Como ya sabemos, el gran cambio en el Arte del siglo XX ha consistido en su objetivo. Se ha pasado de pretender reflejar lo más fielmente la realidad exterior a convertir el objeto artístico en una entidad que se justifica por si misma o que busca en el subconsciente, imágenes, intuiciones, historias o sueños al margen de la razón.
En esta línea, el movimiento surrealista ha acabado impregnando, heréticamente, todas las nuevas tendencias del Arte. Esta espeleológica labor en nuestras entretelas ha llenado los lienzos de intuiciones verdaderamente inquietantes y geniales. Una de ellas que, a mi, me produjo un gran respingo cuando la vi por primera vez, aun sin encontrarle, entonces, ninguna interpretación, es la de los relojes blandos de algunos cuadros de Dalí.
Es ahora, a la vista de la crisis económica primero griega, luego chipriota y de su tratamiento por parte de la Comunidad Europea cuando esta imagen me ha llamado, acuciantemente y la veo como una certera premonición de los tiempos que estamos viviendo en los que nada, ni siquiera el tiempo y lo que se creía su paso rítmico e inexorable, mantiene su consistencia pues ya Einstein teorizó su aleatoriedad, demostrada después. En ámbitos científicos se razona, hoy, seriamente, sobre la posibilidad o no de viajar al futuro o al pasado.
Me he visto incitado a reflexionar sobre como uno a uno van cayendo los pilares que sostenían el edificio de nuestro mundo occidental, intuyendo que esto nos llevará a un gran cambio del que no podemos, ahora, ni entrever el final. Asistimos boquiabiertos a la agonía del libro, del periódico, del disco, del cine público y con ellos al cuestionamiento del derecho, difícil de defender, a toda forma de propiedad intelectual, poniendo en riesgo el necesario incentivo para producir cultura. Vemos atónitos el reblandecimiento de los limites de la vida y de la muerte, de los vínculos familiares, del concepto de sexo y matrimonio, de la fe en el sistema democrático y la exacerbación del derecho a la libertad de expresión llevada al paroxismo y al libelo por la impunidad que brindan las nuevas tecnologías y que acaba también, impunemente, con el derecho a la intimidad y a la propia imagen. Y tantas cosas más.
Y ahora, el tratamiento de la crisis chipriota nos está obligando a reconocer, aunque nos resistamos, que otro de los más firmes pilares de la sociedad, sino el que más, el derecho a la propiedad privada, entró, hace tiempo, en estado semisólido. Estamos asistiendo al hecho insólito y definitivo de que nuestros dirigentes se arrogan el derecho a meter la mano en nuestra bolsa, sin previo aviso y coger de allí el dinero que deseen para arreglar sus cuentas. Este es el hecho descarnado. La explicación de nuestros entupidos dirigentes de que la raya hasta la que nuestro derecho a la propiedad privada será respetado esta en cien mil euros, seria para reír si conserváramos un átomo de humor.
Hace tiempo que este pilar está cayendo pues no otra cosa representan las bajadas de sueldos, la quita de pagas, los recortes en las pensiones, la permisividad de los movimientos okupas, la impunidad en el impago de alquileres e hipotecas, las preferentes y sus quitas y la imposición, sin fin, de impuestos arbitrarios, repetitivos y confiscatorios que nos llevará a la necesidad de que el Estado se haga cargo de la economía entera. Punto final a la propiedad privada.
Es tal el despropósito de la situación que estamos viviendo que no es difícil aceptar que el gran reloj blando que preside el lienzo de nuestra sociedad actual, es la irresponsabilidad e incompetencia de nuestros gobernantes que, no dudan, para resolver el problema con que se enfrentan hoy, en poner en riesgo la estabilidad del edificio entero, sin considerar, o dejando para otros, las consecuencias de sus acciones, por graves que sean, como el que elimina una columna del garaje del edificio que habita por que le dificulta la maniobra de aparcamiento.
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