Casablanca es una película del montón con los tópicos ingredientes para que la zalamería progre nos la quiera imponer como obra maestra. Hay una escena imborrable, para mí. Aquel hombrecillo interpretado por Peter Lorre pregunta a Ricky (Humphrey Bogart):”¿Tu me desprecias, Ricky?” y este le contesta: “Si alguna vez pensara en ello, quizá llegaría a esa conclusión”. No se puede usar con más destreza la daga del desprecio.
El recuerdo de esa escena me hace pensar, una vez más, en la extraña relación entre España y Portugal. Hace tiempo que me ronda la tentación de escribir sobre ello uno de estos breves comentarios, fórmula que me sirve para ahondar en algunas de las inquietudes que me reclaman.
La arrogancia, distanciamiento y ninguneo con que España trata a Portugal merece la visita al diván del siquiatra. Un país admirable, que es de los nuestros, con una historia inverosímil por lo desproporcionado entre su entidad y las hazañas que realizó, que siempre fue por delante de nosotros en los hitos históricos y que nos las dio, en el campo de batalla, en los momentos transcendentales de nuestra historia en común. Sin embargo, está, siempre, completamente al margen de nuestras conversaciones, salvo algún comentario de esporádica visita turística, en que aparece el asombro y la sorpresa ante los monumentos visitados como si lo que se esperase encontrar fuera a la gente viviendo en cabañas.
Yo terminé mi bachiller sin saber apenas nada de Portugal, mientras estudiábamos nuestra relación con los otros pueblos de Europa. Y estaréis de acuerdo en que nadie sabe apenas nada de Portugal. Es como si hubiera una consigna para hacerle el vacío.
Por mas que pienso no logro encontrar explicación a este desamor como no sea el residuo de antiguas cicatrices, de viejas rivalidades y derrotas políticas y militares ante un enemigo teóricamente inferior, sobre las que, en algún momento, se decidió echar paletadas de arrogancia, dolidos por la imposibilidad histórica de doblegarlo y la negativa a reconocer que, a pesar de su pequeñez, siempre fueron un paso por delante.
Su historia antigua va unida al resto de la península Ibérica. Los romanos delimitaron una provincia llamada Lusitania aunque la capitalidad residía en Mérida.
Nuestras historias empiezan a divergir con Alfonso VI de León, uno de aquellos monarcas medievales que consideraban sus reinos como fincas particulares y que repartían, en herencia, entre sus hijos. Separaciones arbitrarias que tanta sangre derramaron. Entregó a su yerno Enrique de Borgoña el condado Portucalense del que, entre luchas con los leoneses y los Almorávides, surgiría el Reino de Portugal en 1139. Portugal tiene su Reconquista propia pues consideró los territorios ocupados por los moros en el sur, como zona de su influencia y terminó la de lo que hoy es su territorio en 1249, dos siglos y medio antes que nosotros.
Los castellanos siguieron presionando por la anexión del perdido Portugal, pero su independencia quedó garantizada en la batalla de Aljubarrota en 1385 en la que aniquilaron al ejército castellano. Su política de descubrimientos empieza a principio del siglo XV, casi un siglo antes que nosotros. El imperio portugués fue el primero y mas duradero de los imperios coloniales
Se intentó, de nuevo, la anexión. Felipe II, exhibiendo sus derechos dinásticos lo ocupó y formó parte de la monarquía española desde 1580 a 1640 y a punto estuvo de cambiarse la capitalidad de Madrid a Lisboa. Aprovechando la sublevación de Cataluña, el 1-12-1640, proclamaron Rey a Juan IV y tras la guerra, Portugal volvió a su independencia.
Tratando de impedir la de sus colonias, Portugal tuvo que sufrir una guerra en varios frentes y el desgaste llevó a que una parte del ejercito diese un golpe de estado en 1974 que liberó las colonias y empezó su Transición a la democracia, unos años antes de que España hiciese la suya, de la que creemos tener la patente.
De estos someros comentarios se desprende que nuestro desprecio a Portugal es totalmente injustificado y mas bien tenemos que quitarnos el sombrero ante ese pequeño país que tiene una historia tan admirable o mas que la nuestra que no es manca, precisamente.
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