miércoles, 9 de julio de 2014

Errores, deslealtades y traiciones

Últimamente hay una corriente de opinión proclive a poner en cuestión la operación política que hemos dado en llamar Transición y a señalar sus eventuales errores y defectos. No me parece mal pues  los tiene, pero conviene no ser injustos pues esta operación, a la que se llegó por miedo y por convencimiento, consiguió para España, dejando aparte épocas heroicas, uno de los escasos tiempos de paz y bienestar de su historia. Incluso las graves imperfecciones, que vemos ahora, se podrían subsanar y seguir adelante, si contásemos con los activos de partida, que el transcurso del tiempo ha hecho jirones: La lealtad y la voluntad de llegar a acuerdos. Durante el tiempo en que se fue encauzando la nueva democracia, parte de las izquierdas eran partidarias de lo que se denominaba ruptura que significaba pasar cuentas a la etapa franquista, cerrar el paréntesis y enlazar con la “legitimidad” republicana. Afortunadamente, las presiones exteriores e interiores y la inteligente actuación de los lideres González y Carrillo evitaron la toma de esta dirección que hubiera significado una inquietante vuelta atrás y el peligro de precipitarnos, nuevamente, en eventuales revanchas y violencias. Se impuso el camino reformista que significaba hacer los cambios necesarios para llegar a una democracia de tipo occidental modificando las leyes. De la ley a la ley, se dijo muy certeramente. Desgraciadamente, muchos aceptaron, tácticamente, este camino, pero en su ánimo estaba y fue creciendo el convencimiento de su singular legitimidad y el rechazo a la de las derechas y el propósito de que tarde o temprano había que pasar factura a los que, consideraban, partidarios o herederos de la etapa franquista. Esta golosa y fosilizada posición, de los que tratan a las derechas mas como el enemigo a exterminar que como el adversario a batir, embarra el campo de juego democrático y dificulta, cada vez mas, los necesarios acuerdos de fondo para el buen gobierno de la nación. Los nacionalismos aceptaron, con satisfacción, la nueva situación que significaba un logro muy importante. Los que diseñaron el nuevo Estado fueron generosos hasta la ingenuidad, con vistas a dar satisfacción, definitivamente, a sus pretensiones y acallar el terrorismo de ETA en pleno auge, pero ni la generosidad de partida ni las continuas concesiones posteriores han servido para mitigar su profunda deslealtad, que les lleva a tratar de romper, ciegamente, el marco constitucional y de convivencia, incluso valiéndose, arteramente, de la sangrienta brecha que ETA les ha venido abriendo. Hasta se expresó, sin ambages, el propósito de recoger las nueces del nogal que ETA agitaba. Esto es, ya, mas traición que deslealtad. Gran error la vana ilusión de llenar el saco de las pretensiones nacionalistas sin trazar, nunca, su limite, lo que ha llevado a los partidos, en sus necesidades de apoyos para formar gobiernos, a hacer concesiones suicidas, sobre todo en educación. Otro es el”café para todos”. Se pretendió, con esta fórmula, dibujar el círculo cuadrado de un Estado que pudiera dar satisfacción a los nacionalismos, consolidados o en germen, con la generosidad de las concesiones, pero sin lo que ellos, verdaderamente, ansían, la singularidad, la diferenciación respecto al resto. Para ello se perpetró el error de los errores, el desguace de Castilla que ha sido, históricamente, el territorio y la idea aglutinadora y centrípeta. Se la destazó en un mosaico de comunidades sin la suficiente entidad, a cuyo conjunto los nacionalismos periféricos llaman España y nosotros, nada menos que “el resto de España”. Por último, se revistió a todas las comunidades, que podrían tener su justificación en la aplicación de una gestión más eficaz por su proximidad al problema, de un tinglado político, que las asemeja a Estados. No son unidades descentralizadoras de la gestión, son pequeños estados. La megalomanía de los políticos nos ha llevado, por esta dirección, a verdaderas aberraciones que están convirtiendo a España en un Estado ridículo, muy difícil de gobernar política y económicamente. Como tantas veces me ocurre en mis reflexiones, esta me lleva a conclusiones que no pensaba que estuvieran en mis almacenes pues ahora voy viendo que las reformas que hay que hacer en España, para su continuidad, son mucho mas profundas y difíciles de lo que pensaba al iniciarlas, sobre todo al evaluar el nivel de los políticos que tenemos y la dificultad de decantar los imprescindibles acuerdos. ¡Ay bendito!

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