Ese cumpleaños redondo es, para cualquier persona, día de hacer balance de una vida y llegar, quizá, a la conclusión de que se puede dar la tarea por concluida. Para él, pudiera ser, además, el momento de dejar hacer a sus sucesores, elegidos con gran acierto y ver a su empresa seguir progresando desde su bien merecido descanso. Pero mucho me temo que no será así. Es una pena que no se haya filmado otro video, en el que veamos a Amancio, al día siguiente, quizá con la misma chaquetilla, nuevamente camino de su trabajo. Así le veo yo.
¿Quién es Amancio Ortega? Yo no conozco de él más que alguna furtiva gacetilla que los periodistas, a los que rehúye, consiguen sacar, muy de vez en cuando, de su recatada vida. Parece que su biografía podría resumirse en dos palabras: Trabajo y familia. Pero, amigos, esa vida gris en la apariencia es, nada menos, la de un señalado por el dedo misterioso del que siembra el talento, que, ya sabemos, puede florecer en los sitios más insospechados.
He aquí el milagro: Un hombre, sin preparación académica, trabajador desde la infancia que, a partir de un modesto negocio de batas caseras, promueve un emporio en el que un gran equipo de diseñadores mantiene una renovación permanente, la logística es un mecanismo de precisión que teje, sin tregua, una tela de araña de transporte por todo el mundo y su lúcida aceptación de la globalización excita en él una audacia, increíble en una persona recluida en un ambiente totalmente provinciano, que le lleva a inaugurar una tienda al día en las mejores calles del mundo.
El resultado colateral de su éxito le convierte en la primera o segunda persona más rica del mundo sin cambiar, apenas, su comportamiento diario ni perder un minuto en mirar su cuenta corriente.
Su modestia en el comportamiento y su discreción no llaman a escribir sobre él y su éxito, que le convierte en uno de los empresarios más importantes del mundo no parece ser excitante suficiente para estos medios, nuestros, que están a otras cosas.
Y ellos, los elegidos, quizá los mutantes, no echan en falta la curiosidad, el aplauso y el agradecimiento de la gente. Ellos no hacen su labor por eso, sino, lo repito una vez más, por sacar al ser irrepetible que llevan dentro, señalado con una misión o mandato que cumplir.
Yo, por mi parte, elevo a los altares de mi santoral laico a uno de los componentes de esta, mi generación, que ha sido capaz de dar una pléyade de empresarios de categoría comparable, en su disciplina, a la de los deportistas actuales.
Inicio, con este escrito, el procedimiento de canonización, para mi santoral laico, de Amancio Ortega.
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