ORGULLO NIHILISTA ESPAÑOL
La generosidad es, indudablemente, una de las virtudes del español. Hace poco leí que España lideraba, desde hace veinte años, la clasificación del número de donantes de órganos. Admirable. Y hay acuerdo generalizado en que la envidia es el pecado característico de los españoles. De acuerdo. Pero ¿Y el orgullo?
Recordad al clásico que nos cuenta como los mendigos que se arracimaban en las puertas de las iglesias increpaban a aquellos donantes que no se descubrían ante ellos al darles la limosna. ¡Toma orgullo! En los escudos de armas hay buenos ejemplos. Me viene a la memoria aquel blasfemo de “Después de Dios la casa de Quirós”. Recordad la inmolación del puñado de supervivientes de los tercios españoles en la batalla de Rocroi, ante el ejercito francés, cuando como respuesta a las ofertas de rendición, con todos los honores, contestaron “Los tercios no se rinden”. Y aquel de “Prefiero honra sin barcos que barcos sin honra”, que antepone la soberbia del “mantenella y no enmendalla” a la propia muerte y la de los demás. Este arriscado orgullo nos lleva a negar, obstinadamente, que nuestro adversario ideológico o de opinión tenga ni un mínimo de razón en nada.
Ahora mismo vivimos una dramática situación económica que está poniendo en carne viva el orgullo nihilista español. El trance es tan extremadamente grave, que de no poner los medios adecuados, enderezar, rápidamente, los errores y actuar con exquisita disciplina y tenacidad, podemos sumir al país en la penuria para varias generaciones. Y aun actuando correctamente, pasará mucho tiempo para volver a la situación anterior.
Pues bien, después de un periodo de gobierno nefasto, que junto a la coyuntura general, nos ha llevado a esta situación, hemos tenido unas elecciones generales que han castigado, como nunca, al partido gobernante y han dado una victoria, apabullante, al partido de la oposición. El pueblo se ha expresado con suma claridad. A la vista de los resultados, el sentido común aconsejaría dejar gobernar, esta legislatura, al partido vencedor, sea cual sea la opinión que nos merezca, si no con ayudas, por lo menos sin trabas que entorpezcan o anulen su acción de gobierno. Cuando vas al dentista debes colaborar con él para que el trance sea lo mas rápido e indoloro posible.
Pues no señor. El orgullo nihilista español está en escena y hace que cada uno quiera salirse con su interés o su razón, por encima de todo, aunque se hunda el mundo, el nuestro, que acabará, así, por hundirse. Unos no quieren entender que las medidas que se están tomando, aunque sean acertadas, tardarán tiempo en producir efecto. Y si se demuestra que no son correctas, habrá que corregirlas. No existe el remedio milagroso. Otros que, aun asumiendo la necesidad de tiempo para el remedio, quieren que el gobierno alivie, ya, su zozobra y les cuente, en tiempo y modo, como será este. Como si un jugador de ajedrez pudiera relatar la partida antes de jugarla. Otros intentan “incendiar la calle” airados y ofendidos en su orgullo al perder el protagonismo que habían disfrutado en el periodo anterior. Otros que, lejos de prestar la necesaria colaboración, olvidan y pretenden que olvidemos, su responsabilidad en el reciente pasado, como si no hubieran roto un plato cuando rompieron toda la vajilla y se dedican, con ciego orgullo, a poner palos en las ruedas que son, también, las suyas y las de todos. Otros que, una vez llegados al poder, no buscan con paciencia y humildad la necesaria colaboración de la oposición y actúan de espaldas al pueblo, sin explicar, honradamente y con claridad, no ya sus ideas milagrosas, que no las hay, sino sus errores y acciones, sobre todo cuando van en contra de lo que siempre nos predicaron.
Y como colmo de soberbia nihilista, los separatistas que plantean, arteramente, sus reivindicaciones en el momento en que más daño pueden hacernos a todos, mereciendo el mismo calificativo que los jugadores del Barsa si decidieran, en pleno partido de La Roja, meter goles a Casillas. Y…¡El orgullo español!. ¡Menos lobos!. Nuestra historia, antigua y reciente, va desde lo sublime a lo miserable y ojala lo hubiéramos empleado en mejorar individualmente y como pueblo, como hacen otros.
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