martes, 10 de mayo de 2016

Don Miguel de Cervantes Saavedra



Un ejemplo de maltrato al talento, flagrante y penoso, es el del pobre Cervantes al que ni en vida, ni en muerte, ni a su persona, ni a sus obras hemos hecho justicia, quedando abierto un abismo entre lo que dio y lo que recibió. Tras su etapa de estudios, de soldado y de cautiverio, llevó una vida siempre a ras de la miseria, lo que convierte en milagro la ejecución de las maravillas que escribió. Es un ejemplo más de como un portentoso talento fue ignorado por los poderes políticos y económicos. El Duque de Bejar y el conde de Lemos le negaron, reiteradamente, su apoyo, aunque los hizo inmortales en sus dedicatorias. Más todavía, el personaje que él creó, Don Quijote, le ha robado la fama.

Y ahora estamos buscando sus huesos, que enterramo… en la fosa común. Lo que escribo a continuación es de mi entera cosecha y añade, todavía, más escarnio al tratamiento que le damos, pues, yo creo, que El Quijote es un libro muy poco leído y muy mal interpretado. Lo de poco leído lo digo a sentimiento y de mi propia lectura saco otras interpretaciones, además de la clásica de la ridiculización de las novelas de caballería. Seguramente el primer propósito seria ese, pero la segunda salida, en la que Don Quijote incorpora a Sancho, me da la clave de otra interpretación. Yo creo que a Cervantes se le ocurrió contrastar la personalidad y el comportamiento de dos prototipos del ser español que, para bien o para mal, han protagonizado la historia de España. Adornamos la personalidad de Don Quijote con las virtudes que querríamos ver en “lo español”, valentía, caballerosidad, generosidad, honorabilidad, entrega, altura de miras, etcétera... pero el libro no dice eso sino que describe a Don Quijote como un alienado, un hombre fuera de su tiempo, haragán, sin sentido económico ni del ridículo, entrometido, despilfarrador, crédulo hasta el desatino, que confunde sus deseos con las realidades, dueño del mando como por ley natural, amnésico de sus errores y creador de problemas en vez de soluciones. En cambio de Sancho Panza hemos hecho un personaje ridículo, creando un adjetivo, sanchopancesco, para calificar lo ignorante, pedestre, zafio y grotesco. Sin embargo, Cervantes nos lo describe, claramente, como un hombre honrado, que tiene que agarrarse a un clavo ardiendo (Don Quijote) para ganar un sustento que llevar a los suyos, ignorante pero lleno de sabiduría popular y de inteligencia natural, cuida de su amo como de un niño al que advierte, constantemente, de la suerte que van a correr al involucrarse en cuestiones imaginarias, sin embargo sufre, con él, lealmente, los catastróficos resultados. Nunca lo abandona, siempre lo respeta y aunque consciente de la superioridad intelectual que le hace reconocer la realidad y enfrentarse a ella, nunca cuestiona su autoridad. Y cuando le llega su oportunidad, no falla. Es sumamente reveladora, del pensamiento oculto de Cervantes, la aventura del gobierno de la famosa ínsula, con la que unos nobles quieren embromarlo. Sancho Panza sale, sorprendente y plenamente airoso y durante el tiempo que la gobierna deja memoria de sus aciertos y perplejos a los que le habían menospreciado.

Aquí está la clave de mi interpretación. Don Quijote es el prototipo del que nos ha gobernado casi siempre y nos ha llevado, a lo largo de nuestra historia, por ruinas, catástrofes, analfabetismos, tiranías, guerras, fanatismos y muchos etcéteras. Casi siempre, salvo en circunstancias muy raras en que se baraja radicalmente el escalafón, y Los Sanchos toman el mando haciendo avanzar y progresar a la nación. Recordemos el prodigioso reinado de Los Reyes Católicos, durante el que la Reina iba anotando, en su famosa libreta, el nombre de los Sanchos que encontraba en cualquier lugar, para encumbrarlos, sin complejos, cuando llegaba la ocasión. O la legión de Sanchos que, de espaldas a la corona, atrapada en la ratonera europea, descubrió, conquistó y colonizó un inmenso imperio que ha sido la gran aportación de España a la historia del mundo. O la de otros muchos Sanchos, dirigidos por el gran Sancho, Adolfo Suárez, que situó, por fin, a España en el siglo XX.

La tercera interpretación que yo doy al Quijote consiste en considerar que el modelo en el que se basó Cervantes para su personaje fue el mismísimo Carlos V, príncipe europeo, formado en ideales medievales y caballerescos, que se impuso como objetivo la recomposición del Imperio Carolingio y la defensa, a ultranza, de la fe católica frente al Imperio Otomano. Una vez conseguido el Imperio, gobernó su Europa de forma absurdamente itinerante, como si fuera La Mancha, acudiendo a solucionar los problemas donde se presentaban, hasta que, traicionado y acorralado, reventó y vino a morir, prematuramente, al único reino que le permaneció siempre fiel, Castilla. Y le fue fiel a pesar de su eterna ausencia pues siempre la gobernó por persona interpuesta. Solo vino en escasos momentos de descanso y siempre para recabar dineros y más dineros. Echó a la hoguera europea todos los hombres valiosos de España, sus riquezas hasta la ruina total, los galeones americanos cargados de oro y plata, las impagables deudas, que arrastramos durante generaciones y el futuro de España que estaba y sigue estando, en América, a la que siempre hemos dado la espalda. Podéis trasladar a Carlos V todas las características y defectos con que he descrito a Don. Quijote, pues mi interpretación es que Cervantes quiso hacer una enmienda a la totalidad al gobierno y personalidad de Carlos V que sumió a España en la miseria y la enredó, para siglos, en la cainita Europa. El árbol español, a partir de Carlos V, creció con mucho vigor pero torcido

No podemos esperar que Cervantes hiciera estas denuncias, tan sumamente subversivas que lo hubieran arrojado a una mazmorra a los diez minutos, ni que cortara el hilo que lo mantenía amarrado a una vida penosa pero que le permitía seguir escribiendo. Su denuncia fue tan sutil que ha pasado desapercibida a lo largo de cuatro siglos, pero, para mí, son estas interpretaciones las que hacen del Quijote una obra transcendente y profunda que, de otra manera, queda en una gran obra literaria de lectura amable y amena pero desvalorada por el tiempo. Si Cervantes hubiera querido limitarse a hacer la crítica de los libros de caballería se hubiera ceñido a ellos y a los que los leían. Y así empieza El Quijote que, desde la segunda salida, toma otros derroteros.

Rindo, aquí, mi humilde homenaje y desagravio a un español genial, ejemplo culmen de cómo esta patria madrastra trata a sus héroes. Y a sus más valiosos.


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