Sindicatos de lo suyo.
Saldrán a la calle puntuales, en procesión, con sus banderitas de plástico bien ordenadas, la gran pancarta de la cabecera todavía enrollada, las banderas autonómicas y alguna española con lazos negros por el paro, caretas de Montoro con colmillos de vampiro y caricaturas de Rajoy besándose en los morros con Angela Merkel. Compondrán la estampa propia del Primero de Mayo y cuando los fotógrafos hayan disparado sus cámaras, se irán por donde habían venido. Las calles, con estas calores de mayo, recuperarán el aspecto de los días de fiesta y de las manifestaciones sólo quedará un reguero de pegatinas de UGT o de CCOO en las señales de tráfico y en las farolas, trozos de pancartas rotas y cabos de banderitas sobresaliendo de las papeleras.
Las manifestaciones del Primero de Mayo, igual que muchas huelgas, son a los sindicatos lo que los mítines y las campañas electorales a los partidos políticos: actos de reafirmación que, antes que la representación de un estado de opinión en la calle, nos muestran la fortaleza de un partido o de un sindicato, su capacidad de movilización y de organización para trasladar a la ciudadanía su discurso político o sindical. Muestran músculo, pero ahí no sale la sociedad. Y ese es el problema justamente, que unos y otros acaben creyéndose sus propios montajes como si fueran expresiones de la realidad. Que en la endogamia en la que flotan siempre los cuadros políticos y sindicatos se acabe pensando que la sociedad es la que está detrás de sus mítines y de sus manifestaciones.
En el caso de los partidos políticos, la constatación del error llega siempre cuando, en las elecciones, los ciudadanos acuden a votar y el desapego, la desafección, se refleja en altos índices de abstención o en el auge inesperado de líderes extravagantes, demagogos y siempre peligrosos. O cuando, de forma periódica, las encuestas oficiales le recuerdan a la clase política que, para los españoles, la política, los políticos, se han convertido en uno de sus principales problemas. Lo de los sindicatos, por tanto, desde ese punto de vista es peor, porque la simulación que suponen estas manifestaciones, incluso las convocatorias de huelga, jamás van a trasladar la opinión real de la ciudadanía, como sí ocurre en unas elecciones.
El resultado de todo ello, como comprobaremos hoy, es que para lo que va a servir un Primero de Mayo como el de este año es para comprobar que los sindicatos siguen a su bola, como si nada de lo que ha ocurrido en España en los últimos años les afectara. Y alguna cosa, a ver, ha pasado en este tiempo tan convulso. Desde la forma en la que España se hundió por la crisis económica internacional por la inoperancia absoluta del Gobierno de Zapatero, hasta los escándalos de corrupción que se han ido conociendo y que afectan a los sindicatos, directamente, como el despropósito de los ERE o el fraude de los cursos de formación. ¿Cómo entender que los sindicatos no consideren necesaria la más mínima autocrítica? Alguna explicación merecerían los ciudadanos en los discursos de hoy, pero ya verán cómo el guion no se aparta ni un ápice de lo esperado, incluso con las expresiones previsibles.
Como en España somos muy dados a despeñar todos los debates por los extremos, blanco o negro, lo más complicado al hablar de los sindicatos es intentar desligar su importancia y relevancia histórica en la conquista de los derechos que hoy disfrutamos, la necesidad de que existan aún en la actualidad como garantes de esos derechos, desligar todo eso, ya digo, de la crítica severa a la realidad que hoy se puede contemplar en esas organizaciones. En muchos aspectos, sencillamente, los sindicatos han dejado de cumplir su papel, se han alejado de la calle, y han pasado a formar parte del sistema.
Los acuerdos de concertación, la dependencia económica de los distintos Gobiernos, han convertido a los sindicatos en meros agentes del poder político. Burocracia sindical. ¿Qué hacen los sindicatos impartiendo cursos de formación por toda España, que ni se justifican ni tienen incidencia alguna en el desempleo, mientras las universidades están en la ruina y a los investigadores y científicos los tienen a pan y agua? ¿Alguien puede entender eso? ¿Y de qué han servido los acuerdos de concertación multimillonarios sino para que los Gobiernos compren ‘paz social’? Haber llegado a esos absurdos no es más que síntoma evidente del mal interno que padecen. Crisis de identidad.
