martes, 31 de julio de 2018

Una columna de fuego de Ken Follett

En 1989, Ken Follett (Cardiff, 1949) reventó el mercado editorial con uno de los libros que más viene a la mente cuando se pronuncia el término best-seller: Los pilares de la tierra, sobre la construcción de una catedral durante el paso del románico al gótico en el siglo XII. 28 años, trece novelas y muchos millones de libras después, el escritor británico publica ahora Una columna de fuego, tercer libro de la saga que ya había retomado en 2007 con Un mundo sin fin.
La nueva novela, que llega a las librerías el próximo martes, salta a los siglos XVI y XVII para entremezclar personajes reales e inventados durante las guerras de religión que fracturaron Europa. La acción transcurre a través de casi mil páginas por París, Sevilla, Bruselas, Londres, Amberes, la isla La Española y, por supuesto, Kingsbridge, la localidad inglesa ficticia presente en toda la saga. Es, a la vez, una historia de amor entre un protestante, Ned, y una católica, Margery, y una trama de espionaje inspirada en la creación por la reina Isabel I del primer servicio secreto de Inglaterra, dedicado a desmantelar las tramas internacionales para reinstaurar por la fuerza un monarca católico al otro lado del Canal de la Mancha.
La saga de Los pilares de la Tierra y Un mundo sin fin, que ha cautivado a millones de lectores, prosigue ahora con la magnífica y apasionante nueva novela de Ken Follett.

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Una columna de fuego arranca cuando el joven Ned Willard regresa a su hogar en Kingsbridge por Navidad. Corre el año 1558, un año que trastocará la vida de Ned y que cambiará Europa para siempre.
Las antiguas piedras de la catedral de Kingsbridge contemplan una ciudad dividida por el odio religioso. Los principios elevados chocan con la amistad, la lealtad y el amor, y provocan derramamientos de sangre. Ned se encuentra de pronto en el bando contrario al de la muchacha con quien anhela casarse, Margery Fitzgerald.
Cuando Isabel I llega al trono, toda Europa se vuelve en contra de Inglaterra. La joven monarca, astuta y decidida, organiza el primer servicio secreto del país para estar avisada ante cualquier indicio de intrigas homicidas, levantamientos o planes de invasión.
En París, a la espera, se encuentra la seductora y obstinada María Estuardo, reina de los escoceses, en el seno de una familia francesa con una ambición descomunal. Proclamada legítima soberana de Inglaterra, María cuenta con sus propios partidarios, que conspiran para deshacerse de Isabel.
Entretanto, Ned Willard busca a Jean Langlais, un personaje escurridizo y enigmático, sin saber que tras ese nombre falso se esconde un compañero de clase de su infancia, alguien que lo conoce demasiado bien.
A lo largo de medio siglo turbulento, el amor entre Ned y Margery parece condenado al fracaso mientras el extremismo hace estallar la violencia desde Edimburgo hasta Ginebra. Isabel se aferra precariamente a su trono y a sus principios, protegida por un pequeño y entregado grupo de espías hábiles y agentes secretos valerosos.
Los auténticos enemigos, tanto entonces como ahora, no son las religiones rivales. La verdadera batalla es la que enfrenta a quienes creen en la tolerancia y el acuerdo contra tiranos dispuestos a imponer sus ideas a todo el mundo… y a cualquier precio.
Una columna de fuego es además una suerte de homenaje a quienes lucharon por la tolerancia religiosa en una época en la que era normal matar al que profesaba una fe distinta, explica Follett a EL PAÍS en una entrevista la semana pasada en Edimburgo en la que también habla de Felipe II (que no sale muy bien parado); de cómo vive el éxito y las críticas; de su educación evangélica puritana; del Brexit (“un error terrible”) y de sus profundas diferencias con Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, al que pertenece.

En una época en la que Europa está siendo invadida por los musulmanes, esta novela debería hacer reflexionar a los gobernantes que heredaron la intransigencia, las ejecuciones, las matanzas que llevó a las guerras entre católicos y protestantes, dos religiones cristianas. Se deberían imponer sin fisuras nuestras raíces cristianas en Europa y obligar a los musulmanes que vivan de acuerdo con nuestras costumbres, si quieren establecerse aquí. 

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