EL GRIEGO DE TOLEDO, PINTOR DE LO VISIBLE Y LO INVISIBLE
La exposición del IV centenario de la muerte de Doménikos Theotokópoulos o, en España, Doménico o Dominico Theotocópuli (1541-1614), intenta dar razón de la realidad del artista en 2014. Cien años después de su primera monografía, nuestra información sobre el Greco ha cambiado radicalmente. Entonces se conocían de él treinta y siete documentos, ni uno de su época cretense, como tampoco ninguna obra de sus años griegos o venecianos. Hoy contamos con varias tablas anteriores a 1570, año de su llegada a Roma, más de quinientos documentos y unas veinte mil palabras de su puño y letra, cartas o notas garabateadas en sus libros. Pintor de lo visible y lo invisible porque su vocación «filosófica» -así lo definió en 1611 Francisco Pacheco- le hizo ver su pintura religiosa como un instrumento de conocimiento de realidades naturales diversas: unas terrenales y visibles, y otras invisibles, porque trataban de
historias pretéritas o de lo sagrado, 10
divino y lo espiritual. ¿Cómo pintar lo invisible? El griego de Toledo escogió los mimbres de lo natural y
visible y los transformó de forma poética en algo mejor, más bello, elegante, estilizado y dinámico, con un color más intenso, con luces y sombras más brillantes u oscuras. Era el privilegio de los poetas y él quiso ser tan libre y autor como ellos. Algunas veces ambos mundos
convergían: cuando se producía una epifanía, la irrupción de lo numérico en el mundo terrenal, que ya no podría seguir siendo el mismo. Esa capacidad del Greco de crear mundos hasta entonces no vistos es lo que nos atrae de su arte, no solo como pintor sino como productor de conjuntos pluridisciplinares, en los que pinturas, esculturas y arquitecturas de retablos por él diseñadas, lienzos en las paredes y bóvedas, se orquestaban en unos espacios iluminados con su saber de pintor de la luz y el color.
convergían: cuando se producía una epifanía, la irrupción de lo numérico en el mundo terrenal, que ya no podría seguir siendo el mismo. Esa capacidad del Greco de crear mundos hasta entonces no vistos es lo que nos atrae de su arte, no solo como pintor sino como productor de conjuntos pluridisciplinares, en los que pinturas, esculturas y arquitecturas de retablos por él diseñadas, lienzos en las paredes y bóvedas, se orquestaban en unos espacios iluminados con su saber de pintor de la luz y el color.
En esta exposición de sus cuadros y sus conjuntos, se muestran sus obras y también se reproducen algunas de sus propias palabras, verdadero testimonio de su carácter e ideas. La muestra se inicia con la presentación del propio pintor -su autorretrato-, de su hijo -el retrato de un pintor- y de Toledo -el retrato de su ciudad de adopción-.
Seguirán los iconos cretenses o venecianos, las tablas venecianas o romanas, los lienzos romanos o toledanos, y los retratos, que a todos gustaron aunque no alcanzara a ser el retratista de los arzobispos de Toledo o de Felipe II. El brazo norte del museo se dedica a sus lienzos de devoción, actividad que le permitió incrementar su producción, menos lúgubre y dramática, menos expresionista y torturada de lo que se nos ha hecho pensar. El brazo del fondo nos lleva a su nueva profesión en Toledo, más lucrativa pero que le exigía no solo el diseño de arquitecturas o pinturas sino su ejecución en un taller plural en oficios y competencias. Y mostrará que Doménico pensaba en sus espectadores y en establecer lazos entre su visión y las obras, situadas a veces en lugares inesperados y no solo dispuestas frontalmente o a la altura de la mirada, tal como se apreciará en la reproducción de la capilla Ovalle presente en la muestra. El Greco concebía sus obras retablísticas como completas instalaciones. Las proyecciones sobre los Espacios Greca en el crucero del museo nos descubrirán al Greco como artista total: diseñador, escultor, pintor e iluminador.
Seguirán los iconos cretenses o venecianos, las tablas venecianas o romanas, los lienzos romanos o toledanos, y los retratos, que a todos gustaron aunque no alcanzara a ser el retratista de los arzobispos de Toledo o de Felipe II. El brazo norte del museo se dedica a sus lienzos de devoción, actividad que le permitió incrementar su producción, menos lúgubre y dramática, menos expresionista y torturada de lo que se nos ha hecho pensar. El brazo del fondo nos lleva a su nueva profesión en Toledo, más lucrativa pero que le exigía no solo el diseño de arquitecturas o pinturas sino su ejecución en un taller plural en oficios y competencias. Y mostrará que Doménico pensaba en sus espectadores y en establecer lazos entre su visión y las obras, situadas a veces en lugares inesperados y no solo dispuestas frontalmente o a la altura de la mirada, tal como se apreciará en la reproducción de la capilla Ovalle presente en la muestra. El Greco concebía sus obras retablísticas como completas instalaciones. Las proyecciones sobre los Espacios Greca en el crucero del museo nos descubrirán al Greco como artista total: diseñador, escultor, pintor e iluminador.
El último brazo nos hará entrar de lleno en el mundo de lo visible -sus retratos- y de lo invisible -sus imaginaciones de 10
solo revelado- y las formas de su interacción, en un cuerpo femenino o en un nocturno portal destartalado. Su retablo funerario, La adoración de los pastores, sería su verdadero y único testamento, solo pictórico.
Vista de Toledo, detalle. El lienzo de 1,2 x 1,1 m. cedido por el Museo Metropolitan de Nueva York |
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