El bien que el hombre realiza no es el resultado de cálculos y estrategias, ni tampoco es el producto de la constitución genética o de los condicionantes sociales, sino el fruto de un corazón bien dispuesto, de la libre elección que tiene el verdadero bien. No bastan la ciencia y la técnica: para cumplir el bien es necesaria la sabiduría del corazón.
Hoy son muchas las instituciones comprometidas con el servicio a la vida, a nivel de investigación o de asistencia; y estas promueven no solo acciones buenas, sino también la pasión por el bien. Pero también hay muchas estructuras más preocupadas de los intereses económicos que del bien común. En el ámbito de la ética de la vida las normas más necesarias, que consagran el respeto de las personas, por sí solas no bastan para realizar plenamente el bien del hombre. Son las virtudes de quien trabaja en la promoción de la vida la última garantía que el bien común será respetado, Hoy no faltan conocimientos científicos y los instrumentos capaces de ofrecer apoyo a la vida humana en las situaciones en las que se muestra débil. Pero a veces falta la humanidad. La sabiduría de las elecciones, implica también al corazón. De aquí nacen las buenas obras, pero también las equivocadas, cuando la verdad y las sugerencias del espíritu son rechazadas. De esta forma la virtud es la expresión más auténtica del bien que el hombre, con la ayuda de Dios, es capaz de realizar.
Ojalá los médicos no dejen nunca de conjugar “ciencia, técnica y humanidad”. De este modo, hay que animar a las Universidades a considerar todo esto en sus programas de formación, para que los estudiantes puedan madurar esas disposiciones del corazón y de la mente que son indispensables para acoger y cuidar la vida humana, según la dignidad que en cualquier circunstancia les pertenece.
Los directores de las estructuras sanitarias y de investigación tienen que conseguir que los trabajadores se consideren parte integrante de su servicio cualificado también el trato humano. No pocas veces sucede que bajo el nombre de la virtud, se hacen pasar vicios espléndidos. Para esto es necesario no solo que las virtudes informen realmente el pensar y el actuar del hombre, sino que sean cultivadas a través de un continuo discernimiento y se arraigan en el ejemplo de Dios, fuente de toda virtud.
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