencia tecnológica inaudito en el campo del tratamiento y transformación de gases, sobre todo el dióxido de carbono, ámbito en el que se ha convertido en una de las mayores expertas del mundo.
Estudió física porque quería comprender el mundo real para tener la posibilidad de transformarlo. En contraposición a la imagen arquetípica del físico teórico, que la sociedad suele imaginarse como una especie de ratón de laboratorio rodeado de instrumentos y fórmulas abstractas, salió pronto de la caverna para proyectar su investigaciones hacia el mercado, en alianza con algunas de las principales compañías del mundo, a las que ha dotado, en colaboración con su equipo, de decenas de tecnologías basadas en la aplicación del CO2, un objeto de estudio que está monetizando en plazos sorprendentes.
Para los científicos, las empresas acostumbran a ser extraños a los que resulta difícil convencer de las bondades de la ciencia, pero la española ha sabido hacer inteligible su discurso. Desde 2012, es directora global de tecnología en agroalimentación, tratamiento de aguas y usos de CO2 del Grupo Air Products y está al frente de la investigación de estas áreas para una multinacional con más de 20.000 empleados que cubre Europa, el continente americano y Asia. Compagina ese puesto con el de Directora del centro de I+D MATGAS, en el campus de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).
Pregunta: Uno siempre se imagina a un físico como alguien abstraído del mundo, inmerso en un trabajo puramente teórico, pero usted ha tenido la vocación de llevar ese conocimiento a las empresas...
Respuesta: Creo que es más habitual de lo que pensamos. No soy la única que ha salido de la cienca básica para aplicar la física en el ámbito empresarial. Desde pequeña, siempre me ha preocupado conocer el porqué de las cosas. Estudié física porque es una ciencia fundamental para comprender la vida. Es la ciencia más versátil y el tiempo me ha demostrado que es así. Mi mérito, quizás, consiste en haber entendido el lenguaje de las empresas, en saber qué es lo que necesitan.
Los físicos teóricos, como yo, suelen quedarse en el nivel de perfeccionar la teoría, pero lo bueno de la física fundamental es que está en la base de todo, y por esa razón puede proporcionar un alto valor añadido. Hace muchos años fui a una presentación donde uno de los ponentes era el director de I+D de Chupa Chups. Era un físico, y me llamó mucho la atención. Si un físico había podido llevar la innovación a los caramelos, yo también podría hacerlo en mi campo.
P.: En España, se acusa a los científicos de no dirigir sus investigaciones a aplicaciones prácticas. ¿La ciencia siempre debe ser útil y, además, rentable?
R.: Creo que lo es. La ciencia es útil y rentable, aunque no siempre obtenemos ese provecho. En España, es cierto que hay mucho camino por recorrer en el sentido del entendimiento entre científicos y empresas. Muchos científicos que han alcanzado el prestigio gracias a sus artículos, tienden a decir que a las empresas no les interesan los doctores, pero no es cierto. Les interesa el conocimiento que se puede aplicar. La falta de entendimiento radica en la ausencia de un lenguaje común entre los dos mundos. La ciencia básica siempre será ciencia básica, no hace falta que todo lo que hagas se aplique, y en nuestro caso de veinte cosas que probamos solo una llega al mercado. Acabo de leer un libro sobre Marie Curie: ella hacía ciencia básica y ha revolucionado nuestra vida.
P.: ¿Cómo debe hablarle un científico a las empresas?
R.: Es un tema de actitud. No vas y les dices: "yo soy muy listo". Hay que intentar entender cuál es su problemática y cómo les puedes ayudar. Hay empresas que piensan que los científicos trabajan en aplicaciones a muy largo plazo y, claro, ellas miran la cuenta de resultados cada trimestre. Ésa es una de las mayores barreras. El investigador tiene que entender que la empresa se mueve por unos resultados, y la empresa debe saber que una investigación no se hace en una noche o en una semana. Yo he sobrevivido entre los dos mundos, combinando líneas de investigación a corto plazo y medio plazo.
En el caso de mi trabajo, nuestro objetivo como empresa es vender, que nuestro know how sea diferenciador, no porque vendamos gases sino porque ofrecemos soluciones a los problemas de una empresa. Creamos marcas registradas o patentes, dependiendo del caso. En la actualidad tenemos ocho , y estamos escribiendo otras dos, aunque yo solo firmo aquellas de las que soy verdaderamente autora, de momento tres.
P.: Otro mito. La sociedad suele pensar en el dióxido de carbono como algo malo. Y resulta que es todo lo contrario...
R.: Me interesa el CO2 desde mucho antes de que la gente pensara que era malo. Mira si es bueno que lo comes y lo bebes cada día. Está en la Coca-Cola, en el cava, en las ensaladas preparadas, haciendo que se alargue su vida útil. También está en los extintores que están en el garaje de tu casa. La imagen del CO2 sólo ha cambiado recientemente. Antes se relacionaba con la naturaleza, cuando lo estudiábamos en el colegio, por ejemplo, como parte del proceso de la fotosíntesis. Ahora, la gente lo asocia con el tema de la polución.
