domingo, 8 de septiembre de 2013

La España de Bale

Gareth Bale y Florentino Pérez, en el día de su presentación 
Queridos lectores de mi blog:

Comparto al cien por cien con el autor de este brillante artículo, don José Antonio Zarzalejos, su opinión. Por su gran interés lo reproduzco integralmente para los lectores. 

Quiero enfatizar que las opiniones, tanto de Zarzalejos, como la mía, no  tiene nada que ver con las preferencias de cada persona por un equipo y que el mismo no debe ser considerado como un panfleto en contra la gloriosa institución del Real Madrid. Solo debe enmarcarse en una reflexión necesaria para conseguir que el mercado del fútbol, ya de por sí totalmente desbordado, no entre en una espiral sin fin.

En épocas de crisis y de millones de parados en España, es inmoral contratar un jugador por casi cien millones de euros, aunque el negocio del fútbol pueda sostener ese desembolso.

Cuando hay un partido importante de un equipo grande como el Real Madrid, el Fútbol Club Barcelona y otros, hay parados que hacen cola delante las taquillas durante muchas horas, hasta de noche, para comprar los billetes que puedan permitirse y luego volver a venderlos a precios más caros para vivir de ello. ¿Qué pensarán los parados que sacan dinero de la reventa de este fichaje? Probablemente se froten las manos imaginando que la gente estará dispuesta a pagar aún más su entrada, solo para ver a ese jugador que afirmó en el momento de su presentación que hubiera recalado en el Real Madrid por un centavo. Estoy seguro que fue una declaración de buena fe, para agradar a la prensa, pero la frase es, cuanto menos, cínica. ¿Pero les parecerá ética su contratación? ¿Y qué pensarán los demás parados, los pobres y los sin papeles?

Yo creo que nadie puede sentirse satisfecho por esta transacción económica que es la más cara de la historia del fútbol. ¿Por qué no se interesan los parlamentarios? ¿Tal vez porque no es dinero público? ¿Y los impuestos que origina el mundo de ese deporte, acaso son poco importantes? Sólo con ver el caso del delantero argentino, nacionalizado español, Lionel Messi del Fútbol Club Barcelona que ha depositado en un juzgado de Cataluña diez millones de euros y está dispuesto a pagar hasta veinte y seis millones para evitar una condena por defraudación, demuestra que hay sobradas razones para la reflexión.

Este es artículo:

Este párrafo que reproduzco se escribió hace más de un siglo: “Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimientos modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desaliente y burla”. Estas palabras las escribió el 16 de agosto de 1898 el sucesor de Cánovas del Castillo, el conservador Francisco Silvela. Lo hizo en el diario El Tiempo de Madrid en un artículo que se titulaba -y ya es un clásico- "España sin pulso".

La formidable ausencia de debate social sobre la ficha (91 millones de euros) y retribución del jugador galés, ahora madridista, Gareth Bale (300.000 euros/mes) vendría a avalar sin género alguno de duda que España está sin pulso. Se están ajustando cuentas con los cajistas, los financieros y los banqueros que son la representación hiperbólica, con los políticos, de todos los males. Pero se admite sin discusión que hay un derecho superior al espectáculo futbolístico -cueste lo que cueste para que brille- porque, además de distraer de las miserias cotidianas, permite la expresión de las visceralidades de toda naturaleza. Es el nuevo Pan y circo, o como algunos autores han escrito remedando a Marx, el contemporáneo “opio del pueblo”.

Ha sido un extranjero con cierta sensatez, el nuevo entrenador del Barcelona (Tata Martino) -con discutible autoridad moral para ello, pero con cierta valentía-, el que ha considerado la cuantía de este fichaje como “una falta de respeto al mundo”. Sin pretender un ámbito tan planetario, sí lo ha sido, desde luego, para España, no tanto por el fichaje en sí mismo, sino por la lanar y dócil admisión sin debate público de una transacción en el mercado futbolístico español que ha creado una burbuja que no baja ni un euro de los 700 millones, en un país que se encuentra en un estado de postración casi claudicante. Y sin que el otrora activo Cristóbal Montoro haya actuado en consecuencia.

Nadie, en definitiva, ha protestado, quizás porque “las protestas de los pobres las escucha hasta Dios, pero no llegan al oído del hombre” tal y como se ha dicho con bastante acierto. No hay en España ahora esos Hijos de la Ira (1944), obra cimera de Dámaso Alonso que el poeta explicaba como una “protesta contra todo” porque todo lo injusto y desproporcionado la merece. La merece -al menos merece un debate este fichaje y los millonarios sueldos de los futbolistas amparados en su excepcionalidad fiscal- porque en España hay seis millones de desempleados y más de cuatro y medio registrados, lo que viene a suponer un 27% de la población en situación activa. La merece porque en España hay tres millones de ciudadanos por debajo del umbral de la pobreza según el informe de Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada (FOESSA) de este mismo año. La merece porque según el mismo dictamen la diferencia entre el 20% de los más ricos y el 20% de los más pobres ha crecido un 30%. La merece porque la renta media de los españoles ha retrocedido a poco más de 18.000 euros, inferior a la que disponíamos en 2001.

Pero no sólo la merece por esos datos escalofriantes. La protesta y el debate vienen exigidos porque, según la Confederación Española de Padres de Alumnos y otras asociaciones, en carta de denuncia que han dirigido en julio a la ONU, en España uno de cada cuatro niños padece desnutrición o subnutrición, la misma proporción que se registra entre los ancianos. Y además hay abandono escolar precoz en cifras indignantes, e infravivienda. Hay más datos y más hirientes: según una muy reciente investigación de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, dirigida por Carmelo y Javier de León y Jorge Araña, el coste social de la corrupción -la política y la parapolítica- es de 40.000 millones de euros y el fraude fiscal -que el Gobierno se ha negado a cuantificar, aunque sí ha implementado un bochornosa amnistía- podría alcanzar la mareante cifra de 89.000 millones de euros según el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda, cuantía que al economista Juan Ramón Rallo le parece poco verosímil, pero que en todo caso no debe estar lejos de la realidad si tenemos en cuenta que el propio INE aproxima la economía sumergida española al 20% del PIB. Mientras, desde la Universidad de Málaga y la presidencia de la Conferencia de Rectores, se lanza la iniciativa de apadrinar universitarios que no pueden pagar las tasas académicas, abocando así a la exclusión de los estudios superiores, potencialmente, a 80.000 jóvenes.

Un país está sin pulso cuando le dan el bofetón de un fichaje de 91 millones de un jugador de fútbol y lo digiere sin apenas debatir y protestar. Esta es la España de Bale (y de otros como Bale) y merece la pena subrayarlo porque quizás una país modesto, como recordaba Silvela que era España en 1898, y lo es ahora, debería tener en cuenta a Gandhi cuando dijo que “necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir”. Sin olvidar tampoco las sabias palabras de John Kenneth Galbraith: “Cuando mayor es la riqueza, más espesa es la suciedad”.

Ojalá Gareth Bale sea una éxito para el Real Madrid pero le agradeceríamos que evitase el cinismo. “Me hubiese venido al Madrid por un centavo”. Sí, claro. Pero se ha venido con una transacción de 91 millones y un sueldo y otras bagatelas que -aun no siendo su culpa- constituyen una “falta de respeto al mundo”. Que lo sepa él, que lo sepa Florentino Pérez, que lo sepa Sandro Rosell y otros. Aunque no protestemos, ni debatamos. Aunque aceptemos en silencio incomprensible y manso que el negocio del fútbol puede ser tan inmoral como tantos otros que, sin embargo, provocan justificadas impugnaciones generales. 

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