lunes, 31 de marzo de 2014

El Greco

El caballero con la mano en el pecho
Adelanto que el Greco es, para mí, el más grande y este año de su centenario, me propongo participar en un gran festín pues volveré a ver los cuadros que tantas veces vi, otros que no he visto nunca y las novedades de los rehabilitados. Es gran osadía tratar de escribir sobre él pues, como ocurre con tantos pintores, parece que todo estuviera ya dicho, pero yo lo voy a intentar y como en otras ocasiones, busco en mis almacenes de mirón en busca de mis propias sensaciones y dejo a los expertos y eruditos su merecido espacio en el que yo seria un autentico inmigrante ilegal.
       
Cuando un pintor ha nacido en sitio diferente a donde ha desarrollado su principal actividad, hay una pugna por apropiarse de su paternidad. En este caso, a pesar de su apelativo, creo que no hay duda de que El Greco es un pintor español por los cuatro costados. Su estancia en España le hizo llegar a la cima, mientras que hubiera sido un pintor veneciano más de no venir aquí. Se duda, todavía, sobre las razones por las que vino a Toledo. Quizá decidiera salir del camino muy pisado o le atrajera venir al centro del poder de entonces en busca de encargos y gloria o tal vez recibiera referencias sobre los temas que podía pintar aquí. Puede que no esté claro lo que le atrajo a Toledo, pero, para mí, si lo está lo que encontró y le retuvo.
       
En primer lugar la ciudad misma. Imaginaos la perplejidad de un viajero, tanto mas si es pintor, que ve, por primera vez la Toledo del siglo XVI llegando de Venecia, la ciudad inundada en una laguna y encuentra otra inverosímil incrustada en una roca pelada, en la que las casas parecen excrecencias y tallada en el paisaje por una cuchillada, por el tajo del Tajo. Su visión abriría, sin duda, de par en par, su expectativa y la pintó, asombrado, en insólito paisaje para aquel tiempo.
     
Yo, que conservo con orgullo en mi acerbo intelectual haber vivido un año en Toledo, puedo atreverme a intuir el primer respingo del Greco y los posteriores al ver la ciudad iluminada, fantasmalmente, por los rayos y relámpagos de las tormentas que, a veces, la azotan por los cuatro puntos cardinales y que parecen abrir el firmamento. Sin duda inspiraron al Greco a concebir muchos de sus cuadros como un todo, si, pero con dos visiones o escenarios, el terrenal y el celestial.
     
En frontal oposición a los personajes venecianos, en continuas fiestas y carnavales y enmascarados para llevar de incógnito su vida disoluta, encontraría a hidalgos, eclesiásticos y nobles, conscientes de la responsabilidad de llevar, en sus hombros, el peso de un imperio. Hieráticos, disciplinadamente envueltos en la negritud de sus ropajes y en la elegancia natural de sus ademanes, que el Greco captó con maestría.
     
Sin duda conocería la vida y obras de sus estrictos contemporáneos, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús y de sus experiencias místicas y yo, desde mi modestia, hago la apuesta de que se propuso, en sus lienzos de temas religiosos, plasmar las mismas vivencias. Este propósito me parece tan ambicioso que coloca a su pintura en la cima del arte.
       
Quiero hacer aquí un inciso para recalcar la estupidez a la que pueden llegar ciertos “expertos”, ahora que estamos inundados de esa calaña, que  confundieron la estilización de las figuras, que al Greco le parecía que reflejaban mejor este trance místico con perturbaciones en su visión y hasta en su intelecto y le tuvieron infravalorado y hasta ignorado tanto tiempo. Tras esta consideración tenéis barra libre, sin complejos, para criticar a los críticos. Tonterías más grandes es difícil decir.
       
Hasta Felipe II le negó su aprobación y relegó algún cuadro suyo a estancias secundarias del Escorial, pero la convicción absoluta del Greco de haber encontrado su camino venció la tentación cortesana que le haría acreedor a llenar parte de los kilómetros de pared que había en El Escorial. Encontró una religiosidad a machamartillo, cincelada entre el ejemplo de sus santos y la coacción  de la Inquisición, que llevaba a la gente sencilla, a las iglesias, a ver en los cuadros de los pintores a Dios, los santos y la corte celestial, tratando de participar en su mística. Entre ellos encontró miradas que creían ver a Dios y quizá lo viesen de verdad, cuyo arrobo captó, en sus lienzos, con un verismo nunca igualado. Aquí, otra vez, la estupidez de los críticos que aseguraban que buscaba sus modelos, con estas miradas alucinadas, en los psiquiátricos.

Con estas miradas, unas que reflejan intensas meditaciones y otras arrobadoras visiones, pintó sus milagrosas colecciones de Apóstoles en las que encontramos algunos cuadros sin terminar lo que nos permite ver la modernidad de su técnica con la que pintaba túnicas que mas parecen ectoplasmas. Y sus expresivas y refinadísimas  manos…..

Y quiero, por fin, ver, una vez mas el, para mi, milagro de los milagros, primorosamente rehabilitado, El Expolio, en el que además de sus infinitos detalles, podemos contemplar la mirada de Jesucristo mas verosímil, en palabras de otro critico, este si, cuyo nombre siento no recordar.

El entierro del Conde de OLrgaz


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