Doctor arquitecto y escritor, autor de numerosos títulos técnicos y catálogos, así como de proyectos de edificación y ensayos. Ensayista de artículos de índole técnica y cultural en varias revistas, colaborador de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Escritor de historia, antropología, anécdotas de vida profesional y novelas históricas. Más de veinticinco libros publicados hasta el momento tanto en papel como en formato digital.
jueves, 26 de diciembre de 2013
A mí que me registren...
Os recuerdo aquel chiste del gitano que había robado un cochinillo y lo llevaba al hombro, metido en un saco y que al ser sorprendido por la guardia civil y preguntado por el bulto, tiró el gorrino al suelo exclamando: “Mardito bichillo”. Como si fuera un impertinente insecto que se le hubiera posado, inadvertidamente, en el hombro.
Igual que el gitano se comportan muchos (todos) cabezas de grupos económicos, sociales o políticos que cuando son sorprendidos incurriendo en fracasos, incompetencias y/o corrupciones, ponen su cara de pedernal de perfil y eluden su responsabilidad directa o solidaria descargándola, desvergonzadamente, en sus subordinados, con la abominable escusa de que ellos no estaban en el “día a día”.
Como la política lo inunda todo se ha generalizado que en la cima de muchos de esos grupos encontremos a personas sin la capacidad adecuada para llevar su gestión, pues han sido elegidos como recompensa a servicios prestados o a prestar.
En lo alto del ciclo económico, cuando todos los gatos son pardos, estos perillanes relumbran con sus valores para el politiqueo, pero cuando llegan las vacas flacas y se descubren desmanes o descalabros, causa risa verlos, impávidos, decir aquello de “a mi que me registren”.
Si son desenmascarados, recurren a esta disculpa, convencidos de que será comprendida por la opinión pública pues se ha generalizado, de tal forma, que el mando esté revestido de un carácter político, abandonando o delegando la gestión, que creen que su puesto tiene, solo, ese contenido y no la responsabilidad de la buena marcha.
Mientras pueden, se pavonean, desplegando su plumaje en actividades de representación, reuniones vacías, comidas, actos sociales, viajes seudoprofesionales, comparecencia en los medios, etc.….dejando la gestión en manos de subordinados a los que seleccionan más por su adhesión y connivencia que por su capacidad.
Esta dedicación es muy gratificante y se reivindican, como jefes absolutos, sin que quepan dudas, pero cuando las cosas se tuercen, cuando los de alrededor se han pringado o ellos mismos se han dejado pringar, todos eluden, con desparpajo su responsabilidad y les sobra cuajo para echar las pulgas a su alrededor.
He aquí algunos ejemplares de la especie “Facies pedernalensis”.
La plaga de enchufados, colocados a dedo por los partidos políticos o los sindicatos en los Consejos de Administración de Cajas de Ahorro o empresas publicas que cuando estas se despeñan a la ruina por la incompetencia y/o la corrupción de sus dirigentes, confiesan, bochornosamente, que ellos no conocían nada, que votaban lo que se les decía y firmaban hasta en la alfombra, si se les indicaba.
Los que, cuando son descubiertos con las manos en la caja, tienen la barba de declarar, a los medios, que están colaborando con la Justicia y que han sido los primeros en denunciar las anormalidades.
Los que, cuando son sorprendidos derrochando nuestros dineros de la forma más chulesca, se lían a poner, verbalmente, las manos y los pies, si hiciera falta, en el fuego y a dar la explicación de que todo obedece a diferencias de criterio en la contabilidad.
Y los que embestidos por el toro de la Justicia, que les acusa de ser responsables directa o solidariamente, de robos y corrupciones con nuestro dinero y hasta con el dedicado al alivio de los parados, corren cobarde y vergonzosamente a refugiarse en el burladero de la impunidad de puestos políticos de representación, que tienen privilegios de protección ante la justicia, como si hubieran sido diseñados para ello.
Todavía recuerdo, de mi infancia y juventud que, cuando alguna persona era sorprendida en alguna corruptela, la sociedad lo señalaba con el dedo, sometiéndole a un implacable ostracismo, muy difícil de borrar. Ahora, en esta nuestra autocomplaciente democracia, solo se admira al que tiene dinero, no importa como lo haya conseguido. Y si lo tiene por robar al Estado, que somos nosotros, se le admira doblemente, quizá porque en su puesto haríamos lo mismo o por el aquel de “el que roba a un ladrón…..”.
Desde el honor, nos hemos despeñado a la desvergüenza pasando por la honra y la decencia.
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