Mira, la escala del calentamiento global se basa en el CO2, que tiene un índice de uno. Todos los demás compuestos tienen niveles superiores. Cualquier compuesto de cloro tiene varios miles de potencial contaminante frente a uno, y los compuestos con azufre que usamos como refrigerante tienen varios miles de potencial frente al índice del CO2. Tiene mala prensa, pero lo único que ocurre es que es más abundante.
P.: Y usted lo ha transformado en un modelo de negocio...
R.: Mi interés por cambiarle la imagen al CO2 viene de 2007. Yo tenía dos jefes, uno en EEUU y otro en España. El primero me decía que tenía que hacer un trabajo con personalidad propia, que fuese reconocido por algo. El segundo, que debía emprender un proyecto grande: "Si no es grande, no te mojes". Entonces pensé que si capturábamos el CO2 en lugar de almacenarlo y podíamos trabajar sobre algunas aplicaciones, aunque fuesen pocas, el proyecto sería interesante.
Empecé a leer, a investigar, y todo eso cristalizó en un proyecto de 26 millones de euros, el CENIT SOST-CO2, donde involucramos a decenas de empresas, grandes y pequeñas, y más de treinta centros de investigación. Yo les decía a las compañías: "Si vas a entrar en el proyecto es porque estás convencido de que puede aplicarse, no por una subvención". Involucramos a empresas como Repsol, Iberdrola, Abengoa... Y a raíz de este proyecto salieron unas cuantas patentes.
P.: ¿Qué aplicaciones estáis comercializando en la actualidad?
R.: El caso del CO2 en las piscinas es muy fácil de entender. Éstas requieren, por ley, un tratamiento de compuestos clorados, pero cambian el PH del agua, que debe ser neutro. Para recuperarlo a niveles saludables se les añade clorídrico. Ocurre que el cloro se evapora rápido, y existen una serie de enfermedades que surjen como reacción a respirarlo, por ejemplo en deportistas de élite. Hemos creado una aplicación comercial para sustituir por CO2 este compuesto clorado, regulando al mismo tiempo el PH. Además, hemos optimizado el proceso para que económicamente tenga el mismo precio.
También hemos desarrollado una aplicación para el grano de una serie de cultivos como el trigo, el arroz o la cebada. Se suelen almacenar en silos, siendo tratados con bromuro de metilo, que es tremendamente nocivo para el medio ambiente. Tenemos dos patentes sobre una tecnología que consiste en inyectar CO2 puro, desplazando el oxígeno y eliminando a los bichitos.
Pero hay muchas más. Por ejemplo, el CO2 aplicado en el agua de riego, que hace que las cosechas sean mas productivas. O las aplicaciones para envasar comida en atmósferas modificadas. Hay estadísticas que dicen que en España se comen más ensaladas que antes precisamente por las facilidades de conservación de los sistemas basados en CO2.
P.: ¿Quiénes son vuestros clientes?
R.: (Risas) Son todos... Allá donde vas se trabaja con gases. La industria del tratamiento de aguas, el cemento, los metales, el vidrio, la energía, la criogenia, la industria de la alimentación... Aunque no sólo trabajamos con CO2, sino con todos los llamados productos del aire, como el nitrógeno o el oxígeno. En realidad, es una industria bastante antigua. Yo trabajo para Carburos Metálicos, que pertenece desde 1995 a la multinacional Air Products, fundada en Estados Unidos en 1897.
P.: ¿Es más difícil ser científica que científico?
R.: (Risas) Dependiendo de a qué nivel... Existen estudios, como el del famoso techo de cristal. Cuando uno empieza la carrera, no hay diferencias entre hombres y mujeres. Lo mismo ocurre cuando entras en el ámbito de los doctorados. Pero a medida que empiezas a subir hay diferencias en cuanto a proporciones y posibilidades. ¿Quién tiene la culpa? No lo sé. Hay una serie de circunstancias, algunas evitables y otras no. Por una parte, está la opción prsonal de la mujer, que es tan válida como la contraria, según la cual llega un momento en que dejas tu carrera durante un tiempo para dedicarte a tus hijos.
En ocasiones, el marido no quiere dejar su carrera profesional, y muchas mujeres se encuentran en ese juego. En otros casos, aparecen una serie de barreras que suponen que, en igualdad de circunstancias, a la mujer le cueste más subir. Normalmente, yo publico mis artículos con mis iniciales, y me ha ocurrido que en algún congreso se me ha acercado alguien y me ha dicho: "Ah, pero eres una mujer". Muchas veces se presupone que si eres un científico de prestigio debes ser un hombre. En mi caso, he tenido tres hijos y, en consencuencia, tres bajas maternales, durante las que he seguido manteniendo reuniones semanales con mi equipo. He podido compaginarlo porque mi pareja, con la que llevo casada veinte años, es un gran apoyo. Desde el prinicpio, él me dijo que se había enamorado de una mujer científica y, además, con mucho empuje.
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