Son sindicatos de lo suyo, de sus intereses, de sus cosas. Los sindicatos españoles “se han domesticado”, como decía Marcelino Camacho en una de sus últimas entrevistas. La crisis económica, la tiesura de la calle, ha abierto la brecha entre esa clase sindical y la calle, la sociedad, la realidad. La clase sindical y la clase trabajadora parece que van por caminos distintos y esa división, sencillamente, es letal para el movimiento sindical.
Las manifestaciones del Primero de Mayo, igual que muchas huelgas, son a los sindicatos lo que los mítines y las campañas electorales a los partidos políticos: actos de reafirmación que, antes que la representación de un estado de opinión en la calle, nos muestran la fortaleza de un partido o de un sindicato, su capacidad de movilización y de organización para trasladar a la ciudadanía su discurso político o sindical. Muestran músculo, pero ahí no sale la sociedad. Y ese es el problema justamente, que unos y otros acaben creyéndose sus propios montajes como si fueran expresiones de la realidad. Que en la endogamia en la que flotan siempre los cuadros políticos y sindicatos se acabe pensando que la sociedad es la que está detrás de sus mítines y de sus manifestaciones.
En el caso de los partidos políticos, la constatación del error llega siempre cuando, en las elecciones, los ciudadanos acuden a votar y el desapego, la desafección, se refleja en altos índices de abstención o en el auge inesperado de líderes extravagantes, demagogos y siempre peligrosos. O cuando, de forma periódica, las encuestas oficiales le recuerdan a la clase política que, para los españoles, la política, los políticos, se han convertido en uno de sus principales problemas. Lo de los sindicatos, por tanto, desde ese punto de vista es peor, porque la simulación que suponen estas manifestaciones, incluso las convocatorias de huelga, jamás van a trasladar la opinión real de la ciudadanía, como sí ocurre en unas elecciones.
El resultado de todo ello, como comprobaremos hoy, es que para lo que va a servir un Primero de Mayo como el de este año es para comprobar que los sindicatos siguen a su bola, como si nada de lo que ha ocurrido en España en los últimos años les afectara. Y alguna cosa, a ver, ha pasado en este tiempo tan convulso. Desde la forma en la que España se hundió por la crisis económica internacional por la inoperancia absoluta del Gobierno de Zapatero, hasta los escándalos de corrupción que se han ido conociendo y que afectan a los sindicatos, directamente, como el despropósito de los ERE o el fraude de los cursos de formación. ¿Cómo entender que los sindicatos no consideren necesaria la más mínima autocrítica? Alguna explicación merecerían los ciudadanos en los discursos de hoy, pero ya verán cómo el guion no se aparta ni un ápice de lo esperado, incluso con las expresiones previsibles.
Como en España somos muy dados a despeñar todos los debates por los extremos, blanco o negro, lo más complicado al hablar de los sindicatos es intentar desligar su importancia y relevancia histórica en la conquista de los derechos que hoy disfrutamos, la necesidad de que existan aún en la actualidad como garantes de esos derechos, desligar todo eso, ya digo, de la crítica severa a la realidad que hoy se puede contemplar en esas organizaciones. En muchos aspectos, sencillamente, los sindicatos han dejado de cumplir su papel, se han alejado de la calle, y han pasado a formar parte del sistema.
Los acuerdos de concertación, la dependencia económica de los distintos Gobiernos, han convertido a los sindicatos en meros agentes del poder político. Burocracia sindical. ¿Qué hacen los sindicatos impartiendo cursos de formación por toda España, que ni se justifican ni tienen incidencia alguna en el desempleo, mientras las universidades están en la ruina y a los investigadores y científicos los tienen a pan y agua? ¿Alguien puede entender eso? ¿Y de qué han servido los acuerdos de concertación multimillonarios sino para que los Gobiernos compren ‘paz social’? Haber llegado a esos absurdos no es más que síntoma evidente del mal interno que padecen. Crisis de identidad.
Son sindicatos de lo suyo, de sus intereses, de sus cosas. Los sindicatos españoles “se han domesticado”, como decía Marcelino Camacho en una de sus últimas entrevistas. La crisis económica, la tiesura de la calle, ha abierto la brecha entre esa clase sindical y la calle, la sociedad, la realidad. La clase sindical y la clase trabajadora parece que van por caminos distintos y esa división, sencillamente, es letal para el movimiento sindical.
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