jueves, 23 de mayo de 2013

El interruptor

Le hacía gracia pensar, que el factor desencadenante de todo fuese algo tan rutinario e impersonal como un interruptor. Llegó a casa a la hora de costumbre. Saludó a su mujer y se dio una ducha. Cuando salió del baño, sacó de la nevera una cerveza, cogió el periódico y se sentó en el sillón. Le gustaba pasar la tarde sin hacer nada. Su mujer llevaba unos días pidiéndole que arreglara el interruptor de la cocina, se quejaba de que al encender y apagar la luz, veía chispas. Mañana lo haría. Dos semanas llevaba posponiendo la chapuza. 

Esa tarde, de nuevo su esposa le pidió que arreglara el interruptor. Él contestó que mañana. Comenzaron los reproches: “no haces nada en casa”. “Tú no limpias todo lo que deberías” “estoy harta de ti”.  Las acusaciones fueron subiendo de tono y la disputa acabó en separación. Hoy se cumplían seis meses. Los seis peores meses de su vida. Perdió su trabajo y con él la estabilidad económica. Al estar desocupado, pasaba más tiempo del aconsejable, recorriendo los bares de su barriada. En muchas ocasiones acabó tan borracho, que se despertó en el portal del edificio en el que residía. A raíz del alcohol apenas le quedaban amigos. Tal vez, debería haber arreglado el maldito interruptor.

Juan era un tipo decidido, valiente y obstinado. Tomó la decisión de suicidarse, el mismo día que recibió un aviso del banco en el que le comunicaban, que debido al retraso en los pagos de la hipoteca, la entidad se veía obligada a iniciar acciones legales contra él.

Aquel día no bebió. Fuera hacía frío y no le apeteció salir de casa. Cuando oscureció, se aseguró de que las ventanas estaban perfectamente cerradas, abrió la válvula del gas y se dispuso a esperar la muerte, sentado en el sillón en el que solía pasar las tardes leyendo y dormitando. Se sumió en un placentero duermevela y comenzó a soñar. 

Soñó con su infancia, con los helados de chocolate, con las visitas al zoo acompañado de sus padres. Con su juventud y las juergas con los “colegas”. Con las acampadas y los primeros porros. Soñó con su graduación en la universidad, como alumno destacado. Con su novia, sus besos y sus caricias. Con su mujer y los buenos ratos que habían compartido. Con sus compañeros, con sus amigos. 

Se despertó y cayó en la cuenta de que la vida aún tenía mucho que ofrecerle. Era joven, su nivel cultural estaba por encima de la media, su preparación académica era excelente. No le costaría demasiado encontrar un nuevo trabajo e incluso una nueva pareja. Se convenció de que la opción del suicidio era equivocada, y se decidió a vivir.

Con dificultad, se levantó del sillón. La casa apestaba a gas. Con pasos torpes se dirigió a la cocina, cerraría primero la válvula de paso, después abriría las ventanas. Estaba oscuro. Accionó el interruptor de la luz de la cocina.

La casa saltó por los aires.


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