En Nicaragua el sandinismo llegó al poder, por primera vez en 1979, derrocando con las armas la dictadura de Somoza. Como en Cuba, extinguió la Guardia Nacional somocista y la guerrilla se transformó en el Ejército Sandinista. Con el apoyo de la Unión Soviética y Cuba, Ortega instauró un régimen semitotalitario. Además del Ejército todos los poderes del Estado eran controlados por el régimen, que dejaba espacios extremadamente reducidos para la actividad opositora, por eso un sector de la oposición consideró que no había otra alternativa que la lucha armada. En efecto, la llamada Contra, con el apoyo de un sector del gobierno norteamericano, inició una guerra de guerrillas. Otra parte de la oposición nicaragüense, en cambio, siguió la ruta de la lucha política no violenta y, con el apoyo de la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia europeas y latinoamericanas, se fundó la Unión Nacional de Oposición (UNO), que ganó las elecciones con la candidatura de Violeta Chamorro en 1990. En un primer momento, el sandinismo no estaba dispuesto a entregar el poder, sin embargo la fuerte presión internacional y el “cansancio” producido por la guerra civil y la crisis económica obligaron al régimen a negociar su salida. En ese entonces, muchos analistas consideraban inconcebible que un régimen marxista-leninista, que había conquistado el poder con las armas, lo entregaría por una derrota en las urnas. Obviamente, en la negociación los líderes sandinistas, a cambio de la entrega pacífica del gobierno, lograron que se les asegurara que no serían enjuiciados por delitos, particularmente, contra el erario público y como garantía suprema obtuvieron mantener por unos años la Comandancia General del Ejército. Por cierto, recordemos que también el general Pinochet obtuvo en su negociación para entregar el gobierno, la Comandancia del Ejército por un tiempo, seguida por una senaduría vitalicia que le garantizó la inmunidad. En efecto, muchas veces la paz negociada tiene sus costos, particularmente cuando el adversario derrotado mantiene un relevante apoyo popular residual, además del control mayoritario de las fuerzas armadas, como fue el caso en Chile y en Nicaragua. Pero quisiera recordar que en Nicaragua, mientras la UNO se organizaba y trabajabapolíticamente, la Contra se ocupaba de su guerrilla y no de atacar e insultar a los dirigentes de la UNO, por colaboracionistas. Por cierto, algunos lectores recordarán que en Nicaragua lo sandinistas están de nuevo en el poder, pero es importante mencionar que los sandinistas regresaron, en parte por la corrupción e ineficiencia de los gobiernos deAlemán y Bolaños, pero sobre todo por la división de los sectores democráticos.
El “chavomadurismo” es un sistema político híbrido que la ciencia política contemporánea califica como un autoritarismo plebiscitario o competitivo con vocación totalitaria de raíz comunista. Pero es un régimen que, en este siglo y en este hemisferio, requiere para mantenerse de un fuerte apoyo popular. Ese apoyo, que fue mayoritario, está reduciéndose aceleradamente de acuerdo a todas las encuestas serias. A diferencia del primer sandinismo, el régimen deja mayores espacios para la acción política de la oposición, aun cuando la considerable reducción del apoyo popular, las manifestaciones de la oposición y la crisis económica producida por la corrupción, la incapacidad y sus “ideas muertas” están provocando que el gobierno aumente la represión violenta, combinada con una flexibilización, absolutamente insuficiente y probablemente temporal, del colectivismo económico. Toda la comunidad internacional, incluyendo los EEUU, la Unión Europea y el Vaticano, llaman al diálogo entre gobierno y oposición. Por tanto, rechazar el diálogo iniciado sería un craso error. Si el diálogo termina en la nada, es indispensable que a la comunidad internacional le quede absolutamente claro que fracasó porque el gobierno no quiere respetar la Constitución. Por eso es fundamental que, a parte del tema humanitario de los presos políticos, la oposición debe poner el acento, frente a los testigos internacionales, sobre la letra y el espíritu de la Constitución en lo que atañe al CNE, el Tribunal Supremo y el Poder Ciudadano, que deben ser electos por un amplio consenso nacional. Por encima de las normales diferencias estratégicas, tácticas y personales hay que mantener la Unidad y la Unidad se mantiene sumando y no restando. Sin Unidad, sólo hay suicidio político, exilio, estupidez, traición y fracaso.
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