jueves, 2 de enero de 2014

Feliz y duro año 2014



Si uno elude la dictadura del calendario, que fija un optimismo de obligado cumplimiento al estrenar el año 2014, verá sombras y nubarrones en el horizonte de este zurrado país. No sólo en lo económico, con la pesada cruz del paro a rastras. También en lo social, con el aumento de la pobreza y la ofensiva del Gobierno contra la clase media. En lo político, con la propuesta catalanista de fragmentación nacional, por un lado, y el desplome de los dos grandes pilares de la centralidad (PP y PSOE), por otro, amén de una profunda crisis institucional reconocible en el creciente desapego de los ciudadanos respecto a una gestión de lo público asociada a numerosos casos de corrupción.

Justamente por eso procede hablar de la calidad del año entrante, en comparación con el saliente, por lo que pase o deje de pasar en el bolsillo de los ciudadanos. No hay buenas noticias para los españoles de a pie porque los salarios, las pensiones, el sueldo de los funcionarios y el subsidio de los parados tienden a bajar o a quedarse congelados mientras los impuestos y los precios tienden a subir. En esas condiciones nada invita a esperar una España más habitable que la de 2013.

Sin embargo, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, nos ha dicho que, así como el año 2012 fue el de los recortes y el 2013 el de las reformas, 2014 será el del inicio de la recuperación. ¿La de quién? Si se refiere al saneamiento de la economía nacional, hasta puede tener razón. De hecho, ese cacareado fin de la recesión, medido en índices de crecimiento, aunque sean débiles, ya se ha producido. Otra cosa es que eso se traslade a la creación de empleo y, en general, al bolsillo de las familias.

No voy a negar, porque es un dato objetivo, que en el último tramo de 2013 España ha ido recuperando la confianza de los inversores mientras que, en paralelo, crecían la pobreza, la desigualdad y el deterioro de los servicios públicos. Es como si el sacrificio de las capas más desfavorecidas fuese el precio a pagar por la competitividad, el saneamiento de los mercados y el aumento de las exportaciones, que son tres de los presuntos éxitos de la política económica del Gobierno de la Nación.

Algo de eso debe de haber cuando observamos con estupor que se dispara la bolsa de Atenas (subió un 27% en 2013) mientras los griegos están al borde de la desesperación. Un fenómeno similar se ha dado en Portugal (17%), Italia (16%) y, por supuesto, en nuestro país, donde el Ibex cerró el ejercicio de 2013 con una subida del 21%. O sea, que subió la bolsa y los inversores se forraron mientras que los españoles de a pie veían cómo disminuía su poder adquisitivo y aumentaba el paro, la exclusión social y las desigualdades.

De momento, los españoles siguen instalados en el pesimismo, según se desprende de las encuestas. La de Sigma Dos, publicada el último día de 2013, desvela que un 71% de los ciudadanos no cree que la política económica del Gobierno (ajustes y reformas plasmados en los Presupuestos Generales del Estado para 2014) vaya a acortar el tiempo de salida de la crisis. Malas perspectivas, pues, para afrontar un año que llega anunciando salarios más a la baja, precios al alza, prórroga en los recargos fiscales del IRPF y el IBI y más españoles en las colas de los comedores sociales. Eso sí, baja la prima de riesgo, sube la bolsa y crece la confianza de los mercados en la economía nacional. Ya hemos visto cuál es el precio.

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