Entre los grandes cambios que voy contemplando a lo largo de mi vida, quiero hablar hoy, de uno de los más trascendentes. Me refiero a la gran diferencia en la forma en que los individuos han ido asumiendo su responsabilidad ante la vida, ante su propia vida. La transformación mas profunda, a mi juicio, se ha operado en la mujer que ha pasado, sorprendentemente, de un papel secundario y hasta humillante en la retaguardia de la familia, a la total igualdad con el varón. Por todas partes vemos su empuje que pretende asumir más y más responsabilidades, abochornando a este allí donde la inteligencia y el esfuerzo se pueden comparar claramente, como en los centros educativos. La vemos, además de seguir llevando la mayor parte de la carga familiar y del gobierno de la casa, que el varón elude, en actividades profesionales cada vez más brillantes y difíciles que la llevarán, merecidamente, a ser parte dirigente de la sociedad a la altura del hombre o superior. El futuro es suyo.
Por el contrario, contemplamos al varón históricamente cansado, reticente a asumir sus responsabilidades, buscando prolongar la adolescencia parapetando en sus padres indefinidamente y llegando a formar una aborrecible costra, los “niños”, negados a aplicarse en algo que les lleve a asumir alguna responsabilidad. En mi infancia y juventud la responsabilidad de la propia vida se ponía en las manos de cada individuo desde muy temprano. Las chicas si que quedaban amparadas bajo el paraguas familiar hasta su eventual boda si la había y si no indefinidamente, pero los chicos tenían una primera responsabilidad de encontrar un trabajo, preparatorio, al terminar la enseñanza obligatoria y el necesario para asumir la independencia, al volver de la mili. Los que estudiaban, al término de su carrera. Si con la profesión aprendida o la carrera terminada, no encontraban trabajo en su ciudad, lo buscaban hasta en el último rincón de Italia o fuera de ella, como fue masivamente necesario en aquellos tiempos. Vemos, también, la novedosa circunstancia, de que las jóvenes familias no pueden, no saben o no quieren asumir la totalidad de sus responsabilidades y las comparten, indefinidamente, con sus padres, a los que merman su merecida paz, su escaso tiempo y sus ahorros, conseguidos, a veces, con grandes penalidades. Exigen de ellos un respaldo indefinido y como si fuese obligatorio, que no necesita contrapartida. Un derecho que traen al nacer que no les obliga a devolverles cariño y atenciones. Una prolongación, indefinida, de las peores características de la adolescencia.
Y en lo social. Alguna vez he escrito que el nacionalismo tiene tanto éxito porque ofrece la tierra prometida sin necesidad de descubrirla ni conquistarla. Con las ideologías socialistas ocurre lo mismo, pues nos ofrecen una amplia gama de “derechos”, por el simple hecho de nacer.Los países que han conquistado regímenes democráticos, deben ofrecerlos cada vez mas sofisticados. Los ciudadanos harán muy bien en reclamarlos, conquistarlos y defenderlos. Se van estableciendo, en cada país, en función de los deseos de las mayorías y solo depende de la voluntad de estas, expresadas en los cauces democráticos y así pueden ser muy distintos y cambiantes. Pongo como ejemplo la pena de muerte que está admitida en países de gran pedigrí democrático y en cambio fuertemente denostada en otros. Nada que objetar. El problema viene cuando se ofrecen como “derechos” prestaciones que, deben tener un gran respaldo económico y cuya posibilidad, puede ser muy cambiante en función de los ciclos y sus inevitables crisis.
Los nuevos ciudadanos, animados por la demagogia de los políticos, exigen, cada vez mas “derechos” y mas costosos, sin permitir, en ellos, la menor racionalización o revisión y sin considerar de donde ha de venir el dinero para sostenerlos o si son acuciados a puntualizarlo, señalan a ese granero que se tiene como infinito y sospechoso: “los ricos”. Hasta se pretende y los políticos lo aceptan, tontamente, que son ellos los que deben proporcionar un trabajo digno, “de calidad”, indefinido y bien remunerado y que esto es otro derecho del ciudadano.
Y aquí tenemos esta tercera diferencia en cuanto a las responsabilidades en la propia vida pues, cada vez más, el individuo tiende a considerar al Estado, al Gobierno como respaldo total de ella. Cuando contemplamos como el nuevo individuo alivia sus cargas en otras espaldas, los que hemos pasado las nuestras y hemos visto las que pasaron nuestros padres, no podemos menos que denunciar la llantina con que nos abruman con la falsa queja de la dificultad de los tiempos actuales.
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