La iglesia china, en venta
No hay en este momento fenómeno informativo en la Iglesia más grave que el que afecta a la Iglesia en China. Lo que están sufriendo los católicos en China no se puede explicar en pocas palabras, pero podemos dar algunas pinceladas.
Cuando llegaron los comunistas al poder hicieron lo que la Revolución Francesa: Prohibieron la Iglesia Católica y se inventaron un sucedáneo de iglesia, copiando los ritos y símbolos del cristianismo pero con sacerdotes y obispos elegidos, formados y patrocinados por el régimen marxista.
Así, durante décadas han coexistido católicos -laicos, sacerdotes y obispos- fieles al Papa, en la clandestinidad, junto con la iglesia patriótica china, fiel al régimen maoísta.
El Cardenal Zen, el obispo emérito de Hong Kong, es un icono de resistencia de la Iglesia frente a la tiranía comunista que oprime a la nación más poblada de la tierra.
Hace unos días denunciaba que la Santa Sede está obligando a los obispos católicos a apartarse de algunas diócesis para que su sede sea ocupada por obispos de la iglesia patriótica china, algo que el Cardenal Zen explica de manera muy gráfica: “El Vaticano está vendiendo a la Iglesia católica en China”.
Un obispo de la Iglesia Patriótica, entiéndase, es tan legítimo como un tipo disfrazado de obispo en Carnaval, porque obviamente el Partido Comunista tiene tantas facultades para ordenar obispos como el Real Madrid o Walt Disney.
El cardenal viajó desde China hasta la Plaza de San Pedro para encontrarse con el Papa Francisco en la Audiencia General y entregarle una carta explicándole la gravedad del asunto.
Francisco le recibió en privado tras leer la carta y le aseguró que había dado órdenes a sus colaboradores de evitar ese tipo de actuaciones.
Inmediatamente salió el portavoz de la Sala Stampa, Greg Burke, a atacar al Cardenal Zen, acusándole de sembrar “confusión y polémica”, pero sin desmentir ni un ápice de lo que había relatado el anciano purpurado.
Sin embargo, el punto más doloroso de todo este asunto tuvo lugar ayer. El secretario de estado del Vaticano, Pietro Parolin, en una entrevista para un medio italiano, confirmaba los peores temores de los católicos chinos.
Estos son algunos extractos de esa entrevista:
Claro, todavía hay muchas heridas abiertas. Para curarlas se necesita el bálsamo de la misericordia. Y si a alguien se le pide un sacrificio, pequeño o grande, debe quedarle claro a todos que este no es el precio de un intercambio político, sino que forma parte de la perspectiva evangélica de un bien mayor, el bien de la Iglesia de Cristo.
Lo que se espera es llegar, cuando Dios quiera, a ya no tener que hablar de obispos “legítimos” e “ilegítimos”, “clandestinos” y “oficiales” en la Iglesia china, sino a encontrarse entre hermanos, aprendiendo nuevamente el lenguaje de la colaboración y de la comunicación.
Si no estamos listos para perdonar, significa, desgraciadamente, que hay otros intereses que defender: pero esta no es una perspectiva evangélica.
Expresiones como “poder”, “traición”, “resistencia”, “rendición”, “enfrentamiento”, “ceder”, “compromiso” deberían dejar sitio a otras, como “servicio”, “diálogo”, “misericordia”, “perdón”, “reconciliación”, “colaboración”, “comunión”.
Queda clara la perspectiva de los diplomáticos italianos en sus oficinas decoradas con frescos de Rafael y con vistas a la Plaza de san Pedro.
Intentemos ahora verlo desde la perspectiva de la perseguida Iglesia católica china. Llevan en perpetua persecución, con sus momentos peores y mejores, desde la revolución que llevó a Mao al poder.
Y ahora los fieles chinos, que tanto han sufrido y a tanto han renunciado por mantenerse fieles a Roma, ven como sus obispos legítimos tienen que abdicar y los cismáticos sucederles “por el bien de la Iglesia de Cristo”.
Ante esta situación, surgen algunas preguntas: ¿Cómo se favorece el bien de la Iglesia de Cristo permitiendo que ‘obispos’ designados por el Partido Comunista y controlados por el sucedan a los buenos pastores que han cuidado de Su rebaño chino contra viento y marea? ¿De qué modo puede hacer bien a la Iglesia universal, y más especialmente a la Iglesia china, este decirle que toda su lealtad ha sido inútil e innecesaria, que se podían haber ahorrado una vida de sobresaltos y humillaciones, y que un prelado designado por un oficina de un gobierno oficialmente ateo vale lo mismo que uno ordenado por Roma? ¿Puede alguien creer que unos obispos nombrados por el Partido Comunista van a servir a Cristo antes que a Pekín? ¿Cuál espera el Vaticano que sea el futuro del catolicismo en China bajo la guía de esos pastores?
Come sempre interessante
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