viernes, 8 de enero de 2016

Hombres buenos, de Arturo Pérez-Reverte

Recomiendo la lectura de esta excelente novela. En la biblioteca de la Real Academia Española existe una colección completa de la Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers / par une societé de gens de lettres, mis en ordre et publié par M. Diderot … et quant a la Partie Mathématique, par M. D’Alembert. Son 28 tomos encuadernados en piel algo deteriorada, con el sello y el ex libris correspondiente, pertenecientes a la edición princeps que, con una tirada algo inferior a los 5.000 ejemplares, fueron apareciendo entre 1751 y 1772. Cuando la primera de estas fechas, la RAE tenía ya casi 40 años de vida, y los seis tomos de su Diccionario de autoridades se habían publicado entre 1726 y 1739. A partir de estos datos históricos, Arturo Pérez-Reverte escribe una novela que integra la mayoría de las claves literarias de su autor y constituye un cumplido homenaje no solo a la corporación de la que es miembro de número desde 2003, sino también —y esto es sin duda más importante— a la Ilustración y el racionalismo. Causas por las que muchos españoles, y no solo los académicos, lucharon en una batalla incruenta a lo largo de un siglo gris, decadente en lo épico, pero sumamente fructífero en una contienda no del todo perdida, pero tampoco suficientemente ganada. Me refiero a la de hacer una revolución para la que no harían falta otras armas que el libro y la palabra, según dice uno de los personajes históricos aquí presentes, el francés D’Alembert, frente a la otra opción, la de “un baño de sangre que preceda al baño de razón” defendida por otro de los protagonistas de Hombres buenos, esta vez ficticio: el abate Bringas.



Pérez-Reverte es un hábil constructor de personajes, que se erigen ante nuestros ojos, convincentes, por lo que hacen y por los diálogos en que participan. Los dos mencionados lo son, así como otro protagonista que los asesora en sus pesquisas bibliográfico parisienses, el ya citado Salas Bringas Ponzano, un “español radical y sanguinario que acabó en la pandilla de Robespierre” y en la guillotina. Pero todo parece proyectar como héroe de esta historia a quien en la RAE llamaban “el almirante”, pero aparentemente es un personaje “de perfil bajo”, como se suele decir. Se trata del brigadier Zárate, que protagoniza algunas de las escenas más logradas; por caso, el ataque a los académicos por los salteadores de caminos en el viaje de ida, el duelo con un amante de Margot Dancenis, la escena amorosa con esta y la recuperación final de la Enciclopedia, robada, ya en el regreso a España, por otro personaje de una pieza, el mercenario Pascual Raposo, comisionado para que hiciera fracasar la operación bibliográfica por otros dos miembros de la RAE, el ultramontano Manuel Higueruela y el “figurón pedante” e ilustrado radical Justo Sánchez Terrón. Son todas criaturas ficticias, pero el brigadier lo es solo relativamente: en él luce la memoria de un académico no ha mucho fallecido al que el novelista dedica su obra junto a Antonio Colino, Antonio Mingote o Gregorio Salvador, al que también hace aparecer en la trama con su propio nombre.

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