martes, 26 de febrero de 2019

El lado oscuro del adiós de Michael Connelly

Admirador confeso de Raymond Chandler, Connelly combina en su narrativa, y especialmente en esta entrega de los casos del investigador con nombre de pintor flamenco, la melancolía de los personajes de Chandler, en los que siempre subyace cierto abandono, y la dureza de acero y cristal que caracteriza a muchos de los creadores que escogen Los Ángeles como escenario principal para su ficción. Así, siguiendo a Harry Bosch entre el tráfico de Hollywood en hora punta o acompañándolo de regreso a casa por una nocturna Palm Avenue después de compartir cena con su hija, no podremos evitar acordarnos de los paisajes urbanos y al mismo tiempo desérticos de «Collateral», la película en la que Michael Mann convirtió a Tom Cruise en Vincent, un sicario con esporádicos episodios de conciencia. Porque los dos, Vincent y Harry, el malo y el bueno, habitan en el mismo tono; sus historias avanzan al ritmo de la misma música.



En esta ocasión, Bosch transita por las primeras páginas del libro con la atención dividida en dos asuntos que le exigen idéntico interés: por un lado, satisfacer la curiosidad del millonario Whitney Vance, que a las puertas de la muerte necesita saber si Vibiana Duarte, la mujer de la que se desentendió en su juventud y a la que dejó embarazada, fue o no madre de su hijo; y por otro, atrapar a un violador en serie que responde al nombre de El Enmascarado y -aunque aún no ha matado a ninguna de sus víctimas- amenaza con incrementar su dosis de violencia en el siguiente ataque, acabando con la vida de su próximo objetivo. Harry empieza por la búsqueda de Vibiana y arrastra al lector a la parte más literaria de la novela, cuya trama nos devuelve -las asociaciones del cerebro son caprichosas- a «El libro de las ilusiones», uno de los mejores textos de Paul Auster, y cuenta con una brillante peculiaridad: de entrada el misterio no se centra en ningún crimen, no hay ningún cadáver esperando al forense en una nevera de la morgue. Es como si Connelly hubiera superado ya esa fase en la que la literatura de género, para serlo, exige un asesinato que ponga en movimiento las bolas sobre la mesa de billar.
Se puede escribir muy negro sin, al menos en apariencia, matar a nadie, pero hay que ser todo un maestro. Y entender además que existen muchos tipos de muerte: en «El lado oscuro del adiós» Harry Bosch se pregunta si sólo las manos matan, empuñando un arma o ejerciendo presión.Y se responde que no.

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