Una persona recta y honrada
La política es un juego peligroso, y cuando cae en manos de gente sin escrúpulos, de periodistas entregados al poder a los que les da igual comprar los favores de un presidente autonómico para poder construirse una piscina, o los de un Gobierno supuestamente amigo para obtener un título nobiliario consorte, o afiliar a una hija en NNGG del PP sabe Dios para que extraños fines, no puede extrañarnos que acabe emparejando a estos con delincuentes que harán lo posible por aminorar su pena, incluso pactar con el diablo. Pero la política está llena de gente recta y honrada. Son los más. Son los que están ahí porque de verdad se han creído que la vida pública conlleva un componente importante de vocación de servicio, porque quieren mejorar la vida de las personas, porque creen en su país y quieren sacarlo adelante.
El problema está cuando esas personas no se dejan controlar, ni manipular, ni atienden a los intereses de unos pocos a los que el bien común y el interés general les importa una mierda. Mariano Rajoy es una de esas personas recta y honrada. Le conozco desde hace tiempo, casi tanto como el que llevo dedicado a la información política, y si de algo estoy seguro es de su honestidad y su honradez. Habrá cometido errores, como todo ser humano, pero no dudo de que es una buena persona y como tal le tengo catalogado.
No les pido que me crean, aquí cada uno tiene derecho a creer lo que le de la gana, les pido que me permitan expresar mi opinión sin que ello conlleve estúpidas acusaciones sobre el porqué de las mismas: ni yo le debo nada a Mariano Rajoy, ni mucho menos él me debe nada a mi y eso me da más legitimidad para creer en su palabra cuando, por primera vez en nuestra reciente historia como un país democrático, un presidente del Gobierno se sube a una tribuna parlamentaria y pide disculpas por haberse equivocado. Para creerle cuando asegura que ni ha cobrado dinero negro ni ha ocultado nada a Hacienda. Para creerle cuando afirma que al menos bajo su mandato en el PP no hubo ni cuentas B, ni sobresueldos ocultos, ni nada de lo que se le acusa sin pruebas y sin otra intención que la de desestabilizar a un Gobierno y a un presidente que simple y llanamente se están dedicando a gobernar.
Pero este país es cainita y a pesar de que vivimos en un Estado de Derecho supuestamente garantista, la carga de la prueba sigue estando en el acusado en lugar de estar del lado de quien acusa, como si realmente viviéramos en alguna clase de régimen totalitario. Llega a tal extremo ese cainismo innato que para una parte importante de la opinión pública y, por supuesto, de la clase política, Rajoy es culpable sin que ni siquiera sepamos todavía muy bien de qué. Da igual. Es culpable y basta. Era previsible que esa actitud se mantuviera por parte de nuestros dirigentes políticos a lo largo de todo el debate del pasado jueves: sólo les valía que Rajoy se declarara culpable, y eso también hubiera tenido como consecuencia una petición de dimisión, luego hiciera lo que hiciera la conclusión iba a ser la misma.
Pero ni Rajoy es González, ni Rubalcaba es Aznar, y pedirle ahora que se vaya es un ejercicio casi patético de funambulismo político en el límite de lo risible. No sé lo que dirán en el futuro las encuestas –la del viernes estaba hecha antes del debate y después de que se pusiera en marcha la cacería orquestada por Bárcenas y Pedro Jota contra Rajoy-, pero la única que vale es la de las urnas, y tengo para mi que si Rajoy ha conseguido llegar con su discurso a su electorado, y de eso era de lo que se trataba, y al mismo tiempo eso coincide con un cambio de ciclo en la economía, me juego aquí mismo lo que haga falta a que Mariano Rajoy volverá a presentarse a las elecciones y a ganarlas y, ¿saben porqué? Pues porque es una persona recta y honrada y eso al final se acabará imponiendo sobre tanta insidia. Al tiempo.
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