Adiós, Griñán, hasta nunca.
En la última frase de su última entrevista como presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán deja dicho para los anales que "la política es como un matrimonio". La sentencia no surge del azar porque la periodista que le hace esa última entrevista como presidente, Lalia González-Santiago, del Grupo Vocento, le evoca directamente ese momento final, para que se crezca, como si alguien pudiera escribir su propio epílogo en política. "Si tiene que elegir un último mensaje, ¿cuál sería?". Y Griñán, sin que se precise en el texto algún momento de indecisión o duda, dice del tirón dos cosas. La primera, que hay que confiar en la política "porque si no la hubiera el poder lo tendrían siempre los mismos". En fin, vale, la reflexión es poco objetable si por "política" se entiende exclusivamente "democracia" y frente a ella sólo se pueden contraponer las dictaduras. Vale, aunque lo diga quien se va a jubilar en un cargo público, después de que su partido, el PSOE, haya gobernado ininterrumpidamente en Andalucía durante 31 años. Pero bueno, pase.
Lo segundo que dice, el mensaje para la posterioridad, es más controvertido: "La política es convivencia, como un matrimonio". La relación inconsciente de ideas es, en muchas ocasiones, la peor traición de nosotros mismos. Porque claro que un matrimonio, o cualquier pareja, es convivencia y tolerancia y respeto por el otro, pero es sobre todo otras muchas cosas anteriores a esa. Y cuando se destaca sólo la convivencia, es que algo ya no funciona. La esencia del matrimonio es el amor, y la sinceridad, con lo que cuando se ofrece el matrimonio como símbolo de convivencia es que, en el fondo, se han perdido los valores primeros, la esencia de una pareja. Convivencia y conveniencia, como valores que se sobreponen, en una interpretación maquiavélica de la política y del matrimonio, a la verdadera naturaleza de las cosas.
Lo dice, además, una persona, un dirigente político, que en los dos últimos meses, en los de su despedida, ha protagonizado un extraordinario, y hasta inaudito, ejercicio de simulación. Sencillamente, en nada de lo que ha dicho ha sido sincero José Antonio Griñán desde que, en junio pasado, anunció por sorpresa que dejaba la presidencia andaluza. Primero dijo, con distancia, que su único objetivo era imponer en la Junta de Andalucía la limitación de mandatos y que, por esa razón, anunciaba su renuncia a presentarse para una nueva legislatura. Como lo dijo en el Parlamento andaluz, y aún faltaban, y faltan, tres años para que se agote su mandato, todo el mundo interpretó claramente que, en el fondo, se escondía mucho más.
Pero Griñán insistía en la misma idea, que ofrecía como un paso decidido de "regeneración política", hasta que poco después anunció también que pondría en marcha un proceso de elecciones primarias para elegir a su sucesor. Y una vez más, insistía en que no había nada más, que no ocultaba nada, que su decisión era la de agotar la legislatura. A principios de julio, cuando todavía decía todas esas cosas, aquí nos aventuramos con una teoría, la 'Tesis para una espantada', que hoy, con la distancia de tan sólo dos meses, desvelan cuánto ha habido de impostura y cálculo preciso de una jugada política que se ha ocultado.
Decíamos: "Si todo va como está previsto y las primarias del PSOE de Andalucía se solventan como está programado, esto es, con la elección de Susana Díaz, su consejera de Presidencia, en unos meses, quizá en otoño, Griñán dimitirá de presidente de Andalucía y, de forma más o menos inmediata, se hará elegir senador por la Comunidad Autónoma". Es todo lo que sucederá, lo que ha sucedido ya, porque, en el fondo, lo único que ha buscado Griñán con toda esta convulsión ha sido alejarse del escándalo de los ERE.
Su posible imputación en ese fraude mayúsculo, que le habrá sido advertida por uno de sus fieles, el consejero de Justicia, Emilio de Llera, antiguo fiscal de Sevilla que conoce bien el sumario y a la jueza Alaya, es lo que le ha llevado a precipitarlo todo para no pasar a la historia como un presidente que tuvo que dimitir por el acoso judicial. También eso, que siempre lo ha negado, lo admite ahora Griñán, pero con su habitual pátina de entrega a los demás: "Entre el daño que le puedan hacer a Pepe Griñán y el daño a Andalucía, elijo el daño que me puedan hace a mí, y por tanto, yo no quiero bajo ningún concepto que ningún escándalo salpique a la Junta y a Andalucía. Y renuncio".
Renuncia, pero se queda, porque se marchará al Senado, por la cuota de la Comunidad Autónoma, para seguir disfrutando del aforamiento en el Tribunal Supremo, el mismo privilegio que le garantizaba la Presidencia de la Junta de Andalucía. Renuncia, pero sólo a la "política cotidiana", porque dice que ahora su interés está en "los temas de largo alcance: pensiones, modelo social, Unión Europea... pero no la política cotidiana".
En fin. Que se va como llegó. El 21 de abril de 2009 asumió la presidencia de la Junta de Andalucía con un mensaje: "Quiero representar un cambio en la Presidencia de la Junta de Andalucía", y cuatro años después se marcha diciendo lo mismo, pero al revés: "Hace falta un cambio y ese cambio no lo puedo protagonizar yo. (...) Me puse a disposición del partido, y el partido ha elegido un cambio de generación y de género". En medio de esos deseos de cambio, que se quedan en eso, deseos, Griñán, como le reprochan los suyos, ha sometido al PSOE de Andalucía a enormes tensiones internas que lo han colocado al borde del desastre, con tres derrotas electorales consecutivas, y que sólo se ha salvado gracias a que en su última derrota encontró el apoyo gentil de Izquierda Unida, ávida de gobernar en Andalucía.
Griñán dimite hoy como presidente de la Junta de Andalucía. Y todo lo que ha dicho en estos meses, en estos años, se resume bien en la frase de otro, mejor que en la suya final del matrimonio. Por sus actos, Griñán se refleja mejor en Talleyrand cuando dijo que "la palabra se ha dado al hombre para que pueda encubrir su pensamiento". Pues eso. Para Griñán, al final, esa es la política.
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