Mirad qué consejo tan sabio dio, en su tiempo, el filósofo griego Sócrates a un amigo que le abordó un día diciéndole:”¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?” “Espera un momento –replicó Sócrates–, antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decir. Por eso lo llamo el examen del triple filtro”.
“El primer filtro es la verdad: ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?” “No –dijo el hombre–, en realidad oí hablar sobre eso y…” “Bien –dijo Sócrates–, entonces no sabes si es cierto o no. Permíteme ahora aplicar el segundo filtro, la bondad: ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?” “No –dijo el hombre–, al contrario”. “Entonces –replicó Sócrates–, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Pero podría querer escucharlo… Sólo que falta el tercer filtro, el filtro de la utilidad: ¿Me sirve de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?” “No –dijo el hombre–, la verdad es que no”.
“Bien –concluyó Sócrates–, si lo que deseas decirme no sabes si es cierto, ni es algo bueno de él e incluso no es algo útil para mí, ¿para qué quiero saberlo?” De este modo, Sócrates cortó el comentario que pretendían hacerle sobre su amigo. Hermosa manera de cortar esa corriente tan perniciosa de comentarios, de dimes y diretes sobre los demás.
¡Qué bueno es saber vencer el morbo sobre las cosas malas de los demás! ¡Qué bueno es no escuchar esos comentarios ni propagarlos! Si lo practicásemos, seguramente la convivencia entre familias y entre vecinos sería mucho más hermosa y armoniosa. El papa Francisco nos recuerda muchas veces que hemos de evitar las críticas y las murmuraciones, pues son la carcoma de la convivencia.
Tomemos ese compromiso de no escuchar, de no propagar todo aquello que no sabemos si es cierto, si no es algo bueno ni es útil para nosotros. Recordemos las palabras de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados”.